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“En cuanto comiences a confiar en ti mismo, sabrás cómo vivir”.

JOHANN WOLFGANG VON GOETHE

“Me merezco unos días de vacaciones”. “Me merezco vivir más tranquila”. “Me merezco a alguien que me ame”. Po­demos repetir como loros estas frases, hacerlas mantras, convertirlas en afirmaciones, incluso hacer gigantografías y pegarlas en la heladera; pero indefectiblemente la realidad nos pasa por arriba.

“Si no lo tienes, no lo mereces”, es una frase muy fuerte, pero nos puede ayudar a despertar del ensoñamiento de creer que pidiendo o repitiendo algo vamos a obtener lo que merecemos. Hay una gran diferencia entre querer merecer algo y creer merecerlo. Lo primero es un deseo, algo que está fuera de nosotros y queremos alcanzar. Lo segundo es algo que creemos que es parte de nosotros y podemos manifestar.

La mayoría de las personas plantea sus merecimientos como un deseo, como algo externo, y cae sin saberlo en el engaño del “querer merecer”. Ahí empiezan con las afirmaciones, la visualización y los mantras, pero se olvidan de lo más importante: convertirse en las personas adecuadas para manifestar eso que sienten que merecen. Para lograr hacer realidad todo lo que merecemos en la vida, primero debemos confiar en nosotros mismos y en nuestra capacidad de manifestarlo. Las personas que repiten mantras sin parar y se quedan inactivas esperando que las cosas les sucedan resignan su poder creador. Las personas que conectan con su capacidad creadora de cambiar su propia realidad y se llevan a la acción por sus sueños se demuestran a sí mismas y al universo que realmente se creen merecedoras de lo que quieren. La inacción y el quedarse sentado esperando que las cosas pasen también es una decisión.

La vida, en constante movimiento, nos lleva a tomar decisiones todo el tiempo. Esas decisiones pueden ser tomadas desde el miedo o desde la confianza. Los resultados serán muy diferentes. Las decisiones tomadas desde el miedo limitan nuestros resultados o incluso los anulan al dejarnos paralizados. Las decisiones tomadas desde la confianza los potencian y multiplican.

Las decisiones las tomamos desde quienes somos. Una persona con autoestima y confianza en sí misma tomará decisiones desde ese lugar, obtendrá resultados potenciadores y multiplicará resultados positivos en su vida. Mientras que una persona con autoestima baja y poca confianza se dejará guiar por los miedos y limitará sus propios resultados, multiplicando los resultados negativos en su vida.

Imagina tres personas en sus barquitos navegando en un río turbulento. Están sin mapa y llegan a una bifurcación, deben confiar en su intuición, no tienen certezas. Deben tomar una decisión: ir hacia la derecha o la izquierda. La persona del primer barquito piensa, piensa y piensa. No encuentra certezas, ambas opciones implican el riesgo de equivocarse. ¿Cómo tomar una decisión con tan poca información? Siente mucho estrés y ansiedad. Espera que alguien le diga qué hacer. Desde el barquito de al lado, le gritan: “dobla a la derecha, es mucho mejor”. Y desde el que está al otro cos­tado, le aseguran: “no te conviene, es mucho mejor el camino de la izquierda”. Totalmente desorientada por las opiniones encontradas de los demás y paralizada por el miedo a equivocarse de camino, de repente siente un fuerte golpe y cae. Tanto tiempo le llevó tomar una decisión que terminó estrellándose en la bifurcación. El río, el tiempo y la vida siguen su curso sin importar cuánto nos detengamos a pensar. La vida es movimiento.

La persona del segundo barquito también tiene dudas, pero al llegar a la bifurcación gira a la derecha. Ya está en curso hacia el nuevo camino. Es un camino soleado, calmo y despejado, cualquiera diría que fue una decisión exitosa, pero inmediatamente comienza a pensar “¿y si me equivoqué? ¿Y si este no es el camino correcto? ¿Y si el otro era mejor?”. Siente ansiedad, estrés y frustración. El barco comienza a ir lento y sin rumbo, con riesgo a estrellarse, tiene a su timonel mirando hacia atrás.

La persona del tercer barquito también tiene muchas dudas. Llega a la bifurcación y decide ir a la izquierda. Es un camino soleado, calmo y despejado. Agradece y celebra la decisión tomada y comienza a navegar con toda su fuerza hacia adelante disfrutando del viento y el sol en el rostro. Es consciente de que el único camino que existe es el que está navegando y decide explorarlo en profundidad. Mira hacia adelante y sigue viento en popa a todo motor atenta al camino, esperando una nueva bifurcación.

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