Читать книгу A tu lado - Cristina G. - Страница 15

Оглавление

10 KYLE

Había decidido que lo mejor era no implicarme.

Sí, pensé que podríamos ser amigos, que Emma podría bajar sus barreras protectoras para tener una relación amena conmigo. Pero me equivoqué.

Cuando fui consciente de que estaba sintiendo algo, no sé el qué, un retortijón en la boca del estómago, un hormigueo en el cuerpo, la sensación paralizante al mirarla a los ojos en el momento que rocé su cara, lo tuve claro. Ella estaba aterrorizada, y yo también. Debía dejarme de juegos de niños, y entender nuestra situación. Al menos yo, nunca olvidé a Emma, y eso era una putada, pues estar a su lado solo alimentaba ese sentimiento que quedó. Y por supuesto, no iba a darle más de comer, ese sentimiento tenía que morir. ¿Por qué? Porque ya era tarde, cada uno tenía su vida en una punta diferente del país, y tan solo un mínimo acercamiento nos acabaría haciendo daño cuando tuviésemos que separarnos. De ese modo, decidí apartarme de ella; ignorarla todo lo posible y actuar como si realmente no estuviera allí.

Al día siguiente mi madre no tardó ni dos segundos en darse cuenta de que algo me ocurría, pero intenté fingir que estaba fenomenal. Sé que ella no me creyó, pero por suerte el doctor entró para anunciarme que había evolucionado favorablemente y que me darían el alta en un par de días. Aquella noticia fue un alivio, tanto por salir de ese hospital, poder ver el sol y comer pollo de verdad, como por la tranquilidad de que mi pierna iba bien. Realmente era lo que más me importaba. Aunque hubo una cosa que me carcomió el maldito cerebro y en la cual no quería ni pensar: ya no vería a Emma todos los días. Sin embargo, continué con mi plan e hice como que no me importaba los siguientes días.

—¿Se puede saber qué pasa? Estás rarísimo estos días, y me rehúyes la mirada —me dijo Eric cuando vino a visitarme.

—No me pasa nada, solo estoy harto de estar aquí y me quiero largar ya.

No era del todo mentira, digamos que era una parte de la verdad.

Eric me observó con recelo y cruzó los brazos sobre el pecho.

—La doctorcita también ha tenido una cara de perro últimamente. —Su comentario captó mi atención. ¿Emma había estado mal? ¿Tendría algo que ver conmigo?—. ¿Os habéis peleado? Oh, no, ¡¿os habéis liado?!

—¡¿Qué dices?! —salté, alarmado. Dios, solo imaginarlo hacía que me latiera el corazón como un puto loco—. Claro que no nos hemos liado, ¿cuándo? ¿Aquí encima de la cama con el gotero puesto?

Eric sopesó mis palabras y pareció comprender que eso era imposible. Suspiré. Eso nunca iba a pasar.

—Entonces es que os habéis peleado.

—No. Bueno, a medias. ¿Qué más da? No estoy decaído por eso —mentí.

—Más te vale, tío. No pienso recogerte del suelo cuando te caigas por culpa de la misma piedra.

Si lo pensaba fríamente, él tenía razón. Acercarme a Emma era un fracaso seguro, no, segurísimo. Una estupidez como una casa de grande.

—Tranquilo, a mí me mira con la misma cara de perro, no me tocaría ni con un palo.

Mi compañero se rio de mi ocurrencia, feliz de que eso fuera verdad. Lo era, pero… yo no podía quitarme la picazón del cuerpo de pensar en que pudiera ocurrir algo entre nosotros. No era posible, ¿verdad? Mientras yo mantuviera mi distancia, todo estaría en orden.

—Bueno, ¿y tú qué tal con esa doctora? ¿Ya te la has ligado? —pregunté, cambiando de tema.

Eric había estado pesadísimo diciendo que había una doctora por el hospital que estaba buenísima. Morenaza de ojos marrones, según él. No sabía ni cómo se llamaba, y me extrañaba que todavía no se hubiera dignado a decirle algo.

Mi amigo bufó.

