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Capítulo siete

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«El sexo es como jugar una partida de bridge: si no tienes una buena pareja, más te vale tener una buena mano».

Woody Allen

ROCÍO

Por fin llegué a casa después de una noche muy intensa. Nando se había quedado con una vecina, así que tenía unas horas para mí. Toby me recibió como siempre entre ladridos. No le gustaba que lo dejase solo. Lo mandé callar, aunque hizo caso omiso. Me fui directa al cuarto de baño, recordando cómo las manos de Eme acariciaban mi cuerpo mientras bailábamos en el pub. Su ritmo era muy sexual, despertando partes de mi cuerpo que estaban atrofiadas desde hacía mucho tiempo. La sensualidad con la que movía las caderas provocaba que quisiera arrancarme las bragas como si fuese una fan enloquecida, a pesar del cabreo monumental que había cogido con él.

Cerré la puerta, abrí el grifo de la ducha y dejé que corriese hasta que llegara a una temperatura agradable mientras me desnudaba. Miré mi reflejo en el espejo. A pesar de los kilos de más, del paso del tiempo y de un embarazo, mis curvas me parecieron bonitas. Hacía mucho tiempo que no pensaba en el sexo, era algo que había relegado en algún lugar de mi mente y no dejaba que saliese. Me concentraba en mi hijo y en mi trabajo; demasiado tiempo que no estaba con un hombre, desde que lo dejé con mi ex. Paseé mis manos por los pechos que aún no se habían caído demasiado y la caricia me erizó toda la piel. Sentí una necesidad que creí perdida. Recordé el juguete que me regalaron las chicas con motivo de mi separación en aquel tuppersex que organizaron, y la excitación se acrecentó. Aún no lo había estrenado, pero era hora de hacerlo. Intenté recordar donde lo había guardado. Salí del cuarto de baño, seguida de mi querido perrito que continuaba ladrando, y rebusqué en el fondo del armario. Cuando encontré lo que buscaba, me marché de nuevo al baño, cerrando la puerta tras mi paso. Trasteé en el móvil, puse un poco de música relajante y miré mi juguetito con necesidad. Estaba excitada. Nunca había usado nada por el estilo. Lo encendí y me reí cuando se activó. Tenía además algo específico para el clítoris. Me pasé la mano por mis labios y estaba empapada. ¡Por Dios, cuánto tiempo!

Lo toqué con suavidad y volví a pulsar el botón. Me reí nerviosa a la vez que cogía el lubricante y le echaba un buen chorreón. Entré en la ducha. El ambiente estaba empañado por la nebulosa de vapor y el sonido de la música. Me senté en la placa y dirigí los chorros de agua a mis partes íntimas. Me traspasó una corriente eléctrica. Escuchaba a Toby ladrar en la lejanía, pero ya no me importaba. Paseé mi nuevo juguete por mi cuerpo, sintiendo cada vibración que emitía, hasta llegar a mi centro. Me toqué con los dedos para comprobar el grado de humedad, aunque bien sabía que estaba empapada. El juguetito no era pequeño y debía acostumbrarme a él… Ummm, me relamí con la sensación del lubricante, pequeñas cosquillas que incitaban a más.

El volumen de la música subió y me introduje un poco el aparato mientras con un dedo daba círculos perezosos alrededor del clítoris. La necesidad se acrecentó. Apenas escuchaba los ladridos del perro y, en este momento, me daban igual. Introduje un poco más y aumenté la velocidad, arrancando un gemido de satisfacción. ¡Dios! ¡Estaba tan cachonda! Poco a poco, me lo fui introduciendo por completo. Tenía unas bolitas internas que me enloquecían de placer, pero cuando me rozó el vibrador del clítoris, no pude evitar un gran gemido de placer. ¡Joder! Aumenté la velocidad por la necesidad de correrme. Me encontraba en una nube de placer donde apenas veía o escuchaba nada que no fuese el sonido de mis gemidos o de la vibración del aparato, aunque bien sabía que Toby ladrada frenético en la puerta. Aumenté la velocidad hasta el máximo para acelerar el orgasmo. Necesitaba correrme con urgencia.

