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6 HERON CITY
ОглавлениеEl Heron City es una islita de comercios, ocio y multicines que queda en el lateral de una de las vías de salida de Barcelona, la Meridiana. Un parking gratuito soporta tres plantas en las que hay un cine multisalas, un McDonald’s, un gimnasio, pizzerías y, fuera de recinto, un Corte Inglés poco frecuentado. Es un centro más familiar que otra cosa que se llena los fines de semana con vecinos de Horta, la Guineueta y la Sagrera. Pero un martes a las cuatro de la mañana manda el silencio, solo roto por los coches que, lejanos, entran y salen por los carriles de la Meridiana. Los locales están cerrados. Algunos desprenden una luz cenital verdosa, con móviles encapsulados, alarmas nerviosas, zapatillas de deporte, miel para las moscas.
—Siempre se retrasan —contesta Álex.
Francis cree ver a un portero de seguridad en el otro extremo de la plaza del centro comercial.
—No pasa nada. En verdad, hay dos. Uno hace la vista gorda y el otro, depende de a quien le toque turno, puede meter las narices o no. Pero ¿qué pasa? ¿Hacemos algo malo? Estamos aquí, fumándonos un cigarrito, ¿no? ¿Es eso malo?
Francis calla. Dalmau nunca pudo.
—¿La has visto?
Dalmau señala el cartel de una de las películas que se proyectan en el multicines. Francis hace tiempo que no va al cine. La última fue El rey león. No recuerda si fue con uno o con sus dos hijos. A Óscar, el pequeño, hace mucho que no lo ve. De hecho no sabe, con certeza, cuántos años debe de tener ya. Renunció a Óscar casi desde el principio. Como si no fuera suyo y no le importara nada. Solo tuvo fuerzas para tratar de convencer a uno. Y el elegido fue Víctor, el mayor, de quince años, a quien ha seguido un poco la pista. Sea como fuere, vieron El rey león tres o cuatro veces. Quizás hasta más.
—A ti te gustaba mucho el cine, ¿verdad? Podríamos ir a ver esta, ¿no?
Francis le mira extrañado y se obliga a no olvidar que Álex es un esquizo al que se le han freído los sesos a base de drogas y medicaciones para dejar de drogarse. Que a veces las conexiones den algún tipo de chispa no implica que el circuito funcione bien. Así que ahora quiere jugar a los amiguetes que van al cine los sábados por la tarde. Hay que joderse, Álex.
—Aquí están.
Son tres. El primero es un chaval delgado y encorvado que podría tener tanto dieciocho años como treinta. Lleva una sudadera gris. Nervioso. Extranjero. Luego sabrá que es colombiano. Los otros dos son los típicos asilvestrados del barrio: tipos que se creen más listos de lo que son, que huelen a sudor revenido, rayas sucias y violencia de poca enjundia. Uno es bajo y gordezuelo. Chándal del Espanyol, rapado, tatuajes idiotas. El otro es un perroflauta guapo y pálido, con rastas, dilataciones y un porro por fumar. Francis sabe que ninguno de esos es quien manda. Aún cree conservar el instinto de reconocer quien da las hostias.
—¿Y el Xavi?
—¿Quién es este? —le contesta el bajito a modo de respuesta a Dalmau.
—Mi hermano.
—Coño. ¿El de la cárcel?
—Sí.
—¿Qué tal, man? ¿Te han dado mucho por atrás, eh?
¿Eh?
¿Eh?
El bajito y el gordo se ríen. Qué bien. A Francis, lo de El rey león y ver llegar a esos dos le ha hecho recordar los personajes de Timón y Pumba. Es una lástima no poder compartir con nadie aquella broma. El perroflauta, ajeno, se recoloca el pañuelo palestino al cuello y consulta su Samsung Galaxy.
—Me alegro de que os lo paséis tan bien. Hacéis buena pareja.
—¿De qué vas, gordo?
