Читать книгу Al otro lado - Cristina G. - Страница 10

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* 5 * Dudas


Cuando me miré en el espejo me di cuenta de que parecía un oso panda. Después de la noche que había pasado, me había acostado en la cama tal cual, con ropa y maquillaje incluido. Lo que había ocasionado que mi aspecto matutino diese absoluto miedo. El rímel se me había corrido manchando la zona inferior de mis ojos, que estaban vidriosos, mi pelo estaba totalmente despeinado, hasta que pensé que quizás unos pájaros habían decidido anidar allí. Mi apariencia en general se asemejaba más a una loca o drogadicta después de una noche agitada.

Suspiré ante mi reflejo y me metí a la ducha sin pensarlo dos veces. El agua tibia que resbalaba sobre mi cuerpo era un gran alivio. Conseguí quitarme la suciedad y despejarme un poco de todo lo que sucedió durante la noche.

Besar a Kyle, gritarle después en estado de embriaguez y vomitar ante los ojos de Liam no era precisamente lo que me habría gustado para mi fiesta de bienvenida. Pero ya no podía dar marcha atrás.

Fui a la cocina una vez limpia y despejada para prepararme un café bien cargado. Daniel apareció en el umbral con un aspecto más aterrador que el mío antes de la ducha. Le miré alzando una ceja.

—Ay, primito, no sabes beber —me mofé.

—Eh, me has robado la frase —contestó con voz gutural.

—Tengo mucho mejor aspecto que tú, por suerte.

Se acercó y puso café en su taza.

—Yo por lo menos no hice cosas indecentes. —Una sonrisa malévola apareció en su rostro y el instinto de lanzarle el café caliente fue repentino.

—Ya te gustaría haberte divertido tanto como yo.

Dicho esto, salí de la cocina pavoneándome como una modelo. Terrible mentira había soltado porque de divertido no había tenido nada. Bueno, quizás el beso sí y… no, no lo fue. O sí. No. Sí. Vale, me gustaría repetirlo, para qué negar.

Suspiré dramáticamente mientras me lanzaba como un saco de patatas al sofá. Mi móvil comenzó a sonar y vi en la pantalla que era mi madre, me planteé si cogerlo o no, ella podía ser igual de agotadora que mi primo, se notaba que tenían la misma sangre. Finalmente descolgué.

—Cielo, ¿cómo estás? —Su voz alegre me hizo sonreír.

—Hola, mamá. Estoy bien, acababa de sentarme en el sofá para ver algo en la tele.

—¿Ya has desayunado? No te lo saltes, espero que estés comiendo bien. ¿La leche que venden ahí te sienta bien? Deberías tomar también fruta.

Rodé los ojos con una mezcla de fastidio y diversión. Mi madre siempre tan poco sobreprotectora y sosegada.

—Sabes que tomo la de soja y me sienta bien. Relájate, mamá, sé cuidarme sola.

—Bueno, cariño, solo me preocupo que por algo soy tu madre. ¿Qué tal el vecindario? ¿Te gusta la zona?

Si le hablaba de mis vecinos le daba algo de la emoción.

—Sí, es muy bonito. Aquí hay de todo.

—¿Qué habéis hecho el loco de tu primo y tú estos días?

Me ahorraría la fiesta en la que su hija se enrolló con un desconocido, se emborrachó y vomitó. Sería lo mejor.

Le conté por encima las cosas sin importancia que Daniel y yo habíamos hecho, y charlamos un rato sobre su día. Para variar mi padre estaba muy ocupado.

—Ya te echo de menos y hace un suspiro que te fuiste, hija —se lamentó.

Logró ponerme nostálgica. Mi madre y yo siempre estábamos solas, a la hora de las comidas, a la hora de dormir, hacer la compra, ver la tele en el salón, éramos ella y yo. Nadie más.

Entonces Daniel entró a la sala y me vio con el teléfono en la oreja. Se acercó, a sabiendas de con quién hablaba y gritó al auricular:

—¡La estoy cuidando muy bien, tía! ¡Don’t worry, no se quedará embarazada!