—Me manda miraditas, está claro que le intereso, pero no sé… Joder, me da vergüenza, tío, ¿te lo puedes creer?

—No, la verdad no. Puedes fingir que te duele algo para vaya a socorrerte.

—Cállate que me la imagino haciéndome el boca a boca ese.

Solté un par de carcajadas. A veces envidiaba a Eric por su capacidad de decir lo que pensaba y sentía sin cortarse un pelo.

—Invítala a cenar el día de San Valentín, es dentro de poco, ¿no?

—Eso es jodidamente rápido. Pero… quizás tomar una copa, no se niegue.

Me guiñó un ojo y yo sonreí. Pensé en ese día, e inconscientemente imaginé a Emma sola. ¿Qué haría ese día? ¿Habría quedado con alguien? El pensamiento me retorció el estómago. Sacudí la cabeza, tenía que mantener el orden.

Pero todo el orden que había logrado se fue a la mierda al día siguiente. Mientras paseaba por los pasillos del hospital, cansado de estar en esa habitación, escuché la voz de Emma. Me asomé a una esquina y la vi de espaldas hablando con un chico. El susodicho iba vestido con el uniforme de auxiliar de ambulancia, era jodidamente alto y fuerte, y… oh, genial, los ojos verdes. El tipo parecía nervioso, pero su ego se veía a kilómetros, estaba segurísimo de que ella se moría por sus huesos. Maldije para mis adentros sin casi darme cuenta. Pero fue peor cuando oí cómo le pedía a Emma una cita para el día de San Valentín. Ella contestó que se lo pensaría.

Mira, Kyle, ahí tienes tu puta respuesta. Va a cenar con ese imbécil.

Di media vuelta y volví a mi habitación. No pude evitarlo, la ira me había consumido, una sensación amarga en la garganta. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué estaba tan enfadado? Vale, Emma iba a tener una cita con otro, ¿y qué? Se supone que a mí debiera darme exactamente igual. Ella había seguido con su vida cuando me fui, lo extraño era que no tuviera novio ya. No tenía que importarme.

Sin embargo, aunque intenté meterme esa idea en la cabeza mientras daba vueltas por el cuarto, cuando Emma entró a hacer su visita, las palabras se escaparon de mi boca, y entonces el imbécil fui yo. Me sentí totalmente rechazado al verla salir enfurecida, con razón. ¿Y si ella estaba en lo cierto? ¿Y si estaba celoso? Lo único que sabía era que haberla imaginado con un chico me había revuelto las entrañas.

El doctor trajo el alta y me dijo que podía marcharme a la mañana siguiente. Mi madre me ayudó a recoger todo. Yo me cambié la ropa, al fin me pude poner unos vaqueros y una camiseta, ya extrañaba el tacto de la ropa de calle. Me peiné un poco y me eché colonia. Todo eso me hacía sentir una persona de nuevo. Me miré en el espejo y reconocí al Kyle de siempre, escayolado todavía por un tiempo, pero el mismo de antes.

Mi madre cogió una bolsa de deporte con todas mis cosas y me sonrió.

—Es hora de irse, cielo.

Asentí. Observé la habitación una última vez y salí. Estaba feliz por marcharme, pero me sentía mal por otra cosa. A pesar de que tuviera que volver cada dos días para la rehabilitación, iba a irme después de discutir con Emma y seguramente no la vería más. Eso me carcomía de una forma muy molesta. Me decidí a dejarlo pasar, y supuse que no despedirme era lo mejor. Pero cuando estábamos saliendo de la habitación ella apareció. Primero me miró avergonzada, bajó la vista y me pareció que iba a huir, pero alzó de nuevo el mentón y me observó fijamente.

—Voy a ir al coche, ¿de acuerdo? Te esperaré allí —me dijo mi madre, dándose cuenta de la situación—. Adiós, Emma, cuídate mucho, nos veremos por aquí, supongo.

Mi madre le guiñó un ojo y se marchó con mis cosas. Emma frunció el ceño mirándola después de haberle dicho adiós. Se acercó a mí y mi pulso se aceleró.

