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CAPÍTULO 6 “Miss Simpatía”
ОглавлениеEra un día como otro cualquiera, igual de aburrido. Y ella ahí, encerrada, como siempre, entre aquellas cuatro paredes blancas que ya estaban amarillas y curtidas, en aquel cuartucho sin ventanas que parecía más un cubículo que una oficina.
Todos los días se preguntaba qué había pasado con aquella muchacha guapa, rubia y popular del bachillerato. En el anuario habían escrito acerca de ella que era “la que más posibilidades tenía de ser exitosa”. Siempre bella, siempre la reina de la escuela. “¿Y ahora qué? ¡Si me vieran mis compañeros!”, se decía mientras miraba aquel traje suyo, que parecía más gris que negro.
“Sí, soy agente del FBI, pero no tengo ningún cargo importante. Soy una rata en este hueco”, pensaba.
Odiaba su trabajo, cada día un poco más. No había nada que hacer en aquella pequeña oficina ni nadie con quien hablar. Lo único que hacía era comer, lo que había contribuido a que aquella joven y popular figura hubiera desaparecido con el tiempo.
Houston no era importante ni para los terroristas. No aparecía siquiera en el pronóstico del tiempo, donde se informaba acerca de las condiciones meteorológicas en las ciudades más importantes del país.
Ella misma había pedido aquel puesto, porque le permitía trabajar en bienes raíces. Se debatía internamente ante su situación. No había logrado destacarse dentro de la agencia.
Cada día transcurría igual que el otro. Ningún acontecimiento, nada que la hiciera sentir como una verdadera agente del FBI. Tanto estudio, esfuerzo y entrenamiento para nada. Estaba reducida a un lugar recóndito en el aeropuerto, donde nadie sabía de su existencia.
Sin embargo, ese jueves, al llegar al trabajo, había encontrado el informe de un incidente en un vuelo durante la madrugada. El avión había llegado a Houston cerca de las cuatro de la mañana. “¡Al fin algo! —se dijo—. Por fin tengo algo que hacer. Espero que sea sustancial. No debe haber sido nada grave —pensó—, ya que no me llamaron a esa hora. Tan solo dejaron el sobre en la puerta”.
Tener que estar disponible a cualquier hora era el único requerimiento de su trabajo que la hacía sentir como una agente del FBI.
Revisó el informe. Hablaba de un altercado conyugal en un vuelo de Houston a Bogotá. Pero el vuelo había regresado a Houston. Aquello no tenía sentido. ¿Habían devuelto el avión por un altercado conyugal?
La mujer, que viajaba con su esposo y una hija de catorce años, había sido detenida, pero el capitán de la aeronave no había presentado cargos. ¿Por qué?
La mujer había sido entregada a la Policía de Houston. ¡Un caso civil se había sido convertido en un caso penal! ¡Eso era ilegal! La policía la acusó de embriaguez en lugar público. ¿Cómo, si se hallaba en un avión?
El informe decía que ambos, ella y el esposo, habían estado bebiendo. Entonces, ¿cómo es que solo ella había terminado siendo detenida? Y si estaba borracha, ultimadamente, era responsabilidad del sobrecargo no servirle alcohol como para que alcanzara el estado de ebriedad.
La mujer, de unos cincuenta y dos kilos, había sido detenida por el sobrecargo, pero ¿por hacer qué? Mientras más leía, más preguntas se formulaba.
Pero su mente se escapaba del tema. Una mujer con una hija de catorce años que aún pesaba cincuenta y dos kilos. ¡Si ella tan solo hubiese podido mantener ese peso!, pensaba. “Si hubiese mantenido mi cintura y mi hermoso cabello rubio…”.
De repente, bajó la vista para ver que su cintura se había ensanchado al punto de tener una protuberancia perceptible debajo de aquel traje negro barato de pantalón y chaqueta. Lo único que aún brillaba de su reluciente pasado era el cabello… ¡y tan solo un poco!
