Читать книгу Todos íbamos a ser rockeros y otros cuentos - Claudio Naranjo Vila - Страница 17

Recién regresamos de hacer las compras y mi papá llega a almorzar. Al final, mi mamá también le compró una camisa al Nacho, para que no haga escándalos porque me regalaron algo y a él no; además, todavía tenía puesta la polera vomitada.

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—¡Es el colmo! —Empieza a decir mi papá—. Camino nueve cuadras desde el trabajo para almorzar con ustedes, llego y resulta que no tienes nada preparado.

Mi mamá lo ignora y se va a otra pieza. Están peleados, anoche llegó curado, pero se hizo el simpático delante de sus amigos del trabajo cuando fuimos a verlo. Pregunta cómo me fue en la escuela y dice que le traiga las tareas que tengo para mañana.

—Pero si estoy de vacaciones…

Solo se hace el choro, jamás me ayuda a hacerlas, se lo deja a mi mamá; salió después que él del liceo y se acuerda mejor de las materias.

Como mi papá está encargado de la revisión de cajas, trabajo que hace en las tardes cuando todos están medio atontados por el calor, su jefe lo deja llegar un poco después de la hora, para que duerma la mona del sol y el almuerzo antes de que se le suba a la cabeza y supervise mejor el conteo de billetes. Después de la siesta se saca la camiseta transpirada, la deja estirada en la ventana y se mete al baño. Aprovecho que el Nacho duerme y no podrá acusarme y le pongo migas de pan encima para que las palomas se la caguen. Sale del baño muy rápido y no alcanzan a posarse, pero al menos no me pilla porque la transpiración apelmaza las migas sobre el algodón.

Bajo a despedirlo al hall y me quedo un rato con el señor Vargas. Mi papá le dice don Tongua, que es don Guatón al revés. Además de sus casetes de rancheras, guarda en el mesón de la portería revistas de mujeres piluchas. Me dice que son sus amigas, por eso las colecciona. Las veo sin entender por qué ponen caras medio dormidas, como si estuvieran sufriendo, cuando sacarse la ropa da flojera y frío. Me dice que puedo abrir los pósteres del medio e incluso dar besos a las fotos si quiero, pero todo debajo del mesón, por ningún motivo debo contarle a nadie. Pienso en el hocicón del Nacho, es bueno que el tonto ese duerma siesta y no se me pegotee todo el tiempo, así el señor Vargas nunca se enojará conmigo y me mostrará siempre a sus amigas las piluchas, mientras escuchamos rancheras.

Suena el citófono justo cuando me cuenta que una vez se duchó con una de sus amigas.

—Sí, señora, el niño está aquí conmigo. Que suba de inmediato, sí, señora, yo le digo a su hijo, ¡Hasta luego!… Oye, tu mamá dijo que un primo tuyo despertó y anda preguntando por ti, vas a tener que subir. Y recuerda, no le cuentes a nadie.

No entiendo al señor Vargas, parece mi amigo y después se vuelve un acusete diciéndole a mi mamá dónde estoy, igual que el Nacho.

Subo por la escalera para no llegar tan luego. Me pongo a mear en un rincón, pero con tan mala suerte que aparece el Pancho, ayudante del señor Vargas; me ve y corre a limpiarlo. No me reta y siento algo de pena, no había pensado que alguien después tuviera que hacer el aseo. No le hablo, pero en secreto prometo aguantarme para la próxima y usar el baño, aunque igual sin tirar de la cadena.

El fome del Nacho quiere que me quede con él viendo Las tortugas ninja. De pronto me acuerdo de la gorda que vive en el edificio de enfrente, un piso más arriba que nosotros. Antes me asomaba todas las tardes a la ventana para mirarla justo al pasar del baño al dormitorio, sin toalla que la cubriera después de la ducha. Su cuerpo no tenía nada que ver con el de las amigas del señor Vargas: la guata le tapaba el pelo entre las piernas y las pechugas parecían dos globos demasiado inflados y a punto de explotar, donde la parte que parece un huevo frito se había estirado hasta casi desaparecer. Después que cumplí nueve años me olvidé de ella.

Hoy, asomado al balcón, veo que ahora el color de las murallas de ese departamento ha cambiado, también el lugar de los muebles. Ocupa esas ventanas una gente grande, pero también joven, que tiene la mesa del comedor llena de botellas. Como no está la gorda, me pongo a escupir para abajo.

Todos íbamos a ser rockeros y otros cuentos

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