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Capítulo 1
La detención (1894)
Aturdido por la escritura

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En un remoto rincón del pensamiento de Alfred se había instalado un vago presentimiento, la impresión casi imperceptible de que algún acontecimiento anormal podría suceder. Él piensa que quizá se deba a la extraña convocatoria que había recibido el día anterior, sábado, pidiéndole que el lunes por la mañana a las nueve se presentara en el gabinete de M., el jefe del estado mayor del ejército, para someterse a una inspección general de los oficiales en prácticas.

Esta convocatoria no tenía en sí misma nada de extraordinario, las inspecciones en el ejército eran frecuentes. Sin embargo, dos detalles habían sorprendido a nuestro joven oficial durante la lectura de la convocatoria. En primer lugar, la hora tan temprana para una inspección, que normalmente se realizaban al acabar la jornada, y, en segundo lugar, la recomendación de que se presentara vestido de paisano, algo que parecía completamente inadecuado para ese acontecimiento.

Alfred Dreyfus no se preocupa en exceso, simplemente le queda una ligera duda que no tiene, por ahora, respuesta. Al día siguiente acudirá sin falta a la cita. No hay que ponerse en contra del destino. 1894 estaba resultando un buen año para el capitán Dreyfus, no había que estropearlo con preocupaciones inútiles. Este año transcurría mejor que los anteriores. 1893 había sido el escenario de muchas desgracias que supusieron un duro golpe para la tranquilidad familiar: por un lado, la muerte de su padre, y por otro, la doble enfermedad de su mujer, Lucie, y de su hijo mayor, Pierre, que ya estaban recuperándose.

Así pues, el capitán Alfred Dreyfus, un joven oficial en prácticas en el estado mayor, se presenta vestido de paisano a su cita el lunes 15 de octubre de 1894. Desde la calle Trocadero, donde vive, va a pie hasta la sede del Ministerio de la Guerra, en la calle Saint-Dominique. Acaba de despedirse de su mujer y sus hijos sin saber que no los volverá a ver en mucho tiempo.

Son las nueve de la mañana y hace frío. A su llegada, el comandante Picquart lo recibe y le hace subir al despacho del general De Boisdeffre, jefe del estado mayor general del ejército. Pero hay algo que sorprende a Alfred: los demás oficiales en prácticas no están presentes. Todos deberían haberse presentado a esta convocatoria… Otra sorpresa para el capitán Dreyfus: el general no está en su despacho. En su lugar hay un desconocido, el comandante Du Paty de Clam, oficial delegado de la policía judicial – aunque eso Dreyfus no lo sabe todavía—; y, en un rincón, otros tres individuos vestidos de paisano, que observan al capitán.

Después de algunas formalidades de inscripción para prolongar la superchería de la inspección, el comandante Du Paty pide a Dreyfus que escriba una carta que quiere dirigir al general De Boisdeffre: él no puede hacerlo porque le duelen los dedos (Dreyfus se da cuenta entonces de que lleva un guante en la mano). El joven capitán escribe la carta al dictado.

¿De qué carta se trata? ¿Y por qué le han tendido una trampa a Dreyfus? Sin anticipar las explicaciones que serán el objeto de los capítulos siguientes, hay que precisar, sin embargo, que el contenido de la carta que el oficial-policía hace escribir a Alfred es la síntesis retocada de un documento descubierto en la embajada de Alemania por el Servicio de Información francés. El documento original es muy importante para las personas que lo exponen a Dreyfus, ya que contiene importantes informaciones militares que un desconocido – un traidor de la nación— ha enviado al conde Schwartzkoppen, agregado militar en la embajada de Alemania. Este documento es una pieza clave en el juicio entablado contra Dreyfus que recibe comúnmente el nombre de la lista. Por múltiples razones que veremos más adelante, las sospechas se dirigen al capitán Alfred Dreyfus.

Tras copiar el encabezamiento de la carta, Dreyfus llega al pasaje que más interesa al comandante Du Paty de Clam. Este pasaje se ha quedado tal cual, sin tachaduras – se trata de la enumeración de la información militar que el autor de la lista dirige al conde Schwartzkoppen—. La escritura de Dreyfus, regular hasta entonces, se ensancha. Du Paty de Clam, persuadido de que Dreyfus se ha turbado con la lectura de lo que el oficial cree que es obra suya, lo interrumpe de repente diciéndole que está temblando. Dreyfus responde que lo único que le pasa es que tiene frío en las manos – hay que señalar que en la calle hace mucho frío y que el capitán aún no ha entrado en calor en la sala del Ministerio que, no obstante, es cálida—. Evidentemente no lo creen y Du Paty afirmará que hacía buen tiempo y que Dreyfus mentía. El informe de Ormescheville, que relata la entrevista entre el oficial de policía y el acusado, y que será registrado el 3 de diciembre de 1894 para el consejo de guerra, dice lo siguiente:

El señor comandante Du Paty de Clam (…) le hizo escribir una carta en la que se enumeraban los documentos que figuraban en la carta misiva incriminada. En cuanto el capitán Dreyfus se dio cuenta del objetivo de esta carta, su escritura, hasta entonces regular, normal, se hizo irregular y se turbó de manera manifiesta para los asistentes. Interpelado por los motivos de su turbación, declaró que tenía frío en las manos. Ahora bien, la temperatura era buena en los despachos del Ministerio (…) y las primeras cuatro líneas escritas no presentaban ninguna señal de la influencia del frío[2].

