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3. Humanitas: el humanismo

en la educación romana

La vida no merece la pena vivirla a no ser que cuando hables seas capaz de arroparte en un manto de elocuencia que te haga irresistible e invencible, que provoque la admiración y el asombro de todos.

Luciano, El maestro de retórica

La paideia (o formación) griega se transforma en Roma en humanitas (humanidad):

Crearon las palabras latinas y las aplicaban directamente. Llamaban humanitas a algo que los griegos designaron como paideia. Es lo que nosotros llamamos también eruditio e institutio in bonas artes. Aquellos que se entregan de todo corazón a estas bonas artes son humanissimi. Pues el aspirar a esos productos espirituales es sólo dado entre todos los seres vivos al hombre y por eso esto se llama humanitas.1

Esteban Tollinchi nos dice que el concepto de humanitas es romano e incluye muchos aspectos, entre los que sobresale el desarrollo moral del individuo. Es en los Deberes, obra de Marco Tulio Cicerón, donde aparece por primera vez el concepto de humanitas,2 aunque, desde luego, dicho concepto se puede remontar hasta el filósofo estoico griego Panecio y el círculo de los escipiones, quienes llevaron el estoicismo griego a Roma. Tollinchi aclara que

la humanitas como concepto es romana y no se refiere a la generalidad que define a todos los seres humanos, sino más bien a la serie de normas de conducta que debieran redundar en la creación de la persona moral.3

El concepto de humanitas implica también conocimiento de sí mismo y perfeccionamiento de la persona. El lema de humanismo romano es: “Soy hombre y nada de lo humano lo considero ajeno”, Homo sum et nihil a me alienum puto, que Terencio deriva de Menandro.4 Con Panecio se convierte en el programa del círculo de los escipiones. El concepto de humanidad va más allá de lo local o nacional y de lo individual. Asimismo, se da con los romanos la idea del derecho natural, que combina el concepto estoico de la naturaleza con la humanitas; se trata pues de los “derechos humanos comunes a todos los hombres”. Dentro de este campo conceptual se desarrolla también el derecho romano, con una “jurisprudencia más racional y rigurosa”, promovida por Quinto Mucio Escévola.

El ideal romano del ser humano es la honestidad; “de hecho, el romano se sintió más cómodo con el ideal del ser humano íntegro, honestum, en perfecta armonía con el logos, que con toda la fundamentación ética sobre la naturaleza, que mucho le parecía tener de metafísica”.5 Justicia, virtud, deber (officium), honor son conceptos que recibimos de la orientación moral romana.

Todo lo que es honesto procede de una de estas cuatro partes o aspectos: en efecto, o consiste en el sutil discernimiento de lo verdadero; o en la salvaguarda de la sociedad de los hombres, concediendo a cada uno lo suyo y siendo fieles a los compromisos contraídos; o en la grandeza o reciedumbre de un espíritu excelso e invencible; o en el orden y mesura de todo cuanto se hace y se dice; en lo cual consisten la moderación y la templanza.6

La moral estoica parte de la desesperanza. Zenón de Citium, fundador del estoicismo, dejó de tener esperanza en la polis, y por ello afinca la ética en la naturaleza. “Si Roma aceptó el racionalismo de la ética, lo aceptó con la condición implícita, típicamente romana, de la preeminencia de la voluntad”.7 El griego destaca la virtud como conocimiento; el romano subraya el querer. La idea de la virtud/excelencia (areté) se transforma al pasar de Grecia a Roma: virtus. Los romanos destacaron el aspecto pragmático y voluntarista de la filosofía. De esta manera el estoicismo romano logró el acceso a un público mucho mayor, razón por la cual se revitalizó y pudo mantener una duradera vigencia. Roma derivó hacia una búsqueda de un tipo ideal de ser humano, ideal que se proyecta en sus símbolos: Eneas, Escipión, Emiliano, Catón, entre otros. La filosofía así entendida es más una sabiduría que una teoría, pues la sabiduría es el conocimiento necesario para el buen vivir. Y esto sigue siendo válido, nos dice Tollinchi, pues todavía apreciamos más al sabio que al teórico. Aunque la idea estoica de extirpar las pasiones es paradójica, “indica cuando menos que el hombre alcanza algún tipo de superioridad sobre todos los males y pesares que suelen agobiar a la mayor parte de la humanidad”.8

La filosofía y la retórica estaban separadas en Sócrates, Platón y los estoicos griegos, mientras que la filosofía romana une la retórica y la filosofía (según Tollinchi, Marco Aurelio rechaza “el nefasto consorcio”). En efecto, Marco Tulio Cicerón agrega a las virtudes del sabio el ideal del orador, quien sintetiza ahora el ideal del sabio. Cicerón exige que el orador tenga formación filosófica, histórica y jurídica. La fe de Cicerón es, sobre todo, la virtud, la cual eleva al ser humano por encima de la naturaleza; para él, “el ideal de la humanitas busca suavizar la hosca y agreste virtud de los romanos”.9 Esa suavización viene del efecto benéfico de la educación y la sensibilidad. En Catón el menor, por ejemplo, Tollinchi ve el ideal estoico hecho carne y hueso; él fue el símbolo de la virtud romana y el instrumento de lucha contra el imperio. Hasta César Augusto se valió del estoicismo “como instrumento para implantar la visión de Roma”;10 junto con él colaboraron en esa empresa Virgilio, Horacio y Tito Livio.

