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LA INTIMIDAD DEL OTRO

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A veces siento que hay estudiantes de teatro, incluso artistas con cierta trayectoria, que en la búsqueda de testimonios para sus obras terminan haciendo turismo social; están ahí por sacar su historia y no les importa para nada la persona que tienen enfrente, ni todo lo que remueven en los recuerdos de la gente. Los he visto hablarme de sus entrevistas a mujeres violentadas, madres con hijos muertos o desaparecidos, contando que lograron sacar un buen material con el que harán una obra muy exitosa y ellos siempre con la sonrisa. ¿Y lo humano? ¿Y la empatía? Creo que cuando hay esa indiferencia, cuando el interés solo radica en su propia historia, se hace obvio en la puesta en escena. Creo que si vamos detrás de un testimonio es porque algo en esa problemática nos habla y tenemos una necesidad tremenda de ir por ello. Creo que hay una línea intuitiva que nos une a la imagen irradiante que nos habla en la calle, que vamos por esos temas porque nos importan, porque algo de nuestra huella de dolor parece dolerle al otro. Creo que esa es la diferencia: lo que nos mueve, lo que nos importa, lo que nos duele.

Uno de mis alumnos me dijo que quería escribir sobre el abuso sexual que sufrió su hermano, pero no pensaba decirle nada, quería que su hermano viera la puesta en escena y ahí se enterara. Me pareció delicado hacer algo así. ¿Qué pasa con los sentimientos del otro al ver expuesto un episodio de su vida que quizá prefiere olvidar? Le sugerí a mi alumno que escribiera la obra y se la leyera a su hermano, y solo si él estaba listo la llevara a escena. Hay tanto material para escribir, que no me parece adecuado exhibir algo que puede transgredir la intimidad del otro, o distanciarnos de nuestra propia familia.

Me preguntan si nunca he tenido problema al llevar a escena la vida de los otros. La verdad es que no, nunca, quizá porque tomo solo algunos hechos del relato compartido y los dejo atravesar por el hilo de la ficción; construyo códigos teatrales que no cambian el discurso, nada más lo acentúan o ponen en primer plano situaciones específicas. No busco exponer o causar compasión hacia mis personajes, y es que creo que es importante tener claridad del proceso entre la persona que nos cuenta una historia y el personaje que vamos a mostrar al público.

Comparto las reglas que me parecen básicas cuando se escribe sobre la vida propia o la de alguien más.

1. No victimizarme ni victimizar al otro.

2. Los tiempos del teatro son distintos a los tiempos de la vida. En la vida podemos pasar horas escuchando el relato de quien nos comparte su historia, en el teatro, si la obra excede de la hora y media, el espectador empieza a inquietarse. Aquí es cuando la capacidad de síntesis de la que tanto nos hablan debe hacerse presente.

3. Distinguir qué recuerdos, imágenes o situaciones son lo suficientemente poderosos para escribir una historia.

4. Atravesar la historia (sin pervertirla) por los hilos de la ficción.

5. Construir la obra a partir de los códigos y signos de la teatralidad y no a partir del relato únicamente. Ese me parece que es nuestro principal trabajo: dotar el relato con los elementos de la teatralidad.

6. Distanciamiento. Creo que cada historia tiene que esperar su tiempo para ser contada. En muchas ocasiones, hablar de un suceso reciente hace que los hechos no se perciban con claridad o sigan cargados de sentimientos que aportan poco al suceso escénico. He visto naufragar obras autobiográficas porque se convierten en un regaño al espectador o un “momento catártico” donde el artista se flagela a sí mismo, generando incomodidad en los espectadores; entonces son ellos quienes se distancian de lo que queremos contarles.

7 Contexto y referencias, esto permite que el espectador construya un mapa personal sobre lo que está viendo en la escena.

8. Acompañar la historia personal con una situación límite, una historia paralela o ponerla en un lugar que abra otras posibilidades al relato.

9. Construir —desde la escritura— el universo en el que se desarrolla la historia.

10. Informarse lo mejor posible sobre el tema central de lo que vamos a escribir.

11. Encontrar una necesidad real para escribir sobre nuestra vida o la de alguien más. Hay temas o formas que se ponen de moda, pero creo que carecen de fuerza porque no están arraigadas en un deseo profundo del artista.

12. No convertir en héroes a las personas que nos cuentan su historia; el teatro está hecho de humanidad, eso es lo que queremos ver: un ser humano con sus defectos señalables quizá parecidos a los nuestros.

Con seguridad hay personas para quienes resulta muy sencillo salir con una grabadora a entrevistar gente y regresar con sus historias. De hecho, hay muchos “periodistas” que hacen eso, que alimentan nuestro morbo y nuestro horror. ¡Hay tantos! Pero esa tiene que ser la diferencia que debemos construir los artistas: superar el morbo, la estadística y el horror, tomar todo eso y convertirlo en poesía teatral. Siempre digo que somos como Orfeo: descendemos al infierno para recuperar el alma de nuestra Beatriz y revivirla en el breve tiempo de la escenificación.

Yo alguna vez deseé ser periodista, mi madre me hizo desistir de ese deseo haciéndome notar que los periodistas van a la guerra y ahí es muy fácil que los asesinen. Soy una mujer miedosa y prefiero estar lejos de la guerra, de las balas, del peligro, de la muerte. Curiosamente, en la búsqueda de historias he estado en peligrosas prisiones, he compartido con asesinos, ladrones, adictos, violadores, alcohólicos, hombres y mujeres violentos y violentados. Nunca he sentido miedo, nunca he negado mi mano a la mano extendida. Y es que el teatro me ha dado audacia, un ingrediente que en la vida me ha hecho falta, pero en el teatro me ha dado lo justo para escribir. Igual que el cordón umbilical que me unía a mi madre, el teatro testimonial es el cordón umbilical que me une al teatro.

La nostalgia de los sentidos

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