El comandante sigue con el dictado, pero de repente se detiene. Con un tono decisivo, se dirige a Dreyfus:

Queda detenido en nombre de la ley. Se le acusa del delito de alta traición.

Sin explicarle el motivo, lo detienen en el acto. El joven capitán proclama su inocencia e interpela a los otros tres individuos que hay en la sala y que se apresuran a cachearlo. Du Paty de Clam sigue con su interrogatorio – que será breve, pues el informe no sobrepasa las veinte páginas—: ¿Tiene enemigos que quieran tenderle un trampa? ¿Ha salido recientemente de maniobras? ¿Está en contacto con algún miembro de la Sección Técnica de Artillería? Preguntas a las que el capitán Dreyfus no sabe y no puede responder, ya que una bocanada de angustia le oprime el corazón y el alma. Alfred Dreyfus es conducido a la prisión militar de Cherche-Midi sin explicación alguna, sin saber de qué se le acusa.

En la cárcel se viene abajo. Ha sido todo demasiado repentino. No ha podido ver a su familia, no ha podido justificarse. Pero, ¿de qué tendría que justificarse? Alfred tiene el vago presentimiento de que todo se ha urdido para acusarlo a él, judío, con un simple documento escrito de su puño y letra en el que su letra se parece a la del verdadero autor de un documento de espionaje, una lista descubierta en la embajada alemana.

Al día siguiente del arresto de Dreyfus, el comandante Du Paty de Clam ordena el registro del domicilio del capitán, pero no obtiene nada que pueda utilizar en su contra. Sin embargo, este hecho no detiene en modo alguno la puesta en marcha de una investigación que, según las instancias policiales, fue bastante costosa.

ALFRED DREYFUS

Alfred Dreyfus nace en el seno de una familia alsaciana establecida desde hace mucho tiempo en la región. Su bisabuelo, su abuelo y su padre nacieron en Rixheim, un pequeño pueblo alsaciano cerca de Mulhouse, y vivieron en el lado francés desde varias generaciones anteriores. Para demostrar su voluntad de integración en la nación francesa y su preocupación por participar en una economía en pleno desarrollo, el padre de Alfred, Raphaël Dreyfus, afrancesa su apellido (de Dreÿfuss pasa a ser Dreyfus). La familia se instala entonces en Mulhouse. Los Dreyfus, que al principio eran pobres, entran en una situación holgada gracias a la prosperidad creciente de los negocios de Raphaël, que triunfa en el sector textil y funda su propia fábrica de hilados de algodón en 1862. Tras la anexión de Alsacia por Alemania, debido a la derrota de Sedan y a la capitulación de Napoleón III, la familia Dreyfus se decanta por la nacionalidad francesa. Según Alfred, la ocupación alemana es el detonante de su voluntad de abrazar la carrera militar.

Nacido en Mulhouse en 1859, Alfred Dreyfus es el benjamín de una familia de nueve hermanos. Con su hermano Mathieu, que desempeñará un papel importante en la revisión del proceso, se traslada a París decidido a entrar en las mejores escuelas tras una corta estancia en una escuela de Bâle, ¡donde las clases son en alemán! Así, entra en el colegio Sainte-Barbe en 1873. Regresa a este mismo centro unos años más tarde, después de haber aprobado el bachillerato que se ha preparado solo, para preparar su ingreso en la Escuela Politécnica. En 1880 sale de esta famosa escuela militar con grado medio. Tiene en ese momento 21 años. El joven Alfred es nombrado lugarteniente en la Escuela de Aplicación de Fontainebleau y, finalmente, oficial.

A los 30 años, Alfred Dreyfus está en Bourges, donde lo nombran capitán. Entonces decide solicitar su ingreso en la Escuela de la Guerra, que acaba de crearse a imagen y semejanza de la Academia Superior de Berlín. Durante una estancia en París conoce a su futura mujer, Lucie Hadamard, también judía, hija de una familia rica (el padre es comerciante de diamantes). Es la hermana del capitán Hadamard, politécnico agregado en Bourges, como Alfred, que se ha convertido en su amigo. El joven Dreyfus entierra entonces su vida de muchacho, que sus detractores calificaron de disoluta, y se casa el 21 de abril de 1890, al día siguiente de haber aprobado su ingreso en la Escuela de la Guerra.

En esta escuela, Dreyfus brilla por sus excelentes notas y su indiscutible interés. Se licencia con el número nueve de noventa y un candidatos, y enseguida es nombrado oficial en prácticas en el estado mayor del ejército en enero de 1893. La clasificación obtenida se lo permitía. Pero es posible que Alfred Dreyfus también se beneficiara de un cambio de voluntad en el seno del estado mayor del ejército, que a partir de entonces prefirió otorgar los más altos rangos a los oficiales procedentes de las grandes escuelas en vez de a los hombres con rango.

