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CORPUS BARGA: PERIODISMO Y LITERATURA

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DESPUÉS DE LA GUERRA CIVIL, el político Mariano Ansó resumió con bastante exactitud los rasgos fundamentales de la personalidad de Corpus Barga, al que conocía desde mucho antes y al que trató, hacia 1941, en Niza:

«Independientemente de sus escritos, admiraba en él su vida de revolucionario teórico, desde los lejanos tiempos de la Semana Roja de Barcelona, y sobre todo de la huelga revolucionaria de 1917. Sin adscripción especial a ningún grupo, su pluma estuvo siempre al servicio de los movimientos progresivos. Su rasgo más curioso fue su independencia de toda clase de poderes, incluso en los días propicios de la República. Otra característica de su robusta personalidad fue su elegancia espiritual, e incluso física, en medio de las situaciones más extremas.

Hubo siempre en su porte algo de aristocrático, heredado sin duda de sus mayores y del medio social en que se desenvolvió su infancia. Hombre por su edad a caballo entre los siglos XIX y XX, su anecdotario de recuerdos y convivencias con personajes de la monarquía, amigos de su padre, era riquísimo. Aún recuerdo con fruición las viejas aventuras de Alfonso XII y el duque de Sesto, referidas a él por su padre, amigo de ambos personajes. A pesar de estos antecedentes familiares tan alejados de su ideología, su vida pública, entendiendo por tal su oficio de escritor, fue una línea recta sin rodeos ni contemplaciones. Jamás que yo sepa aspiró a un cargo público ni a una prebenda, a las que con tanta facilidad se acogían otros seudorrevolucionarios decadentes.

En aquellos tiempos de Niza su compañía y su ejemplo me sirvieron de ayuda y estímulo. Dábamos largos paseos, a un tiempo, por la breve geografía de la ciudad y por el ancho campo de la historia del pasado y del presente. Imposible para mí poder fijar su verdadero emplazamiento ideológico. Demasiado culto y universal para situarle dentro del anarquismo ibérico; demasiado rectilíneo en materias políticas y de justicia social para encontrarle un acomodo en uno cualquiera de los partidos o sociedades obreras de nuestro tiempo. Tampoco puede decirse de él que fuese un francotirador en espera de cobrar pieza, como tantos otros de apariencia huraña, pero en el fondo muy domesticables. Apuntaba siempre muy alto, asemejándose mucho más su dialéctica a una filosofía de fondo que a una pragmática de circunstancias»1.

El escritor, que había nacido el 9 de junio de 1887, pronto redujo su largo nombre, Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna, al de Corpus Barga, según él, por haber nacido el día del Corpus, aunque Corpus era uno de sus nombres de pila. Entonces no debió prever los quebraderos de cabeza que había de ocasionar a sus interlocutores futuros. Juan García Hortelano recordará así una visita que, con otros compañeros, le hizo en 1970:

«Hace tiempo, en peregrinación un grupo de escritores a casa de Luis Romero, donde íbamos a ser presentados a Corpus Barga, nos detuvimos, a punto de pulsar el timbre, repentinamente atenazados por un elemental problema de protocolo. ¿Cómo llamar al maestro admirado y supuestamente venerable? ¿Acaso don Corpus? Todos, como es de ley, nos resistíamos a tal apelación. Sin encontrar solución, llamamos, fuimos recibidos, presentados por Romero y convencidos de la inutilidad del tratamiento gracias a la cortesía, la inteligencia y la gracia de quien, por una vez, hacía bueno el dicho de que es el hombre su estilo»2.

De los inicios de su carrera literaria hay que destacar la atención preferente y casi exclusiva a escritores de generaciones bastante alejadas, por la edad de sus componentes, de él (Pío Baroja, Valle-Inclán, Azorín y Silverio Lanza, entre otros). Es revelador que, si exceptuamos una breve nota autocrítica, que ni se molestó en firmar, de su novela La vida rota, nunca colaborara en la revista Prometeo, que dirigía su sobrino Ramón Gómez de la Serna.

Es también notable su precocidad (en 1907 ya colabora en los prestigiosos Lunes de El Imparcial con un artículo titulado «Sobre una contradicción nietzscheana»), lo que le permitió, en uno de sus artículos, «La rebelión de un ángel»3, colocar su «hora literaria» al compás de la de Arthur Rimbaud.

A comienzos de 1904, cuando no había cumplido los diecisiete años, publica su primer libro de poemas, Cantares, del que no existen ejemplares, aunque sí disponemos de un interesante testimonio de Ramón Gómez de la Serna:

«Un día —no sabrá ni él mismo cómo— tuve en mis manos un ejemplar de su libro… ¿Cómo se llamaba aquel libro? Lo tuve en mis manos muy pocos minutos; pero recuerdo aquello como si me hubiese asomado al libro más crudo que he leído. Era interesante, disparatado, audaz. Tenía el estilo de los grandes atentadores»4.

