Читать книгу Paradigma - Cristina Harari - Страница 8

5. Lejos

Оглавление

Lo que Grecia ignoraba era que muy pronto tendría frente ante sí al motivo de su impaciencia, pero no de la manera en que pretendía. La reacción de Azucena superó sus expectativas, veía el dolor que experimentaba y deseó que ese no fuera el inicio de una ruptura porque, aunque estaba decidida, la angustia empezaba a instalársele en el corazón. Su hija era a quien más quería, nunca nadie había ocupado el lugar que en seguida conquistó después de nacer. Jamás maginó que sería así, bastante había luchado para hacerse la fuerte, la ecuánime, armarse de valor en incontables ocasiones y decidir lo que creyera conveniente, resoluciones extremas cuyo último objetivo, se decía, eran obtener bienestar, alcanzar el éxito, aunque casi siempre sus acuerdos fueran unilaterales; tampoco tenía en cuenta su propia conciencia.

—Es para tu bien, aunque no lo veas así, y deja de llorar, mi vida, que nos vamos a separar solo por un tiempo. Ya verás que pronto te vas a sentir muy bien en ese colegio.

—¿Papá también va a ir? Y, ¿qué va a pasar con Peluso?

—Tu papá ahora tiene mucho trabajo y tu gatito estará bien cuidado. Además, si allá te portas como debe ser, podrás tener uno.

Mentira sobre mentira, todo con tal de consolarla y no flaquear en sus propósitos. Imposible deshacer los planes que le costó organizar porque ella también saldría de viaje y no por corto tiempo.

Despedirse de Cata fue doloroso, la muchacha acompañaba el llanto de la niña con el suyo, pero la animó diciéndole que cuando regresara iban a preparar montones de pasteles de todos los sabores; jugarían cuantas veces quisiera a las escondidas y, sí, también la iba a enseñar a hablar zapoteco, como ella. A Peluso no pudo darle el beso del adiós porque el animalito no apareció por ningún lado. De seguro se fue a dormir debajo de algún sillón, no te preocupes, mi niña, ya verás que cuando vuelvas va estar rete chulo y grandote.

Salieron al aeropuerto, Azucena imaginaba que se iba al último lugar del mundo, el más remoto e inaccesible y Grecia, con la incertidumbre pisándole los talones, pero sin demostrar alguna emoción. Es lo mejor, se repetía mentalmente, es lo mejor.

—Debes ser valiente, mi vida, y yo sé bien que lo serás porque no eres una niña debilucha.

Prometió ir a verla tan pronto como tuviera un fin de semana de licencia, porque ella también iba a estudiar; podrían, incluso, viajar a Disneylandia, lo que fuera para que su hija dejara de llorar, intentaba acallar una conciencia, que empezaba a echarle en cara su proceder egoísta.

No soy debilucha, pensaba la niña y así se daba ánimos. Sus compañeras fueron como un bálsamo, en especial a la hora del recreo, aunque durante la noche el desconsuelo tomaba dimensiones exageradas.

Encontró ordenada la habitación con cuatro camas donde iba a vivir a partir de ese momento, como si Cata anduviera por ahí haciendo la limpieza, el color menta de las paredes y el amarillo claro de las sobrecamas también le gustó, aunque se sentía rara de tener que compartir ese espacio con otras niñas porque, según entendía, ninguna iba en el mismo salón de clases.

Los días pasaban y seguía sin querer comunicarse con sus compañeras de cuarto, se mantenía alejada de todas, aún no se acostumbraba a estar lejos de las personas con quienes había convivido toda su vida. En la oscuridad cerraba los ojos con fuerza y pedía con fervor que, al abrirlos, todo fuera una pesadilla y estuviera de nuevo en su cama, en la de ella y no en una de un dormitorio con dos niñas más. Reprimía el llanto no por valiente, sino porque le daba vergüenza hacerlo y que las demás la escucharan. Una de esas noches, apenas habían apagado la luz, oyó que alguien la llamaba por su nombre.

Se trataba de Berenice Covarrubias, la niña que se sentaba cerca de ella en clase de Grammar. La habían cambiado de dormitorio porque donde estaba, las camas ya eran insuficientes.