En la mentalidad romana virtus es un valor moral central y prácticamente absoluto, que justifica la historia —ne virtutes sileantur—, suscita la admiración, inspira la conducta de los contemporáneos y de los venideros y se halla idealmente situado en los tiempos de los antepasado —maiores—, con lo cual la conexión temporal de las generaciones cobra vigor y se transforma en una estructura profunda y permanente de la historia.11

Para Cicerón, de acuerdo con James Murphy:

La sabiduría sin elocuencia es de poca utilidad para los Estados, en tanto que la elocuencia sin sabiduría causa a menudo verdaderos daños. Por lo tanto, si alguien descuida el estudio de la filosofía y la conducta moral, que es lo más elevado y honorable que procurar se deba, y consagra toda su energía a la práctica de la oratoria, su vida civil se alimenta de algo inútil para sí mismo y nocivo para los demás. La elocuencia ha civilizado la sociedad. Es preciso estudiarla con el fin de capacitar a los hombres buenos para defender el Estado.12

Tollinchi señala que

sus esfuerzos [los de Cicerón] iban dirigidos más bien a la creación de la responsabilidad del individuo frente al Estado, a la transformación interna de dicho individuo, y partía de una confianza ilimitada en la educación como base de la perfectibilidad del hombre.13

Educación cimentada en la oratoria, en cuanto la vida en sociedad exige la posibilidad de convencernos por la argumentación.

El Estado del que habla Cicerón no es utópico pero sí ideal, y tiene como modelo la Roma republicana. Según este pensador, el ciudadano se debe a su patria. Al mismo tiempo que exalta la conciencia moral, advierte que fuera de la sociedad no es posible la vida humana: “La acción moral sólo es posible mediante la integración en la comunidad”.14

Cicerón y Quintiliano15 reúnen en la educación retórica todo el saber, incluso el filosófico y el moral (en ellos la retórica llega a ser filosofía y la filosofía se hace retórica). El orador se convierte en el ideal del ser humano que el educador debe formar, pues los “oradores son los representantes de la verdad misma”.16 La elocuencia, pues, debe poder llegar a abarcar todos los conocimientos del hombre culto. Como se puede ver, hay un predominio de la retórica en la educación romana. Esto es lo que se ha denominado “tradición ciceroniana”: “Para los romanos de este periodo, el principal objetivo del programa escolar era el hablar en público de un modo eficaz”.17

En cuanto a Quintiliano, lo más importante en su retórica es el programa que él elabora para la educación del orador ideal. Sus preceptos constituyeron el modelo para las escuelas romanas (incluso en el siglo xii sus ideas motivaron un interés temporal en los estudios literarios). Quintiliano propone que la educación comience desde la cuna, pues el lenguaje que escucha el niño debe ser un modelo digno de imitación por parte de él. El gramático debe enseñar la corrección en la escritura y en el habla, y también debe enseñar a apreciar la lectura e interpretación de los poetas (recte loquendi scientiam et poetarum ennarationem), proceso en el cual el estudiante debe primero imitar y luego inventar por sí mismo. La teoría de Quintiliano asigna tareas diferentes al grammaticus y al rethoricus, pues cada área tiene sus propias fronteras: la gramática enseña a hablar y escribir correctamente, mientras que la retórica enseña el discurso en un sistema completo, que incluye tanto la invención como la presentación del mismo.18 En este sentido, James Bowen afirma:

El gran mérito de la institutio oratoria reside sobre todo en su tratamiento de una serie de aspectos de la educación no tenidos en cuenta hasta entonces: reconocimiento del papel fundamental de maestro como mediador del proceso, e intento de aproximación a una psicología del aprendizaje. Ningún teórico anterior, incluido Cicerón, se había ocupado de tales cuestiones. El principio socrático de la “partería síquica”, el proceso mayéutico, había existido durante mucho tiempo como teoría; pero por basarse principalmente en la habilidad del maestro en extraer principios, y por carecer de una base constructiva, no podía ofrecer un esquema positivo de instrucción.19

Bowen agrega que Quintiliano estudia los procesos psicológicos de aprendizaje del niño y el proceso de enseñanza por parte del maestro; prefiere la enseñanza que se realiza en la escuela a la que se realiza en la casa de modo privado, y rechaza los castigos físicos (que eran muy comunes y crueles), que considera inútiles.

El ideal de la educación, según Quintiliano, es el hombre completo, pues el orador debe poder hablar de todo (est oratori de omnitas dicendum). En la enseñanza elemental, presidida por la gramática, se incluía en realidad una cultura general: letras, música, geometría, aritmética y hasta el estudio del movimiento de los astros. Los estudios superiores pertenecían a la escuela de retórica, que coronaba la educación del “hombre completo”.

Ahora bien, la gran paradoja de la educación romana es que era “honorable aprender, pero vergonzoso enseñar”. Esta expresión del retórico Séneca refleja bien la situación. El maestro era muy mal remunerado, de ahí que casi siempre eran esclavos o libertos los que desempeñaban el oficio de pedagogo. Tácito nos dice que las clases altas compraban esclavos griegos para la instrucción de sus hijos. Para Cicerón, las profesiones liberales eran “honestas”, en tanto que las otras, como la de los artesanos, eran indecorosas. El más honorable era el hombre político, que dedicaba su actividad a la dirección de la cosa pública, como buen hombre libre y ciudadano romano. Asimismo, Cicerón elogia la agricultura:

De todas las empresas de las que uno obtiene algún beneficio, nada es mejor que la agricultura, nada más productivo, nada más agradable, nada más digno de un hombre y de un hombre libre.20

Tácito considera profesiones honestas el arte militar, la ciencia jurídica y la elocuencia. En cambio, afirma que “el arte poética no estaba en lugar de honor”.

