Читать книгу El almacén de los recuerdos - Denise Arredondo - Страница 7
ОглавлениеInfelizmente perfecto
Era lunes por la tarde, sentía un poco de angustia en mi pecho, melancolía, ansiedad, deseos, tantos sueños. Millones de pensamientos rondaban por mi cabeza, estaba aturdida de tantas voces, de tanto caos dentro de mí.
Supuse que lo mejor era salir de este encierro, caminar por las calles de mi barrio, y sentarme en algún parque, y así fue. Caminé, caminé y caminé, hasta que encontré un hermoso lugar, un lugar con la apariencia de un bosque desnudo, con la simpleza de un lugar único. Un pequeño lago, unas sillas de piedras, pájaros, flores y vida. Me senté en una de aquellas sillas que daban la vista hacia el lago y el hermoso atardecer.
Mis voces aún seguían, la tristeza aún estaba allí, amontonándose de a poco, porque sabía que en algún momento llegaría la catarsis del llanto, y así fue, encontré tanta paz en aquel lugar, tanta vida sin mí, y comencé a llorar, primero una lágrima, después un suspiro y, en menos de dos segundos, diez mil lágrimas y mil suspiros, más voces, más melancolía, todos haciendo fila para salir. No entendía el porqué, el porqué de tantas cosas que me sucedían, el porqué de la gente que hablaba por encima de mí, los murmullos de los demás que te hacen sentir aún peor de lo que uno se puede sentir, el que critica y no sabe la batalla que uno está luchando por dentro; la gente es mala, los murmullos son odiosos, pero mi alma también lo era, mi ser se había contagiado de esas voces sin vida, de esa maldad llena de lástima. No podía dejar de llorar, llenaba el lago con tantas lágrimas cayendo sin parar. Y sentí una presencia, sentí que no estaba sola, alguien más estaba en este lugar, antes de levantar mi cabeza pensé: “por Dios, gente por acá y yo haciendo un papelón de estos”, levanté mi mirada lentamente, solo para ver quién estaba sentado allí, en la otra silla de piedra.
—Qué mundo tan infelizmente perfecto, ¿no? –Era mi abuelo, esa voz la reconocí inmediatamente y aquella frase la escuché más de una vez, siempre que algo me sucedía, él me decía aquella frase, solo eso, nunca proseguía, solo su frase y se marchaba.
—Sí –dije sin interés alguno de seguir la charla, sabía que después de esa frase él se iría a tomar su café, a leer su diario y me dejaría sola aquí, como si no hubiese visto esa tristeza detrás de mis ojos.
—Te vi salir de casa, te vi caminar sin dirección alguna, y llegaste hasta aquí, es este lugar al que de joven yo también venía, estas sillas son nuevas, lindas piedras, pero prefiero sentarme en el pasto, para tocar un poco el agua de este lindo lago. –Seguidamente, se sentó en el pasto, estiró sus piernas y se las dejó al agua, para que con su movimiento las acaricien.
—¿Sabés? Este lago también contiene mis lágrimas, hay una mezcla ahora, entre las tuyas y las mías, se mezclaron nuestras tristezas, querida Amanda.
Me miró y solo me limité a decir:
—Sí, abuelo, nuestras tristezas ahora se las lleva el viento. –Él me miró, se sacó su sombrero y comenzó.
