Читать книгу ¿Por qué el diablo se convirtió en diablo? - Celina Plasencia - Страница 16

Оглавление

ARCA V

Pasaron los primeros meses de este episodio que recién se abría para mí.

Mi pecho de niño se había pintado de negro como mis ojos y no quería ni podía sentir mi propio aliento de vida, puesto que, en mi mente, no deseaba seguir adelante, nada me hacía feliz, nada era importante, ni siquiera ver al dulce Indi me ayudaba a salir de este letargo amargo que estaba robándose mi infancia.

No habíamos vuelto a sonreír ni mi padre ni yo.

No me sentía con derecho a reírme, no podía hacerlo, y, sobre todo, me sentía el ser más egoísta del mundo, capaz de desproteger a mi propia madre cuando estuvo tan vulnerable. Y gracias a ese descuido, a lo que yo sentía como una profunda irresponsabilidad, mi madre Moira Tara no estaba entre nosotros.

Mi padre, que siempre era muy ocurrente y generoso, se había vuelto un hombre amargado, tosco, gris, intolerante y malgeniado, nos hablaba muy poco, y a veces eran solo gruñidos los sonidos que salían de él, todo le molestaba, ya no era aquel padre dulce y amoroso de antes.

La partida de mi madre nos dejó a todos muy huecos por dentro, sin sueños ni ganas de vivir.

De esta manera, transcurrió el primer año, el segundo y el tercero, y el tiempo borró un poco las lágrimas de todos, pero no pudimos sacarnos el hollín que se nos metió en el corazón. Peleábamos todo el tiempo, mi hermano crecía sin madre gracias a mí y, aunque mi padre no lo decía, me gritaba «que era culpable» con sus actos de cada día.

Me hice adolescente, iba a cumplir quince años, y vivía en la amargura más espesa, me metía en líos con todos en la aldea, la gente, que sabía la historia de que nunca traje aquello que pudo haber salvado a mi madre, parecía dispuesta a castigarme de por vida y me recriminaba impiadosamente por ello. Yo me peleaba cada vez que me recriminaban que yo la había matado, que era un cobarde, un egoísta. A veces, llegaba a casa con un brazo golpeado o la nariz rota, furioso con el mundo, pero más que con nadie, estaba colérico conmigo mismo ante mi torpeza por haber robado a nuestra madre de nuestras vidas.

Lo que estaba viviendo ¡no podía llamarse vida! Esa sombra ¡me iba a acompañar todos mis días! Solo crecía incesante en mí. ¿Cómo podía no sentirme así? ¡Por todos los cielos! ¿Qué más podía hacer yo sin ella? ¡Pues nada!… Esa era toda la respuesta que siempre sonaba en mi cabeza atormentada. Nunca podría remediar todo el daño que había causado a los que más amo.

Así, se me pasaban los días, las semanas, en la oscuridad de mi propio rencor hacia mí mismo, muchas veces la lloraba a solas, y el desconsuelo no conseguía apagarlo de ninguna forma, ¡estaba enloqueciéndome!

Mi padre se había transformado, como yo, en un hombre rudo, ermitaño y seco, no le gustaba salir al pueblo ni hablar con nadie desde que nuestra madre falleció. No comíamos mucho juntos, y ni mi hermano ni yo volvimos a sentir esos fuertes brazos que nos cargaban y que nos abrazaban siempre con orgullo y amor.

Me di cuenta de que no era a mi madre a la única que se le extinguió la vida, también a mi padre, a mi hermano y a mí.

Yo no sentía merecer el perdón, y es que ¡ni yo mismo encontraba razón para perdonarme!

Era el responsable de acabar con toda mi familia.

¿Por qué el diablo se convirtió en diablo?

Подняться наверх