Читать книгу Macabros 2 - César Biernay Arriagada - Страница 18
El quinto Moyano
ОглавлениеCon este marco tecnológico, en la globalizada sociedad de la información, la historia del cuento no se detiene. La herencia de los hermanos Moyano muta en el tiempo en constante evolución mientras exista una víctima que pueda caer en una simulada realidad. Si bien los cuenteros Moyano fueron una agrupación delictual conformada por cuatro hermanos, el análisis de los registros policiales da cuenta de un quinto integrante.
Miguel Luis León Morales, chileno, alias “El Cojo”, nacido en Santiago el 17 de junio de 1943, hijo de Carlos León y Aída Morales, estudios básicos, último domicilio conocido en calle Yungay Nº 263 en Quinta Normal, poseía ficha de cuentero en la PDI. Fue compañero de delito de los hermanos Moyano cuando alguno de ellos se enfermaba. Al ser detenido en numerosas oportunidades junto a estos, pasó a ser conocido como un Moyano más pese a no tener vínculo de parentesco. Sus fechorías en compañía permanente de los Moyano replicaron las marcas al rojo que se estampaban en la Europa medieval para identificar a los maleantes7. Murió el 10 de noviembre de 1994.
Todo detective de la policía chilena antigua, que interactuó con la marginalidad delictual de esos años, recuerda claramente la subrepticia vida, licenciosa y oculta, viciosa y libertina de los hermanos Moyano. El ex prefecto de la PDI José Jorquera Lagos, por ejemplo, jefe de la Prefectura Occidente en 1995, conoció de cerca el modus operandi de estos timadores cuando se dedicó a la investigación criminal en 1967. Más aún cuando fue destinado a la Asesoría Técnica de la institución, donde cumplió funciones entre 1973 y 1988, en las dependencias de Informática y Análisis y Procesamiento de Datos. A partir de su interacción con los hermanos Moyano afirmó que
su sistema de vida era propio de la clase baja y su sector de operaciones abarcaba primordialmente el centro de Santiago, la Estación Central y un terminal de buses que hace algunos años existía en la Plaza Almagro. Recuerdo que estos hermanos contaban el cuento del balurdo y sus víctimas generalmente eran campesinos que provenían del sur. José se hacía pasar por gil, en tanto su hermano Domingo era el que se acercaba a recoger. Estos no eran delincuentes que opusieran resistencia a su detención. Todos estos hermanos figuran como solteros en sus respectivas fichas. No se les conoció convivientes como tampoco hijos, y, conforme a lo que recuerdo, estos habitualmente pernoctaban en hospederías ubicadas en las calles Aldunate y Esperanza cuando los sorprendía la noche, ya que eran bastante pobres y sus cuentos les servían escasamente para solventar gastos de alimentación y alojamiento. Los hermanos vestían muy mal y a pesar de que en 1985 ya tenían una avanzada edad, todavía estaban activos en la comisión de este delito, por los cuales obtenían exiguas cantidades de dinero que solamente les alcanzaba para sufragar sus necesidades básicas. Eran sujetos característicos por los abrigos que vestían siempre y eran apodados “los huasos”, y esto era seguramente porque usualmente elegían como víctimas a estos personajes, a los cuales incluso imitaban en su forma de hablar, dando con ello mayor confianza a la víctima. Nunca se tuvo conocimiento de que hayan obtenido cantidades importantes de dinero producto de estos ilícitos, pero sí se puede indicar que estos eran bastante periódicos, lo que queda en evidencia con las múltiples detenciones que registraban a su haber (Erazo et al., 1995, p. 17).
Para Jaime Romero Romero, nochero de edificios, la historia de los hermanos Moyano es parte de su vida. En su casa habitación de calle Aldunate de la Población Pueblo Hundido vivieron los hermanos Moyano por más de treinta años. Romero recuerda que, desde el año 1948, cuando tenía solo 7 años, “mi madre Blanca Romero, les arrendó una pieza del inmueble que habitamos, a Domingo y Juan José. Recuerdo que estos se dedicaban a contar el cuento del balurdo en las inmediaciones de la Estación Central, escogiendo como incautos a los huasos que llegaban desde el sur en tren, para lo cual salían temprano de la casa y llegaban bastante avanzada la tarde, incluso en algunas ocasiones se perdían por varios días, presumiendo que esto era cuando resultaban detenidos por la policía”. Y luego agrega: “Estas personas nunca produjeron desórdenes en nuestro hogar, pues se comportaban tranquilamente en la casa. Es más, que yo recuerde, jamás vino la policía a buscarlos aquí” (Erazo et al., 1995, p. 20).
Blanca Rosa Romero fue entrevistada en 1995 a fin de conocer más detalles sobre la vida de los hermanos Moyano, afirmando que
eran tranquilos, ya que nunca me produjeron problemas aquí. Tenía conocimiento que operaban con el cuento del balurdo, pues en la misma pieza preparaban los fajos de billetes. Esta labor la hacían generalmente de noche. Como anécdota, puedo contar que en una ocasión mi hijo, que en ese entonces tenía 7 años, fue a intrusear a la pieza de esos hermanos y vio un balurdo sobre un velador y llegó hasta donde yo estaba a contarme que el tío José tenía harta plata. En su inocencia, mi hijo pensaba que se trataba de un fajo de billetes verdaderos. Cuando regresaban a la casa y les había ido bien, no eran mezquinos y me pasaban algo de dinero para la compra de víveres. Nunca supe que ganaran mucho dinero, pero lo que obtenían les alcanzaba para mantenerse. Jamás tuve problemas de dinero con ellos, recuerdo que aquí a la casa nunca vino la policía a buscarlos, por lo que presumo que no se sabía que vivían conmigo o bien tenían otras caletas (Erazo et al, 1995, p. 22).
