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Capítulo seis

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«Un verdadero amigo es aquel quien se acerca a ti cuando el resto del mundo te abandona».

Walter Winchell

Me sorprendí mucho al enterarme de que Rocío era la hija de Agustín. Ahora sabía el motivo por el que ella acudió a mí, en lugar de cualquier otro gimnasio que tuviese más cerca. En ese momento no lo pensé, pero, claro, tampoco es que razonase mucho cuando la tenía delante.

—Eme, ¿estás aquí? Te has quedado blanco. —Escuché la voz lejana de Agustín.

—Eh… Sí, disculpa. Solo estoy sorprendido —contesté, distraído.

—¿Estás seguro? ¿Quieres un poco de agua?

—No. Estoy bien. Ahora contéstame, Agustín. ¿Por qué quieres que cuide de ellos? Por lo poco que conozco a Rocío es una mujer que se vale por sí misma, fuerte, independiente. Además, según me ha contado ella, tiene muy buenas amigas.

—Mi niña no necesita ningún hombre a su lado, que la proteja o que la cuide. Se basta ella sola para criar a su hijo, llevar adelante su negocio y vivir como quiere. No es esa la protección que te pido.

—¿Entonces? No te entiendo.

—Solo pretendo que la ayudes cuando lo necesite, le tiendas una mano cuando nadie más lo haga. Créeme, pasará. Ser un hombro donde desahogarse en los peores momentos.

—Quieres que sea su amigo —aclaré.

—Exacto. Necesito que seas su amigo, alguien en quien apoyarse para poder continuar y que Nando se pueda aferrar a esa persona.

—Agustín… —Me senté en el butacón, al lado de la cama. Esta conversación iba a ser larga—. La amistad no es algo que se pueda forzar. Se labra día a día, poco a poco, con pequeños detalles, adquiriendo complicidad con esa persona. Se forja perdonando los errores, aceptando los fallos de la otra persona y, pese a todo, continuar a su lado. Tengo grandes amigos. Te puedo asegurar que, cuando los necesite, estarán a mi lado como yo he estado al suyo cuando les ha hecho falta, pero no por una imposición.

—Al menos prométeme que lo vas a intentar.

—¿Por qué es tan importante para ti?

—¿Crees en la verdadera amistad entre un hombre y una mujer?

No sabía a qué venía esa pregunta, pero la respuesta era muy clara. Por supuesto que sí. Me acordé de Rebeca y su recuerdo me sacó una enorme sonrisa.

—¿Por qué no? Mi mejor amiga es una mujer y, además, era la capitana de mi escuadrón. Nuestra amistad se fortaleció con las misiones que tuvimos, a base de cubrirnos las espaldas y tener que confiar ciegamente en la otra persona. —Me quedé en silencio durante un rato. No entendía qué quería de mí—. Puedo intentar un acercamiento, ganarme la confianza de Nando y Rocío poco a poco. Te puedo prometer que intentaré estar ahí cuando me necesiten porque tú me lo has pedido. Aunque no te lo creas, me has ofrecido una vida nueva, una segunda oportunidad, y eso jamás lo olvidaré.

—Con eso me vale. —Se quedó callado y carraspeó. Presentía que no era lo único que quería.

—Dime, hay algo más, ¿verdad? —le pregunté, mientras me levantaba del butacón y metía las manos en los bolsillos del pantalón. Estaba intranquilo.

—No sé cómo pedirte esto.

—Directo, sin rodeos —contesté.

—Quiero que me prometas una última cosa. Deseo que seas su amigo, no quiero que intentes jugar con ella. Te he visto en el club…

—Club al que tú también vas —le corté—. Me parece muy hipócrita tu actitud. Sé su amigo, protégela, pero no juegues con ella. ¿No? ¿No es eso lo que me estás pidiendo? Puedes estar tranquilo, no soy un hombre que quiera ningún compromiso, aunque lo que te acabo de prometer sea la mayor responsabilidad que he adquirido en mi vida.

—Eme, no te lo tomes a mal. Siéntate —dijo, señalando el butacón—. Necesito que comprendas mi actitud.

—La entiendo, no te preocupes; no quieres que tu hija se lie con un tipo como yo. Puedo sacarle las castañas del fuego, pero no… —Me callé la boca, me empezaba a cabrear.