—Sabés, querida Amanda, este mundo es infelizmente perfecto, tenemos vida, no solo la propia, tenemos millones de vidas caminando a nuestro alrededor, tenemos vida en los árboles, en el mar, en el sol, en la luna, en las estrellas, en nuestras mascotas, en nuestro sentir, pero aun así somos infelices, aun así nada nos alcanza. Es mentira cuando dicen que antes el mundo no era así, este mundo siempre fue así, querida Amanda, no hace falta vivir mil vidas para saber que el mundo siempre estuvo lleno de maldad, de odio, de sangre, de tristeza, de personas ahogándose en melancolía, como lo estás vos ahora, puedo ver a través de tus ojos y sé que estás lidiando con una batallas de esas, de angustia sin retorno. No te voy a decir que dejes de llorar y que mires la belleza en la que estás rodeada, aún que sí, solo un poco, observá. Vos, yo, el lago, el canto de los pájaros, el atardecer, sé que para vos, en este momento, es poco lo que te estoy ofreciendo, lidiás con una batalla de aquellas, una pelea de corazón, alma y cuerpo, y yo aquí ofreciéndote el viento. Suena ridículo, pero intentalo, al mirar a tu alrededor te sentirás un poco mejor. –Levanté mi cabeza y miré todo detalladamente, aquella flor rosa cerca de mí, el sombrero de mi abuelo lleno de pasto, y sus ojos, azules como el cielo, mirándome con una especie de orgullo y melancolía.
—Ay, mi querida Amanda, no es fácil, querida, sé que no lo es, ser feliz en este mundo lleno de caos no es fácil, es un lujo de aquellos poder ser realmente felices, es una cuota que uno tiene que pagar cada mes del año, cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo. Uno va pagando el precio de la felicidad en cada edad, para llegar al final, que es ahora. Porque nacés, crecés, adquirís conocimientos, experiencias, y te esforzás, te esforzás cada maldito segundo de tu vida para llegar a ser eso que querés, eso que quieren. Yo llegué. Pasé setenta años de mi vida llenándome de tristezas y siendo feliz cada vez que lograba eso que soñaba, cumpliendo esos roles que la vida te pone como meta sin que realmente lo desees. ¿Sabés cuál fue mi mayor tristeza en este mundo? No fue mi primer desempleo, mi primera caída, a pesar de todo aquello que sí contiene dosis de melancolías, mi mayor tristeza fuiste vos. Cuando me enteré que llegabas a este mundo, a este mundo lleno de más cosas malas que buenas, lloré, sí, lloré, todos decían: “Mírenlo a Charles, se emocionó”, y no era realmente esa clase de llanto, mi llanto era de angustia. Ese día, el día de tu llegada a este mundo infelizmente perfecto, te traje aquí, yo lloraba y mis lágrimas se cayeron a este lago y vos te reías por mi cara toda deformada, producto de la tristeza, vos eras feliz, porque no entendías, porque realmente no sabías de que se trataba todo esto, no sabías lo que era la vida, el dolor, la felicidad extrema. Yo hice lo mejor que pude con vos, cada vez que caías, cada vez que veía aquella melancolía en tu mirada yo te decía: “Que mundo tan infelizmente perfecto” y vos me mirabas con cierta gota de incredulidad, pero hoy llego el día en donde esa sola frase no te alcanzaría, porque hoy vi tristeza profunda en tus ojos, una tristeza que se conecta con el alma, con el corazón, y con el cuerpo. Y esa tristeza querida Amanda sí que es difícil de aguantar. No te confundas, sí estaba feliz de que fueses parte de mí, de nuestra hermosa familia, no estaba triste por tu presencia, sino que lo estaba porque sabía que llegaría un momento como hoy donde el mundo te partiría en dos, en tres, en cuatro, en donde todo te haría ruido, y la desdicha sería tan grande que no encontrarías salida, yo sabía que este momento se haría presente. Aquella frase siempre te la dije para que al caerte o al tomar una mala decisión solo pienses en qué significaría aquella tonta frase del abuelo, entonces así, no pensarías que el mundo es realmente sufrible, y aun así no sentirías tan fuerte tu angustia. Pero hoy esa frase ya no alcanzó, por eso estoy aquí diciéndote todo esto, mi querida Amanda. Como te dije, tengo setenta años, y a pesar de tantas alegrías en mi vida, la tristeza siempre fue más fuerte, atrás de cada felicidad se escondía un puñado de melancolía, para pegarme tan fuerte y decirme: “No todo es felicidad, pequeño Charles”, bueno, ya no tan pequeño. Fue difícil vivir así, sabiendo que siempre tendría espacio para la tristeza, sabiendo que siempre me encontraría con seres malos, egoístas, envidiosos, violentos y llenos de ira en ellos mismos. O con seres que a simple vista parecen ser de esos tipos, pero cuando los tratás son totalmente figuras diferentes. Por eso nunca tomes partido por alguien antes de que llegue a abrirse completamente, antes de conocerlo detalladamente, las apariencias engañan y las voces que hay detrás de ellos también. No sé qué otro consejo puede darte este viejo, querida Amanda. Pero creo que hay otra cosa más.
