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Capítulo 1

La Presencia Oscura

La muerte es tan solo una transformación.

El agua turbia y oscura tocó los labios de los Herederos de la Sangre.

Bebieron del torrente de la oscuridad, derramado en sus manos.

Y roto el pacto enorme, tenían que morir.

Al instante se deslizó la oscura figura desde el lúgubre pozo como un espectro nauseabundo, hacia el exterior.

La muerte deseó entonces poseer un cuerpo visible en el mundo perecible. Había acechado por el Este de Mádigan y encontró un cuerpo que codició. Susurró a su oído y supo que el miedo había invadido a su víctima. Esta gritó de pánico y, dejando caer un cántaro lleno de agua que cargaba, huyó.

“¡Papá! ¡Papá! ¿Dónde estás?”

Pero nadie escapa del poder de la Presencia Oscura.

Ingresó a la fuerza en sus carnes y luchó por acomodarse entre sus huesos y músculos, lo que costó trabajo, pues todo lo que conseguía, era que el cuerpo al que asediaba se sacudiera con brutales espasmos. No lograba poder controlar sus miembros.

Sube... sube... en su cabeza podrás controlarlo todo.

Y así lo hizo. Entonces los músculos por fin obedecieron a sus deseos, sintió los dedos, las manos, los pies, era diferente a ser un espectro, como acostumbraba. Ahora tenía que estar en un espacio específico y reducido, pero sus sensaciones habían aumentado. Era lo que quería.

Dejó de gritar por fin y notó que sus pensamientos ahora podían ser expresados de forma audible, abrió los ojos por primera vez y todo se percibió de forma diferente. No era lo que acostumbraba a sentir, pero le agradó.

Llegó hasta una aldea cercana en medio de un valle y se hizo una máscara con la que solo se podían ver sus ojos y su boca. Con esta cubrió su rostro. Entró en el campamento y les arrancó la vida a todos los que encontró.

Los últimos que quedaron le rogaban misericordia. Al ser testigos de cómo desataba sus terribles poderes sobre ellos, le rogaban como si le conocieran de antes ¿de antes? ¿Quién iba a conocer a la muerte desde antes si era la primera vez que se dejaba ver físicamente?

Sus poderes se habían incrementado, era lo que quería. Entonces desolló a los cadáveres que había ejecutado y hechizando sus huesos, los cubrió con rocanagra (el mineral precioso). Y por esta razón los nimrod lo llaman “la roca de la muerte”.

Vistió a sus súbditos con la hermosa piedra oscura y les otorgó los poderes de las tinieblas. Así nacieron los grandes gólems de rocanagra, con dos agujeros que emitían un rojo y siniestro resplandor en sus cabezas pétreas, medían más de dos metros cada uno. A estos les ordenó que le construyeran un palacio donde poder habitar. De esta manera fue construido el Palacio Siniestro.

Entonces los asesinatos que había realizado la Presencia Oscura en aquella aldea comenzaron a propagarse por los alrededores y hubo gran temor en toda la región.

Se esparció el rumor que quien llegara hasta el altar de la Presencia Oscura y se inclinara ante su trono heredaría poderes extraordinarios. Debido a esto, con el tiempo, muchos intentaron aventurarse para conocerle en persona y verla con sus propios ojos, pero sus gólems de rocanagra mataban a los osados forasteros que se acercaban y arrojaban sus cuerpos al abismo, como quien se deshace de desperdicios, aumentando el temor entre los viajeros.

Sin embargo ocho forasteros pudieron hacer frente a los gólems de rocanagra y engañándoles se abrieron paso hasta llegar al Palacio Siniestro, donde moraba la Presencia Oscura. Al llegar hasta su trono se inclinaron y le dijeron:

—Déjanos servirte y nuestra alma será tuya en vida y muerte. Danos tu poder y te entregaremos lo que deseas.

Entonces la Presencia Oscura no pudo evitar reír a sus anchas al escucharlos y preguntó a los ocho viajeros:

—¿Y qué creen que desea la Presencia Oscura?