Los hermanos Moyano no dieron entrevistas, solo brindaron declaraciones policiales en el marco de alguna de las tantas detenciones. Sin embargo, en 1995, para un trabajo de investigación académica en el Instituto Superior de la Policía de Investigaciones, actual Academia Superior de Estudios Policiales (Asepol), el último Moyano vivo fue entrevistado a fin de indagar en el modus operandi de este oficio y en la historia familiar de los Moyano. Y este relató lo siguiente: “Cuando yo tenía alrededor de diez años falleció mi padre a causa de que bebía mucho vino blanco, lo que le provocó un soplo al corazón. Recuerdo perfectamente que era muy severo con nosotros y nos golpeaba por cualquier maldad que hiciéramos. Si él hubiera estado vivo, creo que no habríamos llegado al camino del delito. Pese a que junto a mis hermanos fuimos a la escuela, no logré aprender a leer, solo a sumar”. Luego continúa: “También recuerdo de esa época que siempre vivimos arrendando, en diferentes lugares de la capital, llegando finalmente todo el grupo familiar a la Población Bulnes. Esto debió ser aproximadamente el año 1950. Pasado unos años me marché a Conchalí junto a Blanca, mi mujer, con la cual convivo hasta la fecha (1995)”.
Blanca Rosa Pizarro Henríquez fue pareja de Guillermo, compañera de vida y de delito. Trabajó por más de cuarenta años en la pilastra de frutas y verduras del Mercado Tirso de Molina en Recoleta. Vivían en el pasaje Mario Neira N° 65, en una relación de la cual no tuvieron hijos por problemas biológicos de Guillermo. En 1985, Blanca enfermó con las madrugadas, los fríos, la artritis y su diabetes, dedicándose a las labores de la casa. Para la misma investigación académica, afirmó que Guillermo “siempre fue bueno para la farra y mujeriego, que no se preocupaba mayormente por los problemas y necesidades del hogar, sin embargo, yo no tuve problemas debido a que ganaba mi propio dinero”. Blanca confirmó además que el juego lo practicaban en calle Ahumada e Hipódromo de Chile. Dijo también que Guillermo no trabajó el “cuento del tío” con sus hermanos, sino que se especializó en el “pepito paga doble” y que salió a “trabajar” a la calle hasta en sus últimos días.
Guillermo manifestó también que “en este juego (la mona) ganamos bastante dinero porque en esos años rendía más la plata. Cuando fuimos detenidos y llevados a Investigaciones, que en esos tiempos solo era un galpón, pudimos aprender de otros delincuentes detenidos, como usar el balurdo. Buscábamos la plata en sectores tales como Estación Central, Franklin y Arturo Prat, donde era fácil jugar ya que no existía presencia policial; otros lugares a los que también concurríamos eran calle 10 de Julio y Plaza Italia, pero principalmente en la calle Ahumada. Posteriormente mis hermanos se dedicaron al balurdo, dejándome a mí junto a mi mujer dedicados al juego de la mona”. Para luego continuar diciendo:
Nunca salimos a trabajar fuera de Chile, lo que más lejos fuimos fue en la ciudad de San Antonio, durante el verano donde un amigo de nombre “Carlitos Palma”, matarife, actualmente [1995] debe tener cerca de los ochenta años, creo que se encuentra enfermo del corazón. Con el dinero obtenido nos dábamos la gran vida, buenos asados, cazuelas. En cuanto a mis otros hermanos, cuando ellos salían uno bebía y el otro lo cuidaba, ya que el alcohol los ponía un poco violentos y de esta forma evitaban tener peleas. Yo andaba bien vestido, con buen reloj, los sombreros valían $45, de los que usaban los detectives quienes andaban muy bien vestidos, entre ellos recuerdo al “Huaso Canales”, Roberto Schmidt, al señor Rencoret y al señor Villagrán que trabajó el sector de Conchalí, creo que aún vive. De la policía móvil me recuerdo de un funcionario de nombre Guillermo Caamaño y otro de apodo el “Chico Margoso”, nos controlaban bastante, hacían buena labor y nos dejaban sin jugar.
A partir de esta entrevista se comprobó que en cuanto al dinero obtenido solo les permitía solventar el gasto diario “pese a la larga trayectoria que tuvieron en el camino delictual, no se les conocen bienes muebles o inmuebles, lo que es indicativo de la mala administración de los dineros obtenidos” (Erazo et al., 1995, p. 32). En efecto, no compraron casas ni vehículos, no poseían ahorros ni cuentas bancarias. En palabras del propio Guillermo, “como éramos analfabetos nadie nos aconsejó para sentar cabezas y haber ahorrado algo, recuerdo que en una ocasión un amigo veguino con plata, actualmente fallecido, don Segundo Avendaño, me ofreció prestarme [sic] dinero para que comprara una casa y una bodega y así establecerme tranquilamente y asegurar el futuro, quedé de ir a darle una respuesta, cosa que finalmente nunca hice... éramos todos muy ahuasados8” (Erazo et al., 1995, p. 24).