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Capítulo 3
En marcha hacia el primer proceso

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La vía ordinaria es el camino por el que la lista escrita de puño y letra del traidor llega a la Sección de Estadística, dirigida por el coronel Sandherr, el 27 de septiembre de 1894. Aunque, a continuación, el agregado Maximilien von Schswartzkoppen se obstina en negar su imprudencia, se comprueba que el documento procede de su cubo de basura. La lista y otros documentos llegan a manos del comandante Henry, el receptor de los papeles robados en la embajada por la señora Bastian.

La investigación que conduce hasta Dreyfus

Desde el descubrimiento de la lista hasta la detención de Alfred Dreyfus se lleva a cabo una investigación a toda prisa. Esta investigación ha sido ordenada por el ministro de la Guerra, el general Mercier. Pero, ¿qué pista debe seguirse? Los investigadores se encuentran ante un obstáculo. Se sospecha enseguida que el traidor pertenece al cuerpo de oficiales del estado mayor.

El único medio eficaz de comprobarlo es comparar la letra de la lista con la de los oficiales. Se realiza un primer intento entre los diferentes servicios del Ministerio, pero resulta en vano. Como se trata de un manual de tiro de artillería, se piensa en primer lugar que el culpable forma parte de ese cuerpo. Pero la investigación que se inicia no da resultados.

Al final, un lugarteniente coronel, recientemente nombrado, sugiere que los términos del documento indican que el culpable ha debido desempeñar sus funciones en diversos despachos y sólo los oficiales en prácticas tienen ese privilegio. Uno de ellos es el capitán Dreyfus, el único judío, que además está en artillería. La pista conduce inevitablemente a él.

No obstante, se necesita una prueba tangible para inculpar a Dreyfus. Se busca un documento escrito de su puño y letra y se compara su letra con la de la lista. La semejanza resulta sorprendente a ojos de sus detractores. No hay duda.

El cerco se cierra sobre Dreyfus. El único inconveniente a esta sospecha es que, contrariamente a lo que indica la lista, Dreyfus no ha salido de maniobras en los últimos tiempos. Pero este es un detalle sin importancia, una cuestión que se podrá resolver más tarde. Por el momento, ya tienen al culpable.

El general De Boisdeffre, jefe del estado mayor, es puesto al corriente de las novedades. De Boisdeffre conoce a Dreyfus y lo aprecia, lo que no ayuda a Mercier. Sin embargo, Sandherr no pone ningún obstáculo, su antisemitismo lo conduce visceralmente a acusar al capitán.

Otros oficiales superiores a quienes se les pregunta su opinión encuentran buenas razones para desconfiar de ese judío alsaciano, porque además hay una parte de su familia que se ha quedado allí, al otro lado de la frontera, en casa del enemigo alemán.

El general Mercier llama entonces a un especialista, el comandante Du Paty de Clam, versado en grafología y considerado como un oficial inteligente y sutil. Él también es antisemita (su hijo será nombrado responsable de asuntos judíos bajo el gobierno de Vichy).

Tras el peritaje, Du Paty de Clam concluye que las dos escrituras se asemejan, la de la lista y la de Dreyfus, a pesar de algunas reticencias, muy pocas, para frenar la investigación judicial que se inicia con el enfrentamiento, en el despacho del general De Boisdeffre, entre Dreyfus y Du Paty de Clam en la supuesta jornada de inspección general de los oficiales en prácticas.

El general Mercier da a conocer el caso al Consejo de Ministros restringido. Los frágiles lazos diplomáticos que unen a Francia y Alemania corren el riesgo de sufrir las consecuencias de este caso de espionaje. Por tanto, hay que acallarlo, sofocarlo en la medida en que todavía no es completamente seguro. Pero el general Mercier no lo cree así y no está dispuesto a que se ponga en duda su credibilidad y su fe. Y como parece tener cierta influencia entre los ministros, decide que es imprescindible detener al individuo.

La comprobación de las pruebas se activa. Se solicita a un experto en grafología del Banco de Francia, un tal Gobert, que ratifique el peritaje de Du Paty. Sin embargo, este experto no parece convencido de la opinión técnica del comandante Du Paty, y pone en evidencia las numerosas disparidades entre las dos letras.