Aquellos años fueron los más felices en la vida de Alfred. Todo le sonreía. El éxito profesional, primero, junto a una situación financiera sin inconvenientes (las fortunas de Dreyfus y Hadamard juntas provocaban la envidia a más de uno) y, en segundo lugar, la alegría de ver cómo su familia se ampliaba con el nacimiento de sus dos hijos: Pierre, el varón, que nace en 1891, y luego Jeanne, en febrero de 1893.

El futuro parecía prometedor, nada impedía que el joven oficial subiese, lento pero seguro, los escalones de una carrera militar sin obstáculos. Cuando fue detenido en 1894, Lucie Dreyfus no había cumplido los 25 años.

El Dreyfus militar era un judío alsaciano orgulloso de pertenecer al ejército francés, al que estaba volcado en cuerpo y alma. El honor y la patria no eran para él palabras vanas. Tenía, según declaró su hijo Pierre, un pensamiento tierno hacia todos aquellos alsacianos oprimidos por el invasor alemán y hacia la Francia derrotada en un conflicto del que sería necesario preparar la revancha. Alfred Dreyfus fue siempre un militar dócil y obediente, respetuoso con la jerarquía y preocupado por no contestar nunca a un mando superior, lo que hizo decir a muchos que él mismo habría podido ser perfectamente más desfavorable a su causa que sus propios detractores. Durante todo el caso, Dreyfus no dejó de confiar nunca en sus superiores honrados y rectos, y de pensar que la verdad se descubriría un día gracias a su intervención. El ejército francés que lo había admitido en sus filas, a él, un judío alsaciano, no podía abandonarlo de manera tan injusta. Esta sumisión ciega le costará cinco años de su vida… La única lucha en que se empeñó Alfred Dreyfus a lo largo del caso fue la restitución de su honor y de su dignidad humana. La fe en la justicia y en el restablecimiento de la verdad le permitió sobrevivir en la isla del Diablo durante su deportación.

Por desgracia, el carácter y la apariencia de Dreyfus perjudicaron enormemente su causa, incluso a ojos de sus propios defensores. No daba pena en el juicio, ni estaba dotado del encanto que hubiera podido garantizarle una imagen favorable. Como militar, sus superiores no tenían nada que achacar a su comportamiento: dijeron de él que tenía mucho ánimo, que era un intrépido caballero, inteligente, que incluso dirigía bien. Sin embargo, no gustaba. Su carácter tímido, cerrado, y su apariencia poco simpática desagradaron a más de uno. La gente allegada a Dreyfus lo describió como un ser tímido, reservado. Era demasiado reservado para ser creíble frente a una opinión pública que lo único que esperaba de él eran lágrimas, lamentaciones, súplicas, incluso confesiones desgarradoras. A Dreyfus también se le reprochó la monotonía de su voz, una voz que todos aquellos que se codearon con él señalaron con el dedo. Una voz desagradable, desprovista de emoción. Y, además, poseía una mirada sin pasión en una época en que estas se desataban. Dreyfus murió con la misma mirada en sus ojos: una mirada que revelaba no haber comprendido el desencadenamiento de las pasiones levantadas a su alrededor. Entonces, ¿los individuos, las personalidades del mundo de las letras, las artes y la política que lo defendieron, lo hicieron por el individuo en sí, por lo que muchos de ellos afirmaron no soportar? ¿Por quién y por qué se pelearon? No fue el hombre el objeto de su defensa, fue un símbolo. Y ese símbolo debía ser completo y estar absolutamente volcado en su causa. Ahora bien, el caso no fue así. Alfred Dreyfus luchó por recuperar su honor perdido, por obtener la readmisión en el ejército, y el antimilitarismo de algunos de sus defensores no podía satisfacerse con esa voluntad. Tras su rehabilitación, no se le perdonó haberse desinteresado de la causa que él mismo había hecho nacer. Pero él no fue en absoluto el responsable, se quiso jugar con él a sus espaldas.

Alfred Dreyfus fue en realidad un ser razonable. Este hombre no expresó ideas ni sentimientos. La correspondencia con su esposa Lucie —¿quizá porque sabía que todo lo que escribiera iba a ser leído? – no revela ninguna efusión de sentimientos. Se dijo de él que no tenía imaginación, que no expresaba sus agitaciones internas, que no se salía del marco asignado al papel que debía desempeñar.

Una vez concluido el caso, Dreyfus volvió con su familia y no la abandonó jamás. En 1901 publicó su correspondencia en el libro Cinco años de mi vida.

2

Los diálogos, declaraciones, réplicas, debates y otros extractos citados en este libro no son en absoluto imaginarios. Para obtener los textos íntegros se pueden consultar las fuentes de información que se indican al final de la obra. Las citas son verídicas, pero a la fuerza incompletas; con su inclusión en el libro se ha pretendido relatar una realidad cercana a los hechos.

El caso Dreyfus

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