Читать книгу Filosofía de la educación - Carlos Rojas Osorio - Страница 13
Оглавление6. Studia humanitatis: Renacimiento, filosofía, humanismo y educación
No es un alma, no es un cuerpo lo que se educa; es un hombre;
es preciso no hacer de él dos.
Miguel de Montaigne, Ensayos
Con el Renacimiento comienza la época de las autonomías, es decir, de la li-
beración de las distintas esferas de va-
lor —como diría Max Weber— y del dominio de la religión, dominio que se había prolongado a lo largo de la Edad Media. Grecia y Roma habían alcanzado en la Antigüedad la autonomía de algunos de esos dominios, y por eso vuelven a ser modelos para la cultura renacentista. La filosofía gozó de libertad y autonomía en Grecia y Roma, pero en el Medioevo católico pasó a ser ancilla theologiae (sierva de la teología). Platón desde la temprana Edad Media y Aristóteles desde el siglo xii eran los filósofos más frecuentados, pero el pensamiento de uno y otro debía acomodarse a las exigencias religiosas del cristianismo. En algunos momentos cierto aristotelismo fue considerado peligroso para la dogmática católica y hubo tesis aristotélicas (y supuestamente averroístas) condenadas por las autoridades eclesiásticas.
En el Renacimiento hay un doble movimiento: por un lado, un rechazo al plato-aristotelismo “bautizado”, es decir, acomodado a la religión, y por otro lado, una lectura más libre de Platón y Aristóteles. Para ello fue necesaria una vuelta a los textos y una lectura más filológica de sus obras. Un ejemplo de rechazo rotundo lo podemos ver en el filósofo renacentista francés Petrus Ramus cuando afirma que todo lo que había dicho Aristóteles era falso. En cambio, Pomponazzi, en Italia, se inclina por el aristotelismo. Pero es sobre todo la filosofía escolástica la que recibe la crítica más severa y generalizada. El método deductivo (el silogismo) fue criticado sin piedad. Quizá sea Francis Bacon quien mejor resume esa crítica. El canciller inglés aboga por la inducción como una forma adecuada de consultar la naturaleza, pues la verdadera base de la ciencia es la experiencia, y no un método a priori como es el silogismo. El silogismo es un método conservador; es decir, sirve para poner en buen orden conocimientos ya adquiridos, pero no para producir nuevos conocimientos. La inducción, continúa Bacon, es fecunda e innovadora, y aumenta nuestros conocimientos. Esta posición baconiana está de acuerdo con el nuevo experimentalismo de la ciencia moderna, tal como puede verse en Galileo Galilei.
Otros, como Luis Vives en España o Petrarca en Italia, criticaron severamente el lenguaje escolástico, y no tuvieron reparo en calificarlo de bárbaro. Por eso en el Renacimiento vemos florecer la retórica, fustigada al inicio del cristianismo por el moralismo de los padres de la Iglesia. Las ciencias y las artes del lenguaje adquieren un enorme prestigio: la filología, la retórica, la gramática y, sobre todo, la literatura, la cual alcanza su autonomía con Petrarca. Este experimenta con deleite la sonoridad de las palabras y disfruta la lectura de los textos de Cicerón. “La vuelta al cultivo de las Letras está inseparablemente ligada a la persona y a la obra de Petrarca, del que Erasmo dirá que fue reflorescentis eloquentiae princeps apud Italos” (fue el príncipe del reflorecimiento de la elocuencia entre los italianos).1 Petrarca, agrega Gilson, no se formó en la escolástica, sino en la elocuencia antigua, de la mano de Quintiliano y Cicerón. Petrarca critica la dialéctica “verbal y huera” de teólogos y filósofos escolásticos, y se percibe a sí mismo como un hombre en la frontera de un mundo que cae y otro que nace, “colocado en la frontera de dos pueblos y mirando a la vez hacia atrás y hacia adelante”; en realidad, en el límite de la Edad Media y el Renacimiento. La sabiduría, afirma Petrarca, es inseparable de la elocuencia, del arte del buen decir.
En el arte la autonomía se va conquistando por la vía del naturalismo.
En términos generales, puede decirse que el arte del Renacimiento se acercó más a la Naturaleza. Se interesaba mucho más por el objeto empírico que cualquiera de los más avanzados logros de la antigüedad.2
En esta época se logró el desarrollo de la perspectiva, la representación viva del movimiento, una nueva valoración del cuerpo humano liberada de los cánones religiosos, y un énfasis en la individualidad humana. Cada fenómeno natural, por insignificante que parezca, se hace importante para el arte y la ciencia.
El cuerpo del hombre volvió a mostrarse en toda su desnudez y se estudió con más intensidad y exactitud que en ninguna época anterior. Por primera vez quedó despojado del manto de divinidad que le había cubierto y se le dio importancia por sí mismo, por puro gusto, no sólo en su apariencia exterior, sino en las leyes que lo gobiernan. Esta concentración exclusiva en el mundo empírico de los cuerpos revela una nueva actitud hacia la naturaleza.3
Así pues, la misma tendencia naturalista que vemos en la ciencia la hallamos en el arte. No es entonces casual que Leonardo da Vinci entienda el arte como una ciencia y la ciencia como un arte.
En la teoría política fue Nicolás Maquiavelo (1469-1527) quien rompió con la tutela de la religión y de la moral. Inspirándose en los escritores antiguos —como Tito Livio—, desentraña los móviles de la conducta humana y dice apoyarse en la naturaleza humana real y no en quimeras e idealizaciones:
Como mi objeto no es describir para aquellos que juzgan sin preocupación, hablaré de las cosas como son en realidad, y no como el vulgo se imagina. Figúrase a veces la imaginación repúblicas y gobiernos que nunca han existido; pero hay una distancia grande del modo como se vive al modo como deberíamos vivir; que aquel que reputa por real y verdadero lo que sin duda debería serlo, y no lo es por desgracia, corre a una ruina segura e inevitable.4