El colombiano va encocado. Lo suyo no eran nervios, sino farlopa. El tipo se abalanza sobre Francis, pero Dalmau interpone el cuerpo entre ellos e intercede.
—Es mi hermano. Solo quiere un traje. Pensé que no importaría que vigilara conmigo. Podía quedarse él...
—Nosotros lo robamos y él que vaya a las Casas Baratas dentro de una hora. Esto no es una timba abierta. Ha de pagar.
—No tenemos dinero.
—Tú cállate, mongolo.
Francis sabe que debería dejarlo pasar; sin embargo, Mr. Frankie quiere decir algo que le haga ganarse un margen de respeto ante el viejo colega, en recuerdo de los buenos tiempos, pero sabe que necesita el traje, que lleva todo el día con el mantra del dichoso traje y ahora se va a estropear todo. Sin embargo, seis VollDamms después, traje y juicio parecen lejanos, totalmente prescindibles y Mr. Frankie quiere abrir la bocota.
—A ver, Timón y Pumba.
Lamentablemente, ellos también han visto El rey león y un mandoble surca por el aire y se incrusta en la boca de Francis que cae hacia atrás y nota un sabor metálico en las encías ya de por sí adictas al Ecce Homo. Dalmau trata de meterse en medio y es apartado a un lado. Pero no hay más hostias. Mufasa ha llegado. Unos metros más atrás Francis atina a ver un par de chicas, pintadas, embutidas en látex, todo piercing y carne prieta medio saldada ya. Xavi no hace ruido. Es rápido. Detiene al gordo. Manda al banquillo al bajito con una mirada. Uno de los dos trata de explicar qué pasa.
—El puto tarado ese nos ha traído a su hermano para que le hagamos el regalo de cumpleaños y encima nos vacila.
A Xavi no le hace falta mirar mucho para saber que Francis no puede ser Epi Dalmau y se encara con Álex.
—¿Me lo explicas?
—Mi hermano tiene un juicio mañana y necesita un traje. Ha salido de la cárcel, no tiene pasta y...
—Para el carro, loco. Este no es tu hermano. Conozco al imbécil de tu hermano y este no es tu hermano.
—Deja que te explique.
Francis se endereza en el suelo. La boca le empieza a doler. Mira de reojo a Xavi. Es un tipo de veintitantos, moreno de pelo y blanco de tez, atlético y ágil, producto del país. No es muy alto ni muy musculado, pero sí feroz y definitivo con su físico y el tiempo de reacción. Uno de esos tipos, sigue pensando Francis, a los que las frases largas le parecen, en un buen día, hasta sospechosas. Una sirena rasga el silencio. Bomberos hacia Santa Coloma o Sant Adrià. El lugar donde siempre queman los mismos coches.
—Largo. Tú y él. Fuera.
—No, espera... —ruega Álex—. No es mi hermano, pero no quería dar explicaciones a esos. En privado te diré quién es.
Dalmau se acerca a Xavi, que concede un par de pasos más allá de los otros. El perroflauta ha prendido el porro. Al parecer, necesita tranquilidad entre tantas bestias saturadas de testosterona, como si su guerra fuera otra, más justa e higiénica.
Pumba:
—Vete. Ya te lo han dicho, ¿o prefieres que te demos más?
Francis está tentado de marcharse, pero le puede la vergüenza a los ojos de Álex. Por otro lado, no tiene ni idea de qué le estará explicando al cabecilla. Imagina que otra mentira fruto de su mente diletante y fantasiosa. Decide quedarse a esperar. En nada Xavi y Álex vuelven con el grupo.
—Dalmau vigila. Las niñas se encargan del otro, ¿vale? —Ellas, envueltas en humo y chicle, que se habían acercado al oler la primera sangre, asienten—. El hermano viene con nosotros, da la cara, pilla su puto traje y se larga.
—¿Qué hermano? Si acabas de decir que no era su hermano.
—¿Te lo repito, indio? Su hermano. Los acabo de casar yo mismo, así que no me hinches las pelotas.
