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ОглавлениеLa misión de la Iglesia en palabras y hechos: Romanos 12-15 como reflejo de principios bíblico-teológicos para testificar y establecer ministerios holísticos
Wagner Kuhn y Linda Smith
Introducción
La teología paulina traduce la vocación misionera en “acción” y “palabra” íntimamente ligadas en los siguientes términos: “hacedores de la palabra”. Siguiendo el modelo bíblico de Jesús, Pablo reproduce en su ministerio los principios, las enseñanzas y el ejemplo bíblico, con el doble propósito de ampliar el conocimiento de Dios (que nos llega como revelación) y de integrar dicha revelación al ADN de la vida entendida en su totalidad (teoría y práctica).
Para el apóstol, la teología y la misión van de la mano. El conocimiento de Dios y la aplicación del mensaje bíblico van dirigidos hacia el prójimo con el propósito de extenderle amor y dignidad que provienen de Dios (Rom 12,10-11) y, por otro lado, para extenderle el regalo de la salvación.
Pablo instruyó a los miembros de la iglesia a hacer el bien sin acepción de personas, especialmente a los que pertenecían a la familia de los creyentes (Gal 6,10). Además, les ofreció una visión de la iglesia que incluía aun a los enemigos, cuando escribió: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber” (Rom 12,20). ¿Cómo pueden los creyentes saber si el enemigo tiene hambre o sed? Porque el creyente no se aparta ni aun de sus enemigos.
De estos versículos se puede inferir que cuando las necesidades de los miembros y no miembros de la iglesia sean satisfechas (lo pobres atendidos, los desnudos vestidos y los encarcelados visitados),1 habremos entendido el significado de la comunión con nuestro Padre celestial. Esto significa que las relaciones rotas han sido restauradas y que los discípulos de Cristo son capaces de exhibir vidas que den testimonio del verdadero carácter de Dios.
La intención de esta presentación es explorar algunos versículos de la Epístola a los Romanos (del 12 al 15), con el propósito de descubrir los fundamentos bíblicos sobre los cuales construir un ministerio holístico transformador. Se ofrecerán ejemplos concretos del ministerio de Jesús que nos permitan traducir el mensaje de Pablo al plano de la acción social.
En ese sentido, podríamos referirnos a una hermenéutica misionológica bíblica en estado embrionario, en el que la vida de Cristo y el testimonio de Pablo sirvan de herramientas interpretativas para la praxis bíblica.
En las huellas de Pablo: visión y misión
Años atrás, mientras mi esposa y yo servíamos en un país de Asia Central, dos versículos del Libro de Romanos (15,20-21) se convirtieron en nuestros compañeros de ruta: “Siempre ha sido mi ambición predicar el evangelio donde Cristo no era conocido, de modo de no construir sobre el fundamento de otros. Más bien, como está escrito: ‘Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; y los que nunca han oído de él, entenderán’”.
El segundo pasaje se convirtió en el ancla que afianzó a nuestra familia (y a los futuros creyentes) en la identidad y en los propósitos divinos. Pablo escribe: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es el poder de Dios que trae salvación a todo aquel que cree: primero al judío, luego al gentil. Porque en el evangelio se revela la justicia de Dios, una justicia que es por fe del principio al fin, tal como está escrito: ‘El justo vivirá por la fe’” (Rom 1,16-17).
No encuentro palabras adecuadas que describan el poder y la influencia de estos dos pasajes en nuestra experiencia y en la experiencia de aquellos que llegaron a aceptar a Jesús.2 Cuando entramos por vez primera a Najicheván (la tierra de Noé), como empleados de la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA), éramos los únicos adventistas en toda la región. ¿Cómo habríamos de encarnar el evangelio de manera que esta comunidad islámica reconociera en nosotros la presencia de Jesús? La cultura local tenía su lenguaje socio-religioso que era muy diferente del nuestro. ¿Podríamos superar la barrera cultural y convertirnos en embajadores de Cristo? ¿Llegarían los najichevaníes a entendernos a pesar del abismo cultural y religioso?
Cuando llegó el tiempo de marcharnos de Najicheván, Yurtayeva, una exatea comunista y musulmana nominal, nos dedicó un poema para expresar lo que nuestra presencia y partida habían significado para ella. Yurtayeva había encontrado a Jesús y en este simple poema buscaba capturar sus sentimientos.
Para Wagner y Gisele
Nuestros amigos se van; nos habíamos acostumbrado a ellos.
Un hermano y una hermana se van; estaremos muy tristes sin ellos.
Wagner era como un pastor para nosotros.
Gisele era como una madre para nuestra iglesia.
Ahora nos separaremos unos de los otros.
¿Y cómo podemos demostrarles nuestro afecto?
Ustedes nos reunieron a todos;
aprendimos acerca de Dios por vuestro ejemplo.
Nos trajeron las buena nuevas, ¡pero ahora se van!
Teníamos la esperanza de que permanecerían otro año,
que estaríamos juntos como antes.
Pero Wagner anunció: “Nos vamos en dos semanas.
Estaremos diciendo adiós, pero sin lágrimas.