Entonces, se convoca a otro experto, el jefe del Servicio de Identidad Judicial de la prefectura, Alphonse Bertillon, quien, sin tomar verdaderas precauciones, afirma que se trata de dos escrituras idénticas y, por consiguiente, procedentes de la misma mano.

Du Paty es designado como oficial de la policía judicial y debe proceder a la detención del capitán Dreyfus.

El interrogatorio en el Ministerio se desarrolla como estaba previsto. El acusado escribe al dictado una carta cuando se le pide con una excusa falsa. Du Paty consigue, de esta forma, la prueba definitiva de la culpabilidad de Dreyfus: ¡ha temblado!

Durante el interrogatorio, los componentes de la conspiración han previsto, incluso, que Dreyfus quiera acabar con sus días al verse desenmascarado: colocan un revólver cargado cerca de él para que… El comandante Henry, que desempeñará un papel muy importante en este caso, está escondido detrás de una cortina.

La detención de Dreyfus

Con Alfred Dreyfus en la cárcel, ¿qué ocurre con su familia? Du Paty, que ha ido a registrar el domicilio del acusado, pone al corriente a Lucie Dreyfus inmediatamente. Sin embargo, Lucie no conoce las razones de la detención ni sabe lo que le puede ocurrir a su marido.

Mientras tanto, el capitán se desespera en la cárcel. Casi no come, proclama su inocencia, se golpea la cabeza contra las paredes, ríe y chilla por la noche como un demente, según explican sus guardianes. Únicamente el comandante Forzinetti, el director de la cárcel de Cherche-Midi, se convence rápidamente de la inocencia de su inquilino. Más tarde, esta opinión le supondrá la destitución.

Por otra parte, se llega a decir que, durante la detención, Dreyfus ha confesado su delito al oficial Lebrun-Renault, que después reproduce. Esta confesión estará durante mucho tiempo vertida en el informe abrumador de Alfred Dreyfus. Evidentemente, aunque el condenado niega esta información, Lebrun-Renault vuelve siempre sobre ella.

EL ANTISEMITISMO EN FRANCIA A FINALES DEL SIGLO XIX

Después de la Revolución Francesa, los judíos tienen derecho a ejercer cualquier tipo de trabajo y se integran en la sociedad francesa. Tras la Declaración de los Derechos Humanos, los judíos se convierten en ciudadanos completos. En 1886, en Francia hay más de cien mil judíos, mientras que la población total se acerca a los treinta millones de habitantes.

A pesar de todo, a los judíos se les señala con el dedo, se les avergüenza, se les castiga. Esta situación dura desde hace mucho tiempo. Cada uno tiene sus razones para hacerlo.

Lo que es nuevo en este fin de siglo es la institucionalización del antisemitismo, que tiene sus propios órganos de prensa, sus ligas, sus pensadores. El pensamiento antisemita se hace reflexivo, se alía con la moral de la intolerancia a partir de 1880. Escritores, políticos, polemistas, legisladores, estudiantes, aristócratas, la alta burguesía y también una parte de la población son profundamente antisemitas.

El escritor Maurice Barrès se convierte en el portavoz. Jules Soury, en su obra Campagne nationaliste, dedicada al general Mercier, teoriza sobre el racismo biológico e instaura un estado de guerra entre lo que él llama los franceses, por un lado, y los francmasones, judíos y protestantes, por otro, caracterizados, según él, por un «pensamiento libre, sin tradición, sin servidumbre voluntaria».

Numerosas obras y artículos de prensa dan la palabra al antisemitismo. De La Francia judía, de Édouard Drumont (1886), se venden cerca de cien mil ejemplares. El periódico La Croix, de tendencia asuncionista, y sus ediciones de provincia multiplican los ataques antisemitas. La prensa de derechas se apodera ampliamente del debate sobre el poder de los judíos que sacude la Francia de finales del siglo XIX. La Libre Parole llega incluso a organizar un debate abierto sobre el tema: «¡Medios prácticos para llegar al aniquilamiento del poder judío!».