El estoicismo en la educación romana

El estoicismo siguió siendo la filosofía principal durante los dos primeros siglos del imperio. Es más, “queda la impresión de que fuera la única filosofía afín al romano de la época”.21 Pero a medida que avanza el imperio la virtud del estoico tiende a contraerse; el sabio no encuentra ya respaldo ni resonancia en el poderoso orden estatal. Se produce entonces un distanciamiento del ideal de la humanitas, y es en este escenario donde aparecen filósofos como Séneca y Epicteto.

Al producirse dicho debilitamiento del ideal de la humanitas, al sabio le queda la posibilidad del retiro a la vida privada. Y es esta fórmula la que, según Tollinchi, adopta Séneca,22 quien pone el acento en la voluntad; en esto radica su novedad. El sabio es el hombre que sabe dominarse a sí mismo, pues la razón ejerce el gobierno de sí mismo. La humanitas toma también un nuevo giro en Séneca y Epicteto; “se convierte en benignidad, afabilidad, en compasión con los humildes y con los débiles, incluso los gladiadores.”23 Séneca escribe: “Piensa que es tuyo el mal ajeno”,24 y en este sentido el estoico senequista entronca con el cristianismo.

Séneca enseña que la educación se encuentra con prejuicios formados en el seno de la familia.25 Afirma, además, que el cuidado de sí mismo nos permite llevar una vejez con tranquilidad del alma y disfrute sosegado de la vida.26

Para Séneca, “el servicio del alma se integra a la red de amistades [y] se desarrollaba dentro de comunidades culturales”.27 Vemos entonces que el cuidado de sí implica la relación con el otro ser humano,28 que es modelo de conducta (se puede apreciar aquí un magisterio del ejemplo). Mientras no cuidemos de nosotros nos hallamos en un estado de estulticia, que es el polo opuesto al cuidado de sí mismo. El estulto pierde el tiempo, se dispersa y está determinado por diversos factores (externos o internos), mientras que el yo puede decidir libremente.29 En la retórica actuamos sobre los otros por medio del discurso.30

En el mundo helénico la filosofía actúa a través de una forma institucional: la escuela (skhole), la cual implica una existencia comunitaria. En algunos casos se practicaba la dirección de la conciencia, que en la educación romana asumía la forma del consejero privado (recordemos que una de las etimologías de educación es educere: “tender la mano, guiar, salir de allí, conducir fuera”).31

El maestro estoico no es maestro de la memoria; no se limita a trasmitir lo que el otro no sabe, sino que contribuye a la formación del sujeto.32 El maestro es el mediador en la relación del individuo en su constitución como sujeto. El filósofo estoico Musonio Rufo señala que cuando se trata de transformar los malos hábitos, las actitudes de los individuos, es necesario un maestro.

El conocimiento de la naturaleza dirigido al cuidado de sí es mucho más importante para los estoicos que para los epicúreos y los cínicos. Entre los estoicos sólo Aristón de Quíos pensaba que únicamente los principios de la moral son importantes. Séneca recusa el enciclopedismo y, por el contrario, reconoce que es importante ver el mundo con los ojos del espíritu. Señala, además, que llegamos a nosotros mismos recorriendo el ciclo del mundo: podemos “apreciar en su justa medida lo que somos efectivamente en la tierra, la medida de nuestra existencia”.33 El conocimiento de la naturaleza nos permite ubicar bien el lugar que ocupamos en ella, lo cual contribuye a tranquilizarnos. No somos más que un punto en la inmensidad del espacio y en la infinitud del tiempo. Conocimiento de sí y conocimiento de la naturaleza no son posibilidades disyuntivas, sino que el uno se implica en el otro. En los estoicos el conocimiento del mundo no nos arranca del mundo, pues “el alma virtuosa es un alma que está en comunicación con todo el universo”.34

En la época helenística se desarrolla también la idea de la educación generalizada para toda la vida; es decir, la vida entera se hace educación. El cuidado de sí reconducido a la totalidad de la vida consiste en que

Uno va a educarse a sí mismo a través de todas las desventuras de la vida. Ahora hay algo así como una especie de espiral entre la forma de la vida y la educación. Debemos educarnos perpetuamente a nosotros mismos, a través de las pruebas que se nos envían y gracias a esa inquietud de sí mismo que hace que la tomemos en serio. Nos educamos a nosotros mismos a lo largo de toda la vida, y al mismo tiempo vivimos para poder educarnos. La coextensividad de la vida y la formación es la premisa característica de la vida como prueba.35

También en Epicteto36 halla Foucault bien trabajada la ética del cuidado de sí mismo:

Epicteto [...] enseñaba en un marco que se parecía mucho más al de una escuela; tenía varias categorías de alumnos: unos sólo estaban de paso, otros se quedaban más tiempo a fin de prepararse para la existencia de ciudadanos ordinarios o incluso para actividades importantes, y algunos otros, finalmente, destinándose a convertirse en filósofos de profesión, debían formarse en las reglas y las prácticas de la dirección de la conciencia.37

Asimismo, la más alta elaboración filosófica de la ética del cuidado de sí la encuentra Foucault en Epicteto:

El ser humano es definido, en las Conversaciones, como el ser que ha sido confiado a la inquietud de sí. Ahí reside la diferencia con los otros seres vivos [...]. El hombre debe velar por sí mismo. Zeus ha querido que el ser humano disponga libremente de sí mismo y es por ello que le ha concedido la razón. La razón se caracteriza porque es capaz de valerse de sí misma. Zeus nos ha dado el poder y el deber de ocuparse de sí. En la naturaleza al ser humano es al único que le ha sido encomendado cuidar de sí mismo. La inquietud de sí es para Epicteto un privilegio-deber, un don obligación que nos asegura la libertad obligándonos a tomarnos a nosotros mismos como objetos de toda nuestra aplicación.38