No, no estamos cansados de ustedes;
es solo el llamado de Cristo a otro lugar.
Amigos, por favor perdónennos si nuestras lágrimas se hacen visibles.
Siempre es difícil decir adiós. ¡Vayan con Dios!
Najicheván, 15 de junio de 1996
Esta historia es significativa para mí en lo personal, no por el contenido de este poema, ni siquiera por el vínculo que nos unía como familia, sino por el cambio profundo que representa en la historia personal de esta mujer. El ministerio desinteresado de ADRA, con un enfoque en la restauración de la persona toda (holístico), fue el instrumento en las manos de Dios para recrear en la vida de Yurtayeva una nueva criatura.
Durante el régimen comunista, Yurtayeva había sido separada de su marido y de sus hijos. Soportó abuso constante, violencia física, marginalización, hambre y enfermedad. Su miseria parecía prolongarse sin propósito y su vida se había convertido en una cadena interminable de desgracias sin dirección ni salida. Pero el comunismo, que parecía eterno, cayó un día para no levantarse más y Yurtayeva encontró al fin del túnel la presencia transformadora del evangelio. Las buenas nuevas no fueron simplemente una historia con un final feliz, sino que una invitación a abandonar la vida antigua y entrar bajo el tutelaje del Espíritu Santo para vivir una vida de obediencia por fe. Yurtayeva encontró el amor que nunca había conocido.
Dios es un Dios viviente. Yurtayeva descubrió, en las manos del Cristo macerado, nueva fuerza para hacer lo impensable: perdonar a sus torturadores. De esta manera, esta mujer aceptó la invitación al discipulado y se unió a todos aquellos que esperan el regreso de Jesucristo.
Como el arcoíris que señala de manera visible la promesa divina, Yurtayeva tomó la antorcha y a través de su historia personal encendió una nueva luz. Este es el poder del mensaje restaurador de Jesús, que alcanza cada dimensión de la realidad humana: salud, relaciones interpersonales, dirección a través de la Biblia, propósito en la vida, capacidad de perdonar e identidad en Cristo, que le da valor moral al que antes era una víctima, al que antes estaba alienado, además de adopción en la familia de Dios, y una invitación para participar como agente de cambio y colaborar en la misión de Dios. Esto es lo que significa participar en un ministerio holístico, esto es lo que significa ser “un hacedor de la palabra”.
La Biblia moldea y proyecta tal visión. Dios capacita para su misión a aquellos que unen sus energías con las energías divinas.
Pablo: teólogo, siervo y misionero
El apóstol Pablo enseñó teología y practicó el servicio misionero. Su metodología era simple: acercarse lo más posible a aquellos que deseaba alcanzar, de manera que pudiese “ganar tantos como le fuera posible” (1 Co 9,19). En sus propias palabras, expresó: “... a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Co 9,22).
Esta era la estrategia de Pablo (su pedagogía teológica), quien, a través de la predicación de la palabra viviente y la acción en favor de Dios, combinó el hacer con el proclamar. Pablo aprende, se comunica, desarrolla su pensamiento teológico en el contexto de extender la misión. Teología y misión se alimentan la una de la otra.
Corroborando esta premisa, N. T. Wright escribe:
La teología paulina es ampliamente aceptada como una teología misional; es decir, es una teología al servicio de su vocación como un misionero, específicamente, como el ‘apóstol para los gentiles’. Esto no era un pasatiempo, como si fuera un misionero parte del tiempo y un escritor de epístolas profundamente teológicas el resto del tiempo. Su mandato misionero le dio forma al resto de su vida, incluyendo sus escritos. Al mismo tiempo, la mayoría de los eruditos paulinos concuerdan que su teología es hermenéutica; es decir, él piensa y escribe (y, podríamos añadir, ora) en constante diálogo con las Escrituras de Israel, extrayendo de ellas, involucrándose con ellas, seleccionando y acomodando citas y alusiones de ellas para extender y ampliar sus propósitos teológicos, y por tanto también, sus propósitos misioneros. De esto modo —en vista de que para Pablo estos dos aspectos de su trabajo se pertenecen el uno al otro— podríamos decir que la misión de Pablo era hermenéutica y su hermenéutica era misional.3
El apóstol Pablo encarna en su propia experiencia revelación y conocimiento de Dios, en la teoría y en la práctica; acción y palabra simultáneas. La teología de Pablo, la pedagogía y la práctica del evangelio holístico de Dios dan fruto mientras él viva como imitador de Cristo. Él dijo: “Seguid mi ejemplo, tal como yo que sigo el ejemplo de Cristo” (1 Co 11,1). Él toma el ejemplo de Cristo y de su revelación en el Antiguo Testamento y lo aplica a su propia vida apostólica: la vida de siervo, discípulo, teólogo y misionero. Pablo aprende, entiende y comunica la teología siguiendo el ejemplo del Dios encarnado en Cristo.
El ejemplo de Pablo es el del Cristo encarnado
Pablo, en comunicación con la iglesia de Roma, exhorta a los creyentes a ofrecer sus “cuerpos como sacrificios vivos, santos y agradables a Dios” (Rom 12,1).