En el Parlamento, algunos diputados de extrema derecha no dudan en preconizar la creación de guetos, la deportación e incluso la exterminación de todos los judíos de Francia.

Pero, ¿qué razones hay para que los judíos sean señalados con el dedo? Para los católicos conservadores intolerantes, los judíos simbolizan a los asesinos de Jesús. Para el hombre de a pie, representan esencialmente el poder del dinero y los males que provocan la desgracia de los demás franceses.

El hecho de que suelan ser generalmente extranjeros no es una verdadera razón. En definitiva, se les atribuye la responsabilidad de los problemas económicos e ideológicos de este fin de siglo. El desconcierto imperante pone al margen de la sociedad al judío errante, al intelectual amoral y desarraigado, al artífice del dinero industrial… Se cree que debe de haber obligatoriamente un culpable de la injusticia social, de la desaparición de los valores tradicionales de respeto al poder y de jerarquía, de la ruina de las tradiciones monárquicas, de estas mutaciones profundas relacionadas con el paso de la sociedad tradicional a la sociedad republicana.

En la imaginación de muchos, los judíos son seres sin patria, unos seres errantes que sólo se muestran interesados por el dinero y que urden un vasto plan contra Francia para apropiarse de las riquezas humanas y terrestres (se trata del «peligro judío» tantas veces vaticinado por los antisemitas). Al banquero Rothschild se le hace responsable de la caída de la Unión General, un banco católico.

Para el antisemita, lo primero que hay que defender es la economía francesa y el ejército francés. Esta es la razón por la que se lleva a cabo una gran campaña contra la intrusión de los judíos en el ejército, y con más motivo su intrusión en el estado mayor. El periódico La Libre Parole de Drumont se levanta contra los oficiales judíos nombrados en el ejército desde 1892.

Esta es la razón de que Alfred Dreyfus empiece a estar mal visto, por su nombramiento como oficial en prácticas en el estado mayor. Un oficial judío, el capitán Crémieu-Foa, reacciona en nombre de los oficiales de su confesión retando a Drumont a un duelo (los dos protagonistas acabarán ligeramente heridos). Este es el primero de una larga serie de duelos.

Sin embargo, el antisemitismo no es solamente un asunto de la extrema derecha. Desde la extrema izquierda, obsesionada por el poder del dinero, se acusa a los judíos de ser los responsables de la miseria de los obreros, de la injusticia social.

Los judíos son extremadamente caricaturizados en esta época. Además de su retrato moral y psicológico, se ataca su aspecto físico, estigmatizándolos con características que pretenden hacerlos identificables.

Así, por ejemplo, los judíos poseen «esa famosa nariz curvada, ojos parpadeantes, dientes apretados, orejas salientes, uñas cuadradas en vez de redondas en forma de almendra, el torso demasiado largo, el pie plano, las rodillas redondas, el tobillo extremadamente salido hacia fuera, la mano blanda y sudorosa del hipócrita y el traidor. A menudo, suelen tener un brazo más corto que el otro»…[3]

Para muchos escritores (Léon Bloy, Maurice Barrès…) y personalidades de todos los ámbitos, los judíos aportan la fealdad del mundo, todos los defectos, todas las ignominias posibles.

Además, como Dreyfus es alsaciano, la ecuación «judío es igual a Alemania» se establece enseguida, y esta asociación de ideas despierta un espíritu de revancha que se apodera de los franceses después de Sedan.

Pero ¿es verdad que el caso Dreyfus está completamente relacionado con el aumento del antisemitismo en Francia? Este es un asunto que no resulta tan evidente para algunos historiadores, que recuerdan que muchos antisemitas estaban a favor de Dreyfus. ¿Lo estaban porque sólo pretendían reaccionar contra un error judicial flagrante, o porque los generales incriminados formaban parte de ese gobierno que ellos querían derrotar?


A partir del 18 de octubre, el comandante Du Paty de Clam acude a interrogarlo a su celda. Le hará muchas pruebas de escritura utilizando las palabras de la lista. También se envía un médico para que atienda al condenado, el cual le receta calmantes.


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3

Drumont, Édouard, La France juive, essai d’histoire contemporaine, Maspon et Flammarion, 1886.

El caso Dreyfus

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