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Introducción a la nueva edición revisada

Desde la publicación de Matar en 1995, los conceptos básicos expuestos en el libro se han visto validados y respaldados por una plétora de jueces. En la América post 11-S, Matar se ha convertido en lectura obligatoria en las academias del fbi y la dea, y en muchas otras agencias de policía y seguridad. En el marco de dirigir grandes guerras en Iraq, Afganistán y en todo el planeta, el cuerpo de Marines de los Estados Unidos ha incluido el libro en sus lecturas obligatorias, como también lo han hecho la academia de West Point, la academia de suboficiales de la Fuerza Aérea de Estados Unidos y muchas otras academias militares.

El áspero y despiadado entorno de la guerra es un ámbito donde solo sobreviven las mejores y más valiosas tácticas, estrategias e ideas; y lo que carece de utilidad se descarta con rapidez. Las esperanzas vanas y los castillos de naipes suelen figurar entre las primeras víctimas de la guerra.

En el crisol cotidiano de la experiencia en combate en casa y en el extranjero, Matar ha superado la prueba de fuego definitiva: lo leen y releen innumerables miles de guerreros a los que nuestra nación llama para matar en combate. Y supone el más grande y singular honor en mi vida el haber sido útil a estos magníficos hombres y mujeres en su momento de necesidad.

Si eres una virgen que se prepara para su noche de bodas, si tú o tu pareja tenéis dificultades sexuales, o si simplemente tienes una curiosidad… pues hay cientos de libros bien informados a tu disposición sobre sexualidad. Pero si eres un joven soldado «virgen» o un agente del orden que anticipa su bautismo de fuego, si eres un veterano (o el cónyuge de un veterano) que sufre por las experiencias de haber matado, o si simplemente sientes curiosidad… pues en esta materia no hay nada disponible en absoluto cuando se refiere a estudios o libros bien informados. Hasta ahora.

Hace más de cien años, Ardant du Picq escribió sus Estudios sobre el combate en los que integró datos tanto de la historia antigua como de textos sobre los oficiales franceses para sentar las bases de lo que percibió como una tendencia acusada hacia la no participación en la guerra. A partir de su experiencia como historiador oficial del frente europeo durante la segunda guerra mundial, el general de brigada S. L. A. Marshall escribió Men against fire, en el que estableció algunas observaciones cruciales sobre la tasa de disparos de los hombres en la guerra. En 1976, John Keegan escribió su obra definitiva, El rostro de la batalla, en la que se centraba de nuevo exclusivamente en la guerra. En Acts of war, Richard Holmes escribió un libro clave en el que explora la naturaleza de la guerra. Pero el vínculo entre matar y la guerra es como el vínculo entre el sexo y las relaciones. De hecho, esta última analogía resulta de aplicación universal. Todos los autores anteriores escribieron libros sobre las relaciones (es decir, la guerra), mientras que éste versa sobre el acto en sí: matar.

Los autores anteriores examinaron la mecánica general y la naturaleza de la guerra pero, a pesar de su erudición, nadie investigó la naturaleza específica del hecho de matar: la intimidad y el impacto psicológico del hecho, los pasos del acto, las implicaciones y repercusiones sociales y psicológicas del acto y los trastornos que suscita (incluidas la impotencia y la obsesión). Matar supone un humilde intento para enmendar esta situación. Y, al hacerlo, concluye con una novedosa y reconfortante conclusión sobre la naturaleza del hombre: a pesar de una tradición ininterrumpida de violencia y guerras, el hombre no es por naturaleza un asesino.

La existencia del «cierre de seguridad»

Una de mis primeras preocupaciones cuando escribía Matar era que los veteranos de la segunda guerra mundial no se sintieran ofendidos por un libro que demostraba que la inmensa mayoría de veteranos en combate en esa época nunca mataron. Por fortuna, mi preocupación carecía de fundamento. Ni un solo individuo de los miles que han leído Matar ha cuestionado este hecho.

En realidad, la reacción de los veteranos de la segunda guerra mundial ha sido de una consistente confirmación. Por ejemplo, R. C. Anderson, un observador de artillería canadiense, me escribió para decirme lo siguiente:

Puedo confirmar que muchos soldados de infantería nunca dispararon sus armas. Solía mofarme de ellos diciéndoles que nosotros disparábamos muchísimos más obuses de 25 libras que ellos balas con sus rifles.

En una posición … atacaron nuestro flanco desde un olivar.

