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4 La naturaleza y origen de la resistencia

¿De dónde viene esta resistencia a matar a un semejante? ¿Se trata de algo aprendido, instintivo, racional, ambiental, hereditario, cultural o social? ¿O una combinación de todo lo anterior?

Uno de los hallazgos más valiosos de Freud versa sobre la existencia de un instinto de vida (Eros) y un instinto de muerte (Tánatos). Freud creía que en el interior de cada individuo se da una lucha constante entre el superego (la consciencia) y el id (esa masa oscura al acecho compuesta de ansias destructivas y animales que habita en cada uno de nosotros), y que el ego (el yo) media en esta pugna. Una persona ocurrente se refirió una vez a esta situación como «una lucha en un sótano oscuro entre un mono lujurioso y homicida y una solterona puritana, mediada por un contable tímido».

En la batalla vemos el id, el ego y el superego, Tánatos, y Eros, en conflicto en cada uno de los soldados. El id empuña a Tánatos como un garrote y le grita al ego que mate. El superego parece haber quedado neutralizado, pues la autoridad y la sociedad ahora dicen que es bueno hacer lo que siempre estuvo mal. Y, sin embargo, algo impide al soldado matar. ¿De qué se trata? ¿Acaso Eros, la fuerza de la vida, es más fuerte de lo que habíamos creído?

Mucho se ha dicho de la obvia existencia y manifestación de Tánatos en la guerra, pero ¿y si hubiera en la mayoría de los hombres un impulso más fuerte que Tánatos? ¿Y si hubiera en cada persona una fuerza que comprende visceralmente que toda la humanidad es interdependiente de manera inextricable y que hacer daño a cualquier parte supone dañar el todo?

El emperador romano Marco Aurelio comprendía esta fuerza incluso cuando libraba batallas desesperadas contra los bárbaros que a la postre destruirían Roma. «Lo que acontece a cada uno en particular», escribió Marco Aurelio hace casi dos mil años, «es causa del progreso, de la perfección y de la misma continuidad de aquello que gobierna el conjunto del universo. Pues queda mutilado el conjunto entero, caso de ser cortada, aunque mínimamente, su conexión y continuidad, tanto de sus partes como de sus causas».

Holmes recoge el caso de un veterano que, dos mil años después de Marco Aurelio, comprendió el mismo concepto cuando observó que algunos de los marines con los que estaba en Vietnam alcanzaron un grado de reflexión tras la batalla en el que «llegaron a ver a los jóvenes vietnamitas que habían matado como aliados en un guerra más grande de la existencia individual, como jóvenes con los que se habían unido para toda su vida contra el impersonal “ellos” del mundo». A continuación, Holmes expresa una intuición intemporal y poderosa cuando escribe: «Cuando mataban a los soldados rasos de Vietnam del Norte, los soldados rasos americanos mataban a una parte de ellos mismos».

Quizás por eso obviamos esta verdad. Quizás ocurra que entender de verdad la magnitud de la resistencia a matar entrañe entender la magnitud de la inhumanidad del hombre hacia el hombre. Glenn Gray, acuciado por su propia culpabilidad y la angustia resultante de sus experiencias en la segunda guerra mundial, grita con el dolor de cualquier soldado lúcido que haya reflexionado sobre este asunto: «Yo también pertenezco a esta especie. Me avergüenzo no solo de mis propios actos, no solo de los actos de mi nación, sino también de los actos humanos. Me avergüenza ser un hombre».

«Esto», afirma Gray, «supone la culminación de una lógica apasionada que comienza en la contienda cuando se cuestiona algún acto que se le ha ordenado al soldado y que es contrario a su conciencia». Si este proceso continúa, entonces «la conciencia de no haber actuado en respuesta a la conciencia puede llevar a la mayor repugnancia, no solo hacia uno mismo sino hacia la especie humana».

Puede que nunca entendamos la naturaleza de esta fuerza en el hombre que le mueve a una intensa resistencia a matar a sus congéneres, pero, en cualquier caso, hemos de agradecerle a dicha fuerza, sea cual sea, nuestra existencia. Y, si bien los líderes militares encargados de ganar una guerra pueden sentirse consternados por su existencia, como raza humana podemos contemplarla con orgullo.

No cabe duda de que esta resistencia a matar al prójimo está ahí y existe como resultado de una poderosa combinación de factores instintivos, racionales, ambientales, hereditarios, culturales y sociales. Está ahí, es fuerte, y nos da pie para creer que quizás aún haya esperanza para la humanidad después de todo.

Matar

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