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ARCA III

Nuestro padre, aunque era de poca conversación, de tez, rasgos y carácter fuertes, en realidad, en su corazón guardaba una natural generosidad e inclinación protectora hacia toda la familia y hacia todos los que conocía.

Siempre estaba en una natural disposición de contribuir, de atender las necesidades de cuantos podía, y no faltaba el intercambio de los frutos de la caza y los alimentos que lograba recolectar, no deseaba que nadie que él pudiera ayudar pasara miserias. Enseñaba a todos lo que sabía para que pudieran ayudarse y que el pequeño pueblo saliera adelante.

No obstante, nuestro padre podía ser muy estricto en las exigencias a sus hijos, nos estaba preparando para que nosotros, sobre todo yo, que era el mayor, estuviéramos listos para suplirlo en caso de que llegara a faltar, pues él pensaba que cualquier jornada podía ser «el día de morir».

Me encontraba yo una tarde bastante fría de enero, puesto que el invierno había sido más fuerte ese año de lo usual, en el mercado de las afueras de la aldea, y como niño al fin, estaba ahí, sin prestar atención a nada más que buscar animalitos en las pequeñas ranuras del suelo, que era de piedras y tierra en muchas partes del poblado, más aún en esta época, donde los verdes se llenaban de neblinas gruesas.

Entre varios niños que vivíamos en los alrededores, lanzábamos piedras al lago o, como ese día, escarbábamos en el suelo, jugando a ver quién encontraría primero algún gusanito o lagartija. Cualquier animalito, hubiera dado lo mismo.

Después de mucho rato de revisar, de hurgar y llenarme de tierra la ropa, las uñas y las manos, atrapé a un gusanito marrón muy peludo, bastante pequeño, pero suficiente para ganar a mis amigos. Aquel día, ¡me alcé con ese pequeño triunfo!

¡Era una jornada de suerte para mí!

Eso creí en ese instante.

Las horas pasaron y cayó la noche pronto, los días son cortos en invierno, y todos nos regresamos a nuestras casas, allí nos esperan.

De repente, me acordé de que tenía una encomienda de mi padre, algo que me había ordenado hacer y que debía llevar al regresar a casa conmigo, pero yo ¡me había olvidado por completo!

«¿Cómo pude olvidarme de algo tan importante?», decía para mí mismo. Esa distracción ¡me podía costar una paliza! Sabía que me había metido en problemas…

Se me ocurrió devolverme y correr fuera de la aldea, a ver si aún alcanzaba a buscar lo que mi padre muy seriamente me había pedido.

Mis amigos siguieron a sus casas y ¡yo corrí saltando las calles como loco!

Casi no se veía el camino, ya estaba más oscuro, y la neblina había empezado a bajar, aunque corrí con todas mis fuerzas, con todo lo que mis piernas me dieron, no pude llegar, no veía nada hacia donde iba, estaba todo el suelo humedecido, me resbalaba a cada paso y no me hallaba tan cerca como para llegar a tiempo.

No tuve más alternativa que regresarme a casa antes de que me perdiera entre la capa de la niebla.

Entre vergüenza y miedo, seguí adelante, mi padre era muy paciente, pero no le gustaba que lo desobedeciera, y sabía que no tenía salida, en esos tiempos, los hijos no preguntábamos a nuestros padres, ellos nos daban una tarea y había que cumplirla sin chistar.

Abrí calladamente la puerta de nuestra casa y, sin poder ocultarme, mi padre se encontraba allí, justo frente a ella, con su rostro entre preocupado y molesto, porque ya había oscurecido y mi hermano y yo no tenemos permiso de estar fuera de casa después del atardecer.

Con su voz ronca, me preguntó:

—Lorcan, ¿dónde está lo que te pedí?

Cuando se enfadaba, no me llamaba Ojos Negros.

Yo solo fui capaz de guardar silencio, no tenía ningún pretexto que ofrecerle.

—¿Qué te he dicho de faltar a tu palabra, de desobedecer una orden mía? ¿Acaso no escuchaste que era muy importante que lo trajeras?

Con mi cara hacia el suelo, le dije que lo había olvidado y que por eso regresé más tarde, porque, cuando lo recordé, me había devuelto a buscarlo y me di cuenta de que ya no podía ver nada en el camino para llegar al lugar y regresar antes de que anocheciera.

—Lo siento, padre, ¡no ocurrirá otra vez, lo prometo…

Y así fue. No sucedió otra vez. No desobedecí nunca más a mi padre Liam en ningún otro momento de mi vida.

¿Por qué el diablo se convirtió en diablo?

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