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Capítulo 4 Faltaban dieciocho días para el cumpleaños de Rubén, el 4 de agosto, y le había prometido llevarlo a los juegos mecánicos en el centro comercial, en especial a los carritos chocones.
ОглавлениеMe había acostumbrado a los horarios del trabajo y la escuela, pues llevaba más de un mes desde mi ingreso y mi cuerpo se había adaptado a la nueva rutina. Estudiaba por la mañana, tomaba una siesta por la tarde, trabajaba durante la noche y llegaba a dormir después de la jornada laboral. Dejé de sentir fatiga, aunque ya no podía ver tan seguido a mi mejor amigo, Felipe, quien parecía haberse acercado más a Jhordi, ya que salían todos los días y yo solo estaba disponible algunos sábados, pues salía más con Rosa que con él. Sacrificaba mucho con tal de complacerla, ya que iba cada día libre a la discoteca. Por supuesto, no era como que me aburriese, al contrario, lo disfrutaba mucho, pero no era lo mismo salir con mi novia que con Felipe. Rosa se pasaba la noche hablando con sus amigas —ya que siempre nos acompañaban—, así que en ocasiones sentía que perdía el tiempo, sin mencionar que era molesto lidiar con los gastos de las otras dos, pero mi mayor error fue creer que todo eso era normal en una relación. Nunca pude ver las intenciones de Rosa.
Rubén quería conocerla, pero mi novia se negaba a visitar mi casa. Siempre decía: “aún es muy pronto, llevamos poco tiempo saliendo y no es momento de involucrar a la familia”. Todas las veces le di la razón. A Jéssica no le caía bien, pero nunca logró averiguar calamidades sobre ella. Lo único “malo” a considerar era que había repetido dos veces el ultimo grado de la secundaria. Por lo demás, era una chica muy tranquila, casi una santa paloma. Mi hermana se esforzaba mucho por encontrar algo negativo y perturbador de Rosa, pero como no tenía resultados, se enojaba mucho. Supuse que eran celos y le resté importancia.
Así pasaron los días. Faltaban solo dos semanas para el cumpleaños de Rubén y Rosa quería volver a salir. Recordé que debía ahorrar para cumplir con mi promesa, así que le dije que sus amigas deberían costear sus propios gastos. Al parecer, la idea no le gustó en lo absoluto. Comenzó a decir que solo buscaba excusas para no salir, que sus amigas eran menores y, por tanto, no tenían cómo costear sus salidas. Intenté explicarle que necesitaba juntar dinero para el cumpleaños de mi hermano, pero no lo entendió. Se enojó y no me habló en los días siguientes. Al principio me molestó su actitud, pero después intenté convencerme de lo contrario. Me dije: “Quiero a Rubén, pero Rosa es mi novia y mi futura esposa. Formaremos una familia, así que debo darle más prioridad”. Fui un grandísimo tonto.
Me propuse reunir poco a poco algo de dinero para cumplir con Rubén, pero también con Rosa, ya que no me gustaba que estuviéramos peleados. Fui hasta su casa el sábado por la noche para decirle que saldríamos con sus amigas, tal como quería, pero me abrió la puerta su mamá.
—Buenas noches, señora. ¿Estará Rosa?
—¡Hola, Dieguito! Lo siento, Rosa está en una pijamada con unas amigas.
Me hizo sentir mal no haber arreglado las cosas antes. Me despedí con cortesía y me fui cabizbajo. Caminé un rato por el parque, donde me encontré a Felipe y Jhordi.
—Vaya, vaya. Miren quién decidió aparecer —dijo Felipe con expresión irónica.
—Qué tal, chicos.
—¡Bienvenido! Ahora eres el nuevo del grupo —Jhordi habló con sarcasmo.
Los invité a comer pollo asado a modo de compensación por la gran cantidad de días en los que no nos habíamos visto. Los llevé al local de la señora Pilar. Ella me saludó apenas me vio entrar y le pidió a Margarita que nos atendiera. Lejos de nuestra mesa estaban mis compañeros, en la cocina. Los saludé con la mano y la señora Tania sonrió al verme. Conversamos y bromeamos como antes. Después de comer regresamos al parque e hicimos hora hasta volver cada uno a su casa. Fue relajante salir con ellos después de tanto tiempo.
Al llegar a casa mi madre se sorprendió de verme tan temprano. Preguntó la razón y me limité a decir que no había salido con Rosa, pues estaba con mis amigos. Luego subí a dormir y no desperté hasta la mañana siguiente.
