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7. Recuerdos
ОглавлениеAsí fuera la última encomienda de su vida, Azucena no iba a dejar de hacer lo que su conciencia le dictaba. Iba a encontrar la manera de vivir en otro lado, uno que no le recordara el pasado; ocuparía todo su empeño en ingresar a la carrera que ya tenía decidida, revalidar las materias necesarias para presentarse al examen de admisión en la unam sería el siguiente paso, esas eran las prioridades. Estaba dispuesta a lo que fuera necesario con tal de conseguirlo; le habían dicho que se trataba de una gestión que le iba a tomar algún tiempo de papeleo y no se lograba con facilidad, pero no pensaba darse por vencida.
Durante los últimos días de estancia en Canadá, donde quedaron sus vivencias y situaciones diversas que la habían marcado para transformarse en la joven independiente y un tanto cínica en que se fue convirtiendo, se convenció de que más importante que el rencor que aún sentía por su progenitor, era conseguir su ayuda. Había redactado una nota breve a Julián avisándole la fecha en que iba a regresar, además de sus planes para inscribirse en la magna casa de estudios; estaba obligado a apoyarla, era su deber, a la distancia resultaba sencillo olvidarse de ella como lo hizo durante años, pero ya no tendría excusa. Lo necesitaba para el trámite, había sido catedrático en la Facultad de Leyes durante varios años, y aunque no pretendía seguir sus pasos, no anticipaba algún problema. Su intención era entrar a Biología, la genética y aquello que hace únicos a los seres vivos le resultaba apasionante, aunque su temperamento se inclinara más hacia las humanidades.
Tendría que quedarse en la casa de la calle de Homero, finalmente ese seguía siendo el hogar de su niñez, ahí también había trozos de su vida, memorias no siempre agradables, sin embargo, cuando recordaba a Cata sentía cómo lo malo se mitigaba y ya no lo era tanto, esa convivencia tomaba fuerza y entonces volvía a ser una niña. Debía dejarse enjabonar la cabeza con el champú que no arde, la recompensa prometida era un chocolate; aún recuerda ese sabor. Luego su nana se quedaba a los pies de su cama hasta ver que por fin se dormía; el miedo dejaba de serlo y la confianza que le transmitía la muchacha era el bálsamo que todo curaba. En sus abrazos encontraba el lugar tibio y seguro que siempre la reconfortó. Si no hubiera sido por ella, los episodios no gratos hubieran ganado terreno.
Sería un vuelo corto, pero la escala en San Francisco hizo que el viaje se prolongara todo el día. El trayecto en taxi desde el aeropuerto le permitió observar una ciudad que no estaba en su memoria: los pasos a desnivel le parecieron un laberinto de asfalto por donde el torrente de coches circulaba sin orden; el grafiti en columnas y muros eran tatuajes urbanos que hermanaban la capital con otras grandes metrópolis, constancia de la misma expresión de violencia y de reclamo social. La escena completa representaba el caos funcionando como una máquina bien ajustada; en varias ocasiones cerró los ojos por el choque que ya era inminente, aunque nunca ocurrió. Y así, en ese sobresalto y pasadas las diez de la noche llegó a Polanco.
Cuando intentó abrir la puerta la llave no giró. Después de presionar el timbre varias veces abrió era una extraña que dijo llamarse Adela, y al preguntar por su nana, la mujer solo levantó los hombros. No tuvo ánimo siquiera para notar lo cambiado que estaba todo y ya no quiso saber si su mascota aún andaba por ahí o también la habían borrado de su existencia.
—Soy el ama de llaves de la licenciada Cáceres, pase, señorita Azucena. Su mamá me dio instrucciones y su recámara ya está preparada.
—Me voy a quedar pocos días, espero. ¿Sabe a qué hora llega?
—Está de viaje, llega el domingo, pero no se preocupe, señorita, me encargó atenderla y…
—Okey, Adela. Gracias, yo subo mi equipaje, ¿eh?
Respiró aliviada. La verdad era que no deseaba toparse con su mamá, no sabría de qué manera iban a reaccionar. Era una suerte tener tiempo para organizarlo todo y después vería qué hacer con su vida.
Lo primero que hizo al despertar fue verificar la dirección que Berenice le mandó en un mensaje. Rechazó el desayuno que el ama de llaves le ofrecía y esperó afuera de la casa a que llegara el Uber.
—¡Adivina desde dónde te estoy llamando! Asómate, Berry… Okey aquí te espero. Claro, un double double, un capuchino o un lo que quieras, pero apúrate, ¿eh?
El reencuentro generó toda una serie de planes, podrían vivir juntas si Azucena se mudaba al departamento que ella ocupaba, compartirían la renta, a las dos iba a convenirles.
—¿Y qué onda con tus jefes? ¿Estás segura de que no quieres regresar a tu casota? Porque podrías hacer las paces con tu mamá, yo que tú lo haría, total…
—Obvio, no, y no me digas qué hacer. Ya sabes cómo pienso; mi papá vive con su nueva esposa y sus hijitos. Con los dos de lejos es mejor hasta que consiga lo que quiero, mientras ayúdame a encontrar un joe job, ¿okey? Me urge ser independiente para no tener que pedirles cash.
