Читать книгу A tu lado - Cristina G. - Страница 11

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6 KYLE

Me quedé paralizado al escuchar las palabras del doctor. No podía estar hablando en serio. ¿Que podría no volver a pisar los escenarios? ¿Estaba de broma? Eso era imposible. Dirigí mi mirada a Emma, ella simplemente había bajado su cabeza, de pie al lado del médico. Mi mente se quedó en blanco. Una sensación muy parecida a la impotencia y la frustración ascendió por mi cuerpo.

—¿Y cómo puedo evitar eso? —decidí preguntar.

—Cumpliendo a rajatabla con el tratamiento y los ejercicios —contestó el médico, Jase, creo que mencionó que se llamaba.

—Lo haré —dije.

No sé si sonó convencido, tampoco me importó. Me encontraba demasiado débil repentinamente, cansado e inútil ante mi situación. El doctor me dio un par de recomendaciones y afirmó que me visitaría al día siguiente. Emma salió tras él, y no me miró en ningún momento. Apreté la mandíbula y miré por la ventana. No me podía creer que hubiera tenido tan mala suerte. No me gustaba en absoluto la idea de estar allí encerrado por Dios sabe cuánto, y sin saber a ciencia cierta qué sería de mi futuro. Jamás permitiría que aquello me apartase de mi trabajo, de mi sueño. No dejaría los escenarios ni de broma.

Pasado un rato de estar mirando a la nada, alguien tocó a la puerta y se asomó una cabeza. No pude evitar dibujar una leve sonrisa al ver a Eric. No me sentía demasiado capaz de tener una conversación, pero le hice un gesto para que pasara. Una vez a mi lado fruncí el ceño al ver la cara tan pálida que tenía.

—¿Cómo estás, tío? —preguntó.

—Drogado —intenté sonreír—. Pues un brazo roto, una contractura en la pierna y algún que otro punto.

—Menuda hostia te pegó, ¿eh? Un poco más y no lo cuentas.

—Haberme muerto por un foco habría sido muy triste.

Eric se rio y se sentó en la butaca al lado de mi cama. No pensaba decirle nada de lo que el médico me había informado, tenía claro que iba a guardármelo por el momento, no había necesidad de preocupar a nadie.

—Yo sí que casi me muero, cabrón. Qué susto me metiste.

Mi amigo suspiró y yo me sentí culpable. Aparte de haber jodido el espectáculo, todos debieron asustarse y temerse lo peor.

—Lo sé, lo siento —murmuré. Eric me miró mal ante la disculpa.

—El jefe estaba como loco, no pudo venir al hospital, pero seguro que mañana viene.

—Me va a crujir cuando sepa que tengo que estar de baja un tiempo.

Ambos nos reímos al imaginar a nuestro jefe de equipo rojo del agobio. Conseguí relajarme hablando con Eric, por suerte con él siempre era así.

—¿Te han dicho cuánto tiempo estarás aquí? —preguntó.

—No, todavía.

—¿No vas a pedir el traslado a Nueva York?

—No, creo que prefiero quedarme aquí hasta que me recupere. Estar allí y no poder ir a trabajar me mataría. —Eric asintió, comprendiendo—. Tendrás que estar solito en casa unos días.

Eric sonrió de forma pícara y yo le miré con suspicacia, sospechando que algo había hecho, o algo tenía en mente.

—¿Por quién me tomas, colega? Sabía que harías eso y no voy a dejarte aquí tirado. Por suerte tienes unos amigos muy simpáticos que me han ofrecido asilo mientras estés aquí ingresado.

Vaya, había conocido a los chicos, de modo que ellos estaban en el hospital. Aunque ese aspecto no quitaba intensidad a mi sorpresa.

—¿Vas en serio? —inquirí abriendo los ojos como platos—. El jefe nos matará a los dos.

—Ya lo he hablado con él. Y sabes que después del espectáculo de esta noche teníamos unas semanas muy tranquilas. Simplemente he cogido mis vacaciones.

¿Aquel idiota iba a desperdiciar sus días de vacaciones por estar conmigo? Definitivamente estaba como una cabra.

—No hace falta que te quedes aquí, Eric. Mi madre vendrá, tengo a mis amigos y a E…

Eric alzó una ceja y yo me maldije por haber estado a puntito de nombrarla. Bueno, era mi médico, una ayuda era.

—¿A quién? —me exigió.

—A mi… doctora.

No era mentira.

—Sí, lo sé. Tu doctora es muy guapa, ¿no crees? —dijo con ironía.

