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Introducción

Realmente no me gusta la idea, que pareciera de moda, de «fluir en la vida», y a decir verdad la encuentro hilarantemente infantil. Me parece que se trata de una seudoconsciencia de moda; esa consciencia que más que todo es seguimiento vacío y sin cuestionamientos de un argumento que no se entiende en el sentido propio y solo se copia a los demás por sentido de pertenencia y reconocimiento; el sutil sesgo de arrastre a falta de autoconocimiento y responsabilidad. Es que la frase «fluir en la vida», desde la perspectiva de moda, pareciera que habla desde el conformismo de «No quiero saber, ni decidir, ni ver; y dejo mi responsabilidad en alguien o algo más, lo dejo a la divinidad, a algo fuera de mí. Yo fluyo para donde sea; total, no quiero darme cuenta de quién soy ni qué quiero. Abandono mi libertad creadora, mi poder constructor, mi autodeterminación, me suelto y me pierdo a mí mismo. No quiero saber porque no quiero decidir, no me quiero comprometer, no quiero ser responsable». Y es que, si lo imaginamos de esta manera, si ni siquiera cuestionamos hacia donde caminamos o vamos, ¿cómo podemos saber si a donde vamos es adonde queremos ir, o si ese lugar es lo que queremos? Es como decir «Me subo a un auto, empiezo a manejar y fluyo en el tráfico». ¿A dónde vamos a llegar? Nadie sabe, ya que sería consecuencia de muchos factores e infinidad de variables los que nos harían llegar a un destino, a una suerte de ruleta rusa. Seguramente llegaremos a un lugar, o tal vez nos quedemos atorados en una rotonda. En ese sentido, creo conveniente primeramente saber a dónde queremos ir y, ahora sí, subirnos al auto y fluir en el tráfico.

Todos construimos y ayudamos a construir todos los días, desde lo individual hasta en lo colectivo. Desde cosas «pequeñas» hasta cosas «grandes» a las que abonamos poco a poco. La diferencia muchas veces está en si nos damos cuenta de que lo estamos haciendo, o no. ¿Imposible darse cuenta de que no me doy cuenta? ¿Qué estamos construyendo?

Todo cuanto observamos, decidimos y experimentamos cumple una función y construye, lo conozcamos o no, lo entendamos o no, lo podamos ver o no; trabaja en un orden. Este orden se encuentra en todo. Basta con mirar de reojo la función que cumple cada cosa en estos grandes sistemas llamados cuerpo humano, planeta Tierra, universo. Desde el microcosmos hasta el macrocosmos, todo tiene una correspondencia de orden.

Ningún orden de proceso personal viene de fuera y hay preguntas que pudieran resultar interesantes o retóricas: ¿entonces, qué nos acerca más a comprender ese o esos procesos de desarrollo universal y personal?, ¿de qué trata y qué tiene que ver el ser conscientes, autoconscientes, metaconscientes, con nuestro proceso?, ¿qué me hace único a mí?, ¿para qué hacerlo? ¿Para qué me sirve? ¿Cómo contribuyo a mi proceso?, ¿cómo contribuyo a mi orden, al orden, a mi orden o al desorden?

Si empezamos con nosotros mismos, tal vez podremos darnos cuenta de que no nos conocemos del todo, y más seguramente casi nada, ya que de manera cotidiana no nos observamos a nosotros mismos y solo somos capaces de observar nuestro reflejo en lo que nos rodea. Siempre nos vemos a través de espejos y observamos los reflejos de nuestros efectos. También, a la subjetividad en que, como sujetos, estamos inmersos, prosigue muchas veces la falta de reflexión para generación y decisión de propósito en cada paso, que regularmente nos pudiera llevar a la falta de rumbo propio y de sentido, y en consecuencia a la falta de identidad y claridad. Nos volvemos seguidores y fans (fanáticos) de los demás y del exterior (las cosas), sin razón, sin reflexión, sin cuestionamientos, sin consciencia; tal vez como simples autómatas víctimas de nuestros sesgos cognitivos y de nuestra inconsciencia compulsiva.

En mi vida y desarrollo me he sentido atraído por explorar el trabajo y el desarrollo personal consciente, lo que me ha llevado a conocer diferentes tradiciones, formas, ritos, escuelas, grupos, herramientas, símbolos, literatura y de más que me han conducido a alejarme y a acercarme a mí mismo. De lo absurdo a lo divino, de lo divino a lo absurdo, de lo racional a lo fantástico y de lo fantástico a lo pragmático. Siempre me he sentido atraído por pensar y reflexionar las ideas que creo que mueven mi vida, tanto las explícitas como las que supongo implícitas, así como esos constructos sociales que moldean y dan forma a las creencias y comportamientos de la sociedad y he encontrado en la dialéctica una de las formas más poderosas de explorar y expandir nuestra sabiduría.

Soy gustoso de platicar con las personas «diferentes» y soy gustoso en escudriñar qué piensan, qué sienten y qué quieren. Me gusta lo opuesto y me expongo a ello porque creo que es una forma poderosa de generar movimiento a través del encuentro y desencuentro, a través de la convergencia y la divergencia, movimiento que creo ayuda a encontrar, descubrir y decodificar los modelos mentales que nos hacen ser quienes somos.

En mi caminar seguramente he podido darme cuenta de muy pero muy poco. Sin embargo, creo que nuestro desarrollo consciente es un camino que hay que elegir tomar y caminarlo, reconociendo nuestra inconsciencia y nuestro camino de consciencia, reconociendo nuestro proceso, ya que pareciera que todo cuanto vivimos es solo una proyección y correspondencia de lo que somos y pensamos, por lo cual pareciera que todo está conectado en forma y fondo. Vivimos nuestra propia caverna de platón en la cual tenemos que estar atentos y alertas de la delgada línea que divide nuestra confianza de la arrogancia al caminar.

Este viaje me ha llevado a reflexionar: «Curioso el camino de la consciencia, que pareciera que nos hace salir solo para hacernos regresar».

TransformArte: El viaje del Pez

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