Читать книгу Miss Tacuarembó - Dani Umpi - Страница 19
Diecisiete
ОглавлениеPara mi séptimo cumpleaños me regalaron un perfume Mujercitas que me duró dos veranos. Recuerdo el último capítulo de Vanessa con el halo dulce y almendrado de esa fragancia que nunca podía detenerse en mi piel. Mi pequeña fiesta comenzó más tarde de lo previsto, porque por nada del mundo podía perderme el desenlace. Fue un poco más grande que la fiesta del año anterior, con niños que yo conocía y podían regresar a sus casas a cualquier hora. En la misa de la mañana, el cura Costa pidió por mí y mi cumpleaños cuando todos estaban de pie.
No pude ver tranquila el final de Vanessa porque mi madre estaba histérica limpiando la sala, arrastrando las sillas de cármica de un lado a otro, secando el piso recién lavado con el turbo y ordenando los adornos de cerámica de la repisa sin ningún criterio. No recuerdo exactamente qué pasó, pero el perfume Mujercitas de entonces permanece en mi cerebro, reposando.
Lo que menos interesa de un teleteatro es el final.
La ayudé a cortar las pizzas.
Vanessa corría por la ciudad, en cámara lenta; sus rulos holgados se agitaban al compás de sus pasos y volvían a sus lugares como atraídos por un imán incrustado en el medio de su diminuto cerebro; giraba la cabeza hacia la cámara y nos sonreía con los labios apenas rosados, apenas abiertos, como cuando una está verdaderamente feliz. Continuaba corriendo como saltando al vacío, como trotando en la luna, como una alienígena desafiando la ley de gravedad en un territorio enemigo. Vanessa corría y yo quise correr como ella. Con las primeras amigas que llegaron a la fiesta comenzamos a correr por la vereda de casa cual Vanessa en su último capítulo. Mi madre nos miraba sonriente desde la ventana de la cocina, sosteniendo una jarra de jugo amarillo. Pensaba que jugábamos a los astronautas, pero no, todas éramos Vanessa corriendo en cámara lenta.
Llegó Carlos y se incorporó a nuestro juego. Nuestros cuerpos parecían pesar más que el de Vanessa y no lográbamos imitar exactamente aquel movimiento haragán, pausado y distendido; una vez que nuestros pies tocaban el suelo, permanecían inmóviles durante unas milésimas de segundo para dar otro paso. No era lo mismo. Parecíamos zombies borrachos bailando break-dance; éramos una versión patética de los primeros videos de Michael Jackson. El único que imitaba a Vanessa perfectamente era Carlos, que acompañaba cada paso con livianos ademanes femeninos. A mi madre no le gustó esa actitud de Carlos ante el vecindario risueño y nos ordenó que termináramos nuestro juego. Entramos. Lo primero que sirvió fue la pizza que yo había cortado.
Luego fuimos al patio. Jugamos un rato a hacer fotos de Parchís. Yo era Yolanda y Carlos era Tino. Fue un verdadero regalo de cumpleaños, pues Carlos siempre hacía de Yolanda y yo terminaba haciendo de Gema, o de alguno de aquellos rubios que nunca supe cómo se llamaban. No continuamos el juego porque sólo podíamos jugar cinco y el resto se aburría mirándonos. Pusimos un disco de Parchís y comenzamos a hacer coreografías con Carlos, pero dejamos de ser el centro de atención cuando llegaron las rubias gemelas, con sus dos trenzas duras y dos walkie-talkies. Eran de esos muy potentes que se escuchan perfectamente a cuadras de distancia.
—¡Miren lo que nos trajo nuestra madrina de Buenos Aires!
—Son dos teléfonos.
—Pero de verdad y sin cable. ¡Miren!
—Ponete más lejos… más… más…
—¡Hola! ¿Me escuchás, María Paula? Cambio.
—Sí, María Noel, te escucho. Cambio. ¿No son divinos?
—Sí —contestaron todos.
—No me gustan —contesté yo, furiosa. No podía ser que esas dos chilindrinas amaestradas arruinaran mi fiesta de esa manera, con un par de cachivaches japoneses. No me lo merecía. Quise echarlas, pero sabía que mi madre nunca echaría de nuestra casa a las hijas de una catequista.
—¿Dónde estás, María Paula? Cambio.
—Estoy en el cumpleaños de Natalia. Cambio.
Estúpidas.
Gracias a esos malditos aparatos y a esas malditas criaturas tuve un pésimo cumpleaños, del que mi memoria sólo rescata imágenes inconexas de Vanessa corriendo, respirando Mujercitas.