De acuerdo con Epicteto, todo ser humano posee alguna noción del bien y del mal, de lo que es la felicidad y del deber. A cada uno se le ha confiado un papel en el drama de la vida; dicho papel no depende de uno, pues uno no es su autor, pero sí depende de uno representarlo como es debido. Cada uno ha de desempeñar su papel de acuerdo con sus fuerzas, y no hay que pretender ir más allá de las propias fuerzas. Cada ser humano valora su propio ser; está en uno mismo valorarse como un ser libre o como un esclavo. Uno no ha de ser obstáculo para sí mismo. “Empieza a juzgarte digno de vivir como hombre”.39

Para Epicteto, la libertad del alma está en la virtud; el vicio, por tanto, es esclavitud. La filosofía debe comenzar por reformarlo a uno mismo, y solo después a los demás: “El ser libre o esclavo no depende de la ley ni del nacimiento, sino de nosotros mismos”.40 Existen otras formas de esclavitud: se puede ser esclavo de las pasiones, esclavo del cuerpo, esclavo de los bienes materiales, etc. La educación filosófica nos ayuda a saber aplicar los conceptos universales a los casos particulares y a distinguir lo que depende de nosotros de lo que no depende de nosotros. Lo bueno y lo malo solo pertenece a lo que depende de nosotros, es decir, de nuestro albedrío. Depende de nosotros el uso que hagamos de las representaciones. Los conceptos son comunes a todo el género humano, pero la aplicación de esos conceptos varía mucho, y de manera individual. Cada uno entiende a su modo lo que es racional o irracional. Nuestras decisiones dependen de nuestras opiniones. En este sentido, vemos que Epicteto da mucha más importancia a la libertad y a la voluntad que los estoicos anteriores. Lograremos la tranquilidad del alma si deseamos solo lo que depende de nosotros, lo que es parte de nuestra libertad.

El pensamiento de Epicteto lo podemos deducir de sus máximas, según veremos a continuación. La ética de la generosidad está presente en este filósofo: “Al sol no hay que suplicarle para que dé a cada uno su parte de luz y de calor. Del mismo modo, haz todo el bien que de ti dependa sin esperar a que te lo pidan”.41 El perdón es mejor que la venganza. La venganza es la conducta de las fieras, mientras que el perdón es la virtud del sabio. Epicteto reconoce que el aprendizaje verdadero se halla por fuera de los libros: “Lo que verdaderamente instruye no son los libros, sino las ocasiones”.42 La ética no es solo aprender a vivir, sino a bien morir: “Cuando sea llegada la hora de morir, moriré; pero moriré como debe morir un hombre que no hace más que devolver lo que se le concedió”.43 El hombre sabio o virtuoso acepta el orden armónico del universo presidido por los dioses. Por eso es preciso aceptar la realidad, sin cambiarla. Lo que es necesario cambiar son nuestras opiniones sobre las cosas: “Lo que perturba a los seres humanos no son precisamente las cosas, sino la opinión que de ellos se forman”.44 El orden del mundo es bueno porque es obra de la providencia divina, que es lo mismo que el destino. Si algún mal se da, tiene sentido dentro del conjunto universal de las cosas, contribuye a su armonía; por eso también hay que aceptarlo, pues hace parte de la necesidad que une todas las cosas en un destino común.

Para Marco Aurelio,45 la ética consiste en fijarse un objetivo en la vida, y no desviarse de él. Foucault destaca la idea de que con los estoicos, especialmente con Marco Aurelio, se produce una autofinalización de la inquietud de sí mismo. Es decir, el cuidado de sí no tiene otra finalidad que uno mismo, es una actividad soberana. En el Alcibíades platónico el cuidado de sí era un complemento de la educación (véase el capítulo 2). Pero más adelante la inquietud de sí se identifica con el arte de vivir (tekhne tou biou) y, por tanto, es un arte necesario para toda la vida, no solo para la juventud. El cuidado de sí implica un volverse hacia sí mismo (convertere ad se, dice Séneca); es, por tanto, una liberación. Hay cierta incertidumbre en saber si el yo es algo que ya está ahí o más bien una meta que ha de alcanzarse. La epistrophe (conversión) de que hablan los estoicos, epicúreos y cínicos, ya no sigue el modelo platónico de la reminiscencia.

Marco Aurelio distingue entre el ciudadano de una patria y el ser humano como partícula del Universo. El sabio participa de la razón del Universo: “a la vez que se resalta el carácter divino de la Naturaleza se evidencia la posibilidad de una relación personal con ella”.46 Plotino recibe esta sugerencia y la transforma “en una condición verdaderamente mítico-religiosa”.47 La sabiduría es conocimiento de lo Uno y ascenso del alma hacia él. El bien es unión mística con lo Uno:

La polis y el imperio han desaparecido por completo del panorama intelectual del sabio. En su lugar, lo que advertimos es la nostalgia de la unión; de identificación con lo Uno, frente a lo cual la virtud moral o política pierde todo sentido. La platonópolis de Plotino no es ni siquiera un remedo de la Academia platónica; apunta más bien al retiro del mundo, al monasterio cristiano.48

La cultura occidental es inimaginable sin Roma y su pensamiento religioso y filosófico. “El realce que el sabio estoico dio a la autonomía moral del individuo tiene que haber servido para humanizar la cultura de los tiempos”.49 Con Epicteto la humanitas experimenta por primera vez la igualdad y, de acuerdo con Tollinchi, se atenúan las diferencias de clase.50 El impacto del estoicismo se nota también en la separación de política y religión, separación que se da completamente en la modernidad, cuando el Estado no se concibe para el bien común sino para el poder (como en la teoría de Maquiavelo). Por ello, agrega Tollinchi, no es casual el resurgimiento moderno del estoicismo, como en el pensamiento de Montaigne, Locke o Spinoza. La tolerancia de la que habla Cicerón también fue bien acogida en el mundo liberal moderno.

