Читать книгу Amor Fugaz - D. Peña. CV - Страница 8
Capítulo 2 Al día siguiente me levanté temprano y me vestí sin prisa para ir a clases. Con mi hermana íbamos a la misma escuela secundaria, donde ella cursaba su primer año. Nos tocaba dejar a Rubén en su colegio de primaria, que estaba una cuadra antes de llegar a nuestra institución académica.
ОглавлениеAl entrar al establecimiento, miré hacia los lados, por el patio y los pasillos, mientras me dirigía a mi salón con la esperanza de ver a Rosa, pero no la encontré. Tuve que entrar al salón y esperar al recreo para poder ir a su aula. Tenía clase de matemáticas, una materia que no me agradaba mucho, pues los trabajos se me hacían cada vez más difíciles de entender.
Por fin sonó el timbre que avisaba el inicio del recreo. Salí con rapidez y me dirigí al salón de Rosa. De casualidad la encontré en uno de los pasillos antes de llegar a su clase. Le pregunté si quería caminar y accedió sin dudarlo, con una sonrisa que me encantaba, mientras caminamos por un rato hasta llegar a un corredor sin alumnos. Quedamos solos por un instante, así que quise aprovechar la ocasión. Estaba con todos los nervios a flor de piel, y con un increíble miedo al rechazo, le dije que era una chica hermosa y que me gustaba mucho. Le pregunté si quería ser mi novia. Grande fue mi sorpresa al escuchar su “sí” después de un breve segundo. Fue el día más feliz de ese entonces, ya que después viví otros momentos alegres. Me acerqué para intentar besarla, aunque dudaba de que fuera buena idea. Al final, también se inclinó hacia mí y nos dimos nuestro primer beso. “¡Es increíble que ya tenga novia!”, pensé.
Al comienzo no lo podía creer. Continuábamos saliendo y viéndonos en los recreos sin falta ni excusa. El último día de clases de esa semana, Rosa me pidió que saliéramos la mañana siguiente por el centro de la ciudad junto a sus amigas. Accedí de inmediato, pues solo quería hacerla feliz.
Al regresar a casa le pedí a mi madre que me prestara algo de dinero, pero no le conté que tenía novia y que quería sacarla a pasear. Me respondió que no podía, ya que debía pagar los servicios básicos de la casa, como la luz y el agua. Además, tenía que efectuar algunas compras, así que me preocupé mucho. Había prometido sacar a Rosa y al final no podría hacerlo. “Alguien tendrá que prestarme”, pensé.
No pude dormir aquella noche, pues pensaba entre vueltas y giros cómo conseguir algo de dinero. Pegué pestaña en la madrugada. Poco después, cuando amanecía, mi mamá me despertó. Me preguntó para qué quería el dinero y entonces le conté el asunto.
—Tengo novia, se llama Rosa y la invité a salir sin pensarlo.
De pronto sacó un billete de cincuenta soles. Me los entregó diciendo que ya contaba con la edad para tener novia y salir por las noches, pero que también debía hacerme cargo de mis propios gastos. Si necesitaba dinero, era mejor que consiguiera un empleo de medio tiempo. La abracé y le di las gracias. Estaba más calmado porque tenía lo necesario para salir con Rosa, sin olvidar el consejo que me había dado: si quería divertirme, tendría que trabajar para hacerlo, así que estaba dispuesto a buscar cómo conseguir que me pagaran una remuneración. Guardé el dinero y salí con mis hermanos a jugar a la pelota, en busca de hacer hora para salir con mi novia y pasar tiempo con ellos, ya que querían divertirse, pero no tenían con quién hacerlo.
Jéssica era muy ruda para jugar. Siempre pensé que al crecer con hermanos varones se había vuelto bastante agresiva para jugar fútbol. Antes jugábamos a las peleítas, cosa que también ayudó a forjar esa actitud fuerte. Por esa razón siempre se metía en juegos considerados varoniles.
Pasado un rato mi madre salió a trabajar y no tuvo tiempo de cocinar, así que me encargó esa tarea. Cuando noté que era la una de la tarde, dejé a mis hermanos jugando con otros muchachos que se unieron a su improvisado fútbol y entré a ver qué preparar para comer.
Solía cocinar en muchas ocasiones, pues cuando mi madre no contaba con el tiempo suficiente o se encontraba muy cansada, me delegaba esa tarea. Me enseñó a hacerlo, y entre los dos le enseñamos a Jéssica. Preparé un arroz con estofado de pollo —ya que era lo más rápido— y luego llamé a Jéssica y a Rubén para comer. Eran casi las dos y media de la tarde. Mientras almorzábamos, ella me preguntó si era verdad que tenía novia. Supuse que había escuchado la conversación que tuve con mamá.
