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Los hermanos Moyano
ОглавлениеSi bien Francis Fukuyama, futurólogo y asesor de políticas públicas en Estados Unidos, declaró que, aun con los avances médicos y estudios en profundidad sobre el genoma humano, no se ha encontrado el eslabón de ADN que confirme en la esencia de las personas la conducta criminal, resulta altamente interesante, desde la mirada criminológica actual, identificar el mismo patrón delictual en una misma familia. “Si hay algo políticamente más polémico que la asociación entre inteligencia y herencia, son los orígenes genéticos del crimen” (Fukuyama, 2002, p. 60), afirmó el teórico tras abordar los históricos intentos por relacionar la conducta criminal con la biología. Un ejemplo que confronta esta teoría fueron los cuenteros Moyano, cuatro hermanos unidos por el devenir criminal, cuyo análisis delictual requiere remontarse a los inicios del siglo XX.
Manuel Moyano Allende es un joven oriundo de Curacaví que a comienzos del 1900 viajó a la capital en busca de un mejor futuro. Encontró trabajo como peón en el fundo Santa Julia del sector oriente de Santiago. Amadora León Urra, en tanto, oriunda de Tunca en la Región de O’Higgins, llegó a la ciudad con el mismo propósito. Se conocieron y decidieron unirse en matrimonio, avecindándose en Ñuñoa, en una modesta casa en calle Reina Margarita.
El 15 de diciembre de 1906, en Santiago, nace el primogénito, Domingo Moyano León. A los tres años, en 1909, nace su hermano Juan José. Si bien el padre Manuel fue muy estricto en la formación de sus hijos, su ejemplo se desmoronaba, pues bebía con excesos. Amadora en tanto, para subsistir, complementaba el ingreso familiar con labores de lavado de ropa.
Domingo y Juan asistieron a la escuela de “Los Padres Pasionistas”, pero no aprendieron a leer. Pronto dejaron el establecimiento y, analfabetos, comenzaron a trabajar como ayudantes en la construcción. El 27 de diciembre de 1916 nació un nuevo hermano, Guillermo Moyano León, y tres años más tarde, el 29 de noviembre de 1919, nace Eduardo del Carmen, el cuarto Moyano. La dinámica se repitió, ya que si bien estudiaron en la misma escuela no aprendieron a leer y desertaron para dedicarse a colaborar en trabajos de albañilería.
Del matrimonio también nació la pequeña Berta, que apoyaba a su madre en las tareas de lavado de ropa. El padre Manuel nunca dejó de beber, acrecentando el consumo en sus últimos años, falleciendo a causa del alcoholismo en 1926, con poco más de sesenta años de vida. A su muerte, los hermanos recurrieron donde su tío Eustaquio Moyano Allende, quien vivía en la calle Lynch, contiguo al Canal San Carlos, donde poseía y administraba un prolífico almacén. El tío no quiso recibirlos ante el evidente estado de pobreza de sus sobrinos. Por orden de la señora Amadora nunca volvieron a visitar a su tío.
La falta de dinero los llevó a mudarse de domicilio, dejando la modesta casa en Ñuñoa y comenzando un largo periplo. Primero se trasladaron a calle Santa Elena esquina Victoria y luego a Camilo Henríquez en Santiago. Posteriormente vivieron en calle Borgoño próxima a la Panamericana Norte, en lo que hoy es Villa España, para luego trasladarse a la calle Puerto Nuevo, de Quinta Normal, donde la vida se tornó aún más difícil. Su madre comenzó con malestares a causa del sacrificado trabajo de lavandera en tanto Berta comenzó a beber.
Así, la ausencia del padre Manuel resintió la dinámica familiar. Los continuos traslados afectaron el informal empleo de la sostenedora de casa y Berta modificó sus conductas a causa del vicio. Con este desalentador escenario, doña Amadora y su hija fallecieron pocos años después de la muerte del jefe de hogar.
Sin sus padres, ni apoyo femenino en su dinámica hogareña, los hermanos debieron hacer frente a la vida. Los Moyanos más grandes, Domingo y Juan José, se acercaron al domicilio de doña Blanca Rosa Romero, en calle Aldunate N° 319, de la Población Pueblo Hundido en Renca, solicitando en arriendo un modesto cuarto que mantuvieron de por vida. Los Moyanos menores en tanto, Guillermo y Eduardo, se trasladaron a una pieza ubicada en calle Borgoño N° 275, en la Población Bulnes (inmediata a la Población Pueblo Hundido).
