Читать книгу A tu lado - Cristina G. - Страница 7

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2 KYLE

Dejarme llevar con la música y que ella se ocupara de liberar mi mente de todo era la mejor sensación que conocía.

Bailé en la sala de ensayo durante horas, perfeccionando la coreografía. Estaba muerto, pero quería seguir practicando, en un par de días tenía que dar todo de mí. Íbamos a tener un gran espectáculo, aunque todavía no sabía ni a dónde iríamos, pero no me importaba. No había nada que me gustara más que hacer aquello. Cuando ya estaba anocheciendo, finalmente decidí apagar la música y me limpié el sudor de la frente con una toalla. Recogí mis cosas y salí de la sala. De camino a la salida me topé con mi compañero Eric, que rápidamente pasó un brazo por encima de mis hombros.

—Eh, trabajador. ¿A que te vienes a tomar unas birras con tu colega?

Sonreí, era el mejor amigo que tenía en el grupo y mi actual compañero de piso. Aunque admitía que le gustaba demasiado salir, beber y las mujeres, cosa que no compartíamos demasiado, sí lo hacíamos con el baile. Además, era un buen tipo, en el fondo.

—Estoy cansado, Eric. Otro día.

—Y una mierda.

Me arrastró, dejándome solo dos minutos para ducharme y adecentarme.

Una vez en un bar que no estaba muy lejos del edificio donde trabajábamos, Eric pidió un par de copas.

—Es viernes, Kyle. Hoy tienes que animarte.

—¿Animarme significa emborracharme y tirarme a una tía aleatoria?

Mi amigo echó la cabeza hacia atrás y comenzó a reír a carcajadas. Paró cuando se dio cuenta de que un par de chicas nos estaban mirando, y adoptó una postura recta, interesante, más sensual. Apreté los labios para no reírme de él en su cara. El tío era atractivo hasta decir basta, y sabía muy bien cómo aprovecharse de eso. Piel tostada, cabello castaño más cerca del rubio que otra cosa, ojos claros y complexión fuerte. Llamativo para cualquier mujer.

Bebió de su copa como un marqués y me señaló con el dedo, como si fuera a darme una valiosa lección.

—Amigo, se te va a caer el pene si no le das vida. ¡Eso necesita moverse! —Negué con la cabeza, sonriendo. Estaba loco—. Sé de buena mano que más de una se moriría por…

—No lo digas —le corté levantando la mano—. Preferiría no hablar de mi vida sexual ahora mismo.

—Normal, no existe.

Rodé los ojos. Vale, puede que llevara algún tiempo… mucho tiempo… años, sin acostarme con nadie. Pero eso no era asunto de Eric. No lo hacía porque no me daba la gana, y era mi decisión.

—Tío, te he dicho muchas veces que no lo necesito —respondí.

Eric bebió de nuevo de su copa y echó un vistazo a las chicas que nos miraban.

—Eres el tipo más raro que he visto en mi vida. Sigue negándotelo, a lo mejor algún día te lo crees.

Se levantó de su asiento recomponiéndose la ropa para acercarse a las chicas, antes de eso me guiñó un ojo.

—Pero yo te quiero, ¿eh, tío?

Asentí y le hice un gesto con la mano para que se largara de una vez. Era un entrometido de mierda y estaba como una cabra, un mujeriego en potencia y bastante gilipollas, pero era mi amigo. Fue el único que estuvo a mi lado cuando peor lo pasé, el único que soportó verme llorar alguna vez sin llamarme «nenaza», que consiguió distraerme de mil maneras para que no pensara en ella.

Observé el fondo de mi copa y la hice girar sobre la superficie de la barra. A pesar de los intentos de Eric, aún a estas alturas, continuaba recordándola. La veía en las pelirrojas de la calle, lo cual era ridículo, pero siempre me daba un vuelco el corazón cuando me topaba con alguien con su color de cabello. Cuando iba al médico y la buscaba sin siquiera pensar en lo que hacía, pues ella no iba a estar en un hospital a la otra punta del país. Odiaba recordarla, odiaba el sentimiento de vacío y abandono. Y sabía perfectamente que una parte de mí la odió por dejarme. Sin embargo, a quien más desprecié fue a mí mismo por haberme marchado, y haberla dejado atrás.

Eric apareció sonriente junto a las dos chicas y yo le devolví el gesto, incómodo.

—Este es mi amigo Kyle. Seguro que estaba deseando conoceros.

Le mandé una mirada de reproche y cuando mi vista se paseó por las dos chicas, me paralicé al ver que una de ellas era pelirroja. Bajé la vista.

Mierda. Tenía un problema con las pelirrojas.

—Hola —me saludó tímidamente.

Obviamente ella era como yo, la arrastrada por su amiga. Se veía a leguas que no estaba cómoda. ¿Habría hecho Emma lo mismo? ¿Obligada a salir con sus amigas para ligar y olvidarse de mí?