Dos años después, en un curioso libro, Clara Babel, Corpus mezclaba relatos de temática variadísima, y de valor muy desigual, que van desde la finura poética de los titulados «El silencio del sol» y «Un musulmán arrogante» hasta un descarado tono iconoclasta, muy en la línea del que exhiben los periódicos estudiantiles y anarquistas de la época.

Corpus comienza a escribir muy pronto en la prensa republicana de entonces. Su primer artículo en El País, titulado «La soberbia del mercurio», apareció el 4 de agosto de 1906. Años después recordará: «Yo escribía en periódicos como El País, y en todos los periódicos de rebeldía que había entonces. Así empezábamos todos. Azorín me dijo un día que él había estado escribiendo un año entero en El País, sin cobrar, un artículo casi diario, y que son los mejores artículos que ha escrito, en los que ha escrito con más pasión»5. En Los pasos contados también recuerda las características de algunos de sus primeros escritos: «El radical Nakens, no anarquista, pero en España el republicano más cercano a ellos, no quiso publicar en su periódico uno que le llevé, y no por razones políticas, sino por respetabilidad moral»6.

Desde muy pronto, asiste a la tertulia del café de Levante, cuya importancia en la vida cultural española ha sido reconocida por numerosos autores. Según Julio Gómez de la Serna:

«Corpus intervenía, con sus camaradas, en la confección de las ideas más radicales, saturándose de las grandes drogas: música, literatura, política. Allí el espíritu burgués quedaba deshecho, triturado, en el fondo de los vasos de café, de las copas de alcoholes y de las pipas, llenas de carácter. Él conoce desde entonces y como nadie las mejores frases, las mejores anécdotas de los Baroja, de Azorín, de Valle-Inclan»7.

Fue precisamente en Baroja en quien Corpus buscó apoyo y aliento para sus inquietudes literarias:

«Hace días dejé en casa de Pío Baroja —recuerda en Los pasos contados— un artículo mío por si le parecía bien y quería hacerlo publicar en algún periódico. Con el artículo (¿habrá entendido mi letra, por más que me he esforzado en hacerla clara?) le dejé el librito que me ha hecho editar el abuelo [se refiere a Clara Babel] en pago de mis artículos breves que contiene, aparecidos en periódicos anarquistas».

En Desde la última vuelta del camino, Baroja confirmará estas palabras:

«Corpus Barga tendría diecisiete o dieciocho años, cuando se presentó un día en mi casa de la calle de Mendizábal hace cuarenta años. Era un joven alto y rubio, de ideas un tanto subversivas. Poco después escribió un libro de cuentos y de artículos y apareció en el café de Levante. Más tarde hizo un semanario violento, le denunciaron y se marchó a París»8.

Aunque Baroja poco pudo hacer por él, se inicia así una amistad entre ambos que se mantendrá inquebrantable a lo largo de los años, incluidos los difíciles de la guerra civil, y a pesar de diversas polémicas que mantuvieron y de mutuas y cariñosas ironías.

También inicia Corpus sus relaciones amistosas con Valle-Inclán, un escritor que, desde un primer artículo que le dedicó en 1910, ocupará un lugar preferente en su obra. «Es difícil hablar de un literato difunto —escribirá en 1936— a quien se ha conocido íntimamente en la vida»9.

Corpus, que poco antes había quedado huérfano, decide abandonar sus estudios de ingeniería de Minas en el tercer año de carrera, a pesar de su siempre ponderada facilidad para las matemáticas, con el fin de dedicarse de lleno a las actividades literarias.

En este abandono, hay un hecho que vale la pena recordar: el hundimiento del tercer depósito de las Aguas de Lozoya, entonces en construcción, en el que quedaron sepultados centenares de obreros.

Corpus comentará en Las Delicias:

«¿Te acuerdas de tu indignación —le interroga su amigo Jaime— cuando el hundimiento del tercer depósito? ¡Cómo hablabas del espanto de las mujeres desgreñadas que tomaron en Chamberí por asalto el tranvía en que ibas tú, bien desayunado con pan y manteca! […] La Guardia Civil nos abría paso a nosotros, los futuros ingenieros, que íbamos, ¡qué farsa!, a prestar los primeros auxilios con las palas y los picos de las panoplias del patio de la Escuela que nos distribuyeron los profesores. No sabíamos manejar las herramientas y no teníamos las que nos hacían falta […]. ¿Por qué al día siguiente en vez de ir a la Escuela nos fuimos a la manifestación de los Cuatro Caminos y tiramos piedras y nos dispararon?»10.