Sabés, cuando logré todas mis metas, no solo las mías propias, sino las que la vida me había puesto porque no tenía opciones, cuando logré todo aquello en setenta años, pensé que obtendría la felicidad más grande del planeta, que diría “sí, soy completamente feliz” y que no existiría ningún puñetazo de melancolía detrás de aquella frase. Pero me equivoqué, sí hubo puñetazos después de sentir que todo lo había logrado, sí existía la tristeza, porque ahora me quedaba en la desdicha de que poco a poco mi piel fue envejeciendo, que mis hijos ya estaban grandes, que mis nietos también crecían, que mis plantas se morían, que las noticias del diario siempre contenían esa gota de maldad, esa gota de violencia, que el mundo poco a poco moría. Y hubo tristeza al verte acá, mi querida Amanda, al verte siendo parte de ese sentimiento. Y por eso te digo que levantes tu cabeza y mires, que mires la belleza del día y la noche, de mi presencia junto a vos, que mires la belleza de esa flor, la simpleza de estas sillas, la felicidad de tenernos a nosotros dos y saber que, al irnos de aquí, podremos beber nuestro café y compartirlo con nuestros seres amados. En mis setenta años comprendí que la felicidad no fue lograr todo aquello que quería, obvio que en ciertas proporciones sí lo fue. Pero mi felicidad y mi suerte fue coincidir con personas como ustedes en este mundo lleno de caos sin fin, fue tener a tu abuela junto a mí, tener las manos de mis hijos y tener tu tristeza para llenarla de alegría, mi felicidad es estar hoy aquí, viviendo, para contarte todo esto, mi querida Amanda, la vida nunca será fácil, nos golpeará de tantas maneras que tendrás días en donde ya no soportarás respirar, pero después hay tanta alegría, tantas dosis de felicidad que sentirás que querrás vivir por siempre, sentirás que no aprovechaste al máximo tus años y que querés aprovecharlos más de lo que hiciste. La vida será así siempre, mi querida Amanda, tendrás subidas y bajadas, será como un sube y baja. Pero a pesar de tanta tristeza, de tanta felicidad, siempre podrás levantar tu mirada y ver que hay millones de vidas más a tu alrededor, que siempre existirán el día, la noche, el pasto, las flores, que siempre en tu mente rondará “qué mundo tan infelizmente perfecto”. Y así, mi querida Amanda, te cuento que no importa lo tan triste que estés, siempre existirá un gramo de felicidad después de cada dolor. Y así aprenderás y lograrás vivir sin importar nada, sin aquellas voces hablando por encima de vos, porque uno solo sabe las batallas que hay dentro de sí, solo uno lidia con todo aquello, por eso nunca pongas esas voces por encima de vos y nunca pongas tu voz por encima de otro. Es tan solo eso, mi querida Amanda.
—Te amo, abuelo. –Solo eso pude decir, solo eso salió de mi boca, mi ser se encontraba en una catarsis de emociones, y de mis ojos cayó una lágrima, y no fue una lágrima de tristeza, fue una llena de felicidad. Observé a mi abuelo y también cayó una lágrima de sus ojos, y supe de inmediato que fue de felicidad, nos fundimos en un abrazo, y una tormenta de felicidad se anunciaba ante nuestros ojos. Nos quedamos así, abrazados y mirando el atardecer un buen rato, después empezó a refrescar y nos fuimos, fuimos en busca de ese café y de la compañía de nuestros seres amados. Y solo me queda una cosa por decir: qué mundo infelizmente perfecto.
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