—Hey —contesté. No quería que se detectara ningún interés en mi voz. No me interesaba tener nada con ellas.

—¿Por qué no vamos a alguna discoteca a bailar un rato? —preguntó Eric—. Somos buenos bailarines, y ya sabes lo que dicen, «así baila, así f…».

—Ok. Vamos ya —le interrumpí en su grosera frase.

Salimos del local y decidí que no quería estar más allí. Si Eric quería tirarse a esa chica, o las dos, bien por él. Yo solo quería dormir.

—Yo me voy a ir a casa —dije.

—Pero ¿qué dices? Si ahora empieza la diversión —exclamó Eric.

—Te dije que estaba cansado.

Por el rabillo del ojo vi cómo la pelirroja ponía una ligera expresión de tristeza, como si irme fuera algo malo para ella. Y quizás lo era. Eric agarraba a su amiga de la cintura, y ella estaba apartada.

—Iremos nosotros, ¿verdad, Mel? —la instó su supuesta amiga.

La chica asintió nada convencida. Evidentemente no quería quedarse con esos dos. Ni ella ni nadie. Suspiré. Joder, no podía hacerle esa putada. Lo aguantaría un rato hasta que se fuera a casa.

—Está bien.

Una vez en la discoteca, Eric y la chica morena se dedicaron a bailar en la pista como si estuvieran en la película Dirty Dancing, sin perder ocasión de manosearse todo lo posible. Yo, en la barra junto a la chica pelirroja, estaba empezando a sentirme molesto. Había sido arrastrado allí con dos salidos y una desconocida, que para colmo ni me miraba. Me aparté el pelo de la cara y la miré. Tenía la vista fija en su copa, metida en sus pensamientos. Era vergonzosa, se le notaba mucho, y eso me enterneció.

—¿Tú no bailas? —se me ocurrió preguntar.

Ella elevó la vista a mí sorprendida de que le hubiera hablado.

—No se me da nada bien, la verdad —respondió.

Algo se encendió en mi cerebro y dejé la copa donde estaba pues se me había revuelto el estómago. Pelirroja y no sabía bailar. Gracias, destino, lo estás haciendo de puta madre.

—Vaya —murmuré.

—Tú sí sabrás muy bien, me han dicho que eres bailarín —comentó.

—Bueno, sí.

Mel pareció armarse de valor y me miró por debajo de sus pestañas.

—Quizás podrías… enseñarme… un poco.

Me sentí halagado, pero a una parte de mí no le gustó nada esa propuesta. Era algo inocente, y totalmente sincera, ella solo intentaba conocerme, pero no podía.

—Yo…

—¿Estás bien? —preguntó, preocupada porque me hubiera puesto pálido. Seguramente lo estaba.

—Sí. Solo estoy un poco incómodo aquí, ¿sabes?

La chica sonrió dulcemente. Dios, no, me recordaba demasiado a ella.

—Te entiendo. Yo también.

Lo normal sería pedirle que saliéramos a tomar el aire, charlar fuera y conocernos más. Pero yo no era capaz de actuar normal. Antes de que pudiera decir nada, alguien la empujó y la chica cayó encima de mí. La sujeté por los hombros y cuando ella elevó la vista estaba demasiado cerca. El pulso se me disparó, de modo que la alejé rápidamente. Ella me miró confundida y avergonzada.

—Lo siento…

—Perdona, de verdad. Pero voy a irme, puedes venir en mi taxi si quieres.

Asintió, y fue a despedirse de su amiga. Yo le hice un gesto a Eric, y él debió de malinterpretarlo porque me sonrió de oreja a oreja e hizo gestos obscenos con sus manos. Salimos de allí, pedí un taxi, y cuando llegamos a la dirección de la chica, se bajó del vehículo.

—Gracias por el taxi —comentó. Negué con la cabeza. Me miró dubitativa, pero sabía que yo tenía una muralla a mi alrededor—. Buenas noches.

—Adiós, Mel.

Me despedí con una sonrisa y el taxi arrancó de nuevo. Llegué a casa y me tiré en el sofá como un saco de patatas. Estaba muerto, física y mentalmente. Encendí la televisión un rato. Estar con alguien que se parecía tanto a ella no había sido nada fácil. Resistirse a veces no era fácil. Claro que sentía deseo, claro que tenía ojos para ver a chicas preciosas, claro que tenía necesidades. Lo máximo a lo que había llegado era a besarme con alguna chica alguna vez que ni recordaba. Sin embargo, no podía pasar de ahí. Me jodía admitirlo, pero yo no quería una sustituta, no quería una burda imitación de Emma. Quería a la original. Y ya no la podía tener. Era algo que no podía cambiar.