El domingo salí dos horas antes de tener que partir a trabajar. Necesitaba hablar con Rosa y arreglar nuestras diferencias. Cuando estuve frente a su puerta, fue ella quien abrió. La miré un poco apenado y le dije que quería hablar, así que salió y nos sentamos en la vereda. Le expliqué que necesitaba reunir dinero para el cumpleaños de mi hermano Rubén, pues le había prometido ir a los juegos mecánicos. Lo entendió o por lo menos eso me hizo creer. Quedamos muy bien. Ya no estaba enojada y eso me hacía sentir mucho más aliviado. Cuando vi la hora noté que faltaba poco para entrar al trabajo, así que me despedí y me retiré muy alegre por haber vuelto a la normalidad.
El sábado siguiente volvimos a salir con sus amigas Dina y Talía. Todo iba bien en la discoteca, bailaba con Rosa, las otras chicas habían conseguido nuevos jóvenes con quienes estar, hasta que un tipo de casi veinte años se acercó a mi novia cuando yo había ido por dos cervezas. Comenzó a hablarle de forma cariñosa y tuvo una actitud desagradable. Apenas lo noté, fui y lo empujé diciéndole que no se acercase a mi chica, pero el tipo reaccionó mal y nos fuimos a los golpes. Todo ocurrió tan rápido que, de un momento a otro, los de seguridad nos sacaron de la fiesta, incluidos los amigos de Dina y Talía, ya que se metieron para ayudarme, del mismo modo que los acompañantes del sujeto lo hicieron con él. Afuera casi volvimos a pelear, pero Rosa me calmó. Después de todo el alboroto, intentamos entrar de nuevo a la fiesta, pero los guardias nos negaron el acceso. Las chicas se despidieron de sus amigos y la noche se dio por arruinada. Volvimos a casa más temprano que de costumbre y Rosa estaba muy enojada porque no habíamos logrado ingresar. Compartía su enojo, pero por diversas razones. ¿Cómo era posible que permitiera que le coquetearan al frente mío? Todo el camino en taxi estuvimos en silencio. La dejé en su casa junto a sus amigas y me fui a tratar de dormir.
Desperté luego de una frustrante noche y decidí ir a ver a Rosa para tratar de arreglar las cosas por segunda vez. Se estaba haciendo costumbre que asumiera la culpa de cualquier problema y tuviese que disculparme después. Al hablar sobre el asunto entendí que había sentido vergüenza por la pelea y por haberle arruinado la noche. Nos arreglamos y volvimos a salir, cada vez más seguido. En la escuela nos estábamos haciendo muy conocidos, ya que Rosa tenía fama de rechazar a todos. Según los rumores de la escuela, había sido el único que había logrado enamorarla. Fue entonces cuando pensé: “Tenías razón al enojarte conmigo, no eres el tipo de chica que acceda ante cualquiera que intente conquistarte”. También pensé que debía dejar de ser celoso y comenzar a confiar más. Todos hablaban maravillas de ella, decían que era buena chica, buena amiga y muy leal, el único problema era su falta de atención en clases. Decían que había descuidado sus estudios después del fallecimiento de su padre. Lo amaba muchísimo y, por ende, terminó sumergida en la depresión. Le había costado dos años desprenderse de todo ese dolor. Cuando intenté preguntar, no quiso tocar el tema, ya que la ponía muy triste. Lo noté por su repentino cambio de ánimo al escucharme decir el nombre de su papá. Parecía que todavía le daban ganas de llorar.
Esa tarde, al regresar a casa, por alguna razón me nació contarle esa historia a Jéssica, pero ya había escuchado del tema. Incluso conociendo su pasado, Rosa le parecía de lo peor. Le pregunté el motivo y mi hermana respondió igual que siempre: “No me parece una persona de fiar”. Según me explicó, era extraño que todos conocieran su historia aun cuando ella jamás hablaba del tema. Le respondí que a lo mejor se habían enterado por otro lado, pero Jéssica se negó a aceptar mi explicación. Mi hermana era de esas personas que siempre dicen qué piensan, sin importar si llega a ser desagradable para el resto. Prefería ser molesta a volverse una hipócrita, o al menos eso solía decir.
—Hermano, no quiero que te lastime y no permitiré que lo haga.
—Descuida, todo estará bien —respondí mientras subía a mi habitación.