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Capítulo 5 Llegó el cumpleaños de Rubén. Cayó un martes y había pedido permiso con anticipación en el trabajo para llevar a mi hermanito al centro comercial, sin imaginar la gran sorpresa que me llevaría después.

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Almorzamos en casa. Mi madre había pedido el día libre para preparar un rico almuerzo y así festejar al cumpleañero. Jéssica le compró una polera azul del hombre araña que le gustó mucho. También había una torta de arándanos que decía: “Feliz cumpleaños, Rubén. Con amor, tu familia”, que mamá había comprado. Después de almorzar y apagar las velitas, cerca de las seis de la tarde, salí con él a los juegos mecánicos. En ese horario era más divertido, ya que había más gente y era menos tedioso.

Al llegar, Rubén, desesperado y muy inquieto, comenzó con el juego de tiro al blanco. Se veía muy contento al pasarla tan bien. Luego fuimos en busca de otros juegos y dimos con una casa del terror. Me resultó aburrido al saber que se trataba de personas disfrazadas con trucos muy evidentes, pero mi hermanito se asustaba y me abrazaba a cada rato. Intenté calmarlo diciéndole que no pasaba nada, pero así como gritaba de pavor, se divertía de igual forma.

Después llegamos a una máquina donde había que disparar a patos en una pantalla. Me sorprendió la buena puntería que manejaba a tan corta edad. Pronto sus ojitos brillantes identificaron los carritos chocones tras la máquina que utilizaba para apuntar. Aquel era el juego que más le gustaba, así que salió disparado a hacer la fila. Como no había límites de edad, podían subir tanto niños como adultos, así que aproveché de acompañarlo. Se veía muy emocionado en su autito azul. En la pista estábamos junto a otros tres niños y seis adultos. En cuanto el encargado activó los carros, comenzamos a jugar. Chocaban unos contra otros y todo era risas en el aire. Por su falta de experiencia en el juego, Rubén solía ser chocado más que los demás, quedándose varado por breves instantes, pero aun así se divertía como nunca. Decidí defenderlo, pues no me daba pena chocar con otros niños, después de todo, nos divertíamos haciéndolo, pero los adultos se percataron y comenzaron a perseguirme.

El tiempo del juego acabó y tuvimos que bajar. Mi pequeño hermano, muy contento, me pidió ir también a los videojuegos. Eligió el de Van Helsing, tomó los controles y comenzó a matar vampiros y otros monstruos que aparecían en la pantalla. De pronto quedé totalmente helado. Mientras Rubén jugaba, como a unos cinco metros, cerca del pasillo para salir de la sala de videojuegos, vi a Rosa. Hubiera deseado no voltear para evitar mirarla pasar muy abrazada con otro tipo, cariñosos, como dos enamorados. Llevaba un oso de peluche en sus manos y estaba seguro de que aquel tipo debía habérselo regalado. Al salir de mi trance, compré tres fichas más para que Rubén siguiera en esa consola. Le pedí que me esperara allí y que no se moviera por ningún motivo hasta que regresara.

Salí corriendo tras ellos y al verlos besándose mi sangre hirvió de rabia. Me apresuré aún más y jalé con violencia el hombro del tipo. Lo golpeé directo en la cara y de inmediato reaccionó de la misma forma. Así dimos comienzo a una gran pelea. Caímos al suelo a puñetazos, mientras Rosa gritaba por ayuda. Debo admitir que ese tipo sí sabía pelear, pues me dio más golpes de los que pude darle. Pronto llegaron los guardias del centro comercial y nos separaron. Le grité al sujeto que se alejara de mi novia y él, enojado, respondió que era su novia. Al parecer aún no se percataba de que salíamos con la misma chica, pero unos segundos después le grité a Rosa que era una maldita ingrata. No respondió por la vergüenza que le causaba el escándalo frente a la gran multitud que nos observaba. Entonces, el otro chico reaccionó y le preguntó entre gritos de enojo y confusión si andaba conmigo y con él a la vez, pero de nuevo evitó responder, ni siquiera lo miró a la cara. Solo dio media vuelta y comenzó a caminar lejos del alboroto. Los guardias intentaron sacarnos del centro comercial, pero logré convencerlos de que me dejaran rescatar a mi hermano de los juegos mecánicos. Fui acompañado por dos de ellos hasta los juegos, donde llamé a Rubén para regresar a casa. Quería seguir jugando, pero no era posible, teníamos que salir de inmediato o me llevarían detenido. Mi hermanito se percató de que algo sucedía y salió sin rechistar.

Afuera me preguntó por qué estaba enojado, pero me limité a responder que eran boberías. Sin embargo, en plena avenida vi a Rosa discutiendo con el tipo de mi enfrentamiento. Pasé muy cerca y frunció el ceño al verme.

—¿Desde cuándo salen juntos?

—Pregúntaselo a ella —respondí igual de enojado.

—No es nadie, no te preocupes por él, es un malentendido.

Me sorprendió lo descarada que podía llegar a ser.

—¡¿Que no soy importante?! —exclamé, rojo de cólera—. Llevamos juntos meses.

—¡¿Meses?! Nosotros comenzamos a salir hace ocho meses.

—¡Guau! —exclamó Rubén con sorpresa—, así que ella es tu novia.

El sujeto, al escuchar lo que dijo Rubén, confirmó lo que estábamos discutiendo.

—¡No te metas, mocoso! —gritó Rosa a Rubén.

—¡No le grites a mi hermano!

Al final, el desconocido le quitó el peluche y mientras se iba lo arrojó en un tacho de basura.

—Déjame explicarte, Diego.

La vi inquieta, pero no me interesaba escucharla. Tomé de la mano a Rubén y fui por un taxi para regresar a casa. Estaba muy enojado, aunque durante el viaje de vuelta me sentí algo sensible. Entonces recordé lo que había dicho Jéssica: era muy extraño no saber detalles sobre la vida de Rosa. Asumí que, si no lograban descubrir datos sobre la vida de alguien, era porque tenía algo que ocultar. No podía creer que mi hermana hubiese tenido razón todo ese tiempo. Mi exnovia solo me utilizaba para costear sus gastos y los de sus amigas. Fui la sucia billetera y me sentí como un estúpido.

Al llegar a casa mi madre vio los moretones de mi cara y preguntó qué había sucedido. No quería responder, así que solo le dije que no deseaba hablar del tema en ese momento.

—No lo vi, pero estoy seguro de que se peleó antes de salir de los juegos mecánicos —respondió Rubén mientras yo subía a mi habitación.

Alcancé a escuchar que mi madre preguntó el porqué de la pelea y mi hermano respondió que mi novia tenía a otro. Aparentemente, mi madre comprendió la situación y no me volvió a interrogar.

Me di una ducha y luego me acosté. No podía quitarme la imagen de Rosa abrazando y besando al otro tipo. Estaba tan enojado y dolido que no podía dormir. Lo peor fue comprender que él tampoco tenía la culpa, pues también había sido engañado por ella. De tanto darle vueltas al asunto, caí dormido muy avanzada la madrugada.

Amor Fugaz

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