Todo el mundo se puso a cubierto. En ese momento no estaba ocupado con mi radio, así que, al ver una Bren [una ametralladora ligera], la agarré y disparé un par de cargadores. El propietario de la Bren se arrastró hacia mí maldiciendo: «Claro, tú lo haces porque luego no tienes que limpiar a la hija de puta.» Estaba realmente enfadado.

El coronel (retirado) Albert J. Brown desde Reading, en Pensilvania, ejemplifica este tipo de respuesta que he ido recibiendo de forma consistente cuando hablaba con grupos de veteranos. Como líder de un pelotón de infantería y comandante de una compañía en la segunda guerra mundial, observó que «los cabezas de escuadrón y los sargentos de pelotón tenían que recorrer de un lado a otro la línea de fuego dando patadas a los hombres para que dispararan. Sentíamos que la cosa iba bien si conseguíamos que dos o tres hombres dispararan».

Los hallazgos de S. L. A. Marshall sobre la tasa de disparos durante la segunda guerra mundial han suscitado controversia. En esencia, un pequeño grupo de estudiosos afirma que Marshall inventó y falseó los datos. Puede que su metodología no se ajustara a los estándares modernos, pero cuando uno se enfrenta a la preocupación por la metodología de un investigador, un enfoque científico requiere la posibilidad de reproducir la investigación. En el caso de Marshall, todos los estudios serios disponibles han reproducido sus hallazgos básicos. Los estudios y observaciones sobre los antiguos de Ardant du Picq, los numerosos relatos de Holmes y Keegan sobre disparos fallidos, la valoración de Holmes sobre la tasa de disparos de los argentinos en la guerra de las Malvinas, los datos de Griffith sobre la extraordinariamente baja tasa de muertes en los regimientos en las guerras napoleónicas y en la Guerra de Secesión norteamericana, las recreaciones con láser de batallas históricas del ejército británico, los estudios del fbi sobre la proporción de los que no disparan entre los agentes de policía en las décadas de 1950 y 1960, y numerosas observaciones adicionales individuales y anecdóticas; todo ello confirma la conclusión de Marshall de que la inmensa mayoría de los combatientes a lo largo de la historia, en el momento de la verdad cuando podían y debían matar al enemigo, se encontraron con que eran incapaces de hacerlo. Y David Lee, en su excelente libro Up Close and Personal, recogió un corpus increíble de relatos e investigaciones sobre la segunda guerra mundial que demuestra que un puñado de unidades de élite, pioneras en el adiestramiento realista que Marshall defendía, consiguieron una tasa de disparos mucho más alta que las unidades normales.

La referencia definitiva sobre el ejército de Estados Unidos, la monografía histórica de The United States Army Training and Doctrine Command (tradoc) titulada SLAM, the Influence of S. L. A. Marshall on the United States Army, defiende con vehemencia las observaciones de Marshall. Su trabajo fue aceptado de forma general tras la segunda guerra mundial, cuando en nuestro ejército había una proporción elevada de líderes veteranos que nos habían conducido a través de una de las guerras más espeluznantes de la historia. En Corea y Vietnam, Marshall fue tratado con el mayor respeto por los hombres que se encontraban en medio de la guerra, y se le pidió repetidamente que acudiera para visitarlos, adiestrarlos y para que pudiera estudiar lo que sucedía.

¿Estaban todos estos líderes militares equivocados? ¿Acaso Marshall los engañó a todos y, entonces y de alguna forma, unos cuantos descubrieron la «verdad»? Marshall quizás adornó un poco su currículum en unas pocas parcelas relativas a su experiencia en la primera guerra mundial. Afirmó que fue promocionado al rango de oficial durante la guerra cuando, en realidad, tras la guerra era un graduado de la ocs,1 si bien puede que se le asignara una posición de oficial con anterioridad a su instrucción. También afirmó haber estado en una unidad de infantería cuando, en realidad, estaba en una unidad de ingeniería, si bien es una práctica común la de disgregar las unidades de ingenieros para unir pequeños destacamentos a las unidades de infantería. Sin duda, la metodología de Marshall no se ajusta a algunos estándares rigurosos modernos, pero eso no significa que mintiera. Esperemos que este trabajo al que hemos dedicado toda una vida reciba un trato mejor cuando muramos y ya no estemos aquí.

