Читать книгу Paradigma - Cristina Harari - Страница 6

3. Un futuro brillante

Оглавление

No imaginó cuál sería su destino cuando aceptó casarse con Julián, Grecia era una estudiante que estaba por graduarse de una licenciatura en leyes, un título que recibió al mismo tiempo que el análisis del laboratorio que confirmaba sus sospechas: estaba embarazada. El error no era haberse involucrado con su compañero de la universidad, sino haberle confiado la noticia. Ella no estaba convencida de continuar con la gestación, pero él se impuso, era lo mejor que podría haberles sucedido, dijo, y, ¿dónde quedaba lo que ella tenía planeado?

Desde que ingresó a la carrera se dijo que no iba a contentarse hasta lograr una maestría y, si fuera posible, cursar un doctorado en el extranjero. Bastante esfuerzo había hecho, debido a que era huérfana, para costearse la carrera; cuántas horas de desvelo trabajando como capturista de documentación legal y administrativa, demandas y sentencias judiciales. Desde luego que en el proceso aprendió mucho, pero también sacrificó mucho. Su vida social se limitó a salidas esporádicas a tomar una cerveza con sus amigas y en cuanto ella y Julián se conocieron ya solo él fue su acompañante.

De esas noches en idilio y madrugadas con intercambio de pasiones había surgido el dilema. La aterraba enfrentarse a situaciones desconocidas y esa era una de proporciones mayores; además, se dijo, soy dueña de mi cuerpo y tengo la facultad de elegir, nadie lo va a hacer por mí. Sin embargo, también sabía lo que era crecer sola, sentirse apartada como si le hubieran extirpado un brazo o una pierna, así había caminado por la vida, igual que una lisiada por no tener el apoyo de una familia. Hizo a un lado el temor que tampoco supo reconocer y la gestación siguió su curso.

—Desde antes de casarnos sabías que yo deseada seguir preparándome, no me salgas ahora con que, ¿cómo dijiste? Que debo ocuparme de mis verdaderas responsabilidades. ¿Acaso no cumplo con mi papel de esposa, de madre, incluso de asesora? Porque somos colegas, no lo olvides. No puedo hacer a un lado la oportunidad que ahora se me presenta. La niña puede ingresar al internado y tú tendrás todo el tiempo para tus…

—Déjate de argumentos vacíos, Grecia, no estás litigando. Y no vuelvas a acusarme de infidelidades que nunca han ocurrido. Haz lo que se te pegue la gana, al fin siempre es así. Mi palabra nada vale, solo que cuando regreses ya no me encontrarás.

Satisfecha como si hubiera ganado una ponencia, la abogada de antemano y sin tomar en cuenta más que sus intereses, ya tiene comprado el boleto de avión a Nueva York, alquilado el cuarto en la residencia junto a la Saint John’s University School of Law y apartado su lugar para la maestría.

—Sin amenazas, Julián, que ya sabes que no funcionan conmigo. El tiempo se pasará volando y cuando menos lo pienses estaré de regreso. Dos semestres es poco tiempo, ya verás. No seas intransigente, amor.

—Ahora tratas de utilizar tus estrategias de conciliación. Olvídalo, y no te estoy amenazando sino advirtiendo.

El autobús de la escuela se detiene frente a la casa de avenida Homero, en Polanco. Julián se asoma desde la ventana del segundo piso de la mansión estilo barroco, ve a su pequeña correr hacia el interior donde la nana ya la espera con la puerta abierta.

—Llegó Azucena. ¿Has pensado cómo lo va a tomar? Por cierto, ¿dónde queda ese internado?

—¡Papá, papi! ¡Me dieron un premio en la escuela!

En los cálculos de la joven abogada no había lugar para lo que su hija pensara. Si iba o no a estar de acuerdo era lo de menos, a los siete años resultaba absurdo pedir su opinión, y al final saldría ganando. Eligió el mejor colegio de Canadá para estudiantes extranjeros, una institución educativa exclusiva para niñas donde el francés era obligatorio y donde también perfeccionaría el deficiente inglés que le enseñaban en la escuela. Además, sus compañeras serían hijas de la élite europea, vaya que se había informado. Equitación, esgrima y otros deportes serían el complemento perfecto para la formación de Azucena.

—¡Papaaá!

Julián se había quedado esperando la respuesta de Grecia, al ver que nada diría salió del cuarto reprimiendo su enojo. Desengáñate, se dijo, ella no va a cambiar su decisión.

—A ver, por qué tanto grito, mi preciosa.

—Es que mira este papel, es mi recon, recon…

—Recompensa, me imagino que quieres decir.

—Sí, papi, eso. Como hice todas las tareas en un mes y no falté ni un día, este es el boleto para ir por un gatito. Yo quiero uno así de chiquito, con ojos verdes y su pelito muy blanco.

—¿De qué se trata tanto alboroto, hija?

—Es que mami, mira lo que me gané.

Lo que tenía en las manos y Julián revisaba con detenimiento y bastante sorpresa era una especie de certificado para recoger una mascota de un albergue, con una explicación sobre los beneficios de adoptar animales rescatados para destacar los valores de humanidad y civismo en los pequeños. Cuando se lo dio a leer a su mujer la protesta no se hizo esperar, pero dominando sus impulsos empleó la táctica del convencimiento.

—Bueno, ya no saben ni qué inventar para evadir impuestos porque el colegio debe generar buenas utilidades. Azu, mi amor, ¿has pensado quién va a cuidar de ese gato cuando tú no estés?

—Cata, ella puede ayudar —la muchacha de servicio esperaba todavía en el recibidor y estaba a punto de confirmar la petición de Azucena, cuando la niña volvió a insistir—. ¿Verdad, Cata, que sí?

Julián midió bien lo que estaba por suceder y no dio tiempo a que la chica contestara.

—Claro que sí, hijita, y yo también lo cuido, porque difícil no ha de ser. Estoy seguro de que tu mamá estará de acuerdo conmigo, ¿no es así, querida?

La habían desarmado. De nuevo consintiéndola, pensó, y de paso se venga de mí haciéndome rabiar. En ese momento ya nada podía discutir, pero lo ocurrido fortalecía su convicción de que lo mejor para todos era que la niña fuera a estudiar donde no hubiera falta de disciplina. Un futuro brillante, según creía, no se construye sin algo de sufrimiento y su hija debía ser fuerte, esforzarse; contaría con todas las ventajas para lograrlo.

—Cata, ayúdale a la niña a que se cambie el uniforme.

Todavía emocionada, Azucena se dejó conducir sin reproches, pero a media escalera volvió al tema: iba a ser muy importante ir a la casita donde vivían los animales que ya nadie quería, pobrecitos, ya hasta tenía un nombre elegido.

—Julián, no te vayas, necesito hablar contigo.

—Ahora no, Grecia, por favor, pero sigo en lo dicho: si insistes en irte y mandar a mi hija a no sé dónde, puedes dar por terminado lo nuestro.

Ya no quiso esperarse a que respondiera, conocía de antemano lo obstinada que era su mujer, tal vez estando a solas podría recapacitar, y para no dar espacio a más altercados salió dando un portazo.

Al principio la reacción de quien se suponía que era el jefe de esa casa la violentó, pero no podía negar que empezaba a sentirse libre como pájaro, atrás quedaba la jaula en que se había convertido su matrimonio.

Ahora, se dijo, debo elegir el momento oportuno para explicar a Azucena por qué va a cambiar de colegio, comprenderá que es por su bien, y lo divertido que es conocer otro país, otro idioma y a personas con distintas costumbres.

Paradigma

Подняться наверх