Iniciada la década del treinta, los Moyanos entraron a trabajar en la construcción como oficiales de un maestro que les pagaba la suma de diez pesos diarios. Si bien el dinero que percibían en la construcción les servía para vivir, lo recibían a cambio de una rutina sacrificada. La pobreza y carencias infantiles, junto al analfabetismo y falta de apoyo materno y paterno palpitaban día a día en los hermanos Moyano. Ello, sumado a un difícil entorno social donde vivían, significó que paralelo a su trabajo remunerado se desenvolvieran en el mundo del delito, siendo arrestados en varias oportunidades por lesiones, ebriedad y hurto, registrando muchas detenciones en los calabozos de la Policía de Investigaciones.
Mientras los hermanos Moyano permanecían en las mazmorras, esporádicamente al comienzo, pero asiduos visitantes después, aprendieron de otros delincuentes los trucos del juego de azar “la mona”. Tras producirse a fines del treinta la hambruna y cesantía que provocó la caída del oro blanco, de las salitreras pampinas llegaron nortinos a Santiago con la novedad de estos fraudulentos juegos de azar.
Así, los hermanos Moyano practicaban en la vía pública este juego, que consistía en tres fichas circulares idénticas en tamaño y color, con la diferencia de que una estaba ilustrada con la imagen de una esbelta mujer (recortada del diario), y que tras revolverlas con la cara invertida se debía adivinar la ficha de “la mona”. Lo jugaban en calle Ahumada en el centro de Santiago (antes de que la arteria vehicular fuera paseo peatonal), donde en poco más de una hora ganaban entre cuatrocientos y seiscientos pesos en apuestas ilegales engañando a la gente, ya que mientras uno revolvía las fichas ante la multitud de curiosos el otro Moyano se hacía pasar por seguro apostador, incitando a los demás a apostar en falso, perdiendo su dinero. Al volver a casa los fraternos hermanos se repartían el botín.
Con este margen de ganancias, al poco tiempo los Moyano dejaron su trabajo en la construcción, alternando la práctica del juego de azar con juergas y convites. El trasnoche santiaguino era amenizado en aquel entonces por veladas boxeriles, boites bailables y centros nocturnos, donde emplumadas artistas y vedetes trasandinas constituyeron el preludio de la incipiente Tía Carlina.
Si bien los Moyanos fueron analfabetos, llama profundamente la atención la habilidad innata y desarrollada respecto al estudio del comportamiento social y los recursos comunicacionales que potenciaron para cautivar a su entorno en sus ilícitos. Lo anterior está en sintonía con los teóricos de la estafa, por cuanto “llama la atención en estos delincuentes la facilidad de expresión, su aparente altruismo, sus maneras insinuantes de inspirar confianza, de atraerse a las víctimas con demostraciones de protección o de dejarse engañar por ellas mismas; visten con decencia y su aspecto es el de un hombre de bien caído en desgracia” (Maturana, 1924, p. 152).
Fue en la década del treinta cuando los Moyanos se especializaron en el arte del engaño. Practicaban a diario las apuestas ilegales en las arterias de la ciudad con poca vigilancia policial, entre las que destacaban los sectores de Franklin, Diez de Julio y Plaza Italia4, como también zonas de alto tráfico de peatones, como el Club Hípico, Hipódromo Chile y Estación Central. También frecuentaban los alrededores de Santiago donde se realizaban carreras a la chilena y funcionaban ramadas. Se tiene conocimiento de que, si bien los hermanos Moyano no salieron del país para cometer sus engaños, frecuentaron Rancagua y el puerto de San Antonio para la comisión de sus ilícitos.
Ante la sospecha de ser apresados por personal policial, los hermanos Moyano escapaban con usual habilidad, sorteando calles y pasajes sin ser arrestados. Cuando los detenían eran trasladados al galpón de la Sección Pesquisa, que operaba como calabozo en la calle de los suspiros, ubicado en Teatinos con General Mackenna, mismo lugar donde se encuentra actualmente el Cuartel Central de la PDI. En aquel entonces, los delincuentes que ingresaban a detención en la categoría de juegos de azar eran considerados “livianos”; es decir, no eran considerados peligrosos. Maturana lo confirma, al señalar que el maleante que comete el cuento es considerado en la jerga policial como un delincuente liviano, por tratarse de un delito contra las personas, en el cual prevalece la astucia, la habilidad para hacer incurrir en el error al sujeto pasivo, ocasionando daño a su hacienda pero no a su vida. Ellos “eligen sus víctimas entre gente bonachona, confiada, sencilla; entre aquellos a quienes se les puede hacer pasar gatos por liebres” (Maturana, 1924, p. 152). Así, durante varios años los hermanos Moyano se presentaban en la mañana y en la tarde en el cuartel, pasando todo el día jugando la mona.