—Eme, tengo las mismas perversiones que tú desde que tengo uso de razón. A mí una sola mujer nunca me ha bastado. Cuando conocí a la madre de Rocío pensé que era el amor de mi vida. Y de verdad que la amaba, con todo mi corazón, pero no fue suficiente. Cuando mantenía relaciones con ella se quedaba… corto, necesitaba más. Mucho más. —Se quedó en silencio durante unos segundos, tomó varias respiraciones antes de continuar—. No sé si me comprenderás, pero para llegar al orgasmo tenía que fantasear…

—¡Vamos, Agustín! ¡No me jodas! La imaginación forma parte importante del sexo, una parte esencial, diría yo. Los juegos de pareja, siempre que sean consensuados…

—¡Pero no quiero eso para mi hija! ¿No lo entiendes? —me interrumpió de repente con un tono de voz más adusto.

—Eso debería decidirlo ella. No quiero decir que esté pensando en acostarme con tu hija, pero no deberías meterte en su vida de esa forma. —Esto no tenía ningún sentido. Rocío era una chica espectacular, simpática, independiente, fuerte… Todo lo que un hombre puede desear. «¡Joder! ¿Yo he dicho eso?».

—Mi perversión hizo sufrir mucho a mi mujer.

—¡Eso no es ninguna perversión! Es una tendencia sexual como cualquier otra. No implica maldad, no somos enfermos. ¿No lo entiendes?

—En un principio quiso probarlo y me acompañó —continuó hablando, casi sin hacerme caso—. Para mí fue la mayor prueba de amor que pudo regalarme y la amé más por ello, si es que era posible. ¡Joder! ¡Lo tenía todo! Una mujer preciosa que me acompañaba en mi aventura y que después podía rememorar esos momentos con ella en nuestra cama, un buen trabajo, un hogar... Ver cómo otro hombre la acariciaba, la besaba y la hacía suya, mientras yo se la ofrecía, era el colmo de la felicidad, el éxtasis más placentero, tocar el cielo con mis propias manos. Fui feliz hasta que me enteré de que ella no sentía lo mismo que yo… A ella le repugnaba todo ese mundo… ¡Lo hacía por mí, no porque quisiese hacerlo! Una noche, después de llegar de un club, se metió en la ducha como siempre. Me preparé una copa y fui hacia el baño. Quería hacerle el amor a mi mujer y, al entrar, lo que encontré me dejó… atónito. Lloraba desconsolada mientras se restregaba la piel con un estropajo. Su preciosa piel, completamente enrojecida mientras frotaba una y otra vez, temblando, aturdida y atormentada.

—Comprendo lo que quieres decir. Debe de ser una situación muy complicada si esa persona no comparte tus gustos.

—No. No lo entiendes. En casos como el nuestro, o somos felices nosotros o nuestras parejas. Si ellas no comparten nuestros gustos, nunca podremos serlo, uno de los dos debe renunciar y… eso no es justo… para ninguno. Tú no eres como yo. Vas allí como deshago, porque no tienes ni tiempo ni ganas de adquirir un compromiso con nadie como pareja. Llevo muchos años en este mundo y visto demasiadas cosas y sé que, aunque participes de esto, no es tu prioridad, por eso mismo te estoy pidiendo que no lo hagas con ella. Aunque la veas fuerte, en el fondo es muy vulnerable y ha sufrido mucho por amor. Temo que sea ella la que acabe equivocándose. Es una mujer muy enamoradiza y no deseo que sufra.

—¡Esta bien! —claudiqué, levantando ambas palmas de las manos—. Te prometo que cuidaré de ellos. Debes entender que, por mi educación, por mi forma de ser, por mi disciplina dentro del ejército o… por lo que tú quieras llamarlo, jamás rompo una promesa. Una promesa a un amigo es sagrada.

—Gracias. Te estoy muy agradecido.

—No me las des. Te prometo que los ayudaré en todo lo que pueda. Ahora, descansa. Yo debo marcharme.

