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Prólogo

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CLARA GRIMA

Que la ciencia es la mano que mece el progreso de la humanidad, es algo que no debería ser necesario recordar a estas alturas del siglo XXI. La investigación científica es uno de los pilares fundamentales sobre los que construiremos nuestro bienestar futuro, y para esa tarea no podemos despreciar ningún aporte; necesitamos la ayuda de todos.

Por desgracia, como reflejo indudable de la sociedad, tradicionalmente se ha venido marginando a la mitad de la población: las mujeres. Hoy en día todo parece dominado por la economía y ésta, en buena medida, es impulsada por el desarrollo científico y tecnológico. Así las cosas, parece absurdo que se infrautilice a la mitad de los recursos disponibles de uno de los bienes más importantes a la hora de generar riqueza: el cerebro humano. Nadie se plantea que una fábrica con gran demanda de su producción autolimite ésta a la mitad sin ningún motivo real u objetivo. Sin embargo, en ciencia y tecnología esto ha sido la norma durante siglos. Y, aunque cada vez en menor medida, se sigue haciendo en la actualidad.

Una forma simple de contrastar lo dicho en las líneas anteriores consiste en pedir en cualquier encuesta que se nombre a algún científico. Difícilmente encontraremos entre las respuestas nombres de mujeres, con la posible excepción de Madame Curie. A veces, mis amigos físicos se quejan de que cuando dicen que lo son la gente les responda con la frase manida de «mira, como Einstein» o «mira, como Stephen Hawking». Yo les respondo que más triste es que, como me ocurre a mí, cuando digo que soy matemática mis interlocutores se queden en un «mira, como…» sin que les venga a la cabeza el nombre de una matemática de la historia.

Los referentes son necesarios. Por muchas razones. Por justicia histórica, por supuesto, y para que sirvan de eso, de referentes, a futuras generaciones de mujeres que quieran dedicar su vida al maravilloso y apasionante mundo de la investigación científica.

Aunque solo fuera por esta razón, estas cuatro biografías son casi eso: una necesidad, una deuda. Pero es que, además, las vidas y las obras de estas cuatro mujeres, de estas cuatro científicas, son apasionantes en sí mismas. De todas ellas podemos extraer grandes enseñanzas. Para ello, sus aportaciones científicas se tratan con un lenguaje riguroso y comprensible, cosa que no abunda incluso en muchas de las biografías de científicos más conocidas, en las que se suele incidir, principalmente en datos biográficos sin entrar en detalle en sus aportaciones intelectuales.

Con este libro, podemos adentrarnos en el tiempo, en la vida y en la obra de cuatro grandes mujeres. Entre el nacimiento de la primera, Sophie Germain, 1776, año de la Declaración de independencia de Estados Unidos y la muerte de la última, Lise Meitner en 1968, han transcurrido dos siglos que han visto muchos cambios a todos los niveles, tanto políticos, como sociales o científicos. Los acontecimientos que rodearon a estas cuatro mujeres fueron de capital importancia en sus vidas: la Revolución francesa y la época napoleónica en el caso de Sophie Germain, la ocupación de Polonia por parte del Imperio ruso y la Primera Guerra Mundial para Marie Curie, el nazismo tanto para Emmy Noether como para Lise Meitner y la Segunda Guerra Mundial, en el caso de esta última, marcaron el mundo en el que les tocó vivir y desarrollar su ciencia.

Confío en que el lector, a estas alturas, haya abandonado la lectura de este prólogo abalanzándose sobre la primera parte del libro para saber sobre la vida, la obra y la sociedad en la que vivió Sophie Germain. Pero para los más rigurosos o remisos creo que toca glosar cada una de las figuras que quedan recogidas en esta selección.

