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Proceso egosintónico
ОглавлениеLa base evolutiva del desarrollo del proceso egosintónico es el abuso emocional; algunas veces, aunque no necesariamente, está acompañado por otras formas de abuso. La persona ha sobrevivido a una relación con sus padres en la cual el amor y la valoración eran impredecibles. Se daban experiencias negativas cuando se esperaban que fueran positivas; no había manera de confiar en la relación. Para sobrevivir en este contexto social poco confiable y dañino, la persona necesita hacer tres cosas:
1 Retraer su apego emocional
2 Encontrar formas de controlar la relación
3 Encontrar formas de controlarse a sí mismo en las relaciones.
En un documental de televisión sobre el trabajo de Bruno Bettelheim en su Escuela Ortogénica de Chicago, un ex paciente, “Sandy”, actualmente un exitoso agente de bolsa de Wall Street, nos da una visión única sobre cómo se siente estar en esta situación cuando se es niño. Sandy había sido uno de los chicos más perturbados que había pasado por la escuela, con severas fantasías suicidas y homicidas. Había descrito cómo quería cortarle el vientre a Patti, su counselor que estaba embarazada, y destruir a su bebé. Muchos años más tarde, Sandy describe cómo se había sentido siendo él en esos momentos:
La persona que tiene un progenitor que a veces es bueno y amable y otras veces es malo piensa que el mundo es así. En mi propio caso, era así. Creo que cuando llegué a la escuela la dificultad fue, entre otras cosas, que fui confrontado por Patti (su counselor), que era un ser humano maravilloso, decente y muy afectuoso. Yo no podía aceptar el afecto, lo que me causaba aún mayor enojo porque a todo el mundo le gusta aceptar afecto. Pero si uno se condiciona para no aceptar afecto porque cree que al aceptarlo se está exponiendo a que lo vuelvan a lastimar, se pone en una posición en la que no se permite tener la esperanza de que el afecto sea real; y sigue probando para descubrir si es verdadero o no, y ese es el proceso en el cual, paso a paso, descubres si lo es. En cierto sentido, quizás, eso explica mi propia necesidad de herir a aquellos que habían sido buenos conmigo, porque necesitaba descubrir si a pesar de que los hiriera me iba a seguir llegando su cariño… (Bettelheim, 1987).
Quienes trabajan en una institución infantil comprenden perfectamente lo que Sandy quiere decir. Es obvio que la mayoría de las personas que muestran un proceso egosintónico no están tan severamente perturbadas como Sandy lo había estado; sin embargo, la discapacidad social que llevan a su vida de adultos puede ser crónica. Los sistemas de autoprotección que desarrollan para sobrevivir a su abuso emocional se generalizan a las otras relaciones. (Ver la noción de Stern de “RIGs” –“Representaciones de interacciones que han sido generalizadas”–, Stern, 2003; Mearns y Cooper, 2005, 27-30). Las consecuencias sociales de este proceso pueden ser muy diversas. Al aumentar la severidad, aquellos cercanos a la persona la perciben como:
Popular pero inalcanzable → sola y solitaria → controladora → fría → cruel → homicida y suicida.
En su forma leve, el proceso egosintónico lleva a la persona a estar confundida y asustada en sus relaciones. Sabe que las cosas le salen mal. Pero realmente no entiende por qué salen mal. Hizo lo mejor que pudo. Trató de pensar lo que la otra persona quería y hasta intentó ser eso (dentro de ciertos límites). Pero siempre sale mal. Desde la perspectiva de la otra persona, por supuesto, lo que se percibe es la incongruencia de estos esfuerzos y la falta de verdadera empatía.
Otra forma de proceso egosintónico es aquella en la que las personas atraen las relaciones pero fracasan en ellas porque, en última instancia, necesitan ser muy controladoras. Necesitan definir la realidad y protegerse a sí mismos de sus cambios. Se manejan bien a nivel material y funcionan adecuadamente en relaciones más superficiales, pero necesitan ser la “estrella” en la relación: se valora la relación en la medida en que los ponga a ellos en el centro y, por supuesto, no les impongan constantes exigencias. Una y otra vez se sorprenden cuando la otra persona termina la relación a pesar de que hicieron lo mejor que pudieron.
En una forma más severa, la persona es peligrosa para sí misma y para los demás. Se siente tan amenazada por las relaciones que su autoprotección se manifiesta no ya en confusión y control, sino en distanciamiento y aun en violencia. Su temor es tan profundo y la adaptación que ha logrado es tan superficial que el distanciamiento y hasta la destrucción (de sí misma y de los otros) pueden ser la única protección existencial que les queda.
El objetivo de este capítulo es esbozar un panorama general de la nueva teoría centrada en la persona, de modo que no vamos a profundizar los ejemplos de procesos de counseling con consultantes egosintónicos. Sin embargo, el lector puede encontrar ejemplos del trabajo con el consultante llamado “Bobby”, descrito en Mearns y Thorne (2000) y Mearns y Cooper (2005).
Algunos de los desarrollos recientes en la teoría centrada en la persona amplían la población de consultantes a los que se aplica el enfoque. En la profesión de counseling en general, no sólo dentro del enfoque centrado en la persona, hay una tendencia a estrechar los límites de su área de aplicación para crear zonas de comodidad. Es fácil para el counseling establecer límites para trabajar sólo con la denominada población “neurótica”. Excepto con un consultante particularmente difícil, aquel con proceso frágil (ver más adelante en el capítulo), esta población generalmente se adapta a la estructura y la definición que el counselor elige para trabajar. Los consultantes que presentan otra forma de trastorno plantean nuevos desafíos a la relación terapéutica y a la estructura de trabajo. Entre quienes quieran considerar el counseling como un conjunto de sesiones de una hora a intervalos regulares, con un consultante que suele ser cooperativo, puede haber resistencia ante esta definición más amplia del área del counseling. Pero debemos plantear ese desafío porque en el presente el counseling es considerado como una opción válida probablemente sólo por el diez por ciento de la población. Si queremos ampliar su validez, debemos adaptar nuestra teoría a un campo más amplio de sistemas culturales de creencias y lograr mayor flexibilidad y creatividad en la manera en que definimos el contexto terapéutico. Debemos cuestionar la clásica obsesión psicodinámica con la estructura y los límites a la que permitimos dominar las definiciones de lo que es apropiado profesionalmente, porque limita su avance y puede terminar sofocando la profesión.