Básicamente, la tesis de Marshall es que algunos de nuestros guerreros no dispararon en combate, y que unos objetivos más realistas elevarían la tasa de disparos. Marshall fue un pionero cuyas investigaciones y escritos motivaron a los formadores a cambiar los objetivos con dianas por simulaciones de combate realistas. Podemos no estar de acuerdo sobre la ventaja que esto nos aporta, o sobre en qué medida exacta eleva la tasa de fuego, pero hoy en día nadie quiere volver a disparar a objetivos con dianas. Y cada soldado contemporáneo o agente de policía que dispara a una silueta o a un objetivo fotorrealista o en un simulador de adiestramiento en vídeo, debería detenerse un momento para recordar y dar las gracias a S. L. A. Marshall.

Hoy en día, el corpus de datos científicos que apoyan el adiestramiento realista es tan poderoso que viene avalado por una decisión judicial en Estados Unidos que establece que, para que el adiestramiento con armas de fuego sea legalmente válido para los cuerpos de seguridad, tiene que incorporar un adiestramiento realista que incluya estrés, toma de decisiones y entrenamiento dispara-no dispares. Se trata de la sentencia Oklahoma contra Tuttle de 1984 del circuito federal décimo, y hoy en día muchos instructores de la policía enseñan que un cuerpo policial probablemente no cumple con la normativa de la corte del circuito federal si todavía se dispara a algo que no sea una representación clara y realista de una amenaza de fuerza letal. Y, de nuevo, tenemos que agradecérselo a S. L. A. Marshall.

No cabe duda de que Marshall ha sido reivindicado. Tal y como lo expresó Shakespeare en Hamlet: «Hay la esperanza de que el recuerdo de un gran hombre le sobreviva en medio año».

Quitar el cierre de seguridad

Acaso más controvertidas que la afirmación sobre la baja tasa de disparos en la segunda guerra mundial sean las observaciones sobre la alta tasa de fuego en Vietnam como resultado de las técnicas de adiestramiento o «condicionamiento» diseñadas para posibilitar que el soldado moderno mate. De entre los miles de lectores y oyentes, había dos oficiales veteranos con experiencia en Vietnam que pusieron en duda los hallazgos de R. W. Glenn sobre una tasa de disparos del 95 por ciento de los soldados estadounidenses en Vietnam. Para ambos la duda residía en que habían encontrado una ausencia de gasto en munición por parte de algunos soldados en la retaguardia de su formación. En ambos casos, se quedaron satisfechos cuando se les señaló que los datos de Marshall y Glenn gravitaban en torno a dos preguntas: «¿Viste al enemigo?» y «¿Le disparaste?». En las junglas de Vietnam se daban muchas circunstancias en las que los combatientes se veían completamente aislados de sus camaradas a pesar de que se encontraran a poca distancia unos de otros; pero entre aquellos que sí vieron al enemigo, hubo al parecer una alta y consistente tasa de fuego.

Encontramos las altas tasas de disparo como consecuencia de las técnicas modernas de adiestramiento/condicionamiento en las conclusiones de Holmes sobre la tasa de fuego de los británicos en las Malvinas y en los datos del fbi sobre la tasa de disparos de los agentes de policía desde que se introdujeron las técnicas modernas de adiestramiento a finales de la década de 1960. Un informe preliminar realizado por investigadores que empleaba cuestionarios formales e informales para reproducir los hallazgos de Marshall y Glenn indicaba una concurrencia universal.

Un virus mundial de la violencia

La observación de que la violencia en los medios causa violencia en nuestras calles no es nada nuevo. Tanto la American Psychiatric Association como la American Medical Association han afirmado de forma inequívoca que existe un vínculo entre la violencia en los medios y la violencia en nuestra sociedad. La apa, en su informe de 1992 Big World, Small Screen, concluyó que «el debate científico había terminado». Y, en julio del 2000, la American Medical Association, la American Psychological Association, la American Academy of Pediatrics, y la American Academy of Child and Adolescent Psychiatry emitieron un comunicado en una vista conjunta de ambas cámaras del Congreso en el mismo sentido.

Mil estudios prestigiosos prueban que, si exponemos a un niño a la violencia de los medios, es más probable que el resultado sea un comportamiento violento. Y ahora la universidad de Stanford ha introducido el currículo «smart» (apagar los medios), que demuestra que, si quitamos la violencia de los medios a un niño, podemos reducir la violencia en los colegios y el acoso infantil a la mitad, así como la obesidad, y también elevar el rendimiento en los exámenes.