Cuando salí del hospital, amanecía. Estaba agotado, pero no tenía ganas de acostarme, por lo que me fui del tirón al gimnasio para terminar de arreglarlo. Con los acontecimientos de los últimos días iba muy retrasado y la fecha de la inauguración se me venía encima. Pasé todo el día encerrado allí. A última hora de la tarde comenzaban los entrenamientos un grupo de policías nacionales de la brigada de homicidios y desaparecidos. Mi trabajo consistía en un entrenamiento exhaustivo de preparación física que, junto con otros especialistas, como psicólogos, psiquiatras y entrenadores de perros, formaríamos un cuerpo de élite, especializado, sobre todo, en crímenes y asesinos en serie. Sobre las siete de la tarde comenzaron a llegar mis nuevos alumnos; un total de siete policías.

Durante más de una hora, nos dedicamos a entrenar en el combate cuerpo a cuerpo. Eran policías que estaban muy bien preparados.

—¡Está bien, chicos! Gracias. La clase ha finalizado por hoy. Mañana continuaremos —dije una vez que habíamos concluido.

Los chicos comenzaron a dispersarse por el aula en grupos, hablando entre ellos.

—Pérez, ¿tenemos ya los resultados de la autopsia? —preguntó Ricardo, uno de los policías.

—Esperaba tenerlos a final de la tarde, pero terminó mi turno y el forense aún no tenía el informe —contestó Castillo, otro compañero.

—Bueno, ahora empieza el mío. Si llega el informe, te aviso —intervino Pérez.

—Gracias, te lo agradecería mucho. Este caso nos está trayendo de cabeza.

—La verdad es que sí. El cabrón se lo está montando de puta madre. No deja ni una sola pista ni huella de la que poder tirar. Sabe lo que se hace.

—Lo pillaremos. De eso no te quepa duda. Siempre cometen algún error.

—Espero que así sea. Oye, una pregunta, ¿leíste el informe de la policía de Madrid? El del asesinato que tanto se asemejaba a este —preguntó Castillo.

—Nos lo dieron ayer. Espero que tu pálpito sea cierto y no tengamos a dos capullos matando por ahí.

—Pero si es así, ¿por qué en Madrid y aquí? —reflexionó Castillo.

—Tío, no tengo ni puta idea. Pero ahora mismo lo único que me apetece es darme una ducha y meterme en la cama hasta mañana. Estoy agotado y no soy capaz de pensar en nada más.

—Descansa. Mañana hablamos. Esperemos que ya tengamos el informe y podamos avanzar un poco en la investigación.

No pude evitar escuchar la conversación entre los dos policías. Sabía que eran los encargados del caso de los asesinatos de las últimas semanas. Esperaba que pillaran al cabrón, ya que no se hablaba de otra cosa. Y el informe que esperaban seguro que sería de la chica que apareció muerta en el callejón de atrás. Al recordar aquel suceso, me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo.

Cuando todos se marcharon, cerré el gimnasio y me fui a casa. Estaba muy agotado. Al llegar al patio interior de los apartamentos, vi luz en la ventana de Rocío. Sopesé la idea de acercarme a su casa, pero la descarté de inmediato. No tenía ganas ni fuerzas para nada, tan solo para dormir durante al menos ocho horas seguidas. Cuando llegué a su rellano, escuché como se abría la puerta de Rocío, dejando que el perro se escapara, ladrando de nuevo.

—No sé para qué le pones ese collar al perro —le dije a Rocío, cuando la escuché salir.

—Para que no ladre —respondió con una sonrisa, mientras se encogía de hombros. Estaba preciosa con la melena suelta, sus ojos brillantes y manchas de pintura por la cara.

—Pues a la vista está que no da resultados. No sé si te habrás dado cuenta, pero sigue ladrando como un condenado —le susurré al oído mientras me acercaba a ella. Noté cómo se le erizó toda la piel y se le ensanchó la sonrisa que iluminó todo su rostro.

—He hecho algo de cenar, por si te apetece. Sé que llevas todo el día liado y estoy segura de que no habrás almorzado en condiciones. Además, Nando y yo hemos hecho tarta de manzana esta tarde. Apostaría lo que quieras a que no podrás resistirte a ella.

¡Joder! ¿Cómo negarme a comer un buen trozo de tarta de manzana casera? Recordé los cumpleaños de Mara y los pasteles de mi amiga Rebeca. Sonreí y, casi sin hablar, entré en su apartamento, dispuesto a llevarme mi ración. Toda la casa olía al pastel recién horneado. Casi salivaba.

