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1. En la oscuridad

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Aún duda si ese bebé debe nacer, las condiciones no se prestan. El médico de guardia dijo que el embarazo podía seguir su curso normal. ¿Normal? y, cómo sabe si esto puede llamarse así. Un crío sin padre, y las implicaciones legales que tendrá en un futuro, ¿quién en su sano juicio querría traer hijos a este mundo?

Grecia mira a su hija en esa cama, parece como si solo estuviera dormida. Trata de adivinar lo que podría estar pensando si tuviera conciencia de lo que sucede y el accidente no hubiera ocurrido.

El episodio del secuestro de la Rusita fue el detonador. Ella intentó hacer algo, se había involucrado de más, de otra manera no se explica la angustia que vio reflejada en el rostro de su hija, como si se hubiera tratado de alguien de su familia o una amiga cercana.

Y por si fuera poco, la situación comienza a complicarse con la noticia del embarazo. Si de ella dependiera, la joven se libraría de la carga que representa traer a un hijo que no fue planeado, porque de seguro ese ser en formación era producto de un acto irreflexivo o de una violación. Y lo que debe significar ser ultrajada de esa manera. Decide ir en busca del neurocirujano, no quiere poner en riesgo la vida de su hija.

—Gracias por recibirme, ¿doctor?

—García Cisneros, ¿en qué puedo ayudarla?

—Soy mamá de la joven hospitalizada en el cuarto 201. No sé bien cómo empezar, pero apelo a su buen juicio y asumo que comprenderá que, como responsable de mi hija, no puedo permitir que sufra una situación que puede y debe controlarse ya, de inmediato.

—El coma inducido es la mejor manera de prevenir que la inflamación dañe algunas partes del cerebro, aunque tengo entendido que ya se ha ido reduciendo el sedativo y es posible que su hija despierte por sí misma, pero debemos tener cuidado debido al traumatismo craneal que sufrió y esta es la única forma de observar y controlar un daño permanente, algo que no hemos descartado.

—No me refiero a eso, doctor García. El médico que nos atendió primero, no recuerdo su nombre, dijo que está embarazada y como apenas regresó del extranjero, sabrá Dios si alguien abusó de ella y lo que quiero decirle, pedirle, es que como usted comprenderá, resulta necesario detener ese embarazo sin peligro para ella.

—Eso no es posible, señora Quiroga…

—Cáceres, soy divorciada.

—De acuerdo, como le decía, creo que en primer lugar eso debe platicarlo con ella, después de todo ya es mayor de edad y sería imprudente y falto de ética suspender la gestación que está algo avanzada.

—¿Cómo?

—Después del primer trimestre es riesgoso un aborto y solo si la vida de la madre peligra es posible contemplar el procedimiento que, desde luego, no sería factible, no a menos de que un médico lo dictaminara así y no es el caso.

De modo intempestivo, Grecia se levanta al tiempo que entre dientes deja escapar un “gracias” sin mucho convencimiento y sale al pasillo que ahora le parece un laberinto. ¿Hacia dónde está la habitación?

Entonces ella lo sabía desde antes y dejó que continuara. Luego desecha el pensamiento. No, se dice, ella siempre ha sido muy cuidadosa, aunque su ingenuidad pudo haberla llevado a cometer un acto de supuesto amor. Tal vez Azucena no ha pensado siquiera en la posibilidad de un aborto… La mujer ignora la realidad. Soy la única persona que está a su lado, podría persuadirla si tan solo pudiera escuchar, y si encontrara las palabras correctas.

Grecia trata de convencerse a sí misma de que ese “problema” tiene solución, porque la verdad resulta demasiado cruda; ella entenderá razones, lo único que desea es ahorrarle sufrimiento, no es tarde para subsanar errores. No puede esconder la verdad, en sus manos estuvo que llevaran una mejor relación, ahora no es tiempo de mentiras, la falsedad nunca ha sido un recurso para ella por graves que sean las circunstancias, pero ¿no será demasiado tarde?

Cuidar de ella, aconsejarla, ¿le habría hecho caso? Siempre fue una chiquilla rebelde, aun cuando formaban una familia, a partir de la separación todo se fue a pique. De adolescente ni lo intentó, todo las separaba: el internado y la maestría que ella misma tomó en derecho internacional. El alejamiento de Julián, la beca en el extranjero, brechas que se fueron abriendo y que nadie pudo revertir, aunque sí, lo admite, gran parte de la culpa es suya.

