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Cuarta epístola a los santalucenses

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Hermanos:

Después de leer este último evangelio apuesto que han llorado de arrepentimiento, pero si el Cocodrilo Leviatán aún los hace dudar luchen. Vénzanlo. Libren la mortal batalla. Mátenlo con el poderoso veneno de la fe.

Si alguno de ustedes, mientras lee estas escrituras, tiene ganas de ir al baño, de bostezar o ha tenido algún pensamiento mundano le ruego que se abstenga. Y si está con las piernas abiertas y subidas en la mesa le pido que por favor las baje de inmediato. Ay de aquellos que se burlen de estas palabras.

Hermanos, les cuento que hoy salí a buscar a Juanelí. Fui al sitio donde estuvo la iglesia clemenciana, ahí donde el Elegido predicaba sus sermones milagrosos y hacía reír y llorar a los seguidores. Casi no puedo creerlo, en vez de la iglesia hay un taller de mecánica, un sitio que da asco. Se ve por la mugre, el aceite, los hierros y la basura que el maldito Cocodrilo, por pura maldad, ensució el aura clemenciana que reinaba en el lugar. Pregunté si alguien sabía qué se había hecho la iglesia que estuvo ahí y nadie sabía nada. Nadie, hermanos, nadie. Casi lloro. Seguro esa gente llegó hace poco y no sabe que ahí hubo una Matriarca y un Elegido. No los culpo. Los perdono. No saben que no saben. Quise darle un abrazo hermano a cada uno de los mecánicos y ahí mismo empezar a divulgar la buena nueva. Pero sin la bendición de Juanelí estas misiones tendrán que esperar. En cuanto encuentre al gran líder de seguro iremos juntos a darles la buena nueva y, de seguro, estos mecánicos serán como los pescadores de Nazaret que siguieron a aquel famoso profeta. Esos mecánicos, hermanos, serán el motor de la nueva fe. Serán los que afinen el gozo de esta verdad que les predico: la única y la última verdad que existe.

El libro de los gozos

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