En ese momento escuché un fuerte porrazo en la entrada. Me asusté de inmediato, provocando que la excitación se fuera por el desagüe. Cerré el grifo y salí de la pequeña placa de ducha, me envolví en una toalla y salí, seguida de Toby, dispuesta a saber qué ocurría. Estaba cabreada, pero de inmediato, el enfado dejó paso a la preocupación. ¿Y si le había pasado algo a Nando? Volví a escuchar los porrazos en la puerta de entrada y, con prisa y asustada, la abrí.

Al otro lado se encontraba Eme con una cara de cabreo monumental y un pantalón corto caído en la cadera que hacía que se le entreviera el tatuaje. Me relamí al verlo.

—¿Se puede saber qué cojones le pasa al puto perro que no para de ladrar? ¡Joder, que son las cinco de la mañana! —exclamó en un tono de voz muy bajo pero, al mismo tiempo, bastante amenazante.

—¡Guau! ¡guau! ¡guau!

—Shhhh. ¡Calla! —intenté silenciarlo, pero no había manera.

—¿Lo puedes acallar, por favor? —preguntó, casi perdiendo la paciencia.

—Lo sé, lo siento, pero estaba en la ducha y últimamente está bastante… susceptible. —Eme me miró con cara de no entender nada, a la vez que sus ojos recorrían mi cuerpo. Toby continuaba ladrando a todo sin parar, meneando la cola y yendo de un lado a otro de la casa, mientras yo le regañaba e intentaba calmarlo—. Sé que es muy molesto, pero de verdad que lo he intentado todo. Le he puesto un collar antiladridos. Si el perro ladra, se activa, pita y manda una vibración, pero a él esa vibración hace que ladre y vuelva a pitar, a vibrar y vuelva a ladrar y… ¡Estoy desesperada! ¡Ya no sé qué hacer! —exclamé frustrada, subiendo y bajando las manos.

Mi perrito apareció a mi lado, me agaché para acariciarle la cabecita. Llevaba conmigo muchos años y solo en los últimos meses se comportaba de esa manera. Lo consulté con el veterinario y me vendió el dichoso collar que tampoco hacía efecto. Tendría que llevarlo de nuevo. Toby salió disparado, ladrando por toda la casa, y se adentró en los dormitorios.

—Sé que es difícil, pero debes hacer algo. Se lleva todas las madrugadas ladrando y, en cualquier momento, algún vecino llamará a la policía. ¡No hay manera de dormir!

Nos quedamos callados, mirándonos el uno al otro. En el último mes, estábamos cogiendo bastante confianza y casi siempre cenábamos junto a Nando. De repente, nos dimos cuenta de que Toby estaba callado. Lo buscamos con la mirada y apareció por el pasillo con algo en el hocico.

—¡Mira! Parece que ese… palo le gusta —exclamó Eme. Me fijé bien en lo que llevaba en la boca hasta que me di cuenta de lo que era. «¡Tierra trágame y no me escupas!». De repente, me sonrojé y me entró la risa nerviosa—. Lo mismo solo era cuestión de buscarle un juguete para que no se aburriera. Yo no se lo quitaría —continuaba hablando Eme, mientras yo reía y me tapaba la cara con las dos manos, muerta de la vergüenza. Menos mal que él aún no se había dado cuenta de lo que era.

—Está bien, Eme. No te preocupes. No se lo quitaré. Al menos por esta noche —sentencié, mientras intentaba cerrar la puerta para que no supiese qué era lo que realmente tenía en la boca.

De repente, se escuchó el sonido de la vibración y el perro lo soltó en el suelo, asustado; volvió a ladrar. Mi vecino me miró, desvió sus ojos al perro y volvió a posarlos en mí con una ceja levantada. Dio tres pasos hacia él y cogió el juguete. Lo observó con atención mientras intentaba apagarlo, subió su mirada hacia mi cuerpo. Supe en el momento exacto en el que se percató de lo que hacía cuando él llegó por su sonrisa de medio lado, la ceja levantada y la exclamación que soltó.

—¡Joder! ¡Ponte algo de ropa! ¡Joder, me cago en la puta! ¡¿Sabes lo difícil que se me hace imaginarte en esa situación y no follarte contra la pared?!

