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Tercera epístola a los santalucenses

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Hermanos:

Esa mujer de los milagros que aparece en el evangelio que les hice llegar con la epístola anterior es nada más y menos que Clemencia Osejo, la santa viuda de Francisco Ortuño. Ella era una mujer de linaje. Su abuelo, un español de Castilla, había venido en busca de la cíbola dorada a Santalucía, porque él era hijosdalgo notorio y solar conocido. Por eso ella también era hijosdalga notoria. En su solar conocido nació, creció, se acostó, y quedó embarazada cinco aventuras de diferentes hombres, pues su marido Francisco Ortuño de la Peña, todo el mundo lo sabía, era impotente, pero importante.

Sin decir ni pío, el tal Francisco Ortuño le puso su apellido a las cinco hijas que parió su esposa. Aquella genealogía de mujeres estuvo compuesta por Antonia, Ana Imelda, María Julia, Mariana e Isabel, la madre de Juanelí. De esta genealogía es heredero el Elegido, el fundador de la iglesia clemenciana.

Hermanos santalucenses, yo soy el Apóstol Jacharrata y doy fe de que esto es cierto. Hoy se los narro, no como chisme, sino como parte de la verdad. La verdad que debe siempre estar presente en todos los que hemos sido llamados a la testificación clemenciana. Este es un evangelio nuevo. El evangelio de los nuevos tiempos. He vuelto a Santalucía para dar testimonio. He vuelto para buscar al Elegido y reconstruir la iglesia que destruyó la infamia del Cocodrilo Leviatán.

He venido para que todos al fin crean de corazón y la única y última verdad les sea revelada. «¿Y qué sucede si no me da la gana de creer?» –podría preguntarse alguno de ustedes ahora mismo. Pero he aquí que está escrito: «Ay de los que no crean». Por eso como advertencia yo les digo que mejor crean». Es mejor prevenir que lamentar. «¿Y qué me podría suceder si no creo?» –se preguntará algún otro, quizá preocupado o a lo mejor molesto. Cálmense. Se los voy a explicar. Si alguno de ustedes no cree será atormentado por las mismas pesadillas de fuego que tuvo la vieja Osejo, será perseguido por terribles picudas que muerden el alma y eso duele como una pira de carbón ardiendo y lo que es peor, será apuntado en el libro de los olvidados y sufrirá, sufrirá, muchísimo, muchísimo, muchísimo. Si creen en lo que digo pararán de sufrir. Esa es la verdad y no hay otra. Paren de sufrir. Paren de sufrir, hermanos santalucenses. En verdad se los digo, el camino del gozo es el sendero clemenciano.

Quizá están ustedes aterrados de miedo, porque no es fácil creer así, de buenas a primeras y quizá se preguntarán qué tipo de sufrimientos serán esos y querrán, como es normal, haber nacido muertos. Yo podría ser un cabrón con ustedes si me da la gana y no decir nada más, podría terminar aquí esta escritura y salvarme yo solo y a ustedes que se los lleve el carajo, que se pudran en los pantanos de Leviatán. Pero no. Quiero demostrar mi enorme bondad y de esa manera demostrar también que soy inocente. Así que les voy a confiar un truco que si ustedes utilizan les dará serenidad. Si no creen de corazón, como es normal en estos tiempos y por más esfuerzos que hagan no creen ni siquiera una pizca de lo que estoy diciendo, engáñense por un momento, finjan que están creyendo, que se engañan. Pero no hay tal engaño, pues esta es la verdad. Se los voy a explicar en otras palabras. Ustedes no creen. Entonces finjan que creen. Miéntase. Y ahora viene el truco. Lo que usted finge que cree de verdad es verdad. He aquí la clave de una fórmula de autoayuda que no falla, pues a fin de cuentas, aunque digan que se engañan, en verdad no se engañan. Los engañados, entonces, son los otros, los que no creen. Con esta fórmula he pensado escribir un libro que se titule ¿Cómo alcanzar el gozo en un día? Este libro se venderá por millones y sé que me haré inmensamente rico, pero antes debo encontrar a Juanelí para que tenga más peso mi proyecto. El Elegido es la fórmula que necesita esta misión para que tenga éxito.

Que los santos yigüirros que siguieron a la Profeta al más allá los llenen de bendición y gozo. Y ahora, hermanos, llegó la hora de lo sublime. Les entrego el tercero de los santos sermones del Elegido.

El libro de los gozos

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