Al día siguiente mientras me hacía el desayuno la puerta se abrió mostrando un Eric hecho mierda. Al verme en la cocina me sonrió somnoliento y con un gesto de la mano como único saludo, se fue a su habitación. Me reí, no tenía remedio. Me marché a correr un rato por el parque y estirar un poco en las barras. Pasadas un par de horas volví a casa y no tardé mucho en ser abordado por Eric.

—¿Qué? ¿Qué tal era en la cama? —preguntó sin miramientos desde el sofá cuando yo salía de la ducha.

—No pasó nada —me limité a contestar, secando mi pelo con la toalla. Iba a ignorarle, pero la sorpresa e incredulidad en su cara me hizo reír.

—¿Cómo que no pasó nada? Pero te la llevaste de la discoteca —recordó alarmado.

—Sí, y la dejé en su casa y yo me fui a la mía. Fue una bonita historia.

Mi amigo me miró totalmente aturdido, como si lo que había hecho fuera una especie de sacrilegio. Negó con la cabeza y dijo algo entre murmullos que no entendí ni tampoco me importó.

—No me lo puedo creer —dijo al fin.

—Ni yo. El taxi era carísimo.

—Cállate, idiota. La tenías en bandeja, encima de las tímidas, ¡era adorable!

—Lo era.

Escuché a Eric suspirar mientras cambiaba de canal.

—Cuando se te caiga te ayudaré con el pago de la operación, amigo.

Comencé a reír despreocupado de su comentario, y fui a mi cuarto a vestirme.

El lunes siguiente tuvimos una reunión en el trabajo. Una vez todo el grupo reunido en la pequeña sala de conferencias que teníamos, nuestro jefe de equipo nos pasó unos papeles con toda la información sobre nuestro próximo espectáculo. Al fin se habían confirmado los lugares, fechas y demás. Miré el papel y cuando vi el nombre de la ciudad escrita, me paralicé.

—¿Kyle? —me llamó Eric, sentado a mi lado.

Elevé la vista del papel para mirarle, se veía preocupado por mi reacción, puesto que él sabía todo lo que pasó. Todo lo que conllevaba esa ciudad. Sacudí la cabeza, aturdido, quitándole importancia. El jefe empezó a hablar y a explicar todo lo que haríamos, pero no escuché nada, mi mente estaba en otra parte. San Francisco. Después de más de cinco años, iba a volver.

—Así que irás a San Francisco —se alegró mi madre al otro lado del teléfono.

—Sí.

—Eso es genial, mi amor, cada vez vais más lejos. Y podrás ver a tus antiguos amigos.

—Lo sé.

Escuché a mi madre suspirar.

—Cielo. Sé lo que debes de estar pensando, pero aquello pasó hace mucho tiempo. Todo irá bien.

Mi madre me conocía más que nadie en el mundo, y evidentemente sabía lo que pasaba por mi cabeza cuando pensaba en San Francisco: Emma. Lo primero que pensé, antes incluso que mis amigos, mi antigua casa o mi antiguo hogar, fue en ella. Me molestaba que después de tantos años todo continuara girando a su alrededor, alrededor de su recuerdo más bien. Y a pesar de que por fuera parecía hacer pasado página y haber continuado con mi vida como si nada, era una espina dolorosa que tenía clavada. Y tampoco hacía mucho por extraerla.

—Tranquila, mamá, estoy bien. Solo iré a hacer mi trabajo y me marcharé de nuevo. Puede que solo tenga un rato para ver a los chicos, estaré demasiado ocupado para pensar en eso.

—¿No vas a verla? —preguntó con precaución.

La pregunta adecuada. Por lo que sabía gracias a los chicos, ella continuaba viviendo allí, en el mismo piso de hecho, ahora sola, y trabajaba en el hospital que siempre quiso. Son datos que Luke me daba, aunque yo no preguntara. ¿Iría a verla? ¿Haría algo para ponerme en contacto con ella? No lo había hecho en años, ¿qué sentido tenía que lo hiciera ahora? Ella seguramente me mandaría a la mierda o sería totalmente indiferente y fría conmigo. Lo mejor para los dos era no remover el pasado, y dejar las cosas como estaban.

—No —respondí.

Días después, los chicos estaban alterados por el espectáculo, practicando la coreografía hasta el último aliento. Era un espectáculo importante, puede que más para mí que para los demás. Después de mucho tiempo iba a ver a mis antiguos compañeros y amigos. Me moría de ganas de dar un enorme abrazo a esos locos y rememorar viejos tiempos en San Francisco. Tenía que llamarles, quería llamar a Daniel, pero me sentía demasiado nervioso por algún motivo. Había algo que debía decirle. Pasara lo que pasara, no podía dejar que mis sentimientos interfirieran en mi trabajo. Bailar era en lo único en lo que debía pensar.

A tu lado

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