—Güey, acá un trabajo así es todo un pedo, hasta crees. Yo porque estoy haciendo el servicio social, y porque tengo la media beca, lo que hago es cuidar chamaquitos, y eso si no fuera porque tu —se dio cuenta de que lo demás no iba a gustarle y mejor se quedó callada.
Su amiga estudiaba segundo semestre de Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana, en Xochimilco, pero ella, recién egresada de un bachillerato en el extranjero, tendría dificultad en conseguir quién la empleara, aunque fuera por medio tiempo.
—¡No sé cómo se les ocurrió a mis papás mandarme a estudiar fuera!
—La neta, pocos tienen ese privilegio, no la hagas de pedo. Lo que sí es que para que entres a la unam va a estar en chino japonés, pero chance con las palancas de tu jefe lo logras. Ya bájale dos rayitas a tu drama.
—Y tú bájale a cómo hablas, a cada rato pedo, no te entiendo, la verdad.
—Güey, no seas fresa. Así es la cosa acá y no te me esponjes. Vente, te voy a enseñar mi depa, no tengo bicla, pero hasta hay dónde dejarla.
Le pareció que la distancia había abierto una brecha entre ellas, no sabía cuánto le iba a costar adaptarse a esa nueva vida, a ese mundo que se le presentaba como un reto, otro más.
El departamento resultó ser un dúplex en un segundo piso, cómodo, aunque bastante reducido. En opinión de quien sería la nueva inquilina resultaba insuficiente, entonces insistió en que debían buscar en los periódicos y por internet, a ver si daban con algo mejor.
—¿Mejor que esto? No mames, güey, si está súper, además de que me queda cerca del Centro en donde trabajo y la renta es un regalo porque mi casera es amiga de mis jefes.
Luego de ver tres lugares por la zona, Azucena se convenció de que no iban a encontrar un sitio que aventajara el que Berenice tenía. Cuando se le presentó la oportunidad casi se había dado por vencida; además, le dijo, está más que bien ubicado, porque el transporte llegaba hasta la uam.
—Te digo que no hay nada mejor, y a mi casera casi no la veo, vive en la planta baja y ni se mete, en serio, es bien buena onda. Di que sí, ya no te hagas la difícil. Y mira, aquí cabe otra cama, igual que cuando éramos chavitas.
—Pero sin almohadazos, ¿me lo prometes, Berry? Y otro detallito: es que yo no podría darte la mitad de la renta hasta que encuentre cómo dejar de pedirle a mi mamá.
—No hay bronca, eres como mi hermana, ¿a poco no? Y esto merece un trago, deja ver qué tengo. ¿Quieres una chela? Aunque está chirris, aquí en mi refri tengo… ¡újule, nomás hay una! ¿Vamos a michas?
—¿A qué? Sí, tráela y cuéntamelo todo. ¿Andas con alguien?
—Mira, hay un chavo que me late un buen, amigo del que era mi novio, pero ni caso. Él va en cuarto semestre y anda con pura güerita “nais”, de otro código postal, para que me entiendas. Nada que ver.
—Es que con ese look que te traes, Berry, no está nada fácil, déjame decirte.
—¿Y qué tengo de malo? ¿A poco quieres que ande como tú?
—Es que te ves muy out.
—Uy, venga, tú y tus pantalones a la cintura, la playerita y esos flats…
—Lo que pasa es que no sabes nada de moda retro, darling. Yo puedo prestarte, tengo ropa de sobra.
—¡Güey, mis jeans estarán jodidos, pero así se usan! Y como ando a patín, estas botas me aguantan el kilometraje. Ya hasta te pareces a mi jefe, a él se lo paso porque ya está ruco, mi má ni se mete, y aunque quisiera, ni modo que me controlen a larga distancia, porque sí sabes que se fueron a Morelia, ¿no? Mejor cuéntame de tus últimos ligues. No pongas esa carita, ¿a poco Ahmed va a dejar plantado a su séquito de sexyladies?
—Ahorita no voy hablar de ese tema. Quedamos en que va venir, pero no sé cuándo ¿okey?
—Uy, oye, a tu lado Bob Esponja es un pendejito. A ver, suelta el choro y, si necesitas, chilla que aquí estoy yo para limpiarte los mocos —mientras la abrazaba con cariño.
—Es que ya no sé, Berry, un poco antes de salir para acá nos peleamos y ya no sé si de verdad va a venir o ya se arrepintió.
—¡No mames!, ojalá se le pase el berrinche, porque la verdad que está como quiere, era el más guapo del equipo, ¿de verdad es hijo de un jeque árabe?
—Claro que no y tampoco es verdad que va a heredar una fortuna, si también oíste eso; pero ya para qué…
—¡Güey! No la hagas tanto de pedo. Vas a ver que te va a dar la sorpresa. Ven para acá, llorona, que aquí está Súperbere que todo lo puede. Ay, pérame que vaya por los clínex.
La plática fue suavizando el corazón de Azucena igual que cuando era niña y se acurrucaba en los brazos de su nana hasta que lograba tranquilizarse, un sentimiento que la hizo comprender cuánto había extrañado la compañía y el cariño de su íntima amiga.