En el Dios encarnado, los pobres, los enfermos, los ciegos, los cojos, los endemoniados, los huérfanos, las mujeres y las viudas, los oprimidos por Satanás y por las fuerzas y estructuras malignas, encuentran sanidad, descanso, libertad y salvación. Tal como en el pasado, el Cristo viviente continúa restaurando, salvando, sanando, perdonando y liberando a todos los esclavos del pecado y a los oprimidos por los poderes de Satanás. El suyo era un ministerio de curación y restauración.
A continuación, consideraremos ciertas dimensiones del ministerio de Jesús que constituyen la base del modelo holístico que Pablo establece.
El ministerio holístico de Jesús4
En su vida, Jesús nos permitió “ver” y entender el significado del evangelio. Él es el mejor intérprete de las buenas nuevas. De manera que, cuando leemos y releemos la palabra de Dios que comunica la poderosa historia de Jesús, nuestros conceptos, nuestras palabras y nuestra actividad misionera reciben nuevo significado.5 Esta es la misión a través de la palabra y de la acción. Este testimonio bíblico no es posible sin una vida que también busque encarnar la palabra y la acción divina, una vida dispuesta al servicio sacrificial y a dar la vida por seguir al maestro.
“Un gran profeta ha aparecido entre nosotros, Dios ha venido para ayudar a su pueblo” (Lc 7,16). Esta es la manera en que los contemporáneos de Jesús interpretaban sus acciones. No solo era él un gran profeta, sino que, en Jesús, los judíos reconocieron que el “brazo de Jehová” se había acercado para socorrerlos, y tal revelación los llenaba de admiración y agradecimiento.
Jesús era un profeta benevolente y compasivo, que había venido a proclamar libertad a los cautivos y a anunciar que el reino de Dios estaba cerca (Mc 1,14-15; y Lc 4,18-19).6 El dedicó la mayor parte de su tiempo y energía entre los necesitados y los parias sociales. Su corazón constantemente se sentía movido a la acción en favor de los que padecían miseria y por el sufrimiento de los pobres, destituidos y alienados. Sus actos de compasión y misericordia eran parte integral de las buenas nuevas del reino que había venido a proclamar, enseñar, anunciar y a establecer.7 Vivía lo que predicaba y predicaba lo que vivía. Su mensaje y su ministerio profético y los muchos milagros y señales que acompañaron su ministerio atestiguaron de su amor sin barreras.
Las mujeres, los enfermos y los pobres
Entre los oprimidos e indigentes estaban las mujeres y hacia ellas Jesús demostró una consideración especial. No solo las buscó para que también recibieran las buenas nuevas, sino que les extendió el toque curativo y su poder salvífico. Las mujeres fueron el objeto constante de su compasión y sus actos misericordiosos. Siempre trató a las mujeres con dignidad y amor porque ellas eran a menudo las más maltratadas y relegadas de la sociedad. Jesús cruzó las barreras culturales, incluso la segregación de género, y también fue en contra de las fuertes tradiciones religiosas de su época para poder sanar, salvar e incluir a las mujeres como discípulas en su reino. Su amor no tenía límites ni motivos egoístas.
Según los Evangelios, el ministerio de curación de Jesús hacia los enfermos, que aliviaba su sufrimiento y los liberaba de sus enfermedades, indica que ninguno de los que acudieron a él buscando su ayuda se fue sin recibir una bendición. Fue de él que fluyó una corriente de poder sanador que regeneraba tanto el cuerpo como el espíritu y la mente de los seres humanos.8
El apóstol Pablo escribió: “Aunque él [Jesús] era rico, por causa de nosotros se hizo pobre, para que por su pobreza pudiésemos enriquecernos” (2 Co 8,9). La identificación de Cristo con los pobres significó su vaciamiento, la entrega de todo lo que poseía, de manera que la pobre humanidad pudiese heredar las riquezas de la salvación temporal y eterna.
Citando las Escrituras, Jesús declaró: “A los pobres siempre los tendréis entre vosotros” (Mc 14,7). Muchas y variadas eran las causas de la pobreza durante el ministerio de Jesús: opresión, injusticia, hambre, enfermedades, sequías, pobreza, posesión demoníaca y muerte, entre otras. Sin embargo, Jesús tenía poder sobre todas ellas.9
Siguiendo el ejemplo de Cristo, Pablo exhorta a los creyentes romanos a compartir con aquellos que estaban en necesidad, ciertamente, los miembros pobres de la iglesia, e insta a los creyentes a practicar la hospitalidad (Rom 12,13). Por lo tanto, deberían ser capaces de satisfacer las carencias materiales de quienes estaban necesitados.10
Enseñanza, predicación y curación
A través de todo el ministerio de Jesús, ya sea enseñando, predicando o sanando, él demostró su misión de salvar y restaurar, sanar y perdonar. Sus acciones confirmaron sus enseñanzas.