Sophie Germain nació en París, en 1776, en el seno de una familia burguesa. Vivió su niñez y adolescencia durante la Revolución francesa, y para refugiarse de la inseguridad de las calles optó por la tranquilidad de la nutrida biblioteca familiar. Allí descubrió su amor por las matemáticas y decidió dedicar el resto de su vida a estudiarlas. Naturalmente, el camino no iba a ser fácil: la universidad le estaba vedada a las mujeres y tuvo que contar siempre con el apoyo de compañeros generosos, en primer lugar de alumnos que le proporcionaron las notas de clase de ilustres profesores, posteriormente, mediante la vía epistolar, con estos últimos, con los que, para disimular su condición femenina, usaba el seudónimo de Monsieur Le Blanc. Con dicho nombre consiguió cartearse, propagando así algunos de sus logros, con los matemáticos más conocidos de su época, hasta llegar a Carl Friedrich Gauss. Sus estudios no se limitaron a la Teoría de Números sino que participó y llegó a conseguir el prestigioso Premio de la Academia de Ciencias con su estudio sobre vibraciones.

La segunda de las biografiadas, en orden cronológico, es la más conocida de todas, la primera mujer en conseguir un Nobel, y la primera persona en conseguir dos galardones: Marie Curie, nacida en Varsovia en 1867. En cada una de las páginas de su biografía descubrimos facetas que no son fáciles de encontrar en otros textos. Por favor, no deje el lector de leer la introducción y no podrá parar hasta haber concluido el resto del perfil en el que viajará desde el descubrimiento de los primeros fenómenos radiactivos y la síntesis de elementos químicos, hasta llegar a comprender qué eran dichos fenómenos, encontrando así el núcleo atómico y las partículas que lo constituyen. Todo ello acompañada por Émile Zola y los hermanos Lumière, en el marco de un efervescente París en los comienzos del siglo XX, hasta llegar a la ruptura de la Gran Guerra en la que la Curie se involucró muy activamente.

La tercera de nuestras científicas es Lise Meitner (Viena, 1878). Una mujer que, a pesar de su origen judío, lideró un grupo de científicos en la Alemania nazi que realizó un descubrimiento fundamental: en los experimentos que había realizado poco antes el italiano Enrico Fermi bombardeando uranio con neutrones, no se había obtenido un nuevo elemento, sino que había fisionado el núcleo de uranio en dos núcleos menores. Ella fue la primera en observar la fisión nuclear en un estudio tan importante que mereció el premio Nobel. Aunque, curiosamente, en la academia prefirieron dárselo a su colega Otto Hahn. En un mundo de hombres su entusiasmo y persistencia hicieron que se acabase convirtiendo en una figura de primer nivel en el campo de la Física Nuclear.

Por último, pero no menos interesante es la figura de Emmy Noether, nacida en Baviera en 1882. Fue considerada por muchos la mujer más importante en la historia de las matemáticas. Revolucionó por completo el campo de las estructuras algebraicas, no solo dando fundamento y definiendo rigurosamente algunas de dichas estructuras, sino mostrando su conexión con otros campos como la física. A pesar de ello, por su condición de mujer, siempre se le negó la posibilidad de un puesto digno en la universidad. Emmy Noether fue, sin duda, una de las mentes más brillantes del siglo XX. Fue quien nos enseñó una nueva forma de entender nuestro universo: nos mostró que todo es simetría. La física actual no tendría sentido sin la participación de Noether para clarificar puntos esenciales de nuestro entendimiento de los fenómenos físicos. Ahora, el aroma de Noether impregna todos los rincones de las teorías físicas de vanguardia y reinterpreta las teorías clásicas desde Newton hasta nuestros días.

Como he dicho anteriormente, solo las vidas de estas cuatro mujeres ya fueron apasionantes, pero es que además sus aportaciones contribuyeron a mecer la cuna de la Ciencia y lo hicieron en un mundo que no estaba preparado aún para rendirse a su evidente talento científico. Disfruten la lectura y no se priven de compartir estas fascinantes historias en cualquier sobremesa. Es de justicia.

CLARA GRIMA

Doctora en matemáticas y divulgadora

Mujeres de ciencia

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