Algunas personas afirman que los cigarrillos no causan cáncer, pero sabemos de dónde proviene su dinero. También hay personas que afirman que la violencia en los medios no causa violencia en la sociedad, pero también sabemos a qué árbol se arriman. Estas personas siempre consiguen el presupuesto para sus investigaciones y tienen garantizada la atención por parte de los medios a los que protegen. Pero estas personas ocupan el mismo espacio moral y científico que los científicos que están al servicio de los fabricantes de cigarrillos.

La contribución de Matar a este debate consiste en explicar cómo y por qué la violencia en los medios y en los videojuegos interactivos está causando violencia en nuestras calles, y la forma en que este proceso reproduce el condicionamiento que se emplea para habilitar a los soldados y agentes del orden para que maten… pero sin las medidas de salvaguarda.

La comprensión de este «virus de la violencia» debe comenzar con una valoración de la magnitud del problema: el incremento perpetuo de la incidencia de crímenes violentos a pesar de la forma en que la tecnología médica mantiene a raya la tasa de homicidios, y a pesar del papel que desempeñan en el control de la violencia tanto el crecimiento imparable del número de criminales violentos encarcelados como el envejecimiento de la población.

Y no se trata tan solo de un problema de Estados Unidos; se trata de un problema internacional: en Canadá, Escandinavia, Australia, Nueva Zelanda, Singapur, Japón y por toda Europa las tasas de agresiones se han disparado. En países como la India, donde no existe una infraestructura de tecnología médica significativa que la mantenga a raya, es donde la escalada de la tasa de homicidios mejor refleja el problema.

Cómo funciona: la inmunodeficiencia a la violencia adquirida

Cuando una persona se enfada, o siente miedo, deja de pensar con el cerebro anterior (la mente de un ser humano) y comienza a pensar con su cerebro medio (que resulta indistinguible de la mente de un animal). Literalmente, «pierde la razón». La única cosa que alberga alguna esperanza de influir en el cerebro medio es también lo único que influye en un perro: el clásico condicionamiento operante.

Esto es lo que se emplea para adiestrar a los bomberos y a los pilotos para reaccionar ante las emergencias: una réplica precisa del estímulo al que se enfrentarán (en una casa en llamas o un simulador de vuelo) y luego un moldeado extenso de la respuesta deseada ante el estímulo. Estímulo-respuesta, estímulo-respuesta, estímulo-respuesta. En las crisis, cuando la gente pierde la razón, ellos actúan de la manera adecuada y salvan vidas.

Esto se hace con cualquiera que pueda encontrarse en una situación de emergencia, desde los niños que realizan un simulacro de incendio en el colegio hasta los pilotos en un simulador. Lo hacemos porque, cuando la gente se asusta, funciona. No les decimos a los escolares lo que deberían hacer en caso de incendio; los condicionamos y, cuando se asustan, hacen lo correcto. A través de los medios también estamos condicionando a los niños para que maten; y, cuando están asustados o enfadados, el condicionante se activa.

Es como si hubiera dos filtros que tenemos que pasar para matar. El primer filtro es el cerebro anterior. Cientos de cosas pueden convencer a tu cerebro anterior para que empuñes un arma y llegues hasta cierto punto: pobreza, drogas, pandillas, líderes, política, y el aprendizaje social de la violencia en los medios, que se ve magnificado cuando provienes de una familia desestructurada y estás buscando un modelo a imitar. Pero tradicionalmente todas estas cosas se topaban con la resistencia que encuentra un ser humano asustado en el cerebro medio. Y con la salvedad de los sociópatas (quienes carecen por definición de esta resistencia), la inmensa mayoría de circunstancias no es suficiente para vencer esta red de seguridad del cerebro medio. Pero si estás condicionado para vencer la inhibición del cerebro medio, entonces eres una bomba de relojería andante, un pseudosociópata que aguarda a los factores aleatorios de la interacción social y la racionalización del cerebro anterior para colocarte en el lugar equivocado en el momento erróneo.

Otra manera de verlo es establecer una analogía con el sida. El sida no mata a la gente; simplemente destruye el sistema inmunológico y vuelve a la víctima vulnerable a la muerte por otros factores.