Sus milagros atestiguaron la verdad de sus palabras, que él no vino a destruir, sino a salvar. Donde quiera que iba, las nuevas de su misericordia le precedieron. No había lugar por donde el Maestro no hubiera pasado en el cual la gente no celebrase su presencia sanadora y compasiva. Las multitudes se reunían alrededor de aquellos que habían sido transformados para escuchar de sus labios las historias de sus encuentros con el Señor. Su voz fue el primer sonido que muchos habían escuchado, su nombre la primera palabra que habían hablado, su rostro el primero que habían visto.
El Salvador hizo de cada obra de curación una ocasión para implantar principios divinos en la mente y en el alma. Este fue el propósito de su obra. Él impartió bendiciones terrenales, para inclinar los corazones de los hombres a recibir el evangelio de su gracia.
Cristo podría haber ocupado el lugar más alto entre los maestros de la nación judía, pero prefirió llevar el evangelio a los pobres. Él viajaba constantemente buscando a los que estaban por las carreteras y caminos para que tuvieran la oportunidad de oír las palabras de verdad... De ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, Jesús iba predicando el evangelio y sanando a los enfermos; el rey de la gloria en la humilde vestimenta de la humanidad…11
El ministerio de Jesús estaba dirigido a la salvación y la redención de los seres humanos en su totalidad. Les predicó el evangelio, sanó sus enfermedades, perdonó sus pecados y los restauró a una vida completa. En ese sentido, Cristo vino a reconciliar a todos con Dios a través de sí mismo. Elena G. White escribió: “El Salvador ministró tanto al alma como al cuerpo. El evangelio que él enseñó fue un mensaje de vida espiritual y de restauración física”.12 Además, Jesús fue “infundiendo su vida en la vida de los hombres de manera que restaurase la imagen de Dios en los hombres. Él los levantaría del polvo, los remodelaría de acuerdo al modelo de su propio carácter, y los embellecería con su propia gloria”.13
Esta es la definición del evangelio integral de Jesucristo: el evangelio en botas de trabajador rural o en uniforme de enfermera, un evangelio que despierta en las personas el amor de Cristo capaz de servir y salvar, de proteger y restaurar, de transformar a los seres humanos en herederos del reino de Dios, de restaurar en ellos la imagen de Dios. Esta es la obra que Jesús nos ha encomendado que continuemos en el poder y en la sabiduría divinos.
Jesús reprende a los líderes religiosos
Aunque las palabras de Jesús (Mt 23) suenen con severidad y expongan sin atenuantes la condición espiritual del pueblo de Israel, las tales tenían el propósito de despertar en la conciencia de los oyentes el deseo de recibir restauración divina. Jesús quería que ellos escucharan su ley de una manera nueva y fresca, que descubrieran en la Torá el principio de la vida, y no una carga abrumadora. Él anhelaba comunicarles que al “amar al Señor con todo el corazón, el alma y la mente” (Mr 12,30) el cielo y la tierra entrarían en un estado de armonía, de “shalom” (paz).
Esta es la primera y más grande promesa y mandamiento. El segundo es este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-39). La equidad y la justicia, el amor apasionado que toma posesión de todo el corazón, la mente y el alma, no puede ser practicado solo por individuos, sino que también por la Iglesia, el cuerpo de Cristo.14 Solo cuando vivimos una vida en relación los unos con los otros es que este principio se convierte en energía regeneradora.
Estas características no tienen el propósito de despertar un llamado a la piedad individual, sino que debieran ser una descripción de la “cultura de la Iglesia” que opera como un cuerpo, en la que todos los miembros colaboran. ¡Imagínense el impacto social que tendríamos si nos conociesen como la gente que hace el bien por amor!
El amor profundo y la compasión de Jesús hacia Israel, su pueblo amado, están claramente expresados en Mateo 23,37, cuando dice: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!”.
Su amor y su identificación con su pueblo eran tan intensos que no pudo sino morir en su lugar, de manera que solo a través de la cruz se cumpliría lo que había anunciado cuando dijo: “Mas yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo” (Jn 12,32). En la cruz, Jesús fue capaz de demostrar su infinito amor y caridad hacia los líderes religiosos de un sistema que lo había rechazado.
El evangelio holístico en la Iglesia apostólica15
Después de la ascensión de Cristo, el Espíritu Santo llenó de poder a los seguidores de Jesús, de manera que el mensaje de la restauración divina pudiese alcanzar hasta los últimos confines de las naciones. En el día del Pentecostés, Pedro llamó al arrepentimiento a una gran multitud y la invitó, a través del bautismo, a formar parte del movimiento misionero que Jesús acababa de lanzar. En ese día, más de tres mil personas fueron añadidas a la Iglesia (Hch 1,1-40). Ese movimiento un día tendría un impacto global.
A medida que la Iglesia apostólica crecía, los desafíos y las necesidades también se agudizaban. Había tensiones entre las viudas de los griegos y las de los hebreos. Ananías y Safira habían intentado engañar a la iglesia. Además, existían problemas entre los “de la circuncisión” y los gentiles incircuncisos. ¿Cómo habrían de responder los apóstoles a estas nuevas realidades transculturales y religiosas? La respuesta común fue la misma que aprenderían de Jesús: buscar maneras apropiadas en el contexto local para manifestar el amor en la vida de la Iglesia.