La educación de la mujer

en Roma

El papel de la mujer en la educación fue más importante en Roma que en Grecia:

La mujer fue aquí la educadora en el más completo sentido de la palabra [...]. El pater familias reina aquí con un poder jurídicamente ilimitado, pero la madre tiene asegurado el predominio, por una costumbre sólida, en la educación de los niños.51

Los escipiones pensaban que la educación de la mujer era necesaria. Asimismo, el filósofo estoico Musonio Rufo consideraba que la educación debe ser igual para el hombre y para la mujer. Un ejemplo de mujer educada en Roma lo encontramos en Cornelia (hija de Publio Cornelio Escipión, el africano, y madre de Tiberio y Cayo Graco), quien recibió una esmerada educación que luego se evidenció en las diversas actividades de su vida.

De todas las virtudes de Cornelia, ha sido precisamente esa entrega al cuidado de sus hijos y ese esmero en su educación lo que la ha convertido en modelo de madre, que Tácito, tres siglos después, añorara.52

La constitución de las “artes liberales” en la educación romana

Cicerón designó con el término “artes liberales” al sistema pedagógico que los griegos denominaban educación general o enciclopedia (egkyklios paideia), la cual incluía siete artes liberales, agrupadas en lo que se conoce como el trivium y el quadrivium. El trivium está constituido por las artes del lenguaje (gramática, retórica, dialéctica), y el quadrivium está constituido por la música, la aritmética, la geometría y la astronomía. Entre todas ellas, la retórica fascinó a los romanos, y fue un arte que nos hizo más conscientes de los recursos del lenguaje. En la vida pública el arma es la palabra certera. La verdad en los tribunales la decide el juez; al abogado le basta la verosimilitud, que es mucho menos que la verdad. La elocuencia es una virtud, pero tiene que ir acompañada de honradez y prudencia.

Lo que en la modernidad denominamos literatura estaba comprendido, entre griegos y romanos, en la gramática y la retórica. En la poesía fue Virgilio, con su Eneida, quien se llevó la palma de la gloria y el ideal que la educación literaria propagaría. “Virgilio llegó a ser el texto latino escolar por excelencia, y siguió siéndolo durante siglos”.53 Para los griegos, la Ilíada de Homero había sido su texto escolar; los romanos, por su parte, partían de Homero y continuaban con Virgilio. Y todavía en tiempos de San Agustín se leían con atención dichas obras; el mismo San Agustín afirma haber aprendido los versos de Virgilio, la trágica muerte de Dido, el saqueo de Troya y los extravíos de Eneas.54 La grandeza de Roma, sus fuerzas y virtudes, es lo que la épica de Virgilio nos ha transmitido en forma perenne.

No hay página de la Eneida en que no vibre entera el alma de Roma, no sólo en sus mitos, sino también en sus luchas futuras y en las peripecias heroicas. Es por eso que Virgilio hace del héroe aventurero Eneas un personaje de austeridad, severidad, obediencia al Hado, que según el ideal romano de Virgilio, constituían las virtudes de la estirpe, y eran la razón de su triunfo a través del tiempo.55

Tollinchi contrasta el ideal del héroe homérico con el ideal del héroe latino de Virgilio:

El amor tan gratuito a la vida —a pesar de que es una vida que, salvo la actividad (guerra, deporte) no ofrece grandes placeres— de repente se ve condicionado por el deber. La actividad no se justifica por el simple despliegue de energías, por la pura delectación física, sino por el fin que se persigue con ella. La areté, la virtud más importante del hombre homérico, se ve ahora desplazada por la paciencia y la resignación; el desdén y hasta desprecio por el débil y el doliente por una compasión que casi no conoce límites. En vez de la alegría, una sensibilidad extremadamente receptiva al dolor, a la tragedia, e inclinada a la melancolía; en vez del desenfado y la despreocupación, un intenso sentido de cura, de inquietud y desasosiego.56

Esta nueva actitud repercute en una nueva manera de sentir el tiempo. Ya no se trata del tiempo homérico instalado en el presente, sino que el presente se amplía para comprender el pasado y el futuro.

El recuerdo de Troya, de Anquises, une a Eneas al pasado. La misión que se le descubre en el fondo de los infiernos le suscita la preocupación del futuro. El futuro tratará de realizar la memoria del pasado mediante la fundación de una nueva Troya. Desde ahora en adelante, Roma será el motor de sus anhelos y de sus andanzas, y ya no conocerá más el descanso.57

El hombre romano comienza a sentir la premura del tiempo. Con esta conciencia del presente cargado de pasado y expectante de futuro se llega también a una conciencia histórica.