Le lancé un cojín, que esquivó como habitualmente hacía.

—¡Si sale con alguien al menos que esté bueno! —gritó mi madre en respuesta.

Dios mío.

Les mandé callar a los dos y después de un par de frases terminé la llamada para dedicarme a perseguir a mi primo por toda la casa dispuesta a provocar una pelea física.

El resto del día fue más o menos tranquilo, aproveché para recuperar fuerzas con ayuda del sofá y la televisión. Cosa bastante patética, pero poco me importaba a esas alturas el hecho de serlo.

Mi tranquilidad se truncó cuando sonó el timbre. Me levanté ingenua e inocente dispuesta a abrir la puerta, pero cuando vi a Liam al otro lado del umbral quise volver al sofá y fingir que no estaba. Su enorme sonrisa sincera me detuvo.

—Hola, tienes buen aspecto.

Intenté dibujar una sonrisa. ¿Por qué siempre aparecía cuando no le esperaba? Y para variar los nervios se instalaron en mí.

—Gracias, pero tendrías que haberme visto esta mañana.

Me maldije al instante. Carraspeé como si eso pudiera borrar lo que acababa de decir y Liam rio ante mi actitud.

—No creo que sea para tanto.

¿Siempre tenía algo bueno que decir?

Y de repente caí en la cuenta de que debía hacerle pasar como buena vecina que era. Además de lavar mi culpa de no haberlo hecho la primera vez que se presentó en mi puerta.

—Oh, lo siento. ¿Quieres pasar? —Liam pareció sorprendido, sin embargo asintió.

—De hecho, tan solo venía a decirte algo —dijo vacilante mientras entrábamos.

—¿El qué?

Liam irguió los hombros como si fuera a exponer algo muy importante y eso solo hizo que me impacientara más por saberlo.

—Esto… —Se rascó la nuca. ¡Dilo ya!—. ¿Te gustaría…? Es decir, ¿te hace ir a tomar un helado o algo?

Pestañeé varias veces como una idiota pues no me esperaba esa propuesta. ¿Me acababa de invitar a tomar un helado? ¿Me acababa de pedir una cita?

—Si estás ocupada no te… —empezó a decir, extrañado por mi tardanza en articular palabra.

—No, no. Digo, que sí. Estaría bien un helado.

Sonreí de la manera más sincera que pude intentando no parecer muy entusiasmada, en cambio Liam no se preocupó en ocultarlo. La escena empezaba a ser un poco rara así que le dije que tenía que arreglarme y corrí hasta mi cuarto.

Vale. Iba a salir con Liam. Seguía pensando si era una cita. ¿Lo era? ¿Y si solo me lo estaba imaginando? Bueno, era obvio que él sentía vergüenza cuando estaba a mi alrededor, entonces… Si era una cita, ¿significaba que le gustaba?

Unos toques en mi puerta me sacaron del lío mental de «cita sí, cita no» en el que me había metido. Mierda, de tanto darle vueltas estaba tardando demasiado.

—¡Lo siento, ya salgo! —chillé al mismo tiempo que abría la puerta.

Pero allí no estaba Liam, sino Daniel.

—Solo vas a salir con Liam, no hace falta que te pongas de gala.

Torcí el gesto con desagrado. Mi querido primo siempre en medio. Siempre. Miré hacia el sofá donde estaba sentado un avergonzado Liam que se encogió de hombros, dándome a entender que no tenía nada que ver con el molesto aviso de Daniel. Le pegué un empujón en el pecho a mi primo para apartarle mientras él se reía, para variar.

—Perdona, ya estoy lista —le dije a Liam con una sonrisa.

—Genial.

Nos dirigimos a la puerta bajo la atenta y burlona mirada de Daniel.

—Luego volveré. Limpia un poco —ordené con una sonrisa socarrona.

—Hasta luego, tortolitos —añadió mi primo imitando la voz de una mujer.