Decidió investigar a aquella mujer y entró a internet. ¡Oh, sorpresa! Encontró páginas y páginas con información, fotos, historias, artículos de prensa y de revistas. Había sido Miss Venezuela, Miss Sudamérica y segunda finalista en el Miss Universo en 1984. “¿Y aún pesa tan poco? ¡Guao!”, se dijo a sí misma. También había sido una exitosa periodista, ancla de noticias, con sus propios programas de televisión y casi treinta años después aún era hermosa, se mantenía muy bien.
Continuó leyendo y vio que era activa en el mundo de la filantropía, no solo en Houston, también en Venezuela, Perú y Ecuador. Había sido reconocida en esos países y en Houston por su labor. Diferentes organizaciones de caridad le habían otorgado premios por su dedicación.
Era una figura pública y muy activa en las redes sociales. Tenía Twitter, Facebook, Instagram, así como muchos seguidores. Le escribían palabras de admiración como si hubiera sido ayer cuando ganó la corona. Había logrado sembrar respeto y admiración en muchas personas… ¿y ahora esto?
La agente vio un sinfín de fotos de ella con sus hijos; se notaba que era una madre dedicada. Tenía tres hijos y aún se mantenía joven. Había fotos en la playa. Su cuerpo no mostraba señales de sus embarazos, tenía un cuerpo sano… “¿Cómo lo ha logrado?”, se preguntaba la agente internamente.
No entendía. Parecía que se tratara de dos personas por completo diferentes. “¡Pero miren a Doña Perfecta!”, pensó. “¿A que consigo información negativa sobre ella?”, se dijo.
Al investigar, leyó el informe del vuelo. El avión en el que volaban a Bogotá había regresado a Houston, pero por mal tiempo; aquello no había tenido nada que ver con la mujer. “Bueno, eso no lo tiene que saber nadie”, pensó.
Como era agente del FBI, tenía acceso a información que nadie más poseía y… ¡bingo! Consiguió unos expedientes de ella en Colorado. La denuncia la había puesto su esposo, acusándola de tener problemas mentales y diciendo que había sido agredido por ella. El marido tenía las mejillas rojas. “Pero si estaban esquiando, era normal que las tuviera rojas”, pensó.
Siguió su investigación y percibió que nada de esto se había sabido, que la mujer continuaba teniendo el respeto y la admiración de muchos. “¿Pero y si esto sale a la luz pública? Sería el fin de esta mujer. ¡La bella Doña Perfecta como que no es tan perfecta!”, hablaba para sí, dejándose llevar por la envidia. Seguía pensando: “¿Y si hubiese mantenido mi figura y mi peso como ella? ¿Y si no solo hubiese sido la reina de la escuela? Si hubiese llegado a ser Miss Estados Unidos mi vida sería diferente y, como ella, viajaría en primera clase. ¡Y no estaría aquí, entre estas cuatro paredes sucias! No en este trabajo aburrido y con este conjunto negro, viejo, barato y feo. Si al menos hubiese logrado el reconocimiento de la agencia y estuviera en un mejor puesto, luchando contra el terrorismo o en Washington…”, pensaba, a pesar de no haber estado nunca entre los mejores de su clase.
Seguía investigando, porque quería encontrar más a como diera lugar. Pero lo que encontró fue que el avión, además de haberse regresado por mal tiempo, tenía la gasolina justa para llegar a Bogotá. Y el mal tiempo había sido un factor determinante para cambiar la ruta.
Eso pudo confirmarlo cuando verificó que, horas más tarde, cuando el avión trató de regresar a Bogotá, fue devuelto de nuevo porque el mal tiempo continuaba. Todo eso de manera automática anulaba los cargos, pero ella estaba decidida a entablar un proceso a partir de aquel incidente a como diera lugar. Total, no tenía nada más que hacer. Era un día igual a otro cualquiera.
Llamó a Colorado para buscar más información. Llamó también al esposo, quien, para su sorpresa, cooperó de una manera más que diligente y no hizo otra cosa que suministrar información negativa contra su esposa, tanta que era difícil creerle.