En cuanto a la lectura de los más apreciados trágicos griegos (Sófocles, Esquilo, Eurípides) y latinos (Terencio, Plauto, Cecilio, Afranio), Quintiliano tiene sus preocupaciones morales:

tenía serias dudas y no quería que ninguna comedia se leyese enteramente hasta que la moral de los alumnos fuese considerada “segura”, aunque él personalmente tenía la más alta consideración por las obras de Menandro.58

Pasando a otro momento histórico de Roma, encontramos que durante el periodo imperial es importante la figura de Marco Terencio Varrón (116-27 a. C), quien escribió Disciplinarum libri IX, donde se acopia todo el saber relacionado con las siete artes liberales, y donde su autor pretendió sin éxito incluir dos materias adicionales a las siete artes liberales: la arquitectura y la medicina. Muchos manuales posteriores siguieron el ejemplo de Varrón; uno de los más famosos es la Historia natural de Plinio el Viejo, quien en esta obra hace una crítica severa a la educación que se practica en su época:

No se hacen investigaciones originales que aporten contribuciones nuevas al conocimiento; en realidad ni siquiera los descubrimientos de nuestros predecesores son estudios cabalmente.59

Quintiliano y Plinio, entre otros, latinizaron la expresión griega egkyklios paideia, y la vertieron como encyclopedia, “que servía para ellos también para designar la educación general”.60

Otra gran obra fue el manual de gramática escrito por Aelio Donato: Ars maior, Ars minor. Donato se inspira a su vez en la gramática de Dionisio Tracio. La obra de Donato influyó en otra gramática importante, la de Prisciano Institutiones grammaticae. La obra de Prisciano y la de Donato sirvieron de modelo permanente a lo largo de toda la Edad Media europea en los estudios gramaticales. El gran orador cristiano, San Jerónimo, aprendió la gramática con la obra de Donato.

Vitrubio escribió Sobre la arquitectura, obra en la que recomienda un aprendizaje no solo técnico sino también humanístico: “Los arquitectos que, sin conocimientos culturales, pretendieron alcanzar pericia manual, no lograron conseguir prestigio por su trabajo”.61 En sus escritos, Vitrubio incluye las letras, la historia, la filosofía, la música y hasta la astronomía. La necesidad de estudiar la historia y la filosofía la explica este autor así:

El conocimiento de la Historia le es conveniente, ya que muchas veces se utilizan en los edificios diversos adornos, de cuyos argumentos debe explicar el significado a quienes le pregunten […]. La filosofía, por su lado, hace que el arquitecto tenga espíritu elevado, sin arrogancia y más bien accesible, justo y fiel, y, lo más importante, sin avaricia, pues ninguna construcción puede llevarse a cabo sin buena fe y honestidad; le prescribe, también, que no sea ambicioso, ni ansioso por recibir regalos, sino que resalte su dignidad con la moderación y la buena fama.62

La filosofía, dice Vitrubio, nos ayuda al conocimiento de la naturaleza de las cosas. Y la música nos hace comprender “la relación entre la música y la leyes matemáticas de la construcción”, idea pitagórica que se ha heredado y que no deja de reiterarse.

A Marciano Capella (410-427), autor de De Nuptiis Philologiae et Mercurii, se le atribuye el haber introducido el sistema de las siete artes liberales en la Edad Media:63 “Aunque Disciplinarum libri novem proponía nueve materias en el plan de estudios romanos completo, la medicina y la arquitectura habían sido suprimidas en el siglo v y quedaban siete materias. Capella las presenta en el siguiente orden: gramática, dialéctica, retórica, geometría, aritmética, astronomía y música”. San Isidoro de Sevilla y Casiodoro siguen este mismo orden, con lo cual quedan definidos los famosos trivium y quadrivium. Casiodoro es quien aporta la expresión “siete artes liberales”: “Le confirió prestigio mágico al añadirles el número siete: ‘La sabiduría construyó su templo y talló incluso siete columnas’ (Prov. 9:1)”.64

Boecio65 sigue en la música la ya tradicional idea pitagórica. Habla de la música mundana, que es la de las esferas celestes y refleja la armonía del cosmos; de la música humana, que refleja en el alma humana la armonía cósmica, y de la música de instrumentos, a la cual no da mucha importancia. Para él, conocer la teoría de la música es un saber más elevado que saber practicarla. Al igual que Platón, Boecio defiende un enfoque ético (moralista) sobre la música. Como comenta Enrico Fubini:

A la naturaleza humana la ennoblece una melodía dulce y la exaspera una melodía bárbara; debido a esto la música (Boecio sigue las líneas marcadas de la República de Platón) es un poderoso instrumento educativo y sus efectos, benéficos o maléficos, se explican en función de los modos que se usan.66

Boecio se propuso transmitir a la cultura latina el gran legado helénico; en efecto, tradujo varias de las obras lógicas de Aristóteles (como Sobre la interpretación y Las Categorías). La traducción de estas obras fue la que recibió la Edad Media latina, y durante mucho tiempo estas fueron las únicas conocidas obras del filósofo, hasta que se tradujeron del árabe al latín el resto de las obras. Boecio también escribió una introducción a La Isagoge de Porfirio, donde comenta el problema de los universales, que va a ser reiterativo en la Edad Media.

Conclusiones

Evaluando lo que fue la educación romana, escribe Stanley Bonner:

Naturalmente, esta sobrevaloración del discurso no la podríamos recomendar para nuestra época, pero sigue siendo verdad que, en una democracia moderna, la habilidad de presentar un caso a un auditorio de modo persuasivo es aún constantemente necesario en muchas etapas de la vida. Hay todavía algo que aprender de la antigua insistencia en el análisis cuidadoso y considerado, en la claridad en la disposición y en la argumentación, en el uso de los recursos de estilo y en la eficaz enunciación y pronunciación del discurso.67

Otro aspecto muy positivo que Bonner presenta con relación a la educación romana es el hecho de haber atendido a dos lenguas (latín y griego) y no solo a una, como ocurría en la educación griega:

Permitía a los alumnos leer la mejor poesía y la mejor prosa en las dos lenguas hermanas, y abría el campo fructífero del estudio comparativo de la literatura. Los romanos fueron así los verdaderos pioneros de una educación clásica.68

Tollinchi afirma que la retórica como ideal de formación humana no sobrevive a Cicerón, pues la auténtica retórica necesita de libertad, como en la democracia griega o en la república romana, y bajo el imperio esa democracia ya no existe. La retórica pasa entonces a ser un saber literario: se llama retórica “en la época imperial a toda obra literaria de alta calidad”.69 De hecho, como explica Bowen, hay en esa época una represión del pensamiento crítico.