Xavi se acerca a las chicas y del cigarro de una de ellas Xavi inhala casi hasta el filtro. Ella toma nota. El perroflauta las acompañará al otro lado del recinto. Dalmau hace un aparte con Francis.
—¿Qué le has dicho?
—Que eres Mr. Frankie —trata de tomarle el pelo Dalmau.
—No jodas, Álex.
—Que eres el hermanastro de Marisol. Tu hermanita es la novia del tipo que organiza todo esto. También lleva locales. Todo eso. Xavi es su lugarteniente.
Este pasa delante de ellos. Zancadas como tijeras abiertas. Timón y Pumba detrás. Nadie dice nada, pero es obvio que si Francis quiere el traje ha de seguirles. Salen del recinto. Se encaminan a la rampa del aparcamiento. Tres, cuatro niveles. Las deportivas de los que le preceden gimen contra las rayas blancas medio borradas en el suelo. Pasan el primer nivel donde aparcan los vehículos y, en el segundo, Francis ha de pasar al trote para alcanzar al último de los tres, el gordo, introduciéndose tras una puerta de emergencia que, como Dalmau le había indicado, se halla bloqueada ese día del mes por una de las dependientas del almacén. Francis llega a tiempo. Es el recinto de entrada de mercancías. Por una de las puertas podrán entrar a un par de tiendas outlet y a una franquicia de ropa italiana. El Corte Inglés tiene su entrada de mercancías en otro lugar, pero allí la seguridad es más estricta. Dalmau no sabe mucho más. Una vez al mes suceden pequeños robos en centros comerciales, en aquellas franquicias. Robos sin desmadre ni saña, civilizados, controlados. Al día siguiente, además, vendrán los Robin Hoods con el pañuelo palestino y la crisis para llevarse cosas y en todo ese lío la sustracción es confusa, casi imposible de determinar qué falta y qué no. Una hora después de la medianoche, todo aquello que se haya robado será vendido en el mercadillo improvisado de las Casas Baratas. Si sobra algo, irá a Sant Cosme. Dinero fácil para los chicos que don Damián les deja ganarse.
—Empezamos por la italiana para que este se saque el traje y nos lo haga fácil —indica Xavi—. Entrarás tú primero, enseñas la jeta y te hacen a ti la foto. La alarma está desactivada. ¿Estás fichado?
—No.
—Mejor para ti. A ver, nada más entrar hay una cámara en el techo: tápala. En el otro extremo de la tienda, hay otra. Lo mismo. Luego, nos vienes a buscar. Vamos.
Aquello es más peligroso de lo que le había dicho su antiguo camarada. Le van a ver. Le van a fichar. Le van a meter en la cárcel. Y todo por un puto traje para un puto juicio en el que no tiene ni la más puta posibilidad de ganar una puta mierda. Un traje nuevo. Dar buena impresión. Menuda gilipollez.
Podría irse. Decir que se abre o mejor, largarse sin decir nada. Pero sabe que no lo hará. Ese estúpido e inquebrantable código de barrio de no echarse atrás. De aguantar más que el otro. Chutarse con lo que sea. Beber lo que se dice que no es posible beberse. Que nadie, en la calle, pueda decir que tú, precisamente tú, te rajaste.
Otra puerta más y los tres esperan a que Francis llegue a su altura. La puerta de seguridad tiene el mismo truco que la de mercancías del aparcamiento. Mr. Frankie se abre paso entre el gordo y el bajo que apenas hacen el más mínimo esfuerzo de apartarse. Xavi interviene. Le coge del brazo:
—Hazlo bien. Primero lo de las cámaras y luego, nos abres la puerta. Si la cagas, te mato. Y lo del traje porque eres hermano de quien eres. Porque supongo que eso sí que es verdad, ¿no?
—Sí, sí, hermanastro...
—Porque si no, me debes cien papeles. O tú o el tarao de tu amigo.
Le suelta.
Mr. Frankie entra.
Massimo Dutti: no está mal.