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Presentación

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El texto que presentamos aquí se propone establecer la centralidad de los modos semióticos, y más precisamente, la del modo de eficiencia, es decir, de aquel modo que concierne a la tensión entre el «sobrevenir» y el «llegar a» [parvenir]. Porque el sobrevenir no es una magnitud como las otras: incondicionado, encierra su propia referencia y transmite esa cualidad a la magnitud que lo manifiesta, que es el «evento» [acontecimiento súbito, inesperado]. A falta de poder producir el evento, lo que nos incumbe es proponer una teoría que responda por él en los términos indicados por René Thom: «crear una teoría de la significación cuya naturaleza sea tal que el acto mismo de conocer sea una consecuencia de la teoría»1. El evento existe como posibilidad pura, pero «inexiste» como letra. Después de acontecer, recibe del discurso dominante la fianza cuya ausencia él conlleva. El «sobrevenir» y el «llegar a», provistos de sus derivados, valen también para la hipótesis misma: el «sobrevenir» impone su temática, es decir, las interrogaciones que él proyecta, y el «llegar a», mal que bien, avanza sus respuestas.

El orden del «evento» y el orden del discurso andan mal avenidos. El evento surge de improviso y rompe con la temporalidad ambiente: en el orden del evento no existe anterioridad. El orden del discurso inventa, imagina una anterioridad que juzga razonable; el discurso transpone el evento en el orden que le es propio. En sus manifestaciones más exigentes, el arte moderno se propone justamente volver a ese momento imprevisto del surgimiento que hace que el discurso sea superfluo o impropio.

El «sobrevenir» y el «llegar a» participan de una gramática del afecto que se anda buscando. El «sobrevenir» afecta a las sub-valencias de tempo y de tonicidad llevándolas a su paroxismo, mientras que el «llegar a» tempera esa foria ardiente distribuyéndola en un tiempo y en un espacio ampliados. Esos funcionamientos se hallan en la base de la dualidad de los valores: valor de absoluto, concentrado y exclusivo, y valor de universo, difundido y distribuido.

Hjelmslev tiene el mérito de haber identificado, por una parte, el análisis y la definición, por otra, la jerarquía y lo complejo de los análisis. Modestia aparte, nosotros hemos esbozado un proceder comparable en el capítulo cuarto. En divergencia con Semiótica 1. Diccionario, que procede por enriquecimiento de una pareja empobrecida [s1 vs. s2], nosotros procedemos por análisis de una tensión capital, aquella que confronta los valores de absoluto que apuntan a la unicidad, a lo incomparable, y los valores de universo, que apuntan a la universalidad. Estas dos clases de valores, a su vez, son analizables en valencias, respectivamente, intensivas y extensivas. Las valencias intensivas se resuelven en sub-valencias de tempo y de tonicidad; las valencias extensivas se resuelven en sub-valencias de tiempo y de espacio. Las subvalencias son analizadas en foremas que estructuran las vivencias de los sujetos. Finalmente, los foremas dan lugar a los incrementos, que son a la vez el límite actual del análisis y la “moneda sencilla” de la significación.

La hipótesis de la matriz se nos ha impuesto a raíz de una constatación, a saber, la autoridad de la aspectualidad sobre la estructura semiótica. Más acá de los semas, existen, a título de manifestados, los grados y los límites, y a título de manifestantes, por una parte, los repuntes y los redoblamientos, y las atenuaciones y las aminoraciones, por otra. Tales aspectualizaciones desembocan en la distinción entre super-contrarios y sub-contrarios. La matriz resume un conjunto de relaciones estructurantes.

El último punto concierne a la relación entre el eje paradigmático y el eje sintagmático, y la opción de la monotonía. El eco alcanzado por la semiótica greimasiana se debe a que proponía para la sintaxis un modelo simple y eficaz: el cuadrado semiótico. Esa sintaxis era tácitamente recibida como exclusiva, y, por añadidura, como universal. Si nosotros vemos en ella un estilo sintáctico, es porque sabemos que los grandes estilos se dan por pares. En sus trabajos, Jakobson y Lévi-Strauss mantenían una dualidad: la tensión entre la contigüidad y la semejanza; de ahí, la pregunta-objeción: ¿de qué dualidad participa el cuadrado semiótico?

A partir de esa apertura, proponemos distinguir tres estilos sintácticos: la sintaxis intensiva de los aumentos y de las disminuciones; la sintaxis extensiva de las selecciones y de las mezclas, y la sintaxis juntiva de las implicaciones y de las concesiones.

Haremos lo mismo con el componente semántico. Dicho esto, no negamos la sintaxis propia del cuadrado semiótico: solo que veremos en ella una sintaxis marcada por la necesidad, y la recibimos como una posibilidad entre otras.

Un trabajo prospectivo no podría evitar la pregunta sobre la homogeneidad: ¿todas esas parejas coexisten sin fricciones las unas con las otras? Es difícil responder con exactitud porque es la duración la que generalmente opera ese trabajo de decantación. La trinidad de los modos semióticos y la trinidad de los estilos sintácticos y semánticos pueden ser dispuestas así:


La estructura tensiva

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