El marido de aquella mujer estaba interesadísimo en ayudar a la agente. Le suministró información que no había en ninguna otra parte. ¿Era cierta o se trataba de inventos suyos? ¿Pero quién la iba a conocer mejor que él, que estuvo veintiocho años con ella? Como le señalara él mismo: “Mi esposa ha estado más tiempo conmigo que con sus padres, como suelo decirle incluso a ella”.
La agente asumió que él sabría más que nadie y no consideró sospechosa su voluntad de ayudarla con tan negativa información. ¿No se suponía que, como marido, debía proteger a su esposa en las buenas y las malas?
El tiempo comprobó cuán ineficientes son las autoridades, especialmente el FBI. Cómo es posible que una agente como ella no sospechara de un marido que estaba tratando de deshacerse de su esposa. Cómo no encontró que él tenía doble identidad en Venezuela; cómo no investigó el hecho de que una empleada del marido hubiera hecho uso de su número de registro de la DEA, sacado drogas y que él no la hubiera reportado, lo que lo convertía en su cómplice; tampoco averiguó cómo cambió la historia médica de un paciente al que mató al prescribirle un medicamento que estaba contraindicado. El Buró Federal de Investigación se dedicó, a través de aquella agente, a llevar a la cárcel a una madre inocente, mientras que terroristas de la talla de los hermanos Tsarnaev o de Omar Mateen, culpables de los atentados en Boston y Orlando, que cobraron las vidas de muchas víctimas, se hallaban en ese momento, a pesar de estar en la lista del FBI, organizando los ataques que pocos meses después se llevarían a cabo sin haber pasado por el radar del mejor servicio de inteligencia del mundo.
Aquello era una muestra de las fallas, a todo nivel, cometidas por las autoridades. Otro caso similar fue el de una madre embarazada, encarcelada por disparar al techo para asustar a su victimario, el marido, que estaba forzando la entrada a su cuarto. Les tomó meses, a los movimientos de defensa de los derechos de la mujer, luchar por la libertad de esta madre.
Las mujeres seguían siendo castigadas por defenderse de sus verdugos. Sin embargo, la decidida voluntad de cooperación de este marido contra su esposa no levantó las sospechas de la agente a cargo del caso; después de todo, servía para su propósito.
Continuó con su investigación y se metió de lleno en las redes sociales de “la Reina”. Sí, la Reina: así la bautizó.
Empezó a ver todo lo que estaba puesto en su muro. Leía cada comentario escrito por ella o por otros. Cada uno de ellos. Ya casi estaba a punto de cerrar la página cuando vio algo que le llamó la atención: “El presidente Obama es el Chávez de los Estados Unidos”. “¡Bingo!”, gritó para sí misma.
Vio un poco más de Facebook y se fue a Twitter. En efecto, allí también estaba ese comentario. Aquella mujer lo había publicado varias veces en ambos medios. También tenía opiniones negativas en contra de Hillary Clinton. Era obvio que la Reina era conservadora. Pero en realidad no la podían juzgar por eso. No obstante, era una causal para la agente: aquella mujer estaba en contra del presidente de los Estados Unidos, así lo criticara por una verdad.
Lo importante era que si la mujer terminaba en prisión, así fuera inocente, aquello significaría una promoción en la mediocre carrera de la agente. En realidad, no importaba lo ocurrido en ese avión. La palabra del Gobierno federal siempre estaba por encima de todo.
Ese caso podría significar hasta un artículo en People Magazine, ya que sería el caso de una reina de belleza que se viene abajo; una reina de belleza del país con las mujeres más bellas del mundo, el país con más coronas internacionales.
Era casi imposible ganar un caso en contra de los Estados Unidos. El Gobierno federal suele perder menos del dos por ciento de los casos. Era una batalla tan injusta que la mayoría de las personas preferían llegar a un acuerdo y declararse culpables de cargos menores antes que enfrentarse a Goliat, pensaba la agente para sus adentros.