Si osaban a responder una mentira, se bebería sus vidas ahí mismo.

—Deseas devorar las almas de Ádama. Eso anhela la Presencia Oscura

—respondieron los viajeros.

Y se sorprendió la Presencia Oscura en gran manera pues eso era realmente lo que anhelaba.

Vio el interior de los ocho que se inclinaban delante de su presencia y notó que sus corazones eran más corruptos que los mismos gólems de rocanagra. Esto le agradó aún más.

—Hábiles y dignos han demostrado ser al llegar hasta aquí, al desafiar a la muerte y saber incluso lo que deseo. No tomaré sus vidas si me traen un sustituto. Denme entonces lo que ya saben que anhelo, sustitúyanse por otro y jamás podré tocarlos.

Entonces los ocho aún inclinados le rogaron diciendo:

—Grandes poderes les han otorgado los saráfiels a sus hijos los sáfiels. Danos pues tu poder a nosotros y podremos servirte bien.

Y le pareció bien a la Presencia Oscura darles a cada uno de los ocho una esferas de rocanagra como colgante, las cuales hechizó con ocho poderes diferentes, y les dijo:

—Si invocan mi poder y me entregan sus vidas, el poder de las gemas de rocanagra será suyo —y los ocho que se habían inclinado, asintieron.

Una de las ocho gemas de rocanagra tenía dos aros de un material rojo y brillante rodeando su superficie, que el resto de las gemas no poseía, y la Presencia Oscura le dio esta gema diferente al que primero había hablado frente a su trono:

—Desde ahora nadie más te llamará Ahimot, sino que Ogtus será tu nombre —y la Presencia Oscura se quitó solo delante de él la máscara que siempre llevaba y le mostró su rostro a Ogtus. Y los ojos de Ogtus se abrieron de par en par, impresionado de lo que veía— ahora sabes mi secreto, pero a nadie lo digas, porque si lo haces me llevaré tu vida —le juró la muerte. Ogtus asintió con la cabeza y la reverenció—. Ahora ¡vayan! Y no olviden mi regalo, ustedes serán mis daraflames, mis ángeles de la muerte. Derramen la sangre que necesito y no me beberé la vuestra —dicho esto, se desvaneció frente a ellos en una bruma de tinieblas.

Nadie pudo verle el rostro a la Presencia Oscura, salvo Ogtus, quien guardó el secreto y no lo reveló a los otros siete, por esa misma razón, desde ese mismo día, Ogtus recibió una máscara igual a la que usaba la Presencia Oscura y cubrió su rostro con ella. Solo mostraba su rostro a personas en que confiaba, pero si alguien en quien no confiaba lograba verle, le daba la más horrenda de las muertes.

—¿No nos dirás tu nombre, Presencia Oscura? —se atrevió a preguntar uno de los ocho daraflames mientras la bruma de tinieblas aún flotaba en el aire.

—Ya les he dado uno —se escuchó en un siniestro susurro, antes de esfumarse por completo. Entonces todos miraron a Ogtus, quien no supo qué responder.

Salieron los ocho daraflames del Palacio Siniestro. Y los gólems de rocanagra los miraban con temor y desagrado, pues ahora que llevaban los colgantes de rocanagra, al parecer no podían dañarlos. A pesar de esto, los ocho daraflames no querían provocarlos y se alejaron del Palacio Siniestro lo más rápido que pudieron. Sin embargo, uno de los ocho, mientras huía, miraba hacia atrás y lloraba con amargura.

Una vez lejos, se miraron entre sí con desconfianza, entonces uno de ellos habló diciendo:

—Peligroso es que estemos todos juntos. Nuestro poder podría perjudicarnos. Por lo tanto, tome cada uno un compañero y siga con él un camino diferente —y a todos les pareció una buena idea.

Se cambiaron todos el nombre diciendo:

—Para que no nos encuentren nuestras antiguas familias, cambiemos nuestra identidad, porque luego de haber estado frente a la muerte, ninguno de nosotros volverá a ser el mismo —y se pusieron los siguientes nombres:

Kebos,

Radabat,

Kashimir,

Oseres,

Toter,

Azuruma y

Atizedrel.