Sólo los ingenui, miembros de las familias tradicionalmente libres, trataron de mantener en vigor la práctica de la libertad de expresión y los ideales republicanos de la democracia participante. También los filósofos, formados en Grecia y muy influidos por lo helénico, procuraron resistirse a los abusos en la limitación de las libertades y al decaimiento de la educación que se produjeron durante el imperio.70

Vespasiano se limitó a soportar la crítica de los filósofos, pero Augusto practica la censura y procesa rétores hostiles a los intereses del imperio; Domiciano, por su parte, desterró a todos los filósofos, incluido el gran estoico Epicteto.

La invasión de los bárbaros poco a poco puso fin a la incómoda convivencia de la cultura pagana y la cristiana. También puso fin a la educación pagana. Ya entonces Casiodoro proponía un nuevo tipo de currículo que incluyera algo más que la gramática y la retórica. Boecio le dio el nombre de ‘cuadrivio’ a esos estudios que se proponían ampliar los estudios romanos. Y el recuerdo de la retórica pareció apagarse de una vez por todas cuando Gregorio Magno ordenó la destrucción de las obras de Cicerón.71

Fue también Gregorio Magno (siglo vii) quien fustigó a Didie, arzobispo de Viena, por enseñar gramática, pues le parecía “impío” que un obispo hablara de esas cosas “que deben ignorar incluso los laicos”.72 Y Gregorio de Tours, gran predicador, confesaba que nunca aprendió retórica ni gramática (sum sine litteris rhetoricis et arte grammatica).

Pero pasado mucho tiempo, el humanismo del Renacimiento va a ponerse bajo la égida de Cicerón. Erasmo de Rotterdam se inclina reverente ante las obras del maestro de la elocuencia: “Quizás no sea muy exagerado afirmar que, de algún modo, toda la conciencia de la modernidad depende del ritmo de los periodos de Cicerón”.73 Petrarca cuenta su experiencia cuando su padre le leía pasajes de Cicerón y experimentaba cierta dulzura en las palabras (dulcedo quaedam). La defensa de los derechos naturales también depende de la filosofía de Cicerón. En cierto modo, advierte Tollinchi, se idealiza a Cicerón como a ningún otro escritor romano. Pero “Cicerón parece haber resistido los esfuerzos milenarios por denigrarle”.74 Ninguna figura romana ha sido tan estudiada como él.

Así pues, dos grandes tendencias dominaron la filosofía de la educación en Roma: la tendencia retórica, cuyos máximos representantes fueron Cicerón y Quintiliano, y la tendencia filosófica, representada por las escuelas filosóficas inspiradas en el estoicismo: Séneca, Epicteto y Marco Aurelio. Los filósofos no defendían la retórica, sino la sabiduría, el cuidado de sí y el cuidado del otro. Cicerón era estoico en la ética, como hemos visto, aunque escéptico en epistemología; pero tanto él como Quintiliano incluían la ética en la formación completa de lo que ellos denominaban “el orador”. Esta aceptación de la ética en la educación retórica había aparecido ya en Grecia con Isócrates. De todos modos vuelve a repetirse aquí la dualidad que se dio en la educación griega entre la formación filosófica y la retórica, con claro predominio de esta última.

Aulo Gelio, Noches áticas, México, UNAM, 2002, XII, p. 16.

1 Marco Tulio Cicerón (106 a.C.-43 a.C.) nació en Arpino, Italia. Su padre era el jefe del partido aristocrático en su provincia. En Roma se educó en el círculo de los escipiones, donde estudió retórica, jurisprudencia y filosofía griega; además, pasó dos años en Atenas estudiando filosofía. Creó para la filosofía un vocabulario en lengua latina. Hizo carrera política y llegó a ser cónsul en 63 a.C. Defendió a la república en vano, pues de todos modos triunfó el imperio. Después del asesinato de Julio César, Cicerón fue senador por dos años. Fue mandado a asesinar por el triunvirato (Antonio, Octavio y Lépido).Esteban Tollinchi, La metamorfosis de Roma, Río Piedras, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1998, p. 376.

2 Ibíd.

3 Ibíd., p. 377.

4 Cicerón, Los deberes, I, V, 15.

5 E. Tollinchi, Óp. cit, p. 379.Ibíd., p. 384.

6 Ibíd., p. 388.

7 Ibíd., p. 391.

8 Antonio Fontán, Humanismo romano, Barcelona, Planeta, 1974, p. 25. Un ejemplo de ese tipo de virtud lo encontramos en Eneas, el héroe de la Eneida de Virgilio, para quien la pietas es la virtud por excelencia. Piedad o respeto para con los dioses, para con los padres y para con la patria.

9 James Murphy, La retórica en la Edad Media, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, pp. 23-24.E. Tollinchi, Óp. cit, p. 172.

10 Ibíd., p. 191.

11 Marco Fabio Quintiliano (circa 36 a 96) nació en Calagurris, España. Estudió en Roma, donde ejerció como maestro de retórica durante veinte años. Escribió Institutio Oratoria, en el que dedica gran atención a la enseñanza y al ideal de la elocuencia.

12 Cicerón, De oratore, III, 2, 3.

13 Stanley Bonner, La educación romana, Barcelona, Herder, 1984, p. 431.

14 En el programa educativo de Quintiliano se incluía también la matemática, especialmente la geometría, por considerarse que esta es un buen medio de razonamiento. No se buscaba la educación matemática por sí misma.James Bowen, Historia de la educación occidental, 4.ª ed., Barcelona, Herder, 2001, vol. I, pp. 278-279.