Comenzó a dar vueltas por el salón con el cacharro en la mano, mientras soltaba todo tipo de exabruptos por la boca y a mí me volvía a dar la risa tonta. Se paraba, lo miraba y volvía a andar mientras exclamaba todo tipo de palabras que no lograba entender porque las decía en inglés, como siempre que se cabreaba.

—¿Que más te da lo que haga con mi cuerpo? ¡Bien te has encargado de decirme una y otra vez que solo podemos ser amigos! —le grité, enfadada—. ¿Prefieres esto o que me folle a cualquiera en los lavabos de una discoteca? ¡Tengo treinta y ocho años! ¡Por el amor de Dios! ¡Necesito a alguien que me folle, no que me proteja!

¡Joder, la había liado! Nunca, jamás, había tenido esa necesidad. Ni hablaba de esa manera. Con mi vecino era diferente. Con solo verlo, tenía taquicardias y mis braguitas se desintegraban. Pero él no quería nada conmigo. Me lo había dejado claro en más de una ocasión. Solo una amistad. No quería romper la promesa a mi padre. ¡Una estúpida promesa! «Soy un hombre de palabra», me había dicho esa misma noche.

Se giró hacia mí y, en dos pasos, estaba pegado a mi semidesnudo cuerpo; mi espalda contra la pared. Nuestros alientos se entremezclaban de manera deliciosa y su mirada me incendiaba. Con el aparato en la mano, lo subió y, aún vibrando, lo acercó a mi escote.

—¡No necesitas ningún aparato que te dé placer, ni nadie que te folle en los lavabos! —exclamó con la respiración entrecortada.

Toby continuaba ladrando, reclamando su juguetito, y enseñándole los dientes a ese hombre que me volvía loca.

—Entonces, ¿qué es lo que se supone que debo hacer? —repliqué casi en un susurro en su oído, asegurándome de que mi aliento acariciase sus labios—. Si no me follas, no puedo tirarme a otro y tampoco disfrutar de mi juguete, ¿qué propones, Eme?

Eme bajó la mano de manera pausada mientras en su recorrido acariciaba mi brazo. Se acercó un poco más a mi boca, lo suficiente para saber qué iba pasar a continuación. No nos dimos cuenta del carraspeo, hasta que Toby subió la intensidad de sus ladridos. Miramos hacia la puerta para ver a la señora Pérez, con su bata de andar por casa, los rulos puestos y una mascarilla en la cara de color negra que, con la oscuridad del portal, daba la impresión de ser algo diabólico. Ambos nos separamos como si pincháramos. Enfrentamos nuestras miradas y nos aguantamos la risa que estábamos a punto de soltar. Eme escondió el vibrador en su espalda.

La señora Pérez era la típica vecina cotilla, la vieja del visillo, que estaba al tanto de la vida de todos.

—Rocío, nena, tu perro no me deja dormir. Está formando tal escándalo que ha despertado a mi Pepe —dijo con aparente tranquilidad, mientras Toby ladrada y le enseñaba los dientes. Era con la única que se ponía un poco agresivo.

—Lo siento, señora Pérez, pero últimamente está un poquito agobiado por estar todo el día aquí encerrado…

—Nena, si no lo callas, me veré en la obligación de llamar a la policía. No solo por mi Pepe, sino por el bien de la comunidad —amenazó.

—No se preocupe que mañana, si me da tiempo, lo llevo al veterinario después de recoger a Nando. Se lo comentaba ahora mismo al señor Ward, ¿verdad? —pregunté, mientras miraba a mi vecino.

—Si no te metiesen todos los días tanta prisa para ir quién sabe dónde, seguro que te daba tiempo y ¡calla al chucho, por favor! —exclamó la señora Pérez.

—¡A mí nadie me la mete, ya me la meto yo solita! —repliqué, haciéndome la ofendida. Vi a Eme intentar aguantar una carcajada, mientras miraba su mano escondida en su espalda, y a la señora Pérez ponerse roja como un tomate. Estaba a punto de estallar de ira. La conocía. Intenté coger aire para aguantarme la carcajada por la burrada que acababa de soltar—. La prisa. Ya me meto la prisa yo solita. Vamos, que no hace falta que nadie me la meta…

—No se preocupe, señora Pérez, daremos un paseo con el perro para que su marido pueda descansar —interrumpió Eme.

