Читать книгу El almacén de los recuerdos - Denise Arredondo - Страница 8

Оглавление

Final abierto

2 de agosto de 1992

Una mañana de un agosto que congelaba todos mis huesos, preparaba mi café mientras veía aquellas hojas del invierno que se reposaron en mi jardín. Otro día más en donde tenía millones de sentimientos a flor de piel, me preguntaba el por qué de tanta soledad, y el porqué de tantos sueños sin resolver. Cabían millones de tristezas en mi cuerpo, cada dolor tenía un nombre nuevo…

26–6–1995

Hoy puedo relatar lo que en aquellos tiempos no podía, hoy han pasado tres agostos desde que no estás acá y me alegro de poder decir que pude olvidar todo lo nuestro. Mis tristezas llevaban tu nombre y mi soledad fue por la huida tan repentina de tu adiós en silencio. Recuerdo como si fuese ayer que en el momento exacto donde te fuiste salí en busca de un tren que me lleve hasta donde vos estuvieras. Pero lo curioso fue que nunca supe a dónde fuiste, nunca supe cuál fue el destino de tu tren o el horario exacto en el que decidiste no volver. Me pasé toda la primavera tratando de entender el por qué de nuestro fin, el por qué de tanto silencio. Y no sabía exactamente qué pasó con vos, hasta hoy.

Me encontraba bebiendo mi café en la esquina de aquella plaza, ¿lo recordás? Y mientras miraba la lluvia caer, te vi. Sí, te vi. Eras vos, no podía equivocarme, el paso del tiempo no te dejó envejecer, en cambio a mí me destruyó por completo. Eras vos, tan hermosa como nunca antes, tan llena de vida como siempre fue, y ahí estabas, con tu mano aferrada a la de alguien más, con tu sonrisa llena de otra vida, con tus ojos mirando otros ojos, y creando recuerdos en este lugar, nuestro lugar. Al verte otra vez todas mis nostalgias empezaron a florecer, sentí envejecer con tu presencia tan vacía de mí y te volví a recordar…

Era agosto, llovía sin parar. Estabas junto a la chimenea observando el ardor del fuego, encendiste tu cigarrillo y bebiste el último sorbo de té (odiabas el café), tus manos temblaban, tus ojos cargaban infinitas nostalgias y tu boca habló.

—Debo irme –pronunciaste sin temor alguno.

—¿A dónde vas? Voy con vos. –Y busqué el paraguas.

—No, Juan, debo irme. –Tu voz sonó seca y llena de frialdad.

Buscaste tus maletas y las llenaste de vos, además de tus cosas también guardaste todo lo que me componía, me dejaste vacío. No dijiste nada más que aquellas palabras, y mientras terminabas tu cigarrillo tus ojos voltearon a verme una vez más, mi cuerpo estaba paralizado porque en mi mente el final de nosotros dos no existía. Y te fuiste, y no corrí detrás de vos. No encontraba la fuerza necesaria para hacerlo, no sabía cómo borrar tu adiós, creo que aún no comprendía la situación. Pasaban los días y yo seguía a la espera de tu regreso, no creí en ese final porque no se parecía en lo más mínimo a uno. No era como esos finales en donde ambos discuten y llegan a un acuerdo, o en donde uno llora y el otro comprende, seca las lágrimas y se va. No, no era uno de esos finales, este era un final con tristeza, pero sin lágrimas, era un final inesperado, un final que quizá siempre existió, pero nunca lo vi. Fue un final lleno de silencio, silencio de vos, silencio de mí.

Pasó el tiempo, pasaron primaveras, otoños, pasaron todas las estaciones sin vos, y al verte nuevamente comprendí que en verdad nunca te olvidé, simplemente me acostumbré a la idea de no verte, de no escucharte. Traté de no recordarte y guardé en alguna parte todo lo que te componía, para así ahuyentar todas mis tristezas. En realidad, siempre estuviste, seguiste siendo parte de mí, solo que yo no quise tocar esa herida. Pero hoy al verte con alguien más comprendí la gravedad de mi situación, estos tres años sin vos me envejecieron por completo, tragué todas mis tristezas, todas mis lágrimas y eso terminó acabándome por dentro. Al verte allí, siendo tan feliz, comprendí que nunca tomaste ningún tren, que siempre estuviste acá, en el mismo lugar, y que todas aquellas cartas que te escribí nunca tuvieron respuesta, pero sí las leías. Ahora es donde me pregunto si al irte ya tenías preparada otra vida, otra sonrisa, otras manos, y pienso que fue egoísta de tu parte dejar un final abierto entre nosotros dos, porque sabías que yo siempre volvería. También pienso que ahora tendré que volver y comenzar a borrar recuerdos, no dejarlos almacenados para que cuando llegue el siguiente agosto estar vacío de vos. Y quizá me corresponda tomar este tren, irme de acá para borrar nuestras memorias.

***

El almacén de los recuerdos

Подняться наверх