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Capítulo 2

Ogtus y Kebos

En la cultura nimrod Ogtus es el dios de la muerte. Reconocido como el más poderoso de los ocho daraflames.

Kebos es el dios de la venganza y el poder.

Aconteció que Kebos tomó mineral de acadio y se forjó con las manos una maza que era casi de su mismo tamaño. Mientras la forjaba, Ogtus lo miraba trabajar sentado arriba de una roca, entonces un susurro siniestro le habló diciendo:

Ogtus, heredero de las sombras, destruye las cumbres que te rodean y ve hacia el Oeste de Mádigan, porque allí están las vidas que me entregarás.

Aún no terminaba de hablarle aquella voz, cuando Kebos se volteó hacia él con su maza de acadio terminada:

—¿Qué es lo que demandan las tinieblas? —preguntó Kebos, poniendo la maza sobre su hombro. Ogtus se sorprendió al escucharle.

—¿Acaso tú también los has escuchado? —quiso saber Ogtus. Kebos negó con la cabeza.

—No. Pero sé cuando te hablan —respondió Kebos.

—Destruye todas las cumbres que nos rodean. Deja el paso inaccesible al Palacio Siniestro. Muele todo lo que nos rodea con tu maza de acadio y vámonos de aquí.

—¿A dónde iremos? —preguntó Kebos.

—A buscar lo que me pertenece —respondió Ogtus fulminante.

—Así se hará —dijo Kebos sin más reparos.

El daraflame blandió su nueva maza de acadio por primera vez y un terrible y devastador poder tenebroso emergió desde él. Aumentando cien veces su tamaño corporal, molió las colinas y desintegró los roqueríos, pronto todo se redujo a planicies llanas y desérticas. Todo fue reducido a arena.

Y mientras Kebos destruía todo, escuchaba la risa de la muerte en sus oídos. El daraflame no se detuvo, pero escuchar esa risa para él era una tortura.

Entonces Ogtus llamó a ese lugar la “Prisión de Similot” ya que la muerte le había dicho: “Aquí haré prisioneros a todos los que me entregues.”

Este también fue el nacimiento del Desierto de los Muertos al Este de Mádigan.

Al acabar la destrucción de las colinas, nunca más nadie pudo volver a encontrar el Palacio Siniestro ni nadie más supo de los gólems de rocanagra ni de la Prisión de Similot. Sin embargo, viajeros que han sobrevivido al Desierto de los Muertos, afirman haber escuchado a lo lejos entre las llanuras, una risa siniestra. Cuando alguno de sus compañeros ha muerto en el desierto, se cree que es la misma risa que atormentó a Kebos cuando destruía las colinas. Todos los que la escuchan terminan enloqueciendo.

Kebos volvió a su tamaño original. Se sentó exhausto con la maza de acadio entre las piernas, temblaba. Notó que su arma ahora se había reducido a una barra muy afilada, con la forma más de una espada que de una maza.

Y estaba Kebos desnudo, pues al agigantarse de tal forma, sus ropas se habían desintegrado al liberar su poder tenebroso. Y pensó Kebos en forjarse una espada, pero Ogtus lo detuvo.

—Déjalo así. Necesitas descansar. —dijo Ogtus, quitándose la capa, poniéndola sobre los hombros de Kebos. Al hacerlo, Kebos se desmoronó y perdió el conocimiento.

Ogtus, cargó con su compañero y le llevó hasta una aldea cercana que se veía en muy mal estado. Una columna de humo negro proveniente de la aldea se elevaba hasta el cielo, podía verse desde muy lejos. Al llegar, Ogtus preguntó a los aldeanos qué era lo que acontecía, estos al ver su máscara le temieron en gran manera. Sin embargo, le respondieron diciendo:

—Drakers, el pueblo de guerreros que se transforman en dragones, junto a su líder, un Dragon Krane, nos atacan y se llevan nuestro mineral yawfen y lo poco que nos queda de rocanagra. Matan a nuestro pueblo y huyen con el botín.

—¿Cuántos Dragon Krane han atacado?—preguntó Ogtus.

—Solo uno, pero cuando ataca, otros drakers asaltan nuestras arcas, se llevan el mineral y matan a filo de espada a quien se cruce en su camino

—dijo el aldeano, como si recordara horribles momentos.

—Dame un lugar donde mi compañero pueda recuperarse y el dragón morirá hoy —aseguró Ogtus. Entonces el aldeano se apresuró a llevarle hacia su casa, que estaba en el centro de la aldea. Allí, Ogtus pudo ver de cerca el caos y la destrucción que los ataques draker habían provocado. Muchas viviendas estaban en cenizas y ruinas, sumado a varios cuerpos, mutilados y quemados por las calles e incluso sobre los tejados. Entonces hubo algo que acaparó toda la atención de Ogtus, una fuente que estaba en el centro de la plaza principal llena de un agua ennegrecida y muy turbia. Ogtus se detuvo al verla, para observarla con mayor cuidado.

