Читать книгу Amor Fugaz - D. Peña. CV - Страница 9
Capítulo 3 Al día siguiente me levanté recordando las palabras de mi madre: debía buscar un empleo de medio tiempo para sustentar mis gastos personales. Así que salí temprano en busca de la señora Pilar, quien tenía una pollería. Era muy conocida ya que, cuando aún era joven, comenzó a vender dulces en un triciclo en las puertas del colegio. Poco tiempo después se adjudicó el permiso de vender dentro del establecimiento los desayunos: sándwiches, café, avena, jugos o lo que tuviese. Con el pasar de los años pudo abrir su pollería y la conocí gracias a que sus hijos estudiaban en la misma escuela que yo.
ОглавлениеAl llegar a la casa de la señora Pilar, toqué el timbre y, en cuanto me abrió la puerta, saludé. Le planteé la posibilidad de que me diera trabajo. Por fortuna, uno de sus empleados había renunciado debido a la mudanza de su familia. Como necesitaba personal para reemplazarlo, me dio el empleo como ayudante de cocina. Muy alegre acepté y le supliqué para que me dejase descansar los sábados, a lo que accedió. Me comentó que iniciaba al día siguiente y el trato me puso muy contento. Lo mejor de todo era que pagaba a diario, así que para cuando llegase el sábado ya tendría algo de dinero para salir con Rosa.
El lunes fui a la escuela y estaba bien entusiasmado por empezar el trabajo por la noche. Llegó la hora de receso de medio tiempo y fui a buscar a mi novia. Noté que estaba algo molesta. Cuando le pregunté la razón, solo respondió que todo estaba bien, pero en el fondo sabía que era por lo de la fiesta del sábado. Le conté que tenía un empleo y que el fin de semana más próximo podríamos salir y entrar a la discoteca sin problemas. Sonrió de inmediato.
—¿En serio?, ¿lo prometes?
—Sí, lo prometo. Lo pasaremos muy bien.
Muy contenta, me besó mientras los demás nos veían. Al sonar la campana, cada uno regresó a su salón.
Cuando salí de la escuela volví a casa para descansar un par de horas y luego prepararme para empezar el trabajo a las siete de la tarde. Al llegar al local, la señora Pilar me presentó a mis compañeros. Tania era algo robusta y tenía alrededor de treinta años. Su principal labor era servir los pedidos. Jorge se encargaba de asar los pollos y tenía unos veinticinco años. Lorenzo se veía de veintidós y era el responsable de freír las papas y salchichas en caso de que alguien pidiese salchipapas o mollejitas a la mostaza. Por último estaban Margarita y Verónica, las más jóvenes del local con dieciocho y diecinueve años respectivamente. Eran las meseras que atendían a los clientes, pero antes de abrir las puertas al público, se encargaban de preparar las ensaladas y abastecer las enfriadoras con bebidas. Mi trabajo consistía en lavar platos y utensilios y apoyar al resto del equipo en caso de que lo necesitasen.
Aquella noche fue agotadora, pues la jornada laboral era hasta las doce y el sueño me ganaba. No hubo muchas ventas, así que supuse que mi cansancio era por falta de costumbre. La señora Pilar me invitó un café al verme con sueño.
—Prepárate, se pondrá peor cuando seas adulto —rio.
Solo pude sonreír, pues tenía razón. Cuando uno se convierte en adulto debe trabajar para costear sus gastos; lo tenía clarísimo, pero en ese momento mi motivación era Rosa, la única razón por la que quería ganar dinero.
Mi jefa estaba de cajera de su propio negocio, mientras que los demás conversábamos en la cocina para distraernos y olvidar el sueño. En una de esas instancias, cuando no hubo pedidos, supe que la señora Tania era madre soltera, ya que un poco hombre la dejó por otra mujer, sin siquiera pagarle pensión. Lo peor del asunto era que estaba inubicable, ya que ni la justicia podía encontrarlo para obligarlo a cumplir con sus responsabilidades. Por otro lado, Jorge contó que tenía pareja y había dado a luz a su primer hijo. Lorenzo estudiaba mecánica y trabajaba para costear los gastos de sus estudios.