Nando estaba sentado en el sofá. Al verme, se levantó para saludarme y chocó los nudillos conmigo, la forma en la que se había acostumbrado a hacerlo. Era un crío fantástico.

—Eme, ¿te quedas a cenar? Hemos preparado tarta de manzana —me preguntó Nando.

—Por supuesto, colega. ¿Quién puede resistirse a un buen trozo?

—Primero debes comerte toda la cena o mamá no dejará que la pruebes —me explicó el muy pillo.

—Estoy seguro de que podré con la cena y el postre —respondí, mientras le guiñaba un ojo.

—¿Te gustan las verduras? Mamá ha preparado ensalada de judías verdes. Si tú te comes muchas, quedarán menos para mí. Prefiero comerme un trozo más grande del postre —dijo bajando el tono de voz, aunque no lo consiguió demasiado, ya que Rocío se enteró y a mí me entró la risa.

—Te he escuchado, renacuajo. Y si no te comes tu ración de ensalada, no probarás el postre. Ya lo sabes —respondió mi vecina con fingido enfado, aunque ambos aguantábamos la risa.

La cena transcurrió distendida por las ocurrencias de Nando y los ladridos de Toby. De fondo se escuchaba la banda sonora de la película de Spiderman, de la que el niño y yo éramos fans. Cualquiera le quitaba la televisión mientras veía a su superhéroe.

***

Los días pasaron sin más, casi en una bienvenida monotonía, ya que me daba tiempo de ultimar todos los arreglos de la nave. Por la noche cenaba con Rocío y Nando. Cada tarde, horneaban una tarta diferente. Nada más entrar en el portal, me llegaba el olor y jugaba a adivinar el sabor de ese día. A veces, la adornaban con dibujos. Rocío era una artista en esa materia, tenía pasión por la pintura, solía pintar cuadros para luego venderlos. Le había encargado un par de ellos para mi negocio. Ese viernes por la noche, cuando llegué del gimnasio, no olía a nada, cosa que casi me desilusionó. Al llegar al portal, vi a Rocío bajando por las escaleras. Iba vestida con unos vaqueros ajustados y una camisa amplia blanca que resaltaba el color moreno de su piel. Llevaba el pelo suelto, cuando en casa solía tenerlo recogido en un moño bastante deshecho.

—¡Hola! —saludó, alegre.

—¡Hola, Rocío! ¿Qué tal está tu padre hoy? —pregunté. Pensé que quizá iría a verlo al hospital, ya que aún no le habían dado el alta.

—Bien, bastante mejor. Si sigue así, mañana podrá irse a casa.

—Me alegro mucho. ¿Vas a verlo? —le pregunté.

—No, hoy salgo con las chicas. Nando se ha quedado en casa de doña Rosa. Así que esta noche voy a tomarme unas copas y a bailar un rato, que falta me hace. ¿Te apuntas? —me preguntó con un brillo especial en sus bonitos ojos. Era una mujer espectacular y cada día me costaba más trabajo estar junto a ella y no abalanzarme. Estaba empezando a sentirme muy atraído por Rocío, pero tenía que alejarme en ese sentido. Menos mal que la presencia de Nando me facilitaba mucho la labor para no cometer una locura.

—Creo que hoy descansaré.

—Venga, no seas aguafiestas. Pareces un señor mayor, tan responsable y trabajador. De casa al trabajo y del trabajo a casa. ¡Necesitas desmelenarte un poco! —exclamó con picardía. ¡Si ella supiera! ¡Joder! ¡Me lo estaba poniendo muy difícil! Y la verdad es que llevaba ya una semana que no iba por el club. Prefería quedarme en casa con ellos dos. ¡Me cago en la puta! ¿Qué carajo me estaba pasando? Por otro lado, debía ir con ella para asegurarme de que no le pasaba nada. Al fin y al cabo, se lo había prometido a su padre.

—Está bien. Me doy una ducha rápida y me voy con vosotras —claudiqué, pero solo por asegurarme de que volvía bien a casa. Me vino a la cabeza la conversación de los dos policías. Había un asesino en serie suelto por las calles de Almería y no podía permitir que le sucediese algo. Sin que se diese cuenta haría de escolta para ella y sus amigas.