Esto explica que su familia decidiera confinarlo en su casa solariega de Belalcázar, pueblo de la sierra de Córdoba donde Corpus había pasado temporadas en su infancia (las notas que allí tomó le sirvieron para redactar su primera novela, La vida rota, que apareció en 1910 y que, reelaborada, se convertirá en Los galgos verdugos11, volumen cuarto de Los pasos contados).

Poco después, Corpus realiza un viaje a América que su hija Rafaela recordaba así (carta del 14 de agosto de 1978): «El viaje de mi padre a Buenos Aires se produjo cuando aún era menor de edad, después de la muerte de sus padres. Se escapa, trabaja en un buque, y, porque no tiene dinero, está unos días en Buenos Aires sin comer y cambia una petaca de cuero a un vendedor ambulante por unos pasteles de miel que lo ponen enfermo. Unos días más tarde lo encuentra la policía y es enviado a España por orden de su tutor».

También en esta época continúa con sus colaboraciones en la prensa. En algunas de ellas, en El Intransigente y en El Radical, parece claro su deseo de dinamitar una sociedad que le parecía sumida en una crisis más profunda y radical que la denunciada por los hombres del 98.

A mediados de 1910 visita París, donde se relaciona con diversos escritores españoles (Pío Baroja y Ramón Gómez de la Serna, entre otros), con el ruso Ilia Ehrenburg, al que ayuda a descifrar la poesía de San Juan de la Cruz, y con un hijo de Tolstoi, que era escultor y que, según Corpus, no estaba muy de acuerdo con las teorías que su padre había expuesto sobre el matrimonio y la sexualidad en La sonata a Kreutzer.

De regreso a Madrid, a mediados de 1911, Corpus pasa una temporada en Andalucía y renueva sus ataques contra el caciquismo en una conferencia que pronuncia en la Casa del Pueblo de Belalcázar.

En 1913 conoce a José Ortega y Gasset, con el que mantendrá una relación continuada hasta 1936, y al que dedicará diversos artículos. Con él y con Pío Baroja y Roberto Castrovido asistirá, el 23 de noviembre de 1913, al homenaje que se tributó a Azorín en Aranjuez, con el fin de recordar «al público literario que el escritor aguarda desde hace un año a las puertas de la Academia, sin que esta se haya todavía percatado del alto respeto y sólido entusiasmo que su obra merece».

Unos días antes, el 17, había aparecido el primer número de un semanario, Menipo, dirigido y redactado en su totalidad por Corpus (los dibujos corrieron a cargo de Tito Salmerón, hijo de Nicolás Salmerón), y en el que el personaje del cuadro de Velázquez se encargará de pasar revista a los más diversos aspectos de la vida madrileña:

«Menipo salta definitivamente del cuadro del Museo del Prado y, después de calentarse los pies con unas cuantas fuertes pisadas convenciéndose al mismo tiempo de que su cuerpo puede caminar, ha echado un trago del jarro que tiene a su vera y volviendo a embozarse en su capa, firme de figura y único de genio, se ha lanzado a la calle […]. Menipo sabe que un periódico no se hace en la Redacción por unos señores que, teniendo que ir a la Redacción, no se enteran de las cosas. Un periódico donde se va a hablar de lo que pasa en la calle tiene que hacerse en la calle también».

Sin embargo, Menipo va a tropezar pronto con la vara de la justicia y sus paseos durarán muy poco. Un artículo sobre el viaje que hizo el famoso acorazado Carlos V en diciembre de ese mismo año a México originó una denuncia del Ministerio de Marina que estuvo a punto de costarle un serio disgusto. Corpus lo evitó marchándose a París, donde fijará su residencia definitiva.

Las causas de este exilio voluntario fueron, sin embargo, mucho más complejas, según explicó en repetidas ocasiones:

«Soy, como tantos otros españoles, intelectuales y obreros, desperdigados por Europa y América, un inadaptado a la vida española, no porque lleve viviendo muchos años fuera, sino que estoy fuera desde mi juventud por haber disentido radicalmente de la vida en España. Y no únicamente del régimen político. De la vida, es decir, de la sociedad en todas sus manifestaciones. De su imaginación o literatura como de su realidad política, de la vida familiar como de la social, y sobre todo de la vida más íntima, más falsamente íntima y espiritual»12.

A partir de estas fechas, Corpus se entrega de lleno a sus tareas periodísticas, con un olvido casi absoluto de los restantes géneros literarios. Esta decisión le acarreará en el futuro diversas críticas. En opinión de Max Aub, tanto Antonio Porras como él «dieron al periodismo lo que tal vez debieron otorgar a la novela»13. José Domingo le reprocha algo parecido: «Queda todavía por hacer la valoración de su temprana labor narrativa, a la que perjudicó sin duda la falta de continuidad y la absorción de sus actividades por el periodismo y el ensayo»14.

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