Y Ogtus dijo:

—No soy digno de llevar este nuevo nombre, puesto que es el que nos ha dado la muerte cuando le hemos pedido el suyo. Conservaré Ahimot y si alguien me reconoce de nombre, lo entregaré a la muerte.

Pero ninguno de los otros daraflame le permitió hacer esto, puesto que todos habían escuchado decir a la muerte que Ogtus era su nombre ahora.

—Te mataremos si dejas el nombre —dijeron todos y Ogtus, no queriendo contrariarlos, conservó el nombre para sí.

Entonces Ogtus dijo a Radabat:

—Muéstrame qué poder te ha otorgado la muerte.

Pero Radabat respondió:

—Pronto sabrás de mi poder, Ogtus heredero de las sombras, pero no seré yo quien te lo diga —y dicho esto tomó de compañero a Kashimir y se alejó con él del lugar en el que estaban. Y Kashimir miraba con deseos lujuriosos a Azuruma que era una mujer muy hermosa, pero no puso resistencia alguna en seguir a Radabat. Y Azuruma vio con la mirada cómo se alejaba y también lo deseó.

Entonces Ogtus dijo a Oseres:

—Enséñame qué poder te ha otorgado la muerte.

Y Oseres respondió:

—No te apresures, Ogtus heredero de las sombras, pues aunque te lo diga, es mejor que tus ojos lo vean en su debido tiempo —y dicho esto tomó de compañero a Toter y se fueron juntos por un camino diferente al que habían tomado Radabat y Kashimir.

Y quedando solo Azuruma, Atizedrel y Kebos, Ogtus les dijo:

—Supongo que ustedes tampoco me dirán los poderes que han recibido de la Presencia Oscura.

Entonces Azuruma, que era muy bella, se acercó hasta Ogtus y lo besó con pasión al mismo tiempo en que con su mano acariciaba con lascivia sus genitales. Y el joven daraflame se encendió en deseos lujuriosos y deseó hacer suya a Azuruma ahí mismo, pero ella retrocediendo luego de besarle, negó con la cabeza, lamiéndose los labios:

—Si así lo quiere el destino, volverás a verme, Ogtus, heredero de las sombras. Pero ahora debo irme —respondió Azuruma, y tomando a Atizedrel, una mujer tan hermosa como ella, se alejó del lugar por un camino diferente al de los demás.

Entonces Kebos, el único que había quedado, se arrodilló frente a Ogtus y le dijo:

—Déjame acompañarte y mi poder será tuyo, pero si no deseas mi presencia, te ruego que me entregues a la muerte ahora mismo, porque no sé dónde ir con lo que se me ha otorgado —le suplicó con los puños en tierra. Ogtus lo miró un instante antes de responder, como si se compadeciera de lo que Kebos le decía:

—No necesito tu poder y si lo necesitara, muerto o vivo, tomaría el tuyo sin tu consentimiento —respondió Ogtus.

—Entonces tómalo y borra mi existencia, porque grande traición hemos cometido contra la sangre —dijo Kebos sin levantar el rostro.

—Ninguna traición has cometido, Kebos, daraflame de la venganza. Has muerto y vuelto a nacer al recibir la gema de rocanagra. Ya nada queda de quién solías ser. Ponte de pie —ordenó Ogtus. Kebos así lo hizo y le juro lealtad.

—Hasta la muerte te serviré, Ogtus heredero de las sombras —juró Kebos con vehemencia.

—¡Necio! —respondió Ogtus— Nosotros no moriremos. La muerte no puede morir —afirmó Ogtus con seguridad.

Entonces Kebos levantó la mirada y se llenó de horror y miedo al ver los ojos de Ogtus tras la máscara que le había dado la Presencia Oscura.

Eran sin duda los ojos de la misma muerte.

Porque la muerte había sido complacida en él.

El Dogok y las guerras Noxxis

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