—¿Qué le ha ocurrido a esa fuente?—preguntó Ogtus al aldeano, apuntando con la mano, pero este le apremió diciendo:

—¿La fuente? ¡Tu amigo desfallece! ¿Y tú te preocupas de una fuente? —le contestó el aldeano. Entonces Ogtus se enfureció y cambiando el tono de su voz a uno en verdad espeluznante dijo:

—¡RESPONDE AHORA, ALDEANO!

El campesino cayó a tierra, temblando y notó que no estaba frente a un forastero ordinario.

—Mi…mi señor —contestó entre balbuceos —es… es la fuente de la suerte de nuestra aldea, pero… pero el Dragon Krane ha escupido su veneno en el agua, corrompiéndola y así ha quedado —explicó, muy asustado.

Ogtus sonrió complacido, aunque su máscara no lo dejaba ver, su mirada siguió en la fuente como si se tratara de un gran tesoro. El aldeano, no soportando más el miedo, huyó de su presencia, pero a Ogtus no le importó.

—Estás de suerte, Kebos —dijo Ogtus a su inconsciente compañero, llevándole hasta la fuente. Al llegar al borde, con los dedos, acarició el agua turbia y se saboreó los dedos. Los aldeanos de los alrededores les miraban, aterrados, desde sus casas.

—Perfecto —dijo Ogtus, como si el encontrar esa fuente fuese precisamente lo que necesitaba en ese momento. Al instante, le quitó la capa a Kebos, dejándole desnudo una vez más, y lo arrojó dentro de la fuente, junto con lo que había quedado de la maza de acadio. Los aldeanos, al ver lo que había hecho, ahogaron un grito de horror. Ogtus puso sus manos sobre la superficie del agua, y comenzó a hablar en una lengua que los aldeanos jamás antes habían escuchado. Aunque no comprendían lo que decía una seguidilla de escalofríos les recorrió la espalda a todos al escuchar ese lenguaje.

Era la lengua tenebrae. La lengua de las tinieblas.

Entonces, mientras Ogtus recitaba lo que parecía ser un conjuro, cientos de espectros llenaron el lugar y una energía negra y oscura comenzó a moverse alrededor de la fuente, emitiendo un gemido nauseabundo de almas en pena. El cielo se oscureció y el viento comenzó a ponerse cada vez más violento. Los aldeanos, siendo espectadores de lo que ocurría, se tapaban los oídos, lloraban y se retorcían de miedo en el suelo. Ogtus por su parte, había vuelto a adoptar aquella mirada de ojos rojos y horrendos, los mismos con los que había aterrorizado al mismo Kebos.

Al terminar su maleficio en lengua tenebrae, un fuerte aullido espectral resonó por toda la aldea. Al acto, una enorme serpiente de agua negra se alzó desde la fuente y se postró frente a Ogtus, como si le reverenciara. Ogtus volvió a hablar en lengua tenebrae, diciéndole:

—Entrégame al daraflame de la Espada —le ordenó. La serpiente abrió la boca y de su interior, emergió Kebos, vistiendo una imponente armadura negra que tenía el diseño de muchas serpientes oscilantes en las terminaciones de la vestidura metálica, el yelmo sobre su cabeza tenía la forma de una serpiente con las fauces abiertas, estaba rodeado de espectros por doquier. Kebos abrió los ojos, dejando ver que sus pupilas se habían dilatado completamente, sus ojos ahora emanaban un tenebroso resplandor oscuro. Empuñaba los restos de la maza de acadio, solo que ya no era una maza…en vez de eso, empuñaba una temible espada que poseía una hoja con el grosor de un hacha. El arma estaba agujereada en el metal. Por sus orificios cientos de serpientes negras y vivas subían y bajaban una y otra vez, enrollándose en el arma, emitiendo un perturbante siseo. Una gema de color verde oscuro, resplandecía en el ojo de la empuñadura. Kebos blandió su nueva y temible arma y exclamó con voz tonante:

—¡Esta es la Serpentia! ¡La espada de Kebos el daraflame de la Espada!

Todo el pueblo le temió enseguida.

Entonces un rugido abismal se escuchó en el cielo nublado y un gigantesco dragón gris se dejó ver. Su piel era escamosa y gruesa, como los interiores amorfos de una cueva, sus alas tenían los cartílagos muy marcados sobre la piel, con garras en las puntas; sus ojos eran como dos carbones encendidos y sus zarpas y colmillos como sables filosos; planeaba sobre la aldea, emitiendo ensordecedores rugidos, dispuesto a atacar.

Los aldeanos al verle, exclamaron:

—¡Estamos muertos! ¡Si el Dragon Krane no nos mata, estos poderosos forasteros lo harán! —decían, mientras se abrazan y lloraban de pánico.