Seguimos conversando mientras trabajábamos en los pedidos, aunque no había mucho movimiento debido a la baja venta del día. Después de minutos que parecieron horas, dieron las doce. Cerramos las puertas y terminamos la limpieza cerca de la una de la madrugada. La señora Pilar se mostró muy cuidadosa con los empleados, puesto que a las doce en punto su esposo llegó con su furgoneta y nos esperó para llevarnos de regreso a nuestros domicilios, así evitaba que fuéramos asaltados o algo semejante. Por eso, antes de contratarnos, se aseguraba de que cada empleado nuevo viviera cerca del local de su pollería, así no se le dificultaba el traslado.
A la mañana siguiente me costó mucho trabajo levantarme para ir a la escuela, ya que no había dormido lo suficiente. Aun así me esforcé y me paré con somnolencia. Escondí treinta soles en una lata vacía y solo llevé los otros diez a la escuela. Me pareció buena paga cuarenta soles por cada noche de trabajo.
Ese martes noté a Rosa muy alegre, pues le invité unos helados junto a sus amigas en el recreo. En ese entonces, diez soles era mucho dinero para cualquier estudiante. Parecía absurdo de mi parte, pero estaba muy contento de hacerla feliz.
Por la noche regresé al trabajo. Fue la misma rutina de siempre, sin cambios ni variantes. Sin embargo, al día siguiente falté a la escuela. Me había quedado dormido. Desperté muy tarde y mis hermanos se fueron solos, así que corrí a esperar a mi novia a la salida. Pensaba invitarla a almorzar a modo de compensación por haber faltado a la escuela y a nuestras citas en los recesos.
Fuimos a almorzar a un pequeño local. Mientras caminábamos, me dijo que se había preocupado mucho al no verme en la escuela. Pensé que algo había sucedido, así que me disculpé y le expliqué que solo me dormí, ya que el trabajo me había desvelado. Ella lo entendió y me preguntó si podríamos salir el sábado; le volví a prometer que sí. Después de almorzar regresé a casa y apenas llegué le pregunté a Jéssica por qué no me había despertado para ir a la escuela. Me explicó que lo había hecho cuatro veces, pero que yo solo le respondía que me levantaría enseguida, y como no lo hacía, comprendió que estaba muy cansado, de modo que se fue a la escuela sola, llevando a Rubén. Yo no recordaba haber intentado levantarme, pero le creía, pues llegué tan cansado del trabajo que me dormí con rapidez. “Descuida —dijo Jéssica— mamá llamó a la escuela y avisó que no irías, ya que te habías enfermado”. Eso me tranquilizó.
Al día siguiente pude asistir sin problemas, así como también el resto de la semana. Finalmente llegó el sábado y aproveché de dormir hasta tarde para salir por la noche con Rosa. Había reunido lo suficiente para invitarla junto a sus amigas, ya que tenían muchas ganas de salir juntas.
Dieron las ocho y la fui a buscar a su casa. Caminamos abrazados y sin prisa en ir recoger a sus amigas Dina y Talía. Al estar todos reunidos tomamos un taxi y fuimos al centro a hacer hora, ya que la discoteca era aburrida antes de las diez u once de la noche. Se me ocurrió sugerir ir a los juegos mecánicos, pero no les gustó la idea.
—¡Madura! —exclamó Rosa como si estuviera avergonzada de mí—, no te comportes como un niño.
Después de escuchar eso me sentí algo apenado, pues creí dar una mala impresión. Caminamos por la plaza del centro de Ica. Mi novia conversaba con sus amigas mientras la abrazaba. Preferí no entrometerme y guardar silencio. Rato después dieron las once y fuimos a la fiesta de la discoteca. Las tres mostraron sus identificaciones al guardia de seguridad. Rosa tenía dieciocho y era adulta legal en Perú, por lo que no tenía problemas para ingresar. Dina y Talía enseñaron las cédulas de su hermana y prima respectivamente; me enteré de ello mucho después, en una tragedia en aquel recinto.
Al entrar solo distinguí unas luces LED de colores que me fascinaron, pues lo demás estaba oscuro. La música era muy buena y el ambiente energético. Rosa me pidió comprar dos botellas de cerveza. No dudé en acceder y comenzamos a beber. Ella tenía experiencia en esas fiestas, sin duda, ya que bailaba muy bien. Yo, en cambio, apenas estaba aprendiendo, y me apenaba un poco la idea de que los demás descubrieran que no sabía bailar, así que traté de seguir sus pasos. Pronto Dina y Talía encontraron pareja y también comenzaron a bailar. Luego, aquellos jóvenes que estaban con ellas se unieron a nuestro grupo y aportaron para comprar más alcohol. Estaba muy mareado, pero aún me mantenía en pie. Decidí beber muy poco y en ocasiones simulé hacerlo. Conversamos largo y tendido esa noche.