Compartir la celda con otros delincuentes les permitió a los Moyano aprender a usar el balurdo y leer la mente de sus víctimas. Personas honradas y honestas caían en el burdo relato centrado en el turro de billetes, perdiendo su dinero u objetos de valor. Para Erazo et al., “cual hábiles cazadores dirigieron su accionar en presas insertas en el mundo de imaginación y ambición de una pronta fortuna, en la quimérica ilusión de ver multiplicados sus ahorros en un gran fajo de billetes, caídos de un supuesto ‘distraído’, y de un segundo hombre que gentilmente deseaba solo la amistad de aquello, pagando el secreto, antes que regresara el dueño de esa fortuna, llevando así a incautos a una pronta desilusión al descubrir más tarde el hábil engaño” (Erazo et al., 1995, p. 11).
Domingo, Juan José y Eduardo del Carmen adoptaron la misma especialidad delictual de cuenteros del balurdo y en el modus operandi actuaban entre sí como compañeros de delitos. Para engañar a los campesinos que viajaban desde el campo a la ciudad, Domingo vestía de huaso, como sus víctimas, con pantalón a líneas, cinto y manta, haciéndose conocido en el hampa como “El Huaso”. Juan José y Eduardo, en tanto, por ser los hermanos menores eran conocidos cada uno como “El Huaso Chico”, aunque este último, para diferenciarse del primero, era conocido además como “El Guayo”. Guillermo, por su parte, era conocido en sus andanzas como “Ño Gaete”, aunque por su afición a operar tanto con el cuento del balurdo como con el juego de la mona, en compañía de su mujer, tenía el alias de “El Huaso Pepero”5.
Domingo “El Huaso Moyano” fue detenido por primera vez en 1929 por ebriedad y porte de armas prohibidas (quisca); al año 1932 registra dos detenciones más por hurto, robo y juego de azar (la mona); al año 1940 suma doce detenciones por practicar el juego en la vía pública engañando a la gente; en los años siguientes suma detenciones por lesiones, robo, hurto y hasta homicidio, pero en ella no fue procesado como asesino, confirmando que la especialidad del cuentero se categoriza dentro de los delitos livianos. Al analizar su ficha delictual sorprende que desde 1946 a 1968 registra doscientas cincuenta detenciones por vagancia y otros delitos menores en diferentes juzgados del crimen de menor cuantía, siendo el último registro el 6 de enero de 1979 por vagancia en la Tercera Comisaría Judicial.
Juan José, “El Huaso Chico”, fue detenido por primera vez en 1929 registrando a 1936 tres aprehensiones por atentado a la autoridad; a 1940 registra ocho detenciones por juego de azar y seis por hurto; el año 1948 también registra una detención por homicidio, pero no como victimario; a 1962 registra 155 detenciones por vagancia, sospecha y delitos menores, sumando a 1965 treinta nuevas detenciones por los mismos delitos; entre 1966 y 1968 sumó veintisiete detenciones por vagancia en diferentes juzgados de menor cuantía de Santiago; entre 1968 y 1971 registra treinta y tres detenciones por el mismo delito y desde 1971 a 1977 sumó cuarenta y ocho nuevas detenciones, siendo la última en Nochebuena un 24 de diciembre de 1977, en la Quinta Comisaría Judicial del Servicio de Investigaciones.
Eduardo, “El Huaso Chico” (“El Guayo”), fue detenido por primera vez en 1937 por asalto y robo, registrando a 1977 cuarenta y dos detenciones por vagancia; en 1947 registra una detención por homicidio —sin participación material en los hechos—, una agresión a un funcionario de Investigaciones en el mismo año y una orden de aprehensión por desobediencia. En el gabinete de identificación de la PDI aparece registrado también como Eduardo del Carmen León, omitiendo el apellido Moyano que desde la década del treinta era signo de cuentero. Su último registro data del 9 de octubre de 1985 por vagancia en la Tercera Comisaría Judicial.
Guillermo, “El Huaso Pepero”, fue detenido por primera vez en 1929 por contusiones; entre 1932 y 1940 registra doce detenciones por juegos de azar y otros delitos menores, como hurto y desorden; entre 1941 y 1946 registra treinta detenciones por sospecha y tres detenciones por juego de azar (pepito paga doble); a 1973 registra doce nuevas detenciones por juego de azar y doce detenciones por vagancia. También actuaba bajo los nombres supuestos de Guillermo León o Guillermo León Valenzuela, omitiendo el apellido Moyano, por la misma razón que lo hizo su hermano Eduardo6.
En su historial delictual, los hermanos Moyano desarrollaron una gran habilidad mental y poder de convicción. A su haber engañaron a hombres y mujeres de distintas edades, incluso con mayor instrucción.