Ogtus vio al dragón planear sobre la aldea sin inmutarse siquiera y supo que el nombre de la bestia era Abun-Huza. La muerte se lo había susurrado.

Ogtus dio un salto espectacular hacia el cielo, al mismo tiempo en que la serpiente de agua negra que había vomitado a Kebos, se erigía imponente, poniéndose justo debajo del heredero de las sombras, alzándolo sobre la aldea. Ogtus aterrizó sobre la cabeza de la serpiente negra y quedó cara a cara con Abun-Huza, quien le devolvió un rugido de furia, agitando sus enormes alas.

—¡Eres mío, Dragon Krane! —dijo Ogtus con una voz que retumbó por todas partes. Al acto, saltó sobre el inmenso dragón, quedando sobre su crin. Entonces la serpiente de agua negra, disolviéndose a sí misma, pareció seguir las manos de Ogtus, adoptando la forma de gruesas cadenas, que aprisionaron el cuello y el vientre del dragón. Luego de envolver a la bestia, las cadenas de agua negra quedaron en las manos de Ogtus, quién había montado a Abun-Huza como si fuera un caballo. El dragón entró en cólera de inmediato pero nada de su brío, ni el fuego negro que escupió por el hocico, pudo conseguir que se sacara a Ogtus de encima.

—¡Soy Ogtus, heredero de las sombras! ¡Y tú, Abun-Huza me servirás de ahora en adelante! —exclamó Ogtus a gran voz. El dragón rugió una vez más escupiendo fuego negro, encolerizado. Entonces Ogtus se quitó la máscara que la había dado la muerte y abriendo su boca emitió un rugido, que dejó salir de su interior la misma serpiente de agua negra que había aparecido en la fuente, el enorme monstruo dibujó un arco en el aire hasta introducirse en el hocico del Dragon Krane, en contra de su voluntad. Al tragarla toda, la bestia desprendió un estallido de sombras y su apariencia cambió a un rojo oscuro con negro, desde su nariz, hocico y ojos desprendía un fulgor del mismo color. Luego de unos momentos, dejó de resistirse a Ogtus y se entregó a sus deseos.

Los aldeanos al presenciar semejante escena frente a sus ojos, cayeron a tierra, y adoraron a Ogtus diciendo:

—¡Es un dios! ¡Un dios nos ha sido enviado para salvar nuestra aldea! —exclamaban todos alzando las manos, reverenciando a Ogtus y a Kebos.

Pero entonces, drakers con armaduras escamosas, rodearon la aldea en ruinas y gritaron de furia al ver que Abun-Huza, su líder, había sido sometido cual dócil corcel. Ogtus les dio una mirada de desprecio desde los hombros de Abun-Huza. Los drakers atacaron la aldea una vez más dispuestos a matar a todos sus habitantes y arrasar con sus edificios, pero Kebos con su nueva espada, la Serpentia, arremetió contra ellos con tal fuerza y velocidad, que ningún draker pudo dañar nada ni a nadie, como moscas comenzaron a caer bajo su acero sin poder hacer mucho para contrarrestarlo. En su desesperación, varios draker comenzaron a convertirse en dragones para intentar matar a Kebos, pero el poder descomunal del daraflame los aniquilaba haciendo incluso temblar la tierra, cada vez que blandía el acero.

Y mató Kebos ese día a más de quinientos drakers, mientras Ogtus, observaba todo desde el cielo, aún montando a Abun-Huza, riendo de placer.

Al terminar la batalla, Ogtus hizo aterrizar a su nuevo dragón al lado de Kebos, quien acababa de dar el último golpe con la Serpentia, las serpientes en la espada estaban muy agitadas y salpicadas de sangre draker.

Entonces los aldeanos, en un estado de éxtasis se acercaron hasta ellos y continuaron adorándoles.

—¡Son dioses! ¡Los dioses nos han salvado!

—Lo somos —respondió Ogtus— y ustedes pueden ser como nosotros, pero antes, construyan para mí un templo y siembren un páramo donde Kebos y yo podamos reposar. Y ya no serán más una aldea insignificante, sino que morada de los dioses será esta. Y les temerán las otras naciones, haremos guerra contra ellos y no podrán contra nuestro poder —afirmó Ogtus con total seguridad. Los aldeanos casi enloquecían de alegría y devoción, entonces Ogtus los hechizó, haciéndoles hablar en lengua tenebrae y todos comenzaron ese mismo día la construcción de la Acrópolis Nimrod para situar los templos de Ogtus y Kebos.

Y levantó Ogtus ese día un monte, al cual llamo Askalinor y ordenó que la Acrópolis se construyera sobre él.

Y llamó Ogtus a los aldeanos “nimrod” que en lengua tenebrae quiere decir “bajo un hechizo”. Y les ordenó que se comunicaran entre ellos solo usando la lengua tenebrae, la lengua de las tinieblas.

Y la muerte fue complacida.

El Dogok y las guerras Noxxis

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