Читать книгу Todos íbamos a ser rockeros y otros cuentos - Claudio Naranjo Vila - Страница 16
Fuegos artificiales No sé para qué mis tíos habrán mandado a mi primo Nacho en bus esta mañana desde Valparaíso, si mis papás están peleados y capaz ni tengamos celebración de Año Nuevo. De todos modos, mi mamá me obligó a venir a recogerlo con ella al terminal de buses.
Оглавление—¡La máquina de las once cuarenta y cinco horas arribando desde Valparaíso! ¡Procede a su colocación en el andén trece! —dice un caballero por altoparlante.
A mi mamá le recito los números de los andenes hasta que llegamos al trece. La gente saca sus bolsos y mi primo está al lado de la puerta, de la mano del caballero azafato. Se pone a llorar apenas nos ve. El azafato dice que en el camino vomitó y tuvieron que abrir el paquete que traía con la intención de buscar otra muda de ropa, no vaya a pensar mal la señora porque el envoltorio está roto.
—No se preocupe. —Mi mamá mira dentro del paquete que guarda una olla a presión—. Y disculpe a mi sobrino, este crío se marea hasta en los ascensores.
Lo toma en brazos para que no siga llorando. Me da rabia y camino algunos pasos detrás de ellos. Pienso en arrancarme mientras bajamos al metro y regresar solo al departamento, pero no tengo plata. Se está haciendo la guagua y mi mamá le sigue la corriente, más encima me despertó temprano para venir a buscarlo. Me levanté enojado y antes del desayuno me asomé al balcón para escupirle a la gente de la calle. No me arranqué cuando se dieron cuenta de que era yo. Me quedé ahí mismo, riéndome. Sabía que, solo si vencían la flojera de subir al octavo piso, y eso si lograban pasar el portero automático que nada más yo y el señor Vargas podemos abrir, me vería en problemas. Algunos se hacían los tontos, como si nada les hubiera caído. Un señor sacó un pañuelo y se limpió con cuidado para no despeinarse. Otro tomó una piedra de la regadera de los árboles y amenazó con lanzarla, amenaza que respondí con otro escupo porque la piedra tampoco podía subir hasta el octavo.
Esta mañana mi mamá no fue a trabajar en la peluquería que puso con una amiga en los negocios que hay en el primer piso del edificio, todo por venir a buscar a mi primo. Quiere tener harta plata para comprarse un auto igual al de mis tíos; como mi papá no quiere, va a ser de ella nomás. Así podremos echar carrera con otros autos y escupiré cuando los pasemos. Atendió a unas clientas anoche en nuestro baño, pidiéndoles que no dijeran nada para que su amiga no sepa y cobrándoles más barato al trabajar sin boleta. Me fui a ver la tele porque no me gusta el olor a laca. En ese rato mi papá llamó para avisar que llegaría tarde. No quiso hablar con mi mamá para evitar que lo retara. Él también gana más plata ahora. Lo ascendieron a jefe de cajas en la sección K del Banco del Estado, en las oficinas centrales cerca de La Moneda.
Del terminal de buses vamos a ver a mi papá, me quedo dando vueltas en la puerta giratoria hasta que mi mamá se mete para sacarme, alegando que la molesto justo ahora que tiene que llevar el paquete con la olla a presión; salto para salir mientras ella sigue girando. Mi primo no se atreve a meterse en la puerta, casi se pone a llorar de nuevo porque lo dejamos solo afuera del banco, pero se le pasa cuando mi mamá me tironea el pelo.
Venimos a pedirle plata para comprarme la camisa nueva que usaré esta noche, blanca y con el cuello bien duro, como los caballeros. Mis papás no parecen enojados entre ellos, pero sé que solo tengo que esperar que se encuentren en la casa, ahí sí se dicen las cosas de otra manera.
—Hola, gordita, ¡qué grata sorpresa! Llegó el Nacho, ¡qué rico! Nada mejor que celebrar Año Nuevo en familia.
—Hola, mi gordito, vengo por la plata. —Mi mamá pone una de esas sonrisas siempre listas que le he visto al despedirse de sus clientas.
—¿Me prestas un turro de a luca? —Mi papá le habla al Nicolás, su cajero amigo, que antes también le hacía préstamos por debajo del mesón para llegar a fin de mes—. Te lo devuelvo en la tarde cuando hagamos caja.