Le miré sin saber qué decir. Por lo visto mi amigo había conocido a mi exnovia, y por su cara daría todas mis cartas a que no le había gustado un pelo.

—¿La has conocido?

Mi amigo se recostó en el asiento de forma cautivadora, como si fuera a relatarme una historia muy larga e interesante.

—Oh, sí. Se presentó como tu médico en la sala de espera. Pelirroja, medianamente alta, ojos grises, piel pálida. Cagadita a tu exnovia, ¿no te parece?

Suspiré. Ya no tenía caso que lo ocultara. Eric no había visto a Emma nunca en persona antes de eso, pero sí lo había hecho en fotos, y era un rostro difícil de olvidar.

—Es ella —murmuré.

Eric dio una fuerte palmada en el reposabrazos de la butaca.

—¡Ya lo sabía, idiota! Lo supe desde el momento en que la vi, no preguntes por qué. —Se inclinó hacia mí y me miró con reproche—. Esa tía es una estirada, parecía un robot. Hay algo en ella que no me gusta. Hiciste bien en dejarlo.

Me sentí molesto ante el comentario. Estuve tentado de hacerle callar, de renegarle por hablar mal de Emma sin conocerla y decir cosas que no eran ciertas. Sin embargo, cuando fui a abrir la boca me di cuenta de que tenía razón: Emma se había comportado de esa forma conmigo, como un robot monitoreado que dice solo unas frases preprogramadas. ¿Había cambiado o era solo un comportamiento relacionado conmigo?

—Se está haciendo la fría, ella no es así —contesté. Intenté creerme mis propias palabras, aunque no estaba seguro de nada.

—¿Y cómo ha sido vuestro reencuentro? Supongo que te habrá mandado a la mierda, visto lo visto.

—Más o menos.

No quería hablar del tema, no quería contarle a nadie cómo había sido de indiferente Emma conmigo, porque su imagen agachando la cabeza y saliendo de la habitación después de las palabras tan duras del doctor me había dolido de una forma muy extraña. Quizás ella se alegraba de que por fin tuviera mi merecido, de que el karma me llegara, y dejara de hacer aquello por lo que la dejé atrás. Una parte de mí me decía que eso era imposible, que Emma jamás pensaría algo así, sin embargo, la Emma del presente yo ya no la conocía.

—Oye, ¿cuándo vas a acabar? —dijo una voz al asomarse alguien por la puerta.

Sonreí al ver a Luke allí de pie. Entró seguido de Scott, Damon y Christian. Me rodearon y comenzaron a hacer las mismas preguntas que Eric anteriormente. Me olvidé un poco de todo charlando con ellos, a pesar de no tener ganas de hablar con nadie, hacía tantísimo que no los veía que estaba realmente feliz de tenerles allí. Habíamos vivido juntos por años, y a pesar de haber estado tanto tiempo separados, nos hablábamos como si me hubiera marchado ayer.

—¿Entonces estás bien? —inquirió Luke, queriendo cerciorarse.

—Sí, tranquilo. Por ahora no me voy a morir.

Respiró aliviado y sonrió.

—¿Habéis avisado a mi madre? —pregunté.

—Claro —respondió Damon—. La pobre mujer no gana para sustos contigo.

Cuánta razón. Le debía una cena cara a mi querida madre.

De pronto los chicos se miraron entre sí. Incluso intercambiaron una mirada con Eric. Ya me parecía a mí que estaban tardando demasiado en sacar el tema, me había sentido aliviado de estar esquivándolo, pero con mis antiguos vecinos era imposible.

—Venga, decidlo ya —dije.

—¿Qué? —exclamó Luke, simulando que no entendía.

—Os morís de ganas de preguntar qué ha pasado con Emma, mi ahora doctora.

Otro intercambio de miradas.

—Es que ella es tan suya… —se quejó Luke—. No ha soltado prenda cuando he preguntado.

Me encogí de hombros. Entendía su interés, pero mis deseos de hablar de Emma continuaban siendo nulos.

—No hay mucho que contar. Ella se ha ceñido a su trabajo.

Los chicos me observaron fijamente, esperando algo más, pero no tenía intención de añadir nada. No pensaba explicarles lo que había sentido. Por suerte, parecieron comprender que no era el momento de indagar en ello y lo dejaron estar. Siguieron la conversación desviando el tema, preguntando por cosas varias sobre mi estado.

Al rato una enfermera entró y se alarmó al ver a tanta gente dentro de la habitación, lo que llevó a que los echara a todos. Prometieron visitarme a la mañana siguiente.