El libro de los Hechos describe a los creyentes compartiendo sus bienes materiales, alimentando una nueva comunidad basada en la fe (y no etnicidad), en la que, entre los lazos de sangre o nacionalismos, Dios abriría una nueva identidad en Cristo. En esta nueva hermandad, esclavos y judíos, hombres libres o mujeres golpeadas, prostitutas y traidores encontrarían su verdadera razón de vivir unidos a Dios; y en ese amor encontrarían la unidad de los unos con los otros. El evangelio holístico requiere un encuentro con Cristo.16 Cuando los creyentes actúan bajo la influencia del Espíritu Santo, el modus operandi de la tierra empieza a reflejar la voluntad de Dios en el cielo. La sinfonía del cielo se hace eco en la tierra y los hombres experimentamos paz.
Misión como participación en la vida económica
La comunidad cristiana primitiva se nos presenta como devota a la oración y a la “hermandad de la mesa” (una expresión somalí). Al partir el pan juntos, ellos estaban derribando siglos de prohibiciones sociales y tabúes que regulaban quiénes eran dignos de asociarse y quiénes no. En una cultura en la que el regalo era una forma de intercambio social, Jesús establece una nueva manera de vivir en el mundo, en la que la mejor cosa es dar que recibir (Hch 20,35) y en la que al dar algo, no debiéramos esperar nada a cambio.17
Los intereses egoístas, las aspiraciones personales por estatus social o las divisiones étnicas se desvanecen en esta nueva comunidad de Cristo. Un principio superior los rige (Hch 2,42-44). “En Cristo”, los cristianos del primer siglo alcanzaron una unidad de corazón y mente (unidad y santidad), que atrajo la atención de los no creyentes.
Las palabras “no había entre ellos personas necesitadas” (Hch 4,34), significó que habían generado una nueva dinámica económico-espiritual que les permitiría no solo aliviar la pobreza, sino proteger a aquellos que estaban en peligro al haberse unido a la Iglesia.
Solo la presencia del Espíritu Santo regenera el corazón egoísta al punto de que le sea posible entregar sus posesiones personales al servicio de la misión. Cuando el Espíritu Santo tomó posesión de las mentes y los corazones de los creyentes de la Iglesia primitiva, estos fueron capaces de compartir sus posesiones personales. Este programa de asistencia económica y caritativa no dependía de fondos gubernamentales o de organizaciones privadas, sino que era sostenido con las ganancias de las ventas de casas y tierras de los creyentes, en otras palabras, con donaciones personales. Los primeros creyentes cristianos lo hicieron porque vieron la necesidad ajena y, debido a esa práctica, los mendigos y las personas necesitadas entraron en la nueva categoría de personas sin necesidades.18
La caridad como religión verdadera
La falta de pobres en el Libro de los Hechos permanece como un testimonio vivo a través de los siglos, de la superioridad de la religión verdadera. Santiago acertadamente invita a los creyentes a ser “hacedores de la palabra” y no solo oidores (St 1,22) ¿En qué consiste la verdadera religión? Santiago responde: “La religión que Dios nuestro Padre acepta como pura e irreprochable es esta: cuidar a los huérfanos y las viudas en su angustia y evitar que el mundo los contamine” (St 1,27).
Es posible escuchar en las palabras de Santiago un eco de las palabras de Jesús: “Porque tuve hambre y me disteis de comer; cuando tuve sed, me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me cubristeis; yo estaba enfermo y me atendisteis; en la cárcel y me visitasteis” (Mt 25,35-37). Sería apropiado concluir que las actividades de ayuda humanitaria que nos permiten alcanzar el reto presentado en estos textos bíblicos son consistentes con lo que la Biblia llama la religión verdadera. Pablo apoya este principio en Romanos 12,20 cuando cita Proverbios 25,21 y dice: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale agua para beber”.
La verdadera religión trae consigo alivio a las necesidades humanas, incluso las necesidades económicas. La angustia de los huérfanos y las viudas toca el corazón de nuestro Padre, de manera que pone en el corazón de sus siervos sus propios deseos de “defender la causa del huérfano” y “defender la causa de la viuda” (Is 1,17). La caridad cristiana verdadera traerá consigo buenas obras que moverán el corazón humano a darle gloria a Dios, y no al agente humano que Dios utiliza para extender su bendición.19
Bryant Myers20 define la pobreza desde una cosmovisión bíblica, como esencialmente un problema visible de ruptura de relaciones a causa del pecado (relacional y espiritual). Tal ruptura afecta la identidad colectiva e individual de la persona. Myers considera que una visión bíblica expone otras definiciones deficientes de la pobreza, como carencia material, que se resuelve con intervenciones materiales.
La visión bíblica resuelve el falso divorcio entre el evangelio como acción social o como proclamación (predicación), al establecer que el pobre es un hermano atrapado en sistemas y estructuras sociales de poder abusivas, narrativas sociales falsas, relaciones humanas deficientes y alguien en necesidad de ser redimido.