Cuando vi el reloj, eran las dos de la madrugada. Se lo mencioné a Rosa y respondió que luego nos iríamos. Así fue; Dina y Talía acordaron reunirse con sus nuevos amigos el siguiente sábado por la noche en la misma discoteca, ya que en aquel entonces casi nadie tenía acceso a un celular, solo la gente adinerada, pues estaban recién de moda y costaban mucho dinero. En esa época ni siquiera podía imaginar que tendría uno en el futuro. Sentí que fue la mejor noche de mi vida, ya que nunca me había divertido tanto, aunque las experiencias posteriores me demostraron lo contrario.
Cuando nos acercamos a la puerta de salida me sentí un poco mareado, pero continuaba lúcido. Luego de despedirnos de los otros muchachos, tomamos un taxi y volvimos al pueblo. Dejé a Rosa en su casa y sus amigas se quedaron con ella, luego regresé a mi hogar y me percaté de que eran más de las cuatro de la madrugada. Entré a la sala con sigilo y vi a mi madre esperando despierta en el sillón. Se levantó apenas me escuchó. Con su mirada cargada de enojo me hizo soplar para oler mi aliento.
—Ve a dormir —dijo, enojada—, mañana hablaremos.
En ese momento supe que lo había arruinado y traté de dormir algo preocupado, aunque debido al alcohol lo conseguí con rapidez.
Al día siguiente desperté cerca del mediodía. Mi madre me esperaba en la sala, así que, al bajar, Jéssica me sirvió algo de comer y subió de inmediato a su habitación al igual que Rubén, llevándose sus platos con el almuerzo, como si supieran que mamá quería hablar a solas conmigo.
Comenzó su sermón diciendo que también había sido joven, por lo que prohibirme las salidas y beber con amigos sería una pérdida de tiempo, ya que me las arreglaría para seguir haciéndolo a escondidas. Sentí sus palabras como si de una vidente se tratase. Luego de un silencio corto me aconsejó que si bebía, debía hacerlo con moderación. No tenía que caer en excesos, y si un día volvía en muy mal estado, estaría castigado. También me pidió que avisara a qué sitios salía, así sabría dónde buscarme en caso de que no regresara alguna noche. Si la policía me detenía por beber en lugares prohibidos para menores de edad, también estaría castigado, pero de una forma aún más severa. Escuché callado ya que me parecieron buenos consejos, pero por el tono que ella usaba, se sentían como amenazas. Bueno, hasta que sí lo hizo y me asusté. Dijo que si comenzaba a beber en exceso, si me volvía malcriado, o peor, si se llegaba a enterar de que consumía algún tipo de droga, el castigo consistiría en contactar a la familia que trabajaba en la milicia para pedirles que me metieran al cuartel. Luego de su intensa declaración, suspiró.
—¡Espero que te haya quedado claro! —exclamó, mientras subía en dirección a su habitación.
Me dejó algo preocupado. Estaba muy molesta, pero era comprensible. A partir de entonces debía decirle dónde estaría cada vez que saliera. Tenía que planificar mis salidas y no podía ir a sitios que no estuvieran avisados con anterioridad. Accedí a sus reglas, luego subí a su habitación y le agradecí por su comprensión. Respondió que no había problema, pero que debía respetar sus condiciones al pie de la letra, ya que también había pasado por esa etapa y no por eso permitiría que hiciera y deshiciera a mi antojo. Volvió a recordar que no abusara del alcohol ni empezara a descarrilarme porque el ejército esperaba. Sabía que debía tener mucho cuidado, ya que no quería terminar como mis primos mayores, quienes llevaban años en el ejército. A uno de ellos lo habían enlistado por comenzar a fumar marihuana, otro cometió el error de querer formar su banda en el pueblo y abusar de las drogas, y otro, el que más conocía, por hacer disturbios en estado de ebriedad y provocar un accidente de tránsito, en el cual, aunque no ocurrió ninguna tragedia, hubo heridos. Por ese motivo también pasó varios meses en prisión.