—¿A qué se refiere tu madre? —preguntó.

—Ah, que voy a tener que venir para la rehabilitación.

—Oh —respondió entre sorprendida y ¿aliviada?—. Bueno, yo solo… iba a decirte que tuvieras cuidado y eso.

De modo que Emma había venido a despedirse y yo pensaba largarme sin mirarla siquiera.

—Lo tendré, gracias —respondí.

Ella desvió la vista y colocó sus manos en los bolsillos de la bata blanca.

—Pues… ya nos veremos…

Estaba a punto de dar la vuelta cuando la detuve cogiéndola del brazo. No sé por qué lo hice, ya que mi mente estaba en blanco. Ni siquiera sabía si quería decir algo. Emma giró el rostro y clavó sus claros ojos en los míos, desconcertada. Me quedé congelado como un idiota.

—Eh… —balbuceé. La solté. Dios, estaba nervioso—. Tú también cuídate. Adiós.

Me di la vuelta deseando hacer desaparecer ese momento. ¿Tú también cuídate? ¿En serio? La cogí para algo, la cogí para pedirle perdón por haber sido un energúmeno celoso, por haber hecho su trabajo un infierno, y para darle las gracias. Pero no me sentí capaz de decir nada de eso, y me sentía como una mierda.

Mi madre me sonrió cuando llegué al coche, supongo que deseosa de que hubiéramos tenido una despedida de película, cuando no fue para nada así. Abrí la puerta del coche y me senté en el asiento del copiloto.

—¿Estás bien? —se interesó mi madre viendo la cara de besugo que traía.

—Perfectamente —mentí.

—Vaya, veo que esa despedida no ha ido bien.

—Déjalo, mamá, por favor, no estoy de humor para hablar de eso.

Mi madre suspiró medio divertida.

—Cómo os complicáis la vida los jóvenes.

Tras decir esto arrancó el coche y pusimos marcha a su casa en Pleasanton. El viaje fue en silencio, como había dicho, yo no tenía ánimos para hablar de nada y mi madre me respetó poniendo la radio. Cantó como si no estuviera en el vehículo y acabé distrayéndome, mirando por la ventana. Escuché la música de la radio y pensé en cómo echaba de menos poder bailar. Cerré los ojos e imaginé coreografías hasta que llegamos a nuestro destino.

Una vez allí, me reencontré con el inconfundible olor a mar de aquella ciudad. Vi la casa de mi madre después de mucho tiempo sin estar allí. Entramos y me sentí más tranquilo, aquello era mi hogar. Después de colocar mis cosas en mi antigua habitación, me dirigí a la cocina para beber algo. Mi madre estaba allí haciéndose una infusión.

—¿Qué tal? ¿Vas bien? —preguntó.

—Sí —contesté, sentándome en una silla de la mesa de la cocina. —Todavía duele a ratos, pero estoy mucho mejor aquí.

Mi madre me sirvió una Coca-Cola en un vaso y me lo tendió.

—¿Seguro que estás mejor aquí? Porque no te he visto muy feliz de dejar el hospital.

Podía notar el retintín en su comentario, y no estaba dispuesto a dar pie a su inocente interrogatorio.

—Eso es por cosas aparte.

—Cosas con forma de mujer —dijo mi madre, sentándose frente a mí con su humeante taza. Yo alcé una ceja—. No te pensarás que tu madre es tonta, ¿no? Puedo ver que algo ha pasado entre vosotros, pero tampoco sé qué, y deduzco que estás de mal humor porque te has tenido que despedir de ella.

—¿Por qué no te pones a trabajar de vidente y me dejas a mí, mamá? —pregunté divertido.

—Porque a mí solo me interesa la vida de mi hijo.

Bebió de su infusión y yo de mi refresco, maldiciendo la capacidad de esa mujer de notarlo todo a mi alrededor. Me pregunté si debería decirle lo que había ocurrido. Me daba muchísima vergüenza admitir que me había puesto celoso.

—Oye, ¿alguna vez has sentido algo por quien no debías? Es decir, que sabías que no era lo correcto, pero no podías evitarlo.