Los creyentes, al redistribuir los bienes materiales, estaban comunicando de manera concreta que entre ellos “no había más pobres”, pues el evangelio ha borrado esa categoría, al colocarlos a todos en el plano de la hermandad. Ya sea al sentarse juntos a la mesa o en las transacciones del mercado, el creyente ve en el otro un hermano y un hijo de Dios. A través de la misión holística, invitamos al pobre a descubrir su verdadera identidad en Cristo. Tras su encuentro con Jesús, Zaqueo entendió que como hijo de Abraham ya no podía posicionarse por encima de sus hermanos y convertirse en opresor. Como resultado de recibir la salvación, él salió a repartir sus bienes materiales, pues ambos están relacionados.
Misión y ministerio a través de las ofrendas
Fue en Antioquía donde los discípulos (seguidores de Jesús) fueron llamados cristianos por primera vez (Hch 11,26). Es posible que esto pudiera estar relacionado con el hecho de que fue allí donde se recogió una ofrenda para los hermanos y las hermanas (ciertamente pobres) que vivían en Judea (Jerusalén). El texto dice: “Los discípulos, cada uno de acuerdo a sus habilidades, decidieron ayudar a los hermanos y hermanas que vivían en Judea. Esto lo hicieron, enviando sus dones a los ancianos a través de Bernabé y Saulo” (Hch 11,29-30). Proveer ayuda (εἰς διακονίαν) en este contexto puede ciertamente significar proporcionar recursos (dinero, regalos) para ayudar a los hermanos en apuros. En cuanto a este ministerio de los creyentes, Thomas expresa: “Enraizado en Hechos 2 y 4, puede haber sido el origen de los esfuerzos subsiguientes de ayuda y desarrollo”.21
La caridad cristiana no se practicaba solo dentro de los límites de una determinada iglesia o comunidad, sino, como se ve aquí, trascendía las barreras geográficas y las fronteras de los países. La ofrenda de socorro ayudó a las primeras iglesias cristianas a permanecer unidas en el cuerpo de Cristo (la única familia de Dios), aumentando así el compañerismo entre ellos y promoviendo el acto de compartir, incluso en medio de pruebas y pobreza.
En cuanto a las iglesias macedonias, Pablo escribió: “Aun en tribulación, la abundancia de su gozo y su extrema pobreza se derramaron en rica generosidad. Porque atestiguo que dieron con agrado todo lo que pudieron, e incluso más allá de sus capacidades, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos” (2 Co 8,2-4).
El apóstol Pablo tuvo especial consideración por los miembros de la iglesia local: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Ga 6,10).22 Pero aún más allá, su llamado incluía a los enemigos: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber” (Rom 12,20).
Autosostén y misión holística
El apóstol Pablo escribió: “Pero os rogamos, hermanos, que abundéis en ello más y más; y que procuréis tener tranquilidad, y ocupaos en vuestros negocios, y en trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos mandado, a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada” (1 Tes 4,10-12).
Los creyentes no debieran depender (ser una carga) de otros. Debieran vivir una vida tranquila, trabajar con sus propias manos y no interferir en los asuntos ajenos. Los creyentes serían personas dignas, capaces de autosostenerse y de convertirse en ciudadanos respetables.
El apóstol afirma el principio de que todos deben trabajar y proveer para su propia familia. El alentó a los creyentes a sostenerse a través del trabajo manual. La ociosidad entre creyentes y no creyentes debiera dar paso al trabajo productivo. “No estábamos ociosos cuando estábamos con ustedes, ni comimos la comida de nadie sin pagarla. Por el contrario, trabajábamos noche y día, trabajando y trabajando para que no fuésemos una carga para nadie” (2 Tes 3,7-8).
Cuando los programas de ayuda humanitaria y desarrollo se implementan de acuerdo con los principios del reino de Dios, el prójimo —el refugiado, el pobre, el enfermo, el huérfano y la viuda— es valorado y amado. Así es como la ley divina se cumple y Dios mora entre su pueblo.23
La siguiente historia presenta elocuentemente este principio. Mientras trabajaba como director de ADRA Azerbaiyán, uno de nuestros programas estaba dirigido a capacitar a refugiados e indigentes a través de microcréditos. Ellos debían presentar un plan de negocios y ser sometidos a una evaluación posterior para recibir el préstamo.24 Muchos refugiados se inscribieron en el programa buscando una nueva oportunidad para reestablecerse.
En cierta ocasión, una señora insistió en verme personalmente. Por tres días consecutivos vino a mi oficina esperando entrevistarse conmigo. Ella vivía en una región distante, por lo que su insistencia le significó tener que hospedarse tres días con parientes en la ciudad, alejada de su familia. Cuando finalmente nos reunimos, me explicó que era viuda, madre y refugiada de guerra (en la época en que había guerra entre Armenia y Azerbaiyán). Ella era la cabeza de su hogar y estaba a cargo de varios niños, además de sus padres ancianos. Después mencionó haber calificado para el programa de microcrédito. Debo admitir que me imaginé que venía a pedirme que la excusara por no poder cumplir con la cuota mensual o a solicitarme un favor. En cambio, su pedido era diferente. Ella quería que fuéramos a visitarla, de manera que el coordinador y yo viajamos hasta su pueblo preguntándonos cuál sería el motivo de tal pedido.
