Читать книгу Saber estar en las organizaciones - Claudia Liliana Perlo - Страница 10

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Introducción

Perlo, C.; Costa, L.

En nuestro equipo de investigación, nos hemos sentido inspirados por el principio biocéntrico. El mismo se basa en “la intuición del universo organizado en función de la vida y propone una reformulación de nuestros valores culturales que toma como referencia a aquella” (Toro Araneda 2007). Las investigaciones en torno a lo organizacional que buscamos compartir en esta obra, han girado en torno a dicho principio. En congruencia con dicha perspectiva, hemos trabajado sobre dos de los pilares que la UNESCO propuso para la educación a umbrales del siglo XXI, (1994): Aprender a ser y aprender a vivir juntos. Estos pilares nos han permitido pensar en una gestión de las organizaciones en tanto “un saber estar” consigo mismos, con otros y con el universo que habitamos.

En este sentido, aprendizaje, gestión, y educación son para nosotros categorías sinérgicas que confluyen en el desarrollo organizativo. A poco andar por este campo del conocimiento, advertimos que el “saber estar” no es específico de una disciplina y que va más allá de la asimilación racional y cortical. Tampoco puede ser aprendido por los métodos de enseñanza y aprendizaje que el currículum escolar aún hoy propone. Por lo que la perspectiva biocéntrica, centrada en la vida, se constituyó en una opción onto-epistemológica y metodológica central en nuestros diseños de trabajo, donde el encuentro humano es la fuente de conocimiento.

La perspectiva biocéntrica es un movimiento que hoy tiene una vasta repercusión en Latinoamérica y Europa. A principios del siglo XX Muir y Leopold dan origen a este concepto en el seno del movimiento ambientalista norteamericano. Asimismo, en Europa, Naess, el filósofo ambientalista noruego en los años 70 bautizó con el nombre de ecología profunda a este movimiento. Paralelamente en el mismo tiempo en nuestro contexto latinoamericano, el psiquiatra y antropólogo chileno Rolando Toro Araneda, da un fuerte impulso a este principio en torno al cual organiza un sistema pedagógico para el reaprendizaje de la afectividad. Este abordaje que integra reflexión, emoción y corporalidad, nos permite configurar un entramado conceptual-vivencial posibilitador para recuperar el sentido de lo humano, asumiendo “(…) que el mundo que uno vive siempre se configura con otros; que uno siempre es generador del mundo que uno vive; y, por último, que el mundo que uno vive es mucho más fluido de lo que parece.” (Maturana, 2014:31).

Por lo que decidimos introducir esta obra con una reflexión educativa sobre los modos de aprender y enseñar que ha forjado la tradición escolar, con un alto impacto en la trama social y viceversa. Sabemos que los paradigmas sociales forjan organizaciones y a su vez éstas, recursivamente refuerzan y sostienen dichas matrices en procesos de aprendizaje y gestión que a modo de bucle sistémico se co-determinan. Las próximas ideas constituyen una reflexión a modo de siembra en las grietas, para que lo nuevo acontezca.

Nos encontramos inmersos en contextos organizativos donde niños, jóvenes y adultos se sienten desmotivados e insatisfechos. En cuanto a los contextos escolares, encontramos a gobiernos abocados a diversos programas de inclusión educativa para retener a la matrícula en un sistema educativo obligatorio, en el cual, si pudiéramos decidir, quizás ninguno de nosotros elegiríamos.

Una de las cuestiones más relevantes que necesitamos revisar todos aquellos que tenemos una responsabilidad en las prácticas educativas es ¿Cuál es hoy, el sentido del conocimiento, el aprendizaje y la educación?

Sabemos que este diagnóstico y pregunta no son nuevos, arrastramos estos problemas desde finales del siglo pasado y un poco más.

Esta cuestión que se ha tornado crónica nos provoca remontamos a la historia del conocimiento y preguntamos de manera inquietante: ¿Qué extraña pasión habrán sentido los griegos en lo más profundo de su alma, bajo qué inspiración del olimpo pudieron definir a eso que sentían como filo (amor) y sofía (sabiduría)? Suponemos que este dichoso vocablo no pudo ser el resultado de una ecuación o un teorema, tampoco pudo ser creado sólo a través de la lógica razón. Seguramente algo grandioso sintieron en sus entrañas que llegó hasta lo profundo de su corazón, cuando enunciaron con tamaño significante ese excelso sentimiento.

¿Cuál es la forma de conocer que les ofreció esa exaltación por el saber que atravesaba amorosamente sus corazones hasta llegar a sus cerebros?, ¿En qué momento nos desvinculamos de la pasión por explorar y aprender?

¿Cuándo fue que el amor al conocimiento se nos hizo hábito?

Quizás el atragantamiento enciclopédico quitó el sabor de nuestra boca, engullendo tratados, enciclopedias, manuales, libros de texto, guías de estudio, fichas y fotocopias de libros que desvincularon el conocimiento de la vida y del amor. Y de este modo “el estudiar” corrosionó la pasión que teníamos por el saber.

Contrariamente si el aprendizaje se trata de conocer y vivir, necesitamos tomar coraje para recordar y recuperar sus orígenes. Esto es un proceso vivencial, esencial y existencial de estar en este mundo en estrecha vinculación con uno mismo y con el otro. Por lo que, el problema del conocimiento es una cuestión de re-conocimiento que involucra un “saber estar” que pulsa entre el yo y el nos-otros.

Para ello se requiere dar un fuerte viraje a nuestro rumbo, recuperando la emoción (e-motion = movimiento) que supone la aventura de aprender de todo lo que nos rodea: los árboles, el viento, la poesía, el teatro, la personas, el cielo, los graffitis, las leyendas, las historias contadas y por contar, la tierra, el miedo, la felicidad, la vida, currículum de amplio espectro.