Mi madre sonrió, pero su rostro se llenó de nostalgia triste en un segundo.

—Pues claro, por tu padre. —Me sorprendí, no esperaba esa respuesta—. Yo era una niña de buena cuna, y él un chico normal de la calle. A tu abuelo no le gustaba nada, ya lo sabes. Me metieron en la cabeza que él no era el adecuado para mí, pero yo no podía dejar de estar enamorada.

—¿Y cómo lo solucionaste?

—Tu padre y yo intentamos convencer a tus abuelos, pero no había manera. Yo no quería decepcionarlos, mi padre siempre había sido todo para mí. Así que, tuve que demostrarles que iba en serio. Me fugué una noche y al día siguiente aparecimos casados. Ya no les quedó más remedio que aceptarlo.

Observé a mi madre, que contaba aquello como si fuese su historia preferida en el mundo. Me entristecía saber el final de aquel romance. Mi padre había salido de la cárcel hacía un par de años, pero no vivíamos con él, se alquiló un piso a las afueras de la ciudad y yo solo le había visto unas cuantas veces en una frialdad absoluta. Mi madre no se sentía capaz de continuar siendo su esposa como si nada hubiera ocurrido.

—Pero el abuelo tuvo razón… —murmuré—. ¿Qué haces entonces? ¿Cuando ya te has equivocado?

—Aprender —respondió mi madre con una sonrisa cálida.

Saliera o no bien, mi madre creía que había que luchar por lo que uno quiere. Eso era demasiado para mí, ya que tan solo tenía sentimientos dispersos e indefinibles por Emma. La verdad era que no me la podía quitar de la cabeza, su rostro enfadado cuando se fue después de discutir y su expresión fría cuando me ha despedido. Puede que tuviera que hacer algo, sin embargo, yo no era tan valiente como mi madre.

—Me parece que yo nunca aprenderé —dije.

—Bueno, puede que una conversación os ayude. Hablando todo se soluciona.

—No es buena idea, decir lo que pensamos puede ser más malo de lo que crees.

—¿Y qué es lo que piensas?

Miré mi vaso con Coca-Cola, vi moverse las burbujas en silencio.

—Pienso que está más guapa incluso que cuando me fui.

Mierda.

Atisbé a mi madre totalmente avergonzado. ¿Acababa de decir aquello? Dios. Ella alzó ambas cejas, gratamente sorprendida.

—Digo que… pienso que ha pasado mucho tiempo y hay demasiado rencor como para ser amigos. A mí todavía me duele que me dejara… Pero también pienso que me he estado portando como un niñato, y me siento mal por no haberle agradecido antes de irme.

—Todavía estás a tiempo. Si no podéis ser amigos, al menos podéis sacaros ese peso de encima que habéis llevado durante años.

Pensé en lo que mi madre dijo y le di una y mil vueltas. No pude ni descansar un minuto e hice de todo sin entretenerme. Al día siguiente no hice nada excepto descansar por orden de mi madre. Daniel y Luke me llamaron para saber qué tal estaba y por si podíamos quedar cuando fuera a rehabilitación. Me paseé por la casa intentando ejercitar mi pierna, pero todavía era complicado. El tiempo se me hacía eterno sin poder trabajar o hacer algo de gimnasia.

Finalmente, después de pensarlo mucho, me di cuenta de que necesitaba hablar con Emma. Cuando ya había oscurecido, decidí salir de casa y coger el autobús. Todavía no podía conducir y mi madre estaba dormida, de modo que fui a la parada y cogí el bus de las ocho. En el trayecto pensé una y otra vez qué le iba a decir a Emma y cómo, pero fue inútil. Imaginé miles de conversaciones en mi mente sin estar a gusto con ninguna. De modo que tan solo le diría una cosa.

Cuando llegué de nuevo a la ciudad, me encaminé hasta mi antiguo edificio. Me resultó demasiado imponente desde fuera. Más por lo que había dentro que por mi pasado en él. Por suerte todavía tenía llaves, los chicos me hicieron guardarlas por si quería ir con libertad a verlos en cualquier momento. Abrí y subí en ascensor al tercer piso. Ni siquiera sabía si estaba en casa, y si no era así saludaría a mis amigos y me marcharía.