Desde el momento en que se hicieron amigas, la vida en el internado empezó a cambiar, ya no se sentía tan fuera de lugar, tampoco sufría para darse a entender y el buen humor de su nueva amiga que, para colmo de buena suerte también era mexicana, facilitó que se adaptara antes de lo que cualquiera hubiera calculado.

Se volvió cómplice de travesuras y confidencias, igual planeaban una broma para las niñas del dormitorio que hacían competencias a ver quién se llenaba más la boca con los panqueques bañados con miel de maple que les servían en la merienda. Entonces, sin terminar de tragar, se enseñaba una a la otra el bocado, ante la cara de asco de sus compañeras, y si se descuidaba, enseguida Berenice se hacía con lo que aún quedaba en el plato de su vecina.

—Es que si no como bien, luego mi panza me despierta y no te rías.

—Qué chistosa, Bere. ¿Esos son los ruidos que se oyen en la noche? Porque como que también empieza a oler feo.

—Ay sí, cómo no. Si la pedorra eres tú.

Por más que intentaron explicar lo que significaba aquello que Bere había dicho, sus compañeras se quedaron sin entender, pero ellas rieron hasta que en verdad y por una razón muy distinta les dolió la panza.

Durante el día y con las actividades escolares, poco a poco el sentimiento de abandono iba quedando un tanto adormecido; las maestras, sobre todo la de inglés, la trataba con cariño intentando atenuar la tristeza que a veces asomaba por los ojitos siempre muy abiertos de la nueva alumna.

A Grecia le ofrecieron cursar un doctorado con media beca en la Universidad Nacional de Rosario, en Argentina, una oportunidad que no podía, no debía desaprovechar y así su estancia en el extranjero se prolongó más de lo calculado.

Después de escuchar lo que su madre había decidido, la joven se negó a recibir más llamadas suyas. Para qué, si ya sé lo que va a decirme. Un par de años atrás habría actuado con docilidad volviendo a sentir la puñalada del abandono, pero ya no era la debilucha, como su mamá la catalogaba. Con seguridad pondría miles de pretextos para no ir a su graduación de primaria, de antemano lo suponía, pero lo que no aún no superaba era que su papá tampoco pudiera acompañarla. Lo supo en el instante en que sus correos empezaron a escasear y si recibía algún mensaje de él solo decía cuánto la extrañaba y cómo le gustaría ir a verla, aunque el trabajo, siempre el trabajo lo retenía.

Cuando la recién titulada doctora Cáceres regresó a México, Julián Quiroga había solicitado el divorcio, ella aceptó sin protestar, de todos modos, esa relación tenía mucho de haberse enfriado, ni siquiera aplicaba el dicho de “donde hubo fuego, cenizas quedan”, porque todo, desde el noviazgo, había sido un encuentro más que tibio. Así fue cómo dejó el apellido de casada y se reacomodó a su vida de soltera.

Cada triunfo de Grecia significaba apartarse un poco más. Por su parte Julián iniciaba una relación que acaparó todo su interés y su tiempo, canceló el viaje que tenía planeado a Canadá, un nuevo matrimonio significaba compromiso y toda su atención si no quería volver a fracasar y así también quedó anulada la posibilidad de mantener el vínculo con su hija.

Azucena continuó sus estudios y entró al bachillerato, rechazó los boletos que su papá le enviaba cada época de vacaciones, ella no encontraba la razón para formar parte de un núcleo familiar que no conocía y la distancia, pese a que deseaba lo contrario, jugó a favor del desapego.

Por si fuera poca su frustración, antes de que concluyera el último año escolar, Berenice tuvo que regresar de urgencia: por motivos de salud, su papá debía dejar de trabajar. La mudanza al interior del país era imperativa. La economía de su familia estaba cambiando y ella debía de adaptarse. De nuevo la pérdida, solo le quedaba el cariño y la compañía de Ahmed Assani, quien en esos momentos se convertía en la única razón para permanecer ahí.

Pronto iba a recibir su título como bachiller del Bodwell High School en Vancouver y su regreso definitivo sería en pocos días; Ahmed la seguiría en un corto tiempo, debía hacer un viaje a su patria para informar a sus padres y de paso ventilar sus intenciones con la chica mexicana, pero le aseguró, tomaría el primer vuelo para un reencuentro.

Paradigma

Подняться наверх