No sé qué mierda me pinchó la enfermera, pero me quedé dormido en menos de una hora. Lo agradecí, ya que el dolor que ya me estaba matando se redujo considerablemente. Conseguí descansar un poco, alejando mi mente de la tortura de mis pensamientos. El trabajo, la contractura, mis posibles problemas para volver a bailar. Pensé en el accidente de hacía unos años. Tan solo si hubiera tenido más cuidado, si hubiera mirado antes de cruzar, las cosas ahora quizás serían diferentes. Odiaba la idea de caer tan pronto, apenas llevaba unos años cumpliendo mi sueño, ¿y ya tendría que renunciar? No quería darme por vencido, haría lo que hiciera falta para volver a estar al pie del cañón.

Pero ¿y si no lo conseguía? ¿Y si por mucho empeño que le pusiera, mi cuerpo me vencía? ¿Qué iba a hacer yo sin el baile? Me sentía tan agotado e incapaz.

Me desperté al notar un ruido, una presencia. Abrí los ojos lentamente, Dios, esa mujer me había metido tres kilos de droga. Parpadeé para acostumbrarme a la tenue luz de la habitación. Ya era de día. Había un par de luces encendidas, el resto estaba en penumbra todavía a pesar de haber amanecido. Miré hacia un lado, y entonces la vi. Emma estaba sentada en la butaca cerca de mi cama, con la cabeza gacha, observando en silencio sus manos, que sujetaban una carpeta. Parecía totalmente abstraída, metida en sus pensamientos. Un molesto cosquilleo me recorrió el estómago. ¿Qué estaba haciendo ahí sola?

—Emma —siseé.

Mi débil voz fue suficiente para provocarle un paro cardíaco. Elevó la mirada como un rayo, con los ojos muy abiertos, se levantó de golpe provocando que la butaca se fuera hacia atrás. A continuación, cerró los ojos y suspiró colocando una mano en su pecho.

—Dios, qué susto —dijo, jadeante.

—¿Qué haces aquí? —pregunté. Fui consciente de que mi tono de voz no fue realmente agradable.

—Es… estaba… —Miró hacia todos lados, visiblemente nerviosa—. Comprobando tus vitales y la medicación. —Irguió sus hombros y adoptó una mirada extraña—. Pero ya he terminado.

Sabía que iba a salir corriendo después de eso, y no iba a retenerla, hasta que, después de hacer ademán de irse, me miró de forma triste.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó.

La observé receloso, y ella apartó la mirada. ¿Acaso estaba preocupada por mí? Después de cómo me había tratado toda la noche, lo dudaba.

—No hace falta que finjas que te doy pena —solté.

Mierda. ¿Por qué había dicho eso? Emma se giró hacia mí con una expresión totalmente confundida.

—¿Qué has dicho?

—Que no tienes que poner esa cara, ni hacer como que te preocupo, sentándote ahí sola con tristeza y preguntándome cómo estoy.

Joder, era un imbécil. Estaba enfadado, enfadado con el mundo por lo que me había ocurrido, y enfadado con ella por un millón de razones que no podía ni enumerar en mi cabeza. Estaba frustrado, y sabía que lo estaba pagando con Emma, pero no me sentía capaz de parar. Ella me observó frunciendo el ceño cada vez más, aturdida y sorprendida por mis palabras. Algo extraño cruzó por su rostro, dolor mezclado con irritación.

—Yo no estoy fingiendo nada —contestó con rabia—. No tengo por qué hacerlo.

—Vamos, Emma. Has sido muy fría todo el tiempo, me ha quedado claro que ya no te importo, y que solo soy una molestia.

Abrió la boca ligeramente, incrédula. Realmente, ¿de qué se sorprendía? Después de la actitud que había tenido, era imposible pensar lo contrario. Aunque era lo que yo me esperaba, y lo que me merecía, entonces, ¿por qué me sentía tan molesto?

Emma me señaló con el dedo y lo dejó caer. Podía ver la ira ascendiendo por el rojo de su rostro.

—¿Sabes? Eres un idiota, en eso no has cambiado —me espetó.

—¿Qué…? —comencé a preguntar, sin saber muy bien cómo continuar, pero ella me acalló mirándome fijamente.

—Pasase lo que pasase entre nosotros, y haya pasado el tiempo que haya pasado, no significa que ya no me importe lo que te ocurra —escupió. Yo me quedé de piedra—. Imbécil —añadió.

Caminó enfurecida hacia la puerta y salió de la habitación pegando un portazo.

Espera.

Emma había dicho que todavía le importaba. Y yo la había acusado de fría y mentirosa.

Mierda, la había cagado.

A tu lado

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