Caminé hasta la puerta de Emma y cogiendo aire presioné el timbre. Al minuto ella abrió la puerta y se quedó de piedra. Iba vestida con el pijama, aunque en esta ocasión no era de conejitos, sino de un tono azul pastel. Tenía el pelo despeinado, como si se hubiera levantado de la cama de sopetón. Me observó a la cara atónita, posteriormente bajó por mi cuerpo con rapidez.

—Kyle —susurró—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Es una historia muy larga —dije—. Solo quería decirte un par de cosas.

—¿Y has venido hasta aquí de noche para eso?

Asentí. Ella me miró dubitativa, quizás esperando que hablara, pero yo solo pude fijarme en sus ojos y en cómo mordía su labio inferior.

—Quería pedirte perdón por cómo me he comportado el tiempo que he estado ingresado, soy consciente de que he sido un capullo. Y, además, quería darte las gracias.

Emma parpadeó, abrumada.

—¿Por qué?

—Por cuidarme y preocuparte por mí.

—Yo… —titubeó Emma, estaba claro que sorprendida—. Todos mis pacientes sois importantes para mí.

—Igualmente gracias. Me voy —dije.

Di media vuelta, dispuesto a marcharme. Estaba satisfecho por haber dicho lo que quería y haberme quitado ese peso de encima, aunque no tanto por la respuesta de Emma.

—¡Espera! —Me giré hacia ella, que respiraba agitada—. ¿A qué viene esto? El otro día me ignorabas, y sí, fuiste un capullo. Aún no sé por qué te pusiste así. Me dijiste que te daba igual lo que hiciera, y antes cuando nos hemos despedido has sido muy frío. Así que perdóname, pero no entiendo este cambio, ¡no te entiendo!

La miré a los ojos y ella me observó cautelosa, asustada realmente de lo que pudiera decir.

—El otro día estaba enfadado.

—¿Por qué? ¡Yo no hice nada!

Noté un nudo en la garganta. Mi corazón palpitaba fuertemente.

—Porque no me hacía ni puta gracia que te fueras con otro tío —espeté.

Mierda.

Me había puesto muy nervioso y me había ido de la lengua. Había decidido decirle tan solo que lo sentía y darle las gracias, pero aquello se me estaba yendo de las manos.

Emma ni siquiera pestañeó, se quedó mirándome fijamente, muda.

—¿Qué? —siseó.

Me pasé una mano por el pelo. Ahora ya no tenía sentido ocultarlo.

—Lo que has oído. Sé que es estúpido, sé que no tiene sentido, y ni siquiera yo lo entiendo, pero eso es lo que pasó. Y dije cosas que no pensaba, como que me dabas igual.

Emma se había quedado clavada en mi mirada, intentando asimilar lo que estaba diciendo. Incluso yo estaba intentando hacerlo.

—No sé qué decir —dijo finalmente, aturdida.

—No hace falta que digas nada, ahora ya lo sabes y se acabó.

—¿Se acabó? ¿Me dices esto y ya está?

—¿Qué quieres que haga, Emma? Esto no puede ser, así que lo demás no importa. Olvida esta conversación.

Emma entristeció su mirada. No sabía qué estaba pensando, pero daría lo que fuera por averiguarlo. Sin pensar muy bien con la cabeza lo que iba a hacer, me dejé llevar, me acerqué al rostro de Emma y besé su mejilla. Su piel era tan suave y cálida como la recordaba. Al separar los labios, ella respiró débilmente a centímetros de mi cara. Miré sus labios entreabiertos y sonrosados.

No.

No puedes.

—Buenas noches, pelirroja —susurré.

Aparté la cara, di media vuelta, dejando a Emma petrificada y caminé lejos de su casa. Al final, había aceptado indirectamente que estaba sintiendo cosas por Emma de nuevo, aunque no sé si ella lo entendió de esa manera. De todas formas, eso estaba totalmente fuera de mis planes.

A tu lado

Подняться наверх