Читать книгу Una vida cualquiera - Carmen Rosa Herrera de Barth - Страница 8
CAPÍTULO 1 DESCRIPCIÓN
ОглавлениеLas empinadas crestas de los Farallones del Citará lucían despejadas, ¡majestuosas! Y en todo su fulgor se divisaban los contornos de las altas lomas, esas estribaciones que se extienden perezosamente hasta quedar dormidas en las extensas llanuras o planicies que lentamente riega el Cauca.
En su extensa carrera no pretende detenerse y va ofreciendo en su profundo serpentear, inmensas riquezas en terrenos laborables donde lucen los cacaotales, sombríos inmensos de búcaros y carboneros que cubren el oro verde. Minas de carbón de hulla y de oro, que en intrincadas redes llevan las cordilleras en sus entrañas rocosas y que se perfilan desafiantes ante la naturaleza. Grandes extensiones de potreros y cafetales que de los valles van empinándose hasta las más increíbles pendientes entre el amarillo o verde de las inmensas dehesas de ganado, y las huertas que adornan las valiosas fincas que son la despensa de poblaciones y ciudades.
Cuando empezó la fiebre de trabajar las minas en las postrimerías del siglo pasado, los trabajadores lo hacían en formas muy rústicas, como la razón les indicaba: con pequeños taladros, martillos y pólvora rompían los nudos de las cordilleras. En Marmato y Supía fueron las primeras experiencias de extraer el oro en condiciones comerciales. Con almadanas quebraban las piedras y lavaban las arenas en las bateas en que se lavaba el oro corrido de los ríos. Ese era el método utilizado por los indígenas. Por esos ensayos los propietarios supieron que las minas eran muy ricas, resolviendo conseguir expertos y formar sociedades con técnicos de otras naciones para hacer los montajes en la forma moderna de otros países. Alemania e Inglaterra fueron los que cambiaron las carretas de madera, los taladros de mano, las almádanas, las picas y las palas.
Anteriormente, de Estados Unidos habían enviado técnicos en minería, pero en el campo no sabían ni cómo manejar la brújula, ni aun los rústicos aparatos con que trabajaban los mineros nacionales. Los primeros ingenieros fueron alemanes: el Dr. Carlos Gartner, Dr. Carlos de la Cuesta, don Luis Felipe Henker y don Julio Rister, quienes hicieron una bella amistad con los trabajadores de las minas.
Los primeros técnicos que enviaron fueron Mr. Boussingault y Mr. Maulle, quienes elogiaban la fidelidad y el trabajo del personal que laboraba en esa dura faena, sin técnica alguna, y también la belleza bucólica de sus pueblitos. Y así se lo decían a los demás ingenieros que llegaban.
En cuanto llegaron a Marmato se hicieron muy amigos de los otros ingenieros de El Zancudo, sociedad que se había fundado en 1877 con Mr. Tyrell Moore, quien en las innovaciones realizadas en la mina solo había instalado una pequeña Pelton. Con esta mejora se formó la Sociedad de La Unión, cuyo dueño inicial fue don Coroliano Amador.
El general don Marceliano Vélez desde 1865 había hecho una reorganización del departamento de Antioquia. En ese tiempo Titiribí era la capital de la Provincia del Cauca, siendo esta apenas una pequeña aldea. Desde entonces todo lo jurídico pasó a la jurisdicción de Medellín en esa nueva organización.
La comisión de estudios de El Zancudo contrató a los doctores Carlos Garner y Carlos de la Cuesta como ingenieros destacados en esa especialidad, y estos se trasladaron a El Zancudo con su equipo de colaboradores.
Como persona de confianza venía con ellos don Alfredo Fernández, casado con una bella joven, doña Laura Escovar, y su familia. Él también vino a trabajar en ese equipo a Titiribí. El señor Fernández, de familia caldense, persona muy bien preparada y amable; doña Laura, inteligente, muy culta y humanitaria, de origen antioqueño (suroeste). Cuando llegaron a la mina se situaron en una linda casita rodeada de jardines, con amplios corredores, donde se mecían antiguas melenas y begonias de diferentes colores, que alegraban distintos lugares de la casa.
Allí se reunían en las tardes ingenieros y amigos con los trabajadores, a comentar los problemas del trabajo en una amable camaradería, y el amor, en las tardes, se mecía tranquilo y sosegado en agradables tertulias hogareñas. Tranquilo pasaba el tiempo y como no había casi qué leer, ni diversiones, las gentes se sometían a esa apacible soledad, que solo alegraba cada año la llegada de un nuevo retoño.
Los ingenieros eran el doctor Carlos Gartner, el doctor Carlos de la Cuesta y el doctor Richard Ribert, quien llegó con otras personas que se instalaron en diferentes partes del país: las familias Cock, Eastman, Willis, Rister, Wolff. El doctor Ribert llegó a Titiribí con su familia, contratado como los otros dos, Gartner y De la Cuesta. La familia del doctor Ribert se componía de su señora, Frau Lenny, y su pequeño hijo; vivían al frente de la casa de doña Laura y por esa circunstancia se hicieron muy amigas las dos familias, que fueron líderes en todos los aspectos en cuanto a mejoramiento social y cultural de la región. Frau Lenny era de carácter suave, muy colaboradora, por lo que los trabajadores la respetaban y querían igual que a doña Laura, que era la de las ideas, pues el idioma de Frau Lenny era muy deficiente. Ella enseñaba a bordar y a tejer a las señoras y niñas de la región. Y en la escuelita eran ellas las que proponían con las madres qué era lo que se debía hacer para el mejoramiento en cuanto a educación y cultura de los niños de esas veredas.
Ahora vamos a ocuparnos de los niños pequeños de las dos familias: Albert era un niño de seis años, muy blanco, de ojos azules, que hacía honor a su raza aria. Los hijos mayores de la familia Fernández ya se habían casado o estudiaban en la ciudad y con ellos solo quedaba una pequeña de cuatro años, blanca, sonrosada, con sus cabellos rizados, que caían graciosamente ensortijados sobre sus hombros; era dos años menor que su amigo Albert. La llamaban la Nena.
Los ingenieros europeos que llegaron al país en ese tiempo eran felices en los pueblitos por la apacibilidad que se disfrutaba. Ellos venían huyendo de los horrores que les habían dejado las guerras que acababan de terminar.