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Abracadabra

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La noche anterior al día en que iban a operar, los hermanos Moyano cortaban y ordenaban el fajo de papeles, confeccionando un fino balurdo, simulando un turro de genuino papel moneda al envolverlo externamente en un billete falso o real, generalmente del más alto valor existente.

Así, el balurdo estaba formado por fajos de papeles de diario o de envolver que simulaban en dimensión y tacto un paquete con billetes. También “se confecciona por fajos de boletines de réclames, del tamaño y forma de un billete, que tienen en el reverso el diseño de este último” (Maturana, 1924, p. 152).

Arribaban temprano, aproximadamente las 07:00 horas, al lugar donde actuaban, ya sea la Estación Central, la Plaza Almagro o la Estación Pirque en Plaza Italia, todos ellos sectores de tránsito de pasajeros, provincianos imberbes e ingenuos. Los hermanos Moyano tenían bien desarrollado el ojo criminal, pues casi nunca fallaban en la elección de sus víctimas, que visitaban la capital por algún trámite o diligencia personal, sin intuir que eran observadas y seleccionadas como protagonistas del inminente mal urdido.

Juan José, por lo general, se hacía pasar por el “gil” que dejaba caer el balurdo a los pies de la víctima, simulando un descuido y continuando con su recorrido. En supuesta accidentalidad o evento casual, al agacharse la víctima a recoger el atractivo fajo de dinero simultáneamente se le acercaba Domingo, quien le decía: “La suerte es para los dos”.

Su traje de huaso, acento y lenguaje hablado lograban convencer a la víctima de que estaban frente a un hecho verídico. El cuentero Domingo le pedía a la víctima que guardara rápidamente el “dinero” para repartírselo luego en un lugar más seguro. Mientras esto acontecía, se desarrollaba el segundo acto de la obra cuando Juan José nuevamente aparecía en escena. Presunto dueño del “dinero”, consultaba a ambos si habían visto caer un fajo de billetes de su propiedad, que portaba para depositar en la cuenta bancaria de un tío suyo.

Juan José aseguraba que el fajo extraviado constituía una gran suma de dinero y que al parecer lo habría extraviado en ese preciso lugar. Aquí intervenía la ambición de la víctima, aquella complicidad necesaria para alcanzar la magia, haciéndola cómplice del hurto de hallazgo al expresar que no sabía nada al respecto. El “gil” se alejaba para simular la búsqueda del fajo en otro lugar, dejando a la pareja sola. Domingo y la víctima se alejaban a otro lugar, más solitario, pidiendo a este último apurar la suculenta repartija, sin necesidad de contar uno a uno los billetes, sino equiparando el monto estimado con lo que portara de valor, dinero en efectivo o especies, ya que en cualquier momento podría volver el dueño.

Otra variante era pedirle a la víctima que se llevara el fajo y que se reunieran más tarde, en otro lugar, a repartir el dinero, exigiendo como garantía la entrega de un objeto de valor, “entonces solicita de la víctima le tenga en su poder ese dinero, mientras él va a inspeccionar el peligro que pueda haber; pero para ello exige que se le entregue otra cantidad de dinero menor, el reloj, alguna prenda u otro objeto en garantía de que la víctima no huirá con la gruesa suma de dinero que simula el balurdo” (Maturana, 1924, p. 152).

La víctima aseguraba hacer un negocio redondo al quedarse con el turro de billetes, entregando a cambio una suma en efectivo inferior a lo que ganara con el fajo. Con el trato cerrado, ambos siguen sus respectivos rumbos. Como un niño cuando abre un regalo de Navidad, la víctima ilusionada desarma el balurdo en la soledad de un microbús, en el asiento vacío más alejado, y, al abrirlo, descubre que son papeles de diario recortados. Los autores del timo, en tanto, en ese mismo minuto están dividiéndose las ganancias en efectivo o empeñando las prendas adquiridas, contando una nueva embaucada a su haber.

La persona estafada, en tanto, no se atrevía a denunciar para no quedar en ridículo, solo miraba por la ventana del microbús las veredas capitalinas colmadas de gente desconocida, viendo en cada una de ellas el dolo, la astucia y el engaño.

Macabros 2

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