La señora Pérez nos observó de arriba abajo, levantó la barbilla ofendida, se dio media vuelta y se marchó a su casa. Justo cuando cerró la puerta, ambos estallamos en grandes carcajadas.

—¿Ya me la meto yo solita? —preguntó Eme, mostrando el dildo morado que vibraba en su mano, mientras Toby continuaba con sus ladridos. «¿Y ahora cómo coño salgo de esta?». La cara de mi vecino era todo un poema y yo tan solo tenía ganas de reír, porque el calentón, con todo lo ocurrido, se me había pasado—. ¿De verdad necesitas esto para darte placer? —Intenté hacerme la ofendida pero no lo conseguí. Tan solo fui capaz de intentar ocultar las carcajadas.

—Entra. Me visto y lo bajamos. —Me di la vuelta, a la vez que sostenía la toalla con las manos para que no se cayera, y fui hacia mi dormitorio para cambiarme de ropa. Vi a Eme tirar el vibrador en el sofá y a Toby saltar sobre él para cogerlo. Ambos volvimos a carcajearnos. Estaba claro que necesitaba comprarme otro porque ese ya estaba inservible.

Incrédula, por todo lo ocurrido, me enfundé en unos simples vaqueros, una camiseta con el hombro al aire y unas sandalias, aunque de vez en cuando reía al pensar la que liarían las chicas cuando se lo contase.

Salí del dormitorio, cogí la correa de Toby y salimos al paseo marítimo. La noche estaba despejada y hacía una temperatura perfecta. Bajamos a la playa y solté al perro para que corriese por la arena.

—Hoy me he sorprendido mucho cuando me he enterado de que Agustín es tu padre. No me lo esperaba. Me ha dado mucha pena cuando lo he visto en el hospital —me dijo de repente.

—Es un hombre fuerte, pero no se cuida demasiado. Lo más probable es que le den mañana el alta. Debió traspasar el negocio hace un año, cuando le dio el primer infarto, pero es muy cabezota —le expliqué. Eme se adelantó un poco y cogió una piedrecilla de la arena y la arrojó al mar. Toby fue detrás de ella, pero al mojarse las patas en la orilla, comenzó de nuevo a ladrar. ¡Ya no sabía que iba a hacer con él!

—Me alegro de que se lo den ya. Debe de estar que se sube por las paredes después de una semana ingresado.

—Y yo, así no tienes que seguir con esa absurda promesa que le hiciste a mi padre —le repliqué, guiñándole un ojo.

—No me tientes, Rocío, que esta noche he estado a punto de perder la puta cabeza —contestó de una manera que me pareció tan sensual que volví a excitarme. Este hombre tenía ese efecto en mí. Era, como decía mi amiga Cristi, un mojabragas en toda regla. Y ese acento… ¡Ese acento me volvía loca!

—No te estoy tentando. Te planteo un hecho.

—No me lo planteas, me lo complicas.

—¿Por qué? Si mi padre no se muere, no tienes por qué seguir cumpliendo tal promesa, ¿no? —pregunté, molesta.

—Siempre me he guiado por el honor y el deber. Mi palabra es lo único que tengo y no pienso faltar a ninguna promesa, por mucho que me cueste.

—Pero no entiendo por qué mi padre te hizo prometer semejante cosa. Jamás se ha metido en mis relaciones, ni en mi vida. Siempre me ha dado la posibilidad de escoger… No entiendo a qué viene esto ahora.

—Tan solo quiere protegerte.

—¿De ti? —interrumpí, porque no me cuadraba. Tenía la sensación de que me ocultaban algo.

—De mí… de todos… No lo sé, Rocío —contestó de manera enigmática. Se paró en seco y me miró con tal intensidad que me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo—. Será mejor que nos vayamos. Son más de las cinco de la mañana y apenas quedan unas horas para que tengamos que levantarnos.

Dicho eso, nos marchamos a casa. Toby parecía más calmado. Cuando llegué, me puse una camiseta cómoda y me acosté. Enseguida mi perrito se subió a la cama, se enroscó a mi lado y caímos en un profundo sueño.

La promesa de Eme

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