Al llegar a su localidad, nos explicaron que el gobierno local había entregado lotes de tierra para que los refugiados pudiesen construir nuevos hogares. Esta mujer nos contó que ella había sido una de las beneficiarias. Al principio, su casa consistía en un solo cuarto. Pero el préstamo de ADRA le permitió generar nuevas ganancias y así logró construir otra habitación (y duplicar el tamaño de su casa). Los niños y ella ocupaban un dormitorio, y sus padres el otro. Con orgullo, esta mujer mencionó que ya estaba planeando iniciar la construcción de una tercera habitación, lo que aumentaría así el tamaño de la casa considerablemente.
Con esta visita, ella deseaba expresarnos su profundo agradecimiento por haberle confiado un préstamo que había repagado fielmente. Ella me comentó cómo la capacitación que ADRA le había proporcionado la había ayudado a reorganizar su vida. Ahora tenía nuevos propósitos, sentido de dirección y planes para el futuro. Podía sostenerse a sí misma y sin depender de nadie. Concluyó diciendo que ella tenía la certeza de que Dios (Alá) nos había traído a ese lugar para asistir a su familia.
Esta mujer, en el proceso de reconstruir su hogar, recibió mucho más que un préstamo. Recibió una nueva visión de sí misma, de otros y de Dios, que responde al clamor del necesitado.
Finalmente, Pablo habla de “someternos a las autoridades gobernantes” (Rom 13,1), quienes a su vez son siervos de Dios. No solo Pablo subraya que el creyente debe pagar sus deudas, sino que la deuda más importante es actuar con amor: “No tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros. De hecho, quien ama al prójimo ha cumplido la ley” (Rom 13,8).
Conclusión
Cuando el justo vive por fe, acepta formar parte de una nueva creación, una nueva manera de ser humano, en la que ya no adopta los patrones de este mundo (Rom 12,2), sino los principios del cielo.
¿De qué manera concreta se manifiesta este vivir por la fe? En Cristo formamos una familia multiétnica (la Iglesia), una nueva humanidad obediente, cuya cabeza es el segundo Adán. Nuestra misión, que no es nuestra, sino de Dios, es la de invitar a todas la naciones, tribus y lenguas a participar de esta nueva familia al recibir a Cristo, quien regenera cada área de la realidad humana desfigurada por el pecado.
Pablo, siguiendo el modelo de Cristo, describe esta nueva dinámica espiritual en términos de la ley del amor. Cuando el amor toca al enfermo, lo sana en su totalidad; cuando el amor alcanza al pobre, lo viste y le da una nueva identidad; cuando el amor toca las sociedades divididas por el estatus social y el egoísmo en sus muchas formas, estas descubren que a los ojos de Dios todas comparten la necesidad desesperada de la redención divina.
La misión holística consiste en ofrecer una visión restauradora de la creación toda. En ella, las relaciones humanas, el conocimiento de Dios a través de su palabra, la identidad personal y colectiva, los valores, las costumbres, las leyes que rigen las decisiones económicas, la visión que tenemos de los otros, en fin, todo, es llevado cautivo a los pies de la cruz para que sea purificado, santificado y encuentre unidad y propósito. Como agentes de cambio, tenemos que operar con una visión integral que unifique la realidad. Tal encuentro no solo tiene el poder de traer nueva savia en la vida de nuestras iglesias locales, sino también el de permitir que el evangelio cumpla su función y sea relevante cuando cruce barreras culturales, sociales, de género o cualquier otra división.
Llamado a todos los creyentes
La misión en palabras y hechos requiere un caminar diario con Dios a través del estudio concienzudo de la Biblia, además de caminar con el necesitado, que es nuestro prójimo. El apóstol Pablo, siguiendo el ejemplo de Cristo, nos da un modelo para imitar. No solo Pablo enfatiza la necesidad de que el creyente pague sus deudas (Rom 13,7), sino que urge a los creyentes a demostrar amor los unos por los otros al pagarnos con amor, que es la manera en que el creyente cumple la ley de Dios. Él escribe: “No deje que ninguna deuda permanezca pendiente, excepto la deuda continua de amarse unos a otros, porque el que ama a sus semejantes ha cumplido la ley” (Rom 13,8). Dios nos ayude a recobrar una visión de la gran comisión y nos dé el coraje de llevarla adelante. Y espero que como resultado podamos experimentar la promesa descrita en Apocalipsis 7,9-17, que dice:
Después de esto miré, y he aquí una gran multitud de todas las naciones y razas y pueblos y lenguas, y nadie podía contar su número. Están de pie delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y llevando palmas en sus manos. Aclaman a gran voz diciendo: “¡La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado sobre el trono, y al Cordero!”. Todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, se postraron sobre sus rostros delante del trono y adoraron a Dios diciendo: “¡Amén! La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. ¡Amén!”. Uno de los ancianos me preguntó, diciendo: Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido? Y yo le dije: Señor mío, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestidos y los han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios y le rinden culto de día y de noche en su templo. El que está sentado en el trono extenderá su tienda sobre ellos. No tendrán más hambre, ni tendrán más sed, ni caerá sobre ellos el sol ni ningún otro calor; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a fuentes de agua viva, y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos”.