—Sí, es verdad.
—¿Podemos conocerla? —preguntó mi hermano menor, entusiasmado.
—Claro, lo harán más adelante. —Sonreí.
—Ya sé que se trata de Rosa. —Mi hermana esbozó un gesto pícaro.
—¿Cómo lo sabes?
—Toda la escuela habla de eso. Traté de averiguar de quién se trataba, y resulta que eres su primer novio.
—¡Qué bien! —exclamó Rubén.
Volví a sonreír, victorioso, ya que era el único que había logrado enamorarla. O eso creía.
—No sonrías —refutó Jessica—. Mamá dice que hay que ser cuidadoso con las personas de las cuales no conoces su pasado.
—Tal vez sea una asesina en serie. —A Rubén le encantaban las películas de acción y artes marciales. Sus favoritas eran de crímenes y asesinos. A veces he pensado que podría convertirse en alguien sádico y un poco cruel.
—¡Nooo! Apenas tiene diecisiete. ¿Cómo puedes creer que tenga un pasado malo?
—Tiene dieciocho, va a cumplir diecinueve el otro mes —dijo Jéssica, muy segura de su afirmación—, repitió el año dos veces.
—¿Y eso qué? —pregunté casi molesto. La verdad, la conversación terminó por incomodarme. Me levanté y fui a mi habitación con mi plato a terminar de comer solo. Cada uno lavaba sus platos y tazas, eran las reglas de la casa. Cuando Jéssica y Rubén terminaron de comer y limpiar, salieron a jugar de nuevo. Me quedé viendo la televisión hasta que dieron las cinco de la tarde. Me duché y me vestí. Llamé a mis hermanos para que entraran a la casa, ya que no podían quedarse afuera y mi madre no tardaría en volver del trabajo.
Salí a la plazoleta del pueblo a eso de las seis y media, justo a la hora de mi encuentro con Rosa. Al llegar, esperé como cuarenta minutos. Estaba muy preocupado, pues llegué a creer que se había arrepentido y ya no quería verme más, pero por fin, llegó.
Me presentó a sus amigas, Dina y Talía. Eran muchachas bonitas, pero menores. Tenían entre dieciséis y diecisiete años. Al parecer sus amigas anteriores se habían alejado de ella al repetir el año dos veces, y no tuvo más opción que hacer nuevas juntas.
Tomamos un transporte público y fuimos al centro de la ciudad. Nos dirigimos al centro comercial, donde había muchos juegos mecánicos en el Happyland. Les invité un helado, pero mientras comíamos noté que Dina y Talía estaban algo molestas. Emitían susurros, incómodas. “Algo estoy haciendo mal”, pensé. Luego Rosa se acercó y me dijo que querían ir a una discoteca. Nunca había ido a una y le dije que no nos permitirían entrar ya que éramos menores de edad. Sonrió con esa misma carita que tanto me cautivaba y contestó que no había problema, pues era mayor y podía hacernos entrar. Accedí, ya que quería saber cómo era una discoteca, además de que también quería complacerla.
Al llegar vimos a un guardia de seguridad que nos pidió las identificaciones. Rosa le mostró la suya, y grande fue mi sorpresa cuando Dina y Talía también mostraron sus documentos. El guardia asumió que eran mayores y a mí no me pidió comprobar mi edad ya que íbamos en grupo, además, era alto y no representaba mis años. Al entrar había una cajera y otra puerta donde controlaban dos guardias. Aún no entrábamos a la fiesta, pero se escuchaba un poco el ruido de la música. La muchacha de uniforme cobraba la entrada a diez soles cada uno y éramos cuatro. Había gastado más de la mitad en el pasaje, los juegos y el helado. No me alcanzaba. Algo avergonzado, llamé a Rosa a un costado y se lo dije. Noté su mirada decepcionada y ella se lo explicó a sus amigas. No tuvieron pudor en mostrarse molestas. Al final tuvimos que salir y regresar a casa.
Mi novia no me hablaba y estaba muy apenado para iniciar una conversación. Caminé adelante, solitario, y de pronto las escuché susurrar. Rosa se acercó a mí y dijo que tenían que ir con Talía a casa de una tía a recoger un recado. Me ofrecí para acompañarlas, pero se negó. Argumentó que esa señora no me conocía y sería muy incómodo para todos que llegasen con un desconocido. Además, era probable que hicieran una pijamada con la prima de su amiga, así que al final solo pude conseguirles un taxi y regresar a casa. Estaba triste, pero había sido peor creerles la mentira.