15 Cicerón, Los deberes, XLII, 151.

16 E. Tollinchi, Óp. cit, p. 391.Lucio Anneo Séneca nació en el año 4 de la era cristiana, en Córdoba, España. En el año 12 viajó a Roma y estudió oratoria y filosofía. Fue cuestor, senador y cónsul. Fue además maestro de Nerón. Después de una fracasada conspiración contra Nerón, Séneca fue acusado, por lo cual el propio emperador le ordenó que se suicidara, y él así lo hizo (año 65).

17 Ibíd., p. 394.

18 Séneca, Cartas, 88.

19 En este sentido, Foucault señala que “la inquietud de sí debe invertir por completo el sistema de valores vehiculizados e impuestos por la familia”. Michel Foucault, La hermenéutica del sujeto, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 107.

20 “La inquietud de sí implica siempre una elección de un modo de vida”. Ibíd., p. 119.

21 Ibíd., p. 122.

22 “Para que la práctica de sí llegue a ese yo al que apunta, es indispensable el otro”. Ibíd., p. 131.

23 “Querer libremente es querer sin ninguna determinación”. Ibíd., p. 137.

24 “En la filosofía se trata de principios que uno pone a disposición de los otros para cuidar de sí mismo o de los otros”. Ibíd., p. 140.

25 Ibíd., p. 138.

26 Séneca nos enseña que “el individuo debe tender hacia un estado de sujeto”. Ibíd., p. 133.Ibíd., p. 260.

27 Ibíd., p. 272.

28 Ibíd., p. 418.

29 Epicteto nació en Hierápolis, Frigia (circa 50-138). Era hijo de un esclavo, y esclavo él mismo. Al ser liberado se dedicó a la filosofía y asistió en Roma a las enseñanzas del estoico Musonio Rufo. Un decreto del emperador Domiciano, mediante el cual se expulsaba a todos los filósofos de Roma, obligó a Epicteto a emigrar a Nicópolis, en el Epiro, donde tuvo su propia escuela filosófica. No escribió ninguna obra. Su pensamiento lo conocemos por los apuntes de su discípulo Flavio Arriano.

30 Michel Foucault, Historia de la sexualidad. La inquietud de sí, 3, México, Siglo XXI, 1992, p. 51.Ibíd., pp. 46-47.

31 Epicteto. Máximas. Los estoicos, Madrid, Ediciones Ibéricas, 1963, p. 53.

32 Ibíd., p. 68.

33 Ibíd., p. 64.Ibíd., p. 62.

34 Ibíd., p. 110.

35 Ibíd., p. 100.

36 Marco Aurelio (121-180), hijo de familia noble, llegó a ser emperador romano (año 106), como sucesor de Antonino Pío. La mayor parte de su libro Meditaciones lo escribió en su campamento militar, en los ratos libres. Cuando visitó a Atenas, en uno de sus viajes militares, creó cuatro cátedras de filosofía; cada cátedra representaba una de las escuelas filosóficas que estaban vigentes: aristotelismo, platonismo, estoicismo y epicureísmo.

37 E. Tollinchi, Óp. cit., p. 397.

38 Ibíd.Ibíd., p. 398.

39 Ibíd.

40 Ibíd.

41 W. Dilthey, Historia de la pedagogía, Lorenzo Luzuriaga (trad.), Buenos Aires, Losada, 1968, p. 63.

42 Mercedes Moreno Moreno, “Cornelia, madre e hija de héroes”, en: Jesús de la Villa (ed.), Mujeres de la Antigüedad, Madrid, Alianza, 2004, p. 130.S. Bonner, Óp. cit., p. 282.

43 Ibíd., p. 283.

44 Ettore Bignone, Historia de la literatura latina, Buenos Aires, Losada, 1952.

45 Esteban Tollinchi, Arte y sensualidad. Cincuenta imágenes del hombre y la tierra, Río Piedras, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1981, pp. 61-62.Ibíd., p. 62.

46 S. Bonner, Óp. cit., p. 285.

47 Plinio, Historia naturalis, II, XIV, 117.

48 J. Bowen, Óp. cit., tomo I, p. 293.

49 Vitrubio, “Sobre la arquitectura”, en: Servando Montaña, El hombre occidental, Santurce, Alpha, 1982, p. 101.Ibíd.

50 J. Murphy, Óp. cit., p. 57.

51 Robert Holmes Beck, Historia social de la educación, México, Uteha, 1965, p. 43.

52 Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio (470-525), considerado por Martin Grabmann como el último romano y el primer escolástico, se ocupó detenidamente del cuadrivio; escribió De Arithmetica y De musica, y parece ser que también escribió sobre geometría y astronomía, pero nada se conserva de estas últimas. Mientras estaba preso por orden de Teodorico, acusado de magia y conspiración, escribió la obra que lo ha hecho más famoso, La consolación de filosofía.

53 Enrico Fubini, La estética musical desde la Antigüedad hasta el siglo xx, Madrid, Alianza, 1999, p. 94.S. Bonner, Óp. cit., p. 431. Cursivas en el original.

54 Ibíd., p. 430. Cursivas en el original.

55 A. Fontán, Óp. cit., p. 78.

56 J. Bowen, Óp. cit., tomo I, p. 287.E. Tollinchi, La metamorfosis de Roma, Óp. cit., p. 194.

57 É Durkheim, Historia de la educación y de las doctrinas pedagógicas, Madrid, La Piqueta, 1982, p. 63.

58 Ibíd., p. 180.

59 E. Tollinchi, La metamorfosis de Roma, Óp. cit., p. 198.

Filosofía de la educación

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