El trato entre ellas se volvió aún más hostil cuando fue de visita al internado, ya tenía varios años lejos y tratar de convencerla de que regresara a vivir con ella fue un intento fallido. La forma de pensar, de conducirse era tan distinta que hizo imposible un acercamiento. La vida sigue adelante y nadie puede cambiar el pasado. Recuperar a su niña de esa pesadilla es lo único que importa, no es demasiado tarde, no puede serlo. El amor de una madre debe ser recibido, valorado. No, se dice, no hay pretextos, no estuve cerca y el resultado lo tengo frente a mí. Pero no soy la única culpable, ¿o sí?

Da con la habitación. Se detiene junto a la cama. Observa a su hija como si lo hiciera por primera vez; estudia su rostro ahora pálido, tendida ahí, como muerta. Entonces se acerca para decirle al oído: “Hija, despierta, aquí estoy contigo, vuelve, por favor”.

La enfermera interrumpe para revisar los signos vitales de la paciente.

—Señora, váyase a descansar un poco a su casa, aquí estamos al tanto.

—Lo sé, pero no podría, ella se va a despertar en cualquier momento, eso dijo el médico, y no se preocupe, no estoy sola, afuera está una amiga de mi hija, gracias.

—Como usted diga, me llamo Aurora, por si necesita algo.

—Espere, no he tomado nada. Aprovecho que está aquí, voy por algo para beber de la máquina del piso, no tardo.

Elige el número 8 letra C que indica un café sin azúcar; una pequeña luz verde se enciende, el vaso desechable es colocado bajo el dispensador. Grecia espera para abrir la pequeña portezuela de plástico transparente, retirar el envase que apenas podrá sostener, de lo caliente que está, para luego dirigirse como malabarista por el pasillo. Al dar el primer sorbo se da cuenta de que pudo haber presionado cualquier botón porque la máquina, como si tuviera decisión propia, endulzó la bebida. No importa, necesitaba sentir algo en el estómago. Con todo y como odia estar en un hospital, no quiere apartarse de ahí.

Apenas se ha despegado del cuarto de Azucena, hospitalizada quién sabe hasta cuándo, y los nervios por regresar a su lado la hacen caminar más de prisa de lo que debería, tomando en cuenta el vaso caliente. Imagina el instante en que la joven regrese del coma y quiere, necesita estar a su lado.

Conforme va por el corredor tratando de apaciguar el líquido caliente que amenaza con desparramarse en cualquier momento, repasa el relámpago fatal, cuando Emilio Cervantes la llamó.

—Su hija no pasó la noche con la familia del señor Quiroga; sí fue de visita, pero un par de días antes. Que la vieron un tanto alterada. Luego salió porque tenía una cita, por cierto, con usted, doctora. Dijo que en un restorán y que se verían a las ocho.

Grecia siente que le cae encima todo el peso de los años que no estuvo a su lado. No se había percatado de hasta qué punto su hija necesitó tener una familia. A partir del internado empezó a gestarse la tragedia que ahora viven, es una herida abierta y no sabe de qué manera manejar el dolor; imagina fichas de dominó colocadas con estrategia: al impulsar la primera se desploman todas por inercia, una tras otra, mientras el abandono empieza a estrujarle el pecho.

No termina de entender las motivaciones que la llevaron a buscar a Julián, pero y él, ¿por qué no se ha comunicado? Claro, no sabe lo ocurrido, y quizás él sea responsable de esta tragedia.

No, se dijo reconociendo su parte, todo esto es resultado de las decisiones que tomamos; nunca creí que la vida me fuera a enfrentar a lo mismo que a mí me sucedió. Justicia divina, alguien podría decir.

Mientras, la mente de Azucena es un arroyo que no encuentra cauce. El canto de un río que la llama, ese sonido hipnótico, el fluir del agua, la tiene cautiva en un sitio de oscuridad, no hay imágenes, solo palabras dispersas que vienen y van, un murmullo constante y adormecedor. No hay necesidad de volver, así se está bien, todo queda en el olvido, porque en lo más profundo de su ser ella no desea recordar.

Paradigma

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