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Venus

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Venus no sería Venus si no le faltaran los brazos, si no tuviera esas cicatrices horribles que le cruzan todo el cuerpo, si no hubiera sufrido el corte de su pie izquierdo, si su nariz no se viera ostensiblemente torcida en la punta, si su labio inferior no estuviese arrancado, si su antebrazo derecho no fuera un muñón. Pero es verdad también que Venus no sería Venus si a cada instante, en cada mirada, frente a cada imagen suya no surgiera la tentación de reponer sus brazos, curar sus cicatrices, normalizar su pie izquierdo, corregir la punta de su nariz y restituir su labio inferior. ¿Qué, quién, cómo es Venus, entonces? ¿Una mirada que se detiene en la belleza de lo fragmentario o la necesidad soberbia de proceder a su completamiento? ¿Es ese sabor finito de lo humano o la vana pretensión de un saber infinito? Venus es, fue y será considerada una de las figuras femeninas más bellas del mundo. Recordemos que cuando el poeta Heinrich Heine la vio, la llamó la “Notre Dame de la belleza”. Pero, ¿una belleza porque no se perciben las ausencias de su cuerpo? ¿Una belleza porque, con la mirada, todo se recubre de una más que obstinada presencia? Un juego, en apariencia ingenuo, pero que se transforma, rápidamente, en una trágica secuencia de claros y oscuros, de la luminosidad y lo sombrío, de lo divino y lo humano, de lo ideal y lo grotesco, de la transparencia y la opacidad.

De haberlo escrito antes

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