Aventurarnos en este proceso nos conduce a continuar preguntándonos:

¿Qué características tienen los encuentros y espacios que diseñamos para aprender, que no logran provocar ese sentimiento apasionado en los niños, en los jóvenes, en los adultos ni en nosotros mismos? ¿En qué medida esos encuentros tienen por recurso la sorpresa, la duda, la intriga, la curiosidad, la tensión creativa, el suspenso, provocando el insomnio por la pregunta?

¿Qué grado de afectación tienen en las personas, los espacios que nuestra sociedad ha diseñado para aprender?

¿De qué manera esto nos pasa a nosotros, o no nos pasa?

Estamos convencidos que la transformación educativa actual, no es de tipo intelectual-cortical, se trata de una re-estructuración afectiva.

La afectividad es la conexión profunda con nosotros mismos, con los otros y con todo lo que nos rodea en el universo (Toro Araneda, 2007). Cuando estamos desafectados, cuando algo no nos importa o interesa es porque hemos perdido la conexión con la red que nos vincula y entrama, el resultado inevitable es la pérdida de sentido y la exclusión. Necesitamos buscar una re-conexión, para que lo que acontezca no sea algo que “pase” en nuestra vida sin más, sin emoción, como tal vez pasaron “el cloroplasto”, “los números primos”, “el análisis morfológico” y “los silogismos”. Que no se aflija el lector si alguna de estas definiciones no recuerda, lo más importante ahora es preguntarnos: ¿Por dónde continuar? ¿Cuál es el punto de apalancamiento (Senge, 1992) que producirá el nuevo movimiento que necesitamos?

Desde una visión compleja y sistémica de los fenómenos (Morín, 1995; Capra, 2014) ya no podemos pensar que la transformación de la realidad tiene un punto de partida, desde donde comenzar dichos cambios. La literatura sobre sociología ha sido abundante en investigar la punta del ovillo de las reformas. Orientadas por la metáfora de la pirámide organizativa, las propuestas han buscado los cambios transformadores de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba.

Hoy guiados por los enfoques de la complejidad, la metáfora de la red nos proporciona una potente imagen para dejar de pensar en partes aisladas y apostar al centro de la trama que se tensa creativamente entre el “yo cambio” y todo cambia.

¿Y entonces por dónde continuar? En primer lugar, por uno mismo. En nuestro caso, en este momento escribiendo esta obra. Escribir para nosotros no es un “hábito adquirido”, es una pasión que nos conecta con lo que sentimos, nos permite el encuentro con el lector que no necesita para leernos de “especiales habilidades comprensivas”, tan sólo se requiere que “sintamos juntos” esto, que a “nosotros” nos importa, nos duele, nos afecta, nos motiva tanto, como para transformarlo.

Con ello proponemos una nueva agenda para aprender, centrada en primera persona y en la vida como valor primordial. Lo que implica poner en relación lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos. Conlleva a tomar conciencia que los graves problemas que atraviesan hoy nuestras organizaciones y la sociedad toda, son parte de nuestros propios problemas como personas individuales y colectivas.

Todos -expresa Maturana- en definitiva, queremos lo mismo, queremos ser tenidos en cuenta, reconocidos, apreciados, tolerados, respetados, amados, queremos desplegar nuestro ser. La descalificación, el no reconocimiento de nuestro trabajo, la falta de escucha, la negación de las diferencias y la competencia provoca desgano, vacío, sin sentido, falta de motivación, desinterés, enojo y violencia.

Centrar la gestión en el “saber estar” involucra de manera inevitable el “saber ser” por lo que lo organizacional nos conduce de manera ineludible a un movimiento personal que requiere priorizar el re-aprendizaje de las emociones, recuperando el deseo, sentido y pasión por enseñar y aprender. Las emociones preceden y atraviesan los procesos cognitivos. Cuando aquéllas están dañadas, el fracaso gana la partida. Conectar con la vida significa recuperar nuestra vitalidad, sentirnos vivos cuidándonos de la sobrecarga de trabajo, la urgencia del tiempo y la euforia descontrolada de nuestro modo de vivir actual, que nos conduce al agotamiento y al estrés. Ser vital es respetar nuestros tiempos de trabajo y descanso, el tiempo para aprender y para errar, el tiempo de cada uno, de cada grupo, autorregulando las energías que disponemos para vivir. Cuestiones éstas en las que profundizaremos en el desarrollo de la obra.

Todos y cada uno puede creer y crear un contexto organizativo en la medida que como seres autopoiéticos (Maturana, Varela, 1984) somos capaces de autogenerarnos e influir en el entorno en el que participamos como sistemas. Esto implica abandonar la idea de las organizaciones como máquinas y entender que somos todos sin excepción seres creativos y creadores de la realidad en la que ineludiblemente participamos, aquí otro punto nodal para esta agenda.

En el recorrido de este libro buscaremos responder a la pregunta: ¿Cómo facilitar contextos organizativos donde la vida co-inspire?

Sabemos que la urgencia de esta nueva agenda no es privativa del sistema escolar; se trata de pensar la diversidad de contextos organizativos como espacios de aprendizaje, entre ellos la escuela, el sector productivo, la comunidad.

Este libro constituye una invitación a todas las personas que habitan los contextos organizativos, a que como niños corriendo apasionados en la plaza, apostemos a la búsqueda del sentido compartido para garantizar el juego de aprender y recuperar en nuestra boca el sabor del saber, que no es otra cosa que la vida misma.

Convencidas que al comunicar esto que sentimos y creemos estamos creando otra realidad para la gestión del aprendizaje en las organizaciones, compartimos con esperanza esta obra.

Saber estar en las organizaciones

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