Una vez fuera, dejé escapar un suspiro. Vivir con Daniel era mucho peor que vivir con una madre loca. Sonreí a modo de disculpa a Liam, que por lo visto intentaba aguantarse la risa.

—No está bien de la cabeza —refunfuñé.

—Créeme, lo sé. —Y al fin su risa escapó de sus labios.

Era tan adorable cuando se reía, tan feliz e inocente.

Pero ¿qué estás pensando, Emma?

Fuimos a una heladería bastante mona no muy lejos del edificio, había bastante gente, lo cual era normal en las fechas que estábamos. Algunas parejas sentadas a las mesas de cristal se miraban y reían, padres con sus hijos, incluso algún adolescente sorbiendo su batido mientras leía de un libro de texto. Eso me recordaba que en unas semanas comenzaría la universidad, hecho que me ponía un poco nerviosa. Observé a Liam a mi lado, esperando a que me sirvieran el cucurucho de helado, se apartó un mechón castaño de la frente. Ni siquiera sabía qué estudiaba él.

—¿Pasa algo? ¿Te han puesto mal el pedido? —me preguntó al percatarse de mi escrutinio. Me giré rápidamente hacia el frente.

—No, no. Está bien.

Mierda. Tenía que actuar como una persona normal. Una vez que obtuve mi cucurucho con helado de vainilla y fresa, nos sentamos en una de las mesas para poder charlar tranquilamente. Y el hecho de estar a solas con él todavía me resultaba un poco incómodo, teniendo en cuenta lo sucedido anteriormente. Liam debió de percatarse y carraspeó, inquieto.

—¿Sigues preocupada por lo de anoche? —preguntó.

Yo tosí, pues me había atragantado con el helado por su pregunta. ¿Qué podía responderle a eso?

Oh, sí. No puedo quitarme de la cabeza los carnosos labios de Kyle y su frase «yo sí quería besarte», ni el hecho de que nos pillaras en plena discusión y luego me vieras vomitar toda mi dignidad. Y estoy hecha un lío porque no sé qué cojones siento por cada uno.

Pues no era el caso de decirle todo eso.

—¿Estás bien? —Se preocupó por mi atragantamiento y yo moví la mano en señal de afirmación.

—Pues no lo he olvidado, no. Fue bastante bochornoso para mí. —Dejé escapar una risita—. Pero se me pasará, tranquilo. Dejaré las fiestas de lado por una buena temporada.

Liam asintió sumergido en sus pensamientos. Continué devorando mi pedido como si la cosa no fuera conmigo.

—No tienes que preocuparte, al menos por mi parte —aclaró—. Ya sabes, eso de la pregunta… Yo me habría quedado a cuadros igual. Bueno, que no importa, ¿vale?

—Y lo del vómito —dije de manera casual. Liam rio.

—Cierto. También puedes olvidarlo. ¿Qué vómito? No recuerdo nada de eso.

Sonrió de una manera tan dulce que me dieron ganas de olvidar todo realmente. Incluso a Kyle. Ojalá pudiera olvidarle a él. A él y a su maldito olor, sus estúpidos labios y su sensual voz.

Tenía que cambiar de tema.

—Hasta ahora no te lo había preguntado, pero ¿qué estás estudiando?

—Ah… Magisterio. Me centraré en los niños más pequeños, seguramente —respondió.

—Vaya, ¿vas a ser profe? Eso es genial. Yo no tendría paciencia con ninguna edad. Me parece admirable que tengas el don de enseñar.

Ahora que lo sabía, ¿dónde estaría mejor Liam con su adorable forma de ser que rodeado de niños? Le iba al dedo. Él sonrió y se encogió de hombros para restarle importancia.

—Aprendí a tener paciencia gracias a mi familia.

—¿Tienes hermanos pequeños?

—No, solo tengo un hermano y de hecho es mayor que yo. Pero siempre ha sido muy cabezón.

Liam se rio un poco entre dientes, mas sentí que esa risa no era del todo sincera. Se notaba que le apreciaba, sin embargo me dio la sensación de que había algo más.

