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XXVIII CONTRA ÁFOBO, II INTRODUCCIÓN

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Demóstenes ejerce su derecho de réplica al discurso pronunciado por Áfobo. Entre los cargos que aquél había presentado contra su antiguo tutor figuraban el de no haber arrendado el patrimonio y la ocultación de las disposiciones testamentarias de su padre, pero Áfobo, exculpándose, manifestó que aquella omisión se debía a que el propio testador había recomendado que no se hiciera, con el objetivo de disimular la herencia y no responder de una deuda ante el Estado. La acusación era de extrema gravedad, pues quienes se hallaban en tal situación eran reos de degradación cívica, hasta el pago total del débito, y su hacienda, naturalmente, podía ser confiscada.

Según Áfobo, Gilón, padre de Cleobula y, por ende, abuelo materno de Demóstenes, había incurrido en una multa ante el Estado. No saldada dicha deuda en el plazo fijado por la ley, se habría duplicado y, además, transmitido a la descendencia por vía masculina. Mas por esta transmisión podría verse afectado nuestro orador, porque Gilón, según dice L. Gernet 1 , pudo haber hecho a su yerno «único kýrios de su hija, y a su hija heredera de sus bienes. El caso es, en suma, análogo al de una epiclera, pues el hijo de una epiclera es heredero y continuador de su abuelo materno». En estas circunstancias, pues, el riesgo que podía correr Demóstenes era muy grave.

El presente discurso, consecuentemente, es una réplica al de Áfobo, pretende demostrar la inexistencia de la deuda y la inconsistencia del alegato de la disimulación del patrimonio, y, por lo demás, recuerda y resume los argumentos del primero.

[1] Aunque son numerosas y graves las mentiras que ante vosotros ha proferido Áfobo, intentaré, en primer lugar, refutar aquella de sus alegaciones por la que me enojé más. En efecto, dijo que mi abuelo era deudor del erario, y que por ello mi padre no quería que se arrendase el patrimonio, para que no corriese riesgos 1 . Aduce este pretexto, pero de que aquél hubiese muerto siendo deudor no presentó testimonio ninguno, sino que, aguardando al último día, incluyó la atestación de que fue deudor y la reservó para el discurso de contestación, convencido de que en su [2] virtud desacreditaría la causa. Bien, si os la lee, poned en ella vuestra atención, pues descubriréis que atestigua, no que debe, sino que fue deudor. Consecuentemente, procuraré refutar en primer lugar esa base sobre la que se siente más seguro y que nosotros negamos. Bien, si entonces hubiese sido posible y no hubiéramos sido víctimas del tiempo, habríamos presentado testigos de que la cantidad fue satisfecha y todas las cuestiones con el estado habían sido liquidadas por él; ahora, por medio de indicios significativos demostraremos que ni era deudor, ni sobre nosotros, que poseíamos los bienes abiertamente, se cernía peligro alguno. En efecto, en primer lugar, Demócares, [3] que está casado con la hermana de mi madre, hija de Gilón, no ha ocultado su fortuna, sino que es corego 2 , trierarco, presta las demás liturgias y no siente ninguno de tales temores. Además, mi mismo padre puso de manifiesto, entre los otros bienes de su hacienda, cuatro talentos y tres mil dracmas, cuya constancia en el testamento y percepción por ellos mismos declaran estos sujetos, convirtiéndose en mutuos testigos de cargo. Todavía más: el propio [4] Áfobo junto con los cotutores manifestó al estado el montante de los bienes relictos, constituyéndome en cabeza de la simoría 3 con no pequeñas tasas, sino de una cuantía tal como para tributar quinientas dracmas por cada veinticinco minas. Ciertamente, si hubiera algo de verdad en esas afirmaciones, no habría hecho nada de esto, sino que hubiese tomado todas las precauciones. En realidad, Demócares, mi padre y estos mismos individuos evidencian que obran a las claras y no temen ningún riesgo de tal naturaleza.

Pero lo más extraño de todo es que, pese a decir [5] que mi padre no permitía arrendar el patrimonio, no exhiben en ningún sitio el testamento, por el que sería posible saber la verdad exacta, sino que, tras haber hecho desaparecer un testimonio de tal importancia, creen que entre vosotros se les ha de conceder crédito a la ligera. Todo lo contrario, debieron ellos, tan pronto como hubo muerto mi padre, previa convocatoria de numerosos testigos, haber pedido que sellaran el testamento con objeto de que, si había algún punto controvertible, fuera posible recurrir al tenor [6] literal y averiguar la verdad de todo. Mas, en realidad, exigieron que se sellaran otros documentos en los que no habían sido anotados muchos de los bienes relictos y que eran simples memorias; pero el testamento auténtico, por el que se convertían en plenipotenciarios de las disposiciones que habían mandado sellar y de todos los demás caudales, y les dejaba libres de la acusación de no haber arrendado el patrimonio, ése no lo sellaron ni lo devolvieron. Justo es, pues, creerles en lo que sobre estos puntos digan.

[7] Yo no sé qué significa esto: mi padre no permitía arrendar el patrimonio ni hacer manifiestos los bienes. ¿A mí? ¿O al Estado? Pues parece que habéis hecho lo contrario: los hicisteis manifiestos a éste, y para mí los habéis convertido en invisibles, y ni siquiera exhibís aquéllos por cuya tasación pagabais las contribuciones. Mostrad, en efecto, esa fortuna, cuál era, en dónde me hicisteis su entrega y ante [8] quién. Porque los dos talentos y las ochenta minas los percibisteis de los cuatro talentos y tres mil dracmas, de suerte que no incluisteis estas cantidades en la estimación a mi nombre ante el erario, pues eran vuestras en aquellos tiempos. Y en verdad, de la casa, los catorce esclavos y las treinta minas que me entregasteis, no es posible que la contribución llegara a ser de una cuantía tan grande como la que vosotros [9] concertasteis ante la simoría. Sino que es forzoso que los bienes relictos, que son muy superiores a éstos, los tengáis todos en vuestro poder, pero al veros manifiestamente convictos de haberlos saqueado os atrevéis a recurrir a semejantes embustes. A veces os achacáis las responsabilidades unos a otros, y otras sois mutuos testigos de cargo de haberlos tomado. Aunque decís que no recibisteis mucho, habéis presentado cuentas de gastos elevados. Si bien todos en común ejercisteis la tutela sobre mí, cada uno en particular después hace sus maquinaciones. Habéis ocultado el testamento, por cuya virtud sería posible saber la verdad de todo, y evidenciáis no decir jamás lo mismo unos respecto de otros.

Toma ahora los testimonios y léeselos todos por orden, para que, presentes en su memoria las testificaciones y afirmaciones, las aprecien con mayor exactitud.

Discursos privados I

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