Wagner Kuhn
Andrews University
Michigan, Estados Unidos
kuhn@andrews.edu
1 Véase Mateo 25,31-46.
2 Miembros de la Iglesia adventista a través del bautismo.
3 N. T. Wright, “Paul and Missional Hermeneutics”, en The Apostle Paul and the Christian Life: Ethical and Missional Implications of the New Perspective, ed. Scot McKnight y J. B. Modica (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2016), 179.
4 Parte del contenido de esta parte fue adaptado de Wagner Kuhn, Transformação Radical: Em Busca do Evangelho Integral (Ingeniero Coelho, BR: UNASPRESS, 2016), 60-71.
5 Lesslie Newbigin, Signs Amid the Rubble: The Purposes of God in Human History (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2003), 117-118.
6 Arthur F. Glasser, Kingdom and Mission (Pasadena, CA: Fuller Seminary Press, 1989), 161.
7 Christopher J. H. Wright, The Mission of God’s People: A Biblical Theology of the Church’s Mission (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2010), 275. Wright escribe: “La acción social sin interés evangelístico es tan incompleta como el evangelismo sin preocupación social. Preocuparse por los pobres y hambrientos, sin preocuparse porque escuchen las buenas nuevas de Jesús no es ni seguir el ejemplo de Jesús, ni mucho menos llevar a cabo una ‘misión holística’” (ibíd.).
8 Ellen G. White, Ministry of Healing (Silver Spring, MD: Ellen G. White Estate, Inc., 1905), 17.
9 Olaotse O. Gabasiane, “Relational Care as Ministry to the Marginalized”, Journal of Adventist Mission Studies 6, n.º 2 (otoño 2010): 14-21.
10 Felix Cortez, “The Mission-Charity Dilemma: Fresh Perspectives from Paul’s Practice”, Journal of the Adventist Theological Society 26, n.º 1 (2015): 166.
11 White, Ministry of Healing, 19-22.
12 Ibíd., 111.
13 Ibíd., 504.
14 Para una discusión informada sobre las demandas y desafíos del evangelio, véase Richard Stearns, The Hole in Our Gospel (Nashville, TN: Thomas Nelson, 2009).
15 Parte del contenido de esta parte fue adaptado de Kuhn, Transformação Radical, 72-75.
16 Roelf S. Kuitse, “Holy Spirit: Source of Messianic Mission”, en The Transfiguration of Mission: Biblical, Theological and Historical Foundations, ed. Wilbert R. Shenk (Scottsdale, PA: Herald Press, 1993), 120.
17 Jesús dijo en Lucas 14,13-14: “Y dijo también al que le había convidado: ‘Cuando ofrezcas una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no sea que ellos a su vez también te conviden y tengas ya tu recompensa. Antes bien, cuando ofrezcas un banquete, llama a pobres, mancos, cojos, ciegos, y serás bienaventurado, ya que ellos no tienen para recompensarte; pues tú serás recompensado en la resurrección de los justos’”.
18 Comité para la Evangelización Global de Lausanne (LCWE por sus siglas en inglés), Christian Witness to the Urban Poor, Lausanne Occasional Papers No. 22 (Wheaton, IL: Lausanne Committee for World Evangelization, 1980), 11. La declaración del LCWE describe la iglesia cristiana primitiva así: “La iglesia del Nuevo Testamento buscó vivir bajo la guía del Espíritu Santo para continuar con una manera de actuar consistente con los valores del Reino de Dios hacia las posesiones materiales. El servicio a Dios y el compartir la vida en hermandad tomaron prioridad por encima de todo. La seguridad de la iglesia estaba cimentada en la provisión de Dios a través de su pueblo y toda propiedad estaba a disposición de la comunidad. Se abolieron las distinciones sociales y juntos superaron la pobreza”.
19 “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).
20 Bryant Myers, Walking with the Poor: Principles and Practices of Transformational Development (Maryknoll, NY: Orbis Books, 2011).
21 Norman E. Thomas, “The Church at Antioch: Crossing Racial, Cultural, and Class Barriers”, en Mission in Acts: Ancient Narratives in Contemporary Context, ed. Robert L. Gallager y Paul Hertig (Maryknoll, NY: Orbis Books, 2004), 151.
22 Stearns, The Hole in Our Gospel, 187. Stearn escribe: “Si en la Iglesia estamos verdaderamente dedicados a la Gran Comisión, primero tendremos que hacer algo con respecto a la ‘Gran Omisión’. Nunca demostraremos el amor de Cristo al mundo, si no lo demostramos primero a la Iglesia, en toda la Iglesia, y eso incluye a aquellos que luchan por sobrevivir” (ibíd.). Véase también Cortez, “The Mission-Charity Dilemma”, 163-164.
23 Véase Levítico 19,18: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová”.
24 Para un buen artículo sobre la misión a través de programas de microfinanzas, véase Megan C. Boucher, “Ten Talents: The Role of Church-based Programs in the Microfinance Industry”, Missiology: An International Review 40, n.º 2 (abril de 2012): 167-179.