—¿Qué es de ti? —preguntó antes de que pudiera decir algo al respecto.

Le concedí el deseo de cambiar de tema.

—Bueno, vine aquí para estudiar Medicina.

—¿Viene de familia? —inquirió con una media sonrisa que denotaba su diversión por la reiterada elección del campo en mis familiares.

—Supongo que sí. De pequeños, Daniel y yo siempre jugábamos a los médicos, y él se inventaba enfermedades súper raras e inexistentes. Ah, además mi padre es cirujano.

—¿Tu madre también se dedica a eso?

—No, qué va. Ella ve sangre y se desmaya. Aunque voy a tener que trabajar en eso, porque debo de haberlo heredado, por desgracia. Puedo ver sangre, en cambio pensar en pinchar a alguien me da repelús.

Liam comenzó a reírse con esa risa tan alegre y melódica. No pude evitar seguirle.

Después de charlar un rato más sobre los estudios y demás, decidimos ir a dar una vuelta por la zona. Todo era muy tranquilo con Liam, exceptuando cuando me ponía nerviosa su cercanía. Era divertido y era… agradable. Realmente estaba a gusto con él.

Compramos unos trozos de pizza en una pequeña pizzería de una plaza, ya que los helados no había llenado mucho nuestro estómago que digamos. Reíamos mientras caminábamos hasta que nos topamos con un grupo de chicos bailando en una de las esquinas de la plaza.

—Mira —indicó Liam, mientras observaba a los bailarines que se retorcían con gracia en el suelo—, son buenos. Yo no podría hacer eso, se me da fatal bailar.

No pude evitar recordar a Kyle. Rayos. ¿Por qué tengo que ponerme a pensar en ese idiota ahora?

—Yo tampoco, tengo dos pies izquierdos —reí, intentando aliviar la tensión que repentinamente sentía.

Liam me sonrió y devolvió a la vista a los chicos, pensativo.

—Kyle seguro que sí, él lo hace genial.

Me paralicé. Lo había dicho de una forma tan casual, como si él no pintara nada en la historia. Y bueno, seguramente no lo hacía. Sin embargo, Liam frunció el ceño como si se arrepintiese de haberlo mencionado. Me rasqué el brazo, nerviosa, e intenté desviar su atención.

—No había estado aún en esta plaza.

Muy inteligente e interesante, Emma.

Liam abrió la boca y la volvió a cerrar. Mierda, ¿en qué estaría pensando? Finalmente se giró hacia mí y me miró a los ojos. Permanecí petrificada en sus iris castaños.

—Hay una cosa que me gustaría saber, pero… —balbuceó desviando de nuevo la mirada—. Mejor no, olvídalo.

—Dímelo —pedí. Fuera bueno o malo, ahora necesitaba saberlo.

Él clavó su vista en mí, entrecerrando un poco los ojos debido al sol de la tarde, y se lo pensó durante un par de segundos.

—¿Te gusta Kyle?

Mi trozo de pizza se deslizó de mi mano hasta caer al suelo. No tuve fuerzas de sostenerla, ni a ella ni a mi boca, que se abrió como si me hubiera vuelto imbécil de repente.

—Oh, mierda —dijimos a la vez al ver a mi pobre trozo de pizza desparramado por las baldosas.

—Qué mala suerte. ¿Quieres que te compre otro? —se ofreció Liam.

—No, no. Tranquilo. Es que soy muy torpe.

Sonreí como pude mientras me ayudaba a recogerlo para tirarlo a la basura. Aun así, me tendió lo que le quedaba de la suya y no tuve más remedio que aceptar.

Con todo el asunto de la caída de la pizza no había respondido a su pregunta. Una pregunta horrible e inesperada. ¿Por qué quería saber eso? ¿De verdad se me notaba tanto el interés en él? ¿Acaso le importaba? ¿O era solo curiosidad? ¿Qué debía responder a eso? ¿La verdad? Genial. ¿Y cuál era la jodida verdad?

