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Diálogos del sí mismo
ОглавлениеEl concepto de un “diálogo dentro del sí mismo” tiene un atractivo de sentido común en la medida en la que todos estamos familiarizados con la noción de “hablar con nosotros mismos”, pero en los últimos años las observaciones clínicas de profesionales de una amplia variedad de enfoques terapéuticos han compartido la opinión de que los diálogos del sí mismo son algo común (Berne, 1961; Gergen, 1972, 1988, 1991; Brown, 1979; Bearhrs, 1982; Schwartz, 1987, 1997; Rowan, 1990; Hermans et al., 1992; Hermans y Kempen, 1993; Schwartz y Goulding, 1995; Hermans, 1996; Honos-Webb y Stiles, 1998; Rowan y Cooper, 1999; Hermans y Dimaggio, 2004). Esta área ha llegado a ser conocida como teoría de la pluralidad del sí mismo, la persona parece simbolizar su sí mismo como comprendiendo diferentes partes, voces, sub-personalidades, sub-sí mismos o, la palabra que hemos utilizado, configuraciones. (Mearns, 1999; Mearns y Thorne, 2000). Hemos definido este concepto de la siguiente manera:
Una configuración es un constructo hipotético que denota un patrón coherente de sentimientos, pensamientos y respuestas conductuales preferentes simbolizadas o presimbolizadas por la persona como reflejo de una dimensión de existencia dentro del sí mismo. (Mearns y Thorne, 2000; 102).
Pueden encontrar un análisis detallado de esta definición en la referencia anterior (2000; 102-3), pero es importante saber que lo que estamos describiendo no es meramente el hecho de que las personas tienen una variedad de inclinaciones, tendencias o respuestas diferentes, sino que una configuración es un “sí mismo desarrollado dentro del sí mismo” que puede contener un amplio despliegue de elementos: un conjunto de pensamientos, sentimientos y comportamientos que juntos representan una importante dimensión de la existencia de la persona. Dos o más configuraciones pueden estar en diálogo entre sí. Ese diálogo a menudo se experiencia como conflicto, pero el proceso es más constructivo de lo que sugiere el término, puesto que las diferentes configuraciones promueven alternativas de manera tal que la persona puede escuchar todas las posibilidades.
Dentro del enfoque centrado en la persona abundan los trabajos relacionados con el pluralismo del sí mismo (Millar, 1995; Gaylin, 1996; Keil, 1996: Elliot y Greenberg, 1997; Stiles, 1999; Stickens, 2000; Stiles y Glick, 2002; Barret-Lennard, 2005). Mientras que estas observaciones presentan una abundante cantidad de evidencias en favor de la probable existencia de diferentes partes del sí mismo, queremos destacar que sentimos profundamente la necesidad de ser cautelosos. Aunque sin duda el concepto de pluralismo del sí mismo es relevante para muchas personas, no es significativa para todo el mundo. Desarrollamos la teoría de las configuraciones como un medio para responder a los consultantes que simbolizan su sí mismo de manera pluralista. Es ilógico suponer que la teoría debería ser de aplicación universal. No corresponde al enfoque centrado en la persona presuponer que todos nuestros consultantes tendrán configuraciones. Lo que hacemos es trabajar con ellos tal como se presentan a sí mismos. Si la persona se presenta de manera holística, trabajamos con ese todo. Pero si presenta lo que experiencia como diferentes partes, trabajamos con todas estas partes de la persona.
La nueva teoría nos ayuda a enfrentarnos a los desafíos prácticos de trabajar con consultantes que se simbolizan a sí mismos en términos de partes. Mary y Joe nos dan ejemplos:
Mary: | la mayor parte del tiempo soy una princesita: toda dulzura y luminosidad. Una mosquita muerta. Mi princesita se lleva bien con todo el mundo y en general la gente la trata bien. Se desarrolló en mi infancia y todavía anda por acá. Pero también tengo un lado duro, tan duro como suave es la princesa. Yo la llamo mi parte arpía. Tiemblo cuando pienso en ella: es capaz de arrancarte los ojos con las uñas; mejor que no te metas con ella. Ésta también aparecía en mi infancia, y por buenas razones. |
Joe: | Tengo un yo fuerte y un yo débil. Durante años mi yo fuerte odió a mi yo débil pero esto fue cambiando durante mi proceso de counseling. Ahora entiendo cómo surgió mi yo débil; no se trataba sólo de que fuera “patético”, estaba asustado, profundamente asustado. Mi yo fuerte me ayudó a sobrevivir pero también necesito a mi yo débil; tiene partes mías que mi yo fuerte no tiene. |
Mary y Joe están familiarizados con sus configuraciones y hasta les pusieron nombres que reflejan sus temas principales. Para otras personas hay menos familiaridad, menos claridad, pero aun así tienen una sensación de pluralismo, como en el caso de Teri que, al sobrevivir una situación en la que fue rehén, descubrió otra dimensión de su sí mismo:
Teri: | Al principio sólo lloraba, sentía que era lo único que podía hacer. Entonces algo sucedió; dejé de llorar y me volví más fría, clara y decidida. Empecé a elaborar una estrategia. Había leído acerca del hecho de que más rehenes sobreviven cuando se vuelven “conocidos” para sus captores. Entonces dejé de lloriquear y empecé a relacionarme con esa gente. Estaba sorprendida: ésta no era yo hablando, pero en verdad lo era, no estaba “actuando”; estaba siendo “yo”, pero había una parte mía que no reconocía. |
Hemos documentado el trabajo con clientes que simbolizan no sólo dos partes de su sí mismo sino muchas, así como también una compleja dinámica entre la partes. (Ver “Alexander” en Mearns y Thorne, 2000: 120-6). Nuestra primera tarea fue describir un método de trabajo con clientes que simbolizaban a su sí mismo en términos de partes. Esta etapa duró ocho años y dio como fruto el primer texto formal (Mearns, 1999). La dificultad radicaba en conservar un enfoque centrado en la persona consistente y, al mismo tiempo, relacionarse con las diferentes partes. Anteriormente, el criterio aceptado dentro del enfoque era que debíamos “trabajar con el consultante como un todo”. Teníamos que aprender a distinguir eso de “trabajar con la totalidad del consultante” porque muchos de nuestros consultantes no se experienciaban a sí mismos como un “todo”. El sistema que desarrollamos, y que se describe en Mearns y Thorne (2000: 127-43), se parece mucho a la terapia de familia centrada en la persona (O´Leary, 1999): todas las partes están relacionadas, pero actualmente algunas están en conflicto, y debemos ofrecer una relación terapéutica a cada una de ellas. La tarea final fue formular una teoría que pudiera describir la formación y la existencia de configuraciones. El proceso implicaba combinar la teoría de Rogers acerca de la estructura del sí mismo con la nueva evidencia proveniente de nuestras observaciones clínicas. Esto dio por resultado cuatro proposiciones teóricas más.