El «sistema inmunológico a la violencia» existe en el cerebro medio, y el condicionamiento de los medios crea una «deficiencia adquirida» en este sistema inmunológico. Con este sistema inmunológico debilitado, la víctima se vuelve más vulnerable a los factores que posibilitan la violencia, tales como la pobreza, la discriminación, la adicción a las drogas (que puede ofrecer motivos poderosos para cometer un crimen a fin de colmar necesidades reales o percibidas), o las armas y las pandillas (que pueden suministrar los medios y la «estructura de apoyo» para cometer actos violentos).

De ahí que Estados Unidos haya visto una generación de ciudadanos inmunodeficientes que nos ha dado lo acaecido en la escuela de Jonesboro, en la escuela secundaria de Columbine y en la universidad Virginia Tech.

Por más que lo hayan intentado, los gobiernos de todo el mundo no han sido capaces de proteger a sus ciudadanos inmunodeficientes. Y, ciertamente, nunca serán capaces de controlar el crimen violento hasta que dejen de infectar a sus niños.

«Solo tienes que apagarlo» o «¡Que coman brioche!»

Una respuesta común ante cualquier preocupación sobre la violencia en los medios es: «Tenemos un control adecuado. Se llama el botón de apagado. Si no te gusta, apágalo».

Desgraciadamente, se trata de la típica respuesta inadecuada al problema. En la sociedad actual, la estructura familiar está hecha jirones, e incluso en familias intactas existe una enorme presión económica y social para que las madres trabajen. Madres solteras, hogares rotos, niños solos en casa y la dejadez parental son cada vez más la norma. Mediante un esfuerzo descomunal, los padres puede que sean capaces de proteger a sus propios hijos en el mundo actual, pero eso no sirve para mucho si el niño que vive al lado es un asesino.

Lo peor de la solución «apágalo» estriba en que es descarada y profundamente racista en su efecto, si no en la intención, pues la comunidad negra en Estados Unidos es la «cultura» o la «nación» que se ha llevado la peor parte de la habilitación de la violencia por parte de los medios electrónicos. En este caso, pobreza, drogas, pandillas, discriminación y el acceso a las armas de fuego, todo ello predispone a la violencia a más negros que blancos. Estos factores se llevan por delante el primer filtro; luego, la ausencia del segundo filtro, el del cerebro medio, hace el resto.

Bronson James, un locutor de radio negro de Texas en cuyo programa participé, señaló que esto es idéntico al procedimiento genocida mediante el cual el hombre blanco empleó el alcohol durante siglos en una política sistemática para destruir la cultura de los indios americanos. Debido a una variedad de razones culturales y genéticas, los indios tenían una predisposición al alcoholismo y se lo servimos a raudales como parte crucial de un proceso que, al cabo, destruyó su civilización.

El suministro de violencia mediática en los guetos hoy en día es igualmente genocida. Esta violencia mediática es el equivalente moral de gritar «¡Fuego!» en un teatro abarrotado. El resultado es que el homicidio es la primera causa de fallecimiento entre los adolescentes negros, y el 25 por ciento de todos los varones negros en la veintena está en la cárcel, en libertad condicional o bajo fianza. Si esto no es un genocidio, se le parece.

Lo que hace que la solución de «apágalo» sea tan racista es que, si estos homicidios y encarcelaciones les estuvieran sucediendo a los hijos de estadounidenses de las clases altas y medias, sin duda ya habríamos visto alguna solución drástica. Desde esta óptica, creo que la mayoría de las personas estaría de acuerdo en que probablemente la solución «apágalo» está a la misma altura que «¡Que coman brioche!» y «solo obedecía órdenes» en el ranking de expresiones más ofensivas de todos los tiempos.

En la psicología del desarrollo hay un consenso generalizado en que el individuo tiene que tomar el control sobre las áreas gemelas de la sexualidad y la agresividad (el Eros y Tánatos de Freud) para poder tener una vida como adulto verdaderamente lograda. De la misma forma, la maduración de la raza humana necesita un control colectivo de ambas áreas. En años recientes hemos progresado significativamente en el campo de la sexología, y este libro tiene por intención crear y explorar el campo equivalente de una «ciencia de matar» («killology»).

Tras un ataque con armas de destrucción masiva por parte de un grupo o país terrorista, la siguiente amenaza significativa para nuestra existencia son los habilitadores de la violencia en los medios electrónicos. Este libro parece estar dando sus frutos en su objetivo de marcar una diferencia en la desesperada batalla mundial contra el virus de la violencia.

Ojalá sea así, y ojalá encuentres lo que buscas, lector, en estas páginas.

1 Officer Candidate School, escuela militar donde se obtiene el grado de oficial.

Matar

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