Liam no insistió en su pregunta, cosa que esperaba que hiciera. Quizás había interpretado mi aturdimiento como una forma de defenderme de ella. Lo cierto es que fue un gran alivio. Sin embargo, mientras volvíamos a casa no podía parar de darle vueltas. Tenía derecho a su respuesta. Fuera la verdad o no, tenía derecho.

—No me gusta —solté repentinamente. Liam dio un pequeño respingo, sorprendido.

—¿Cómo?

Tragué saliva.

—No me gusta Kyle, respecto a tu pregunta de antes. Esa es la respuesta.

Liam me observó durante unos segundos, sopesando quizás si mentía o si estaba loca. Vale, había decidido contar una media verdad. Realmente no tenía muy claro si me gustaba o no Kyle. Ese chico bipolar y engreído me ponía de mal humor y me creaba desconfianza, pero también me atraía. No podía decirle a Liam que me gustaba porque, además, también sentía algo extraño hacia él mismo.

Todo estaba demasiado enredado en mi cabeza. Estaba mucho mejor con mis vecinos ancianos en Phoenix.

Liam alzó ambas cejas mirando al infinito.

—Vaya. Vale, supongo que eso está… bien.

¿Que eso está bien? Entonces le alegraba de alguna manera que no me gustara Kyle. Estupendo. Eso solo añadía más lana para la bola mental de mi cabeza.

—¿Por qué querías saberlo? —me atreví a preguntar. Él se rascó la nunca algo inquieto.

—Pues por saber. No sé, después de lo que pasó en la fiesta… Pensé que igual habías sentido algo. —Carraspeó—. Perdona por entrometerme, solo era curiosidad.

¿Curiosidad? ¿De verdad?

—Solo fue un juego —contesté.

Asintió y continuamos el camino acompañados de un poco de tensión.

Solo fue un juego. Sí, realmente solo fue eso. Aunque quizás para mí no. Y una parte de mí esperaba que para Kyle tampoco. Me sentía mal con ese sentimiento teniendo a Liam a mi lado, porque él también era una persona que estaba resultando ser especial.

Malditos vecinos.

Después de despedirnos cada uno volvió a su casa, y fui sometida al inapropiado interrogatorio de Daniel.

—Comimos helado y hablamos. Paseamos y comimos pizza, reímos y volvimos a casa. Un día increíble —relaté con mi mejor sonrisa irónica.

Era todo verdad, obviando, claro está, todas las situaciones y preguntas comprometidas. Solo me faltaba tener que lidiar con mi primo.

—Eres una sosa —afirmó.

***

Como de costumbre, me tocó bajar la basura. La bajada en ascensor fue tranquila, pero cuando subí y las puertas se abrieron algo se interpuso en mi campo de visión. A mi cerebro cansado le costó registrar lo que estaba ocurriendo. Una persona se acercó al ascensor. Un chico. Y estaba desnudo. Era Kyle. Un momento, ¿era Kyle? ¿Kyle estaba desnudo entrando en el ascensor en el que yo me encontraba? Espera, ¡Kyle estaba desnudo!

Antes de que pudiera pegar un grito ya estaba dentro, tapándome la boca. Apretó el botón para bajar y yo le pegué —no sé dónde— un empujón para apartarle.

Oh, Dios santo.

Kyle estaba completamente desnudo frente a mí. ¡¿Por qué cojones estaba desnudo frente a mí?!

No mires abajo, no mires abajo.

Me apoyé contra la pared del ascensor intentando bajo toda costa mantener mi mirada en sus ojos. Él se tapó discretamente su amigo colgante con las manos.

—¿Qué coño…? —empecé a decir.

—Lo siento. Había un fantasma —dijo como si fuera lo más normal del mundo.

Y esa fue toda su elocuente, elaborada e innegable explicación.

¿Un fantasma? ¡El único fantasma que había allí era él! Me tapé los ojos con las manos y recé: «Por favor, que cuando los abra esté vestido. Por favor, que cuando los abra esté vestido».

Pero cuando los abrí, no estaba vestido.

Al otro lado

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