Con esa firme convicción, me fui a la ducha, repitiendo en mi mente una y otra vez que lo hacía por cuidar de ellas y no por querer pasar más tiempo a su lado.

Al llegar al pub donde habíamos quedado, tres locas se abalanzaron sobre nosotros. Hablaban todas a la vez y no llegaba a entender lo que decían. ¿Por qué lo hacían tan rápido? Tras las presentaciones, nos fuimos hasta la barra para pedir algo de beber.

—Rocío, llevabas razón en lo que decías. Creo que todas estamos de acuerdo —dijo Cristi, mientras le daba un trago a su bebida de una forma muy sensual. ¿Pretendía ligar conmigo?—. Si no lo vas a usar, me lo dices. Me viene a la mente varias formas de hacerlo.

Rocío se rio, negando con la cabeza. No entendía nada de lo que decían. ¿Hablaban en clave?

—Entre amigas se presta la ropa, no otra cosa. Esos asuntos son… sagrados —explicó Clara, aunque no me quedaba claro nada. Me perdía parte de la conversación. Solo podía mirar a un lado y a otro, como si estuviera en una pista de tenis.

—Hija, solo lo digo por si ella no lo va a usar. Sería un desperdicio.

—Cristi, cariño. Creo que debes centrarte en tu vida y dejar otros… menesteres para más adelante. Dejar de usar todos los… las cosas sin ton ni son. Que estás muy espabilada últimamente —respondió Clara. Aunque seguía sin saber a qué se referían, parecía un buen consejo.

—¿Qué? ¡No me negareis que la prenda… es muy bonita! ¡Es una lástima dejarla en el armario sin usar! —exclamó Cristi. Y todas comenzaron a reírse. Pedí otra ronda porque, aunque no estaba aburrido, no llegaba a comprenderlas bien.

Tras varias rondas más, salimos a la pista de baile. En un principio, todo iba bien, nos divertíamos, reíamos y bailábamos. Las amigas eran muy divertidas y siempre salían con alguna broma. Pronto, me sentí integrado en el grupo. Rocío, cada vez se pegaba más a mí y, aunque me encantaba, me provocaba un problema cada vez mayor en mi entrepierna.

—Rocío, creo que deberíamos irnos ya, es demasiado tarde —dije, mientras intentaba disimular mi erección. No sabía si era por las copas que llevaba encima, pero se colgó a mi cuello y me pidió un último baile. Me impregné de su perfume y cada vez me costaba más separarme de ella. Ronroneó tan cerca de mí que solo me provocaba llevármela al aseo y follarla hasta que quedásemos exhaustos. Me di un golpe de realidad y recuperé mi cordura, esa que había perdido por unos segundos.

—¿Es que no te gusto? —preguntó con voz mimosa.

—Lo siento. Solo podemos ser amigos. Le hice una promesa a tu padre —expliqué con la respiración más entrecortada de lo que quería. «¡Joder! ¡Me cago en la puta madre de la puñetera promesa!».

—¿Cómo que una promesa? —preguntó con cara sorprendida.

—Prometí que os cuidaría, que velaría por vosotros, pero sin llegar más allá de una bonita amistad, soy un hombre de palabra…

La cara de espanto que puso me enterneció. Era una mujer fuerte, pero en ese instante podía ver la vulnerabilidad en sus bonitos ojos.

—No me rechaces, por favor… —casi suplicó. ¿Me estaba pidiendo que no la rechazase porque pensaba que no me gustaba? ¡Joder! Esto era de locos.

—No te rechazo. Deberíamos irnos a casa y mañana hablamos de esto, cuando estés más despejada…

—¿Crees que estoy borracha? ¿Es eso?

—No se trata de eso…

—Mira, da igual, déjalo. Ahora, por favor, te pido que te marches.

—¿Y dejarte aquí sola? Ni de coña —repliqué, casi enfadado.

—No sería la primera vez que salgo con mis amigas. Es algo que hago desde que tenía quince años. Sé cuidarme solita, no necesito a un guardaespaldas —sentenció con un tono de voz duro.

Dicho eso, me di la vuelta y salí del pub como si estuviera en pleno incendio y así lo estaba, al menos mi polla. Al llegar a casa, me la casqué durante más de una hora como un jodido adolescente con las hormonas en plena efervescencia.

La promesa de Eme

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