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Tipología y modus operandi

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El modo de operar de los cuenteros es consecuencia y resultado de la observación permanente que el criminal realiza en su entorno. El delincuente “sabedor de estas circunstancias y, más aún, de la idiosincrasia o del carácter del chileno medio, basa toda su acción delictiva en estos principios. Existe toda una planificación previa de la trama delictual y, por supuesto, están estudiadas las variantes de la misma que entran en acción dependiendo de la actitud y disposición que asuma la víctima” (Palma, 2011, p. 47).

Para Blanco et. al. (1984), eran varios los tipos de cuentos. Además del “cuento del tío” con el recurso del balurdo, otras formas de estafar son tan variadas como astutas.

Para el “cuento de la lotería”, los timadores utilizan un boleto de polla o lotería adulterado, de tal modo que aparece premiado con una alta suma de dinero. La víctima se escoge en un lugar financiero o en la llegada de los buses y trenes provinciales. Sin concurrencia de público, escogen a su víctima y con pretextos fingen buscar la dirección de un médico o abogado (profesionales letrados y confiables a comienzos de siglo), dicen ser campesinos y no conocer la ciudad. Dicen además no saber leer, no tener tiempo para acudir a la agencia de lotería y requieren revisar el cartón con los números sorteados. En escena aparece un cómplice, que por coincidencia lleva un diario. Al ver el listado, la víctima se entera de que el boleto está premiado y comienza a vislumbrar la posibilidad de quedarse con el boleto para cobrarlo. El segundo delincuente le insinúa a la víctima que vaya a cobrarlo y que deje sus prendas en garantía. Así, en forma voluntaria y a insinuación del segundo cuentero, se aleja dejando en custodia las pertenencias que nunca volverá a ver.

El “cuento de la lotería” se conoce en Argentina, Brasil y Uruguay como “toco mocho”, a través del cual “ofrecen a un gil venderle un boleto premiado de la lotería, por no tener tiempo para ir a cobrarlo (…) la víctima, individuo ambicioso de ganar dinero fácil, acepta en vista de la utilidad pingüe que recibirá” (Cavada, 1934, p. 11). Así, cuentero y víctima se unen en la trama de la ambición, característica que no se da en otros ilícitos asociados a la estafa.

El “cuento del mandado”, en tanto, lo realizaba el sujeto que previamente consulta y hace averiguaciones de determinada familia, tales como lugares de trabajo, horarios, nombres, entre otros. Posteriormente concurre a la casa escogida aduciendo traer noticias de los familiares en el extranjero o de provincia, siendo portador de una encomienda, la que se encuentra en aduana y necesita dinero o cualquier especie de valor para retirarla. Las víctimas entregaban lo solicitado por el mensajero, por el conocimiento que demuestra de la dinámica familiar, siendo embaucadas.

El “cuento de las cajitas” lo realizaba un sujeto bien vestido que concurría a domicilios de personas que publicaban avisos en la prensa, vendiendo joyas de alto valor comercial. Concurría a la vivienda indicada, observaba las joyas a la venta, las pesaba y regateaba sin llegar a acuerdo. Días más tarde consultaba si mantenía las joyas a la venta y acudía con dos cajas de idénticas características. Una vacía y otra llena de clavos. Pide volver a ver las joyas y dice que por el alto costo un familiar vendrá más tarde con el dinero, pero mientras pide guardar las joyas en la caja ya que las quiere para regalo. Al descuido, la cambia por la caja llena de clavos y se retira con la promesa de volver más tarde. No regresa, pero deja los clavos en recuerdo.

El “cuento de las suplantaciones” es aquel en el que, como se ha mencionado, el cuentero simula ser un funcionario de algún servicio básico con el propósito de ingresar a un domicilio y robar especies con o sin violencia (Cavada, 1934c). Así, “falsos policía, falsos eléctricos, falsos fontaneros, falsos vendedores viajeros o comerciantes, engrosaban la lista de ladrones que se presentaban en casas o tiendas a concretar sus propósitos mediante el recurso de la